Vie 14.06.2002
las12

TENIS FEMENINO

Claridad en el horizonte

Después de Gabriela Sabatini, el tenis femenino argentino no había dado ninguna figura que se destacara en torneos internacionales. En el último Roland Garros, Paola Suárez y Clarisa Fernández generaron tanto o más ruido que nuestros exitosos muchachos de la raqueta. Esta larga década de oscuridad propicia el debate acerca del destino del tenis profesional femenino.

Por Alcira Bas

El tenis profesional argentino ha dado en los últimos tiempos jugadores como Gaudio, Cañas, Chela, Zabaleta, Coria, Nalbandian, Acasuso, figuras todas ellas que constantemente ganan torneos o llegan a instancias destacadas. Su participación en los medios tiene cierto peso y sus partidos se televisan con frecuencia. Las comparaciones son odiosas, pero inevitables. ¿Por qué no ha habido en los últimos tiempos jugadoras argentinas que tengan la presencia de Gaudio, Cañas o Chela en el mundo? ¿Por qué un espectador interesado en el tenis femenino no puede ver partidos –en las canchas o por televisión– con la misma frecuencia con la que se transmiten partidos del circuito masculino? ¿Quién, que no fuera un especialista, había visto jugar a Clarisa Fernández o a Paola Suárez -revelaciones de Roland Garros– antes de que llegaran a la semifinal con la Nº 1 del mundo, Venus Williams, la primera, o de que la segunda se impusiera en los dobles?
¿Es lícito hablar de falta de estímulo para el tenis femenino? ¿Tienen razón quienes dicen que convoca menos público porque es aburrido, o quizás habría que pensar que es menos atractivo porque no se difunde y, por lo tanto, las probabilidades de que se conozca son menores?
Vanina Fernández, 22 años, juega en primera y considera que una de las causas fundamentales por las que hay pocas figuras femeninas argentinas en el tenis profesional se debe al poco estímulo que existe y que se traduce en actitudes discriminatorias. En primer lugar menciona la falta de torneos locales profesionales y recuerda que, cuando los había, el monto de los premios era cuatro veces menor que el que reciben los hombres. “Top Ser –por ejemplo– es una de las empresas privadas que organizan importantes torneos menores –explica–, pero sólo para varones.” Denuncia, también, las condiciones diferentes que existen para mujeres y hombres en los torneos interclubes, donde a ellas les asignan las peores canchas, juegan sin árbitros y, por supuesto, jamás logran que sus partidos se televisen.
A las mujeres que quieren dedicarse al tenis, crecer en el ranking de la WTA –Asociación Internacional de Tenis Femenino– les cuesta mucho más que a los hombres ya que, como en la Argentina no hay torneos profesionales, necesariamente deben viajar a Europa para participar de ellos y sumar puntos. Esto implica un gasto grande de dinero, ya que cuando son muy jóvenes necesitan un acompañante y, por otra parte, para que se justifique el esfuerzo –y no sólo el económico– deben plantearse un recorrido que incluya varios torneos y para eso deben permanecer en Europa más tiempo. “Si no viajás –argumenta Vanina–, no tenés posibilidades de adquirir puntaje y experiencia y, cuando buscás un sponsor, eso pesa. Ante esta falta de estímulo, es común que las tenistas abandonen la carrera.” Por el contrario, para Gonzalo Bonadeo, periodista deportivo que ha apostado fuerte al tenis femenino, no se puede hablar de discriminación. “Hay suficientes elementos como para desmitificar el concepto machista de esta cuestión”, afirma, y presenta sus argumentos: “Durante fines del ‘80 y principios del ‘90 –explica–, los espectáculos de tenis de mujeres se vendían mejor que los de hombres y eran casi más atractivos que los masculinos. Fueron años muy fuertes que dieron lugar a que se emparejaran los montos de los premios de los torneos. Graff, Navratilova, Sabatini, Seles, Capriati, conformaban un abanico interesante y se jugaba bien. Esto me confirma que no hay machismo, lo que pasa es que el circuito femenino hoy en nuestro país es muy malo”. “Un jugador que es 200º del mundo puede competir contra los mejores; hay diferencias, pero, en general, tiene un buen manejo de la técnica. En cambio, a una 35º del mundo no le sale el revés o tiene mal saque o no corre bien hacia adelante o maneja pocos golpes. Hay un problema de preparación y de actitud”, afirma.
Mariana Díaz Oliva, argentina, 47º en el ranking de la WTA, entiende que el problema pasa por el poco eco que recibe, especialmente en los medios, la actuación de las jugadoras. Reconoce que hay pocas figuras femeninas en nuestro país, acusa a los argentinos de machistas y afirma que la dirigencia de la Asociación Argentina de Tenis deja mucho que desear. Por su parte, Bonadeo acuerda con Mariana en que la dirigencia no hace nada destacable para estimular o apoyar al tenis profesional, pero agrega que esta actitud es pareja tanto para el circuito femenino como para el masculino. “Habría que decir –opina Bonadeo– que no existe la política deportiva en la Argentina, por lo tanto no hay movimientos conjuntos. Los hombres que triunfan lo hacen por trabajo individual y siempre por su cuenta.”

menos torneos
Un impedimento importante para que las mujeres viajen en busca de las oportunidades que se les niegan en su país es el del desarraigo, que es un problema para todos –Gaudio no deja de comentar esta situación cada vez que tiene posibilidades–, pero en el caso de las mujeres pareciera afectarlas mucho más. “Yo he visto casos de chicas a las que se les hace muy difícil salir al circuito solas –argumenta Bonadeo–, y si es triste cuando se gana, mucho peor es cuando se pierde. Tienen que estar en un hotel de porquería porque no se los pagan si no ganan. No sé si se trata de una cuestión psicológica o de falta de experiencia, pero a las mujeres se les hace muy cuesta arriba.”
“Cuando no existe la franja de los challenger (torneos menores) –aclara Bonadeo–, es muy escaso el número de jugadores que tienen oportunidad de competir y crecer en el ranking. Por ejemplo, el argentino David Nalbandian jugó un año entero en ese tipo de torneos y así juntó puntaje como para meterse entre los 50 mejores del mundo. Hizo guita y ahora ya puede elegir un hotel mejor. Entonces el desarraigo es más llevadero. Insisto, si la vocación de una mujer es el tenis y juega más o menos bien, si es profesional en serio, en Europa existen muchas chances. De ahí a que gane y se banque esa vida, es otra cosa.” Con relación a los torneos menores cabría aclarar que antes o después de la devaluación y aunque haya bajado el número de posibilidades, en la Argentina siempre han sido mayores las oportunidades para los hombres que para las mujeres.
¿es aburrido?
El tenis ha pasado a ser en los últimos años un juego en el que la fuerza y la velocidad han ido reemplazando a la inteligencia, a la variedad de golpes, a los movimientos. En algunos casos prácticamente no hay peloteo y el partido se limita a una serie de saques imposibles deresponder y fuertes voleas que definen el punto. Ese es el tenis que atrae hoy, el que parece no aburrir a quienes deciden las programaciones.
Para adaptarse a ese estilo de juego, el cuerpo femenino necesita aumentar su musculatura. De hecho, las jugadoras actuales trabajan mucho más que antes en el gimnasio y, en muchos casos, se inflan en el laboratorio. Hay quienes, como el filósofo del deporte Claudio Tamburrini, sostienen que se debería intensificar ese crecimiento, si el tenis femenino aspira a ser competitivo. Si éste es el estilo de tenis que se privilegia a la hora de televisar un partido, son pocas las tenistas –y ninguna en nuestro país– que pueden responder a esta expectativa.
Para Bonadeo, hay que decir que el hombre es más virtuoso en el tenis -como las mujeres lo son en gimnasia deportiva– porque hay una mezcla de fuerza y capacidad ofensiva de la que las mujeres carecen. “No hay mujeres prácticamente –dice– que desarrollen un juego ofensivo, lo que marca una diferencia enorme.”
Cabría entonces formularse varias preguntas: ¿quién mide el virtuosismo? ¿Por qué el parámetro tiene que ser necesariamente el que genera el modelo masculino? ¿Por qué las mujeres no pueden imponer otro estilo basado más en la sutileza y la inteligencia que también se traduzca en puntos en el marcador? Y, por otra parte, ¿cómo esperar que las mujeres desarrollen actitudes más ofensivas en el tenis cuando existe una cultura que cuestiona esas mismas actitudes en otros ámbitos porque considera que son “poco femeninas”? Una paradoja.
El tenis no es la
excepción
“Podrá haber discriminación en el ámbito de los clubes, pero no a otro nivel –insiste Bonadeo–. Que no queden dudas de que cuando aparece un talento entre las mujeres, nadie lo deja escapar, porque un entrenador vive de eso y necesita jugadores y jugadoras para seguir trabajando. Desde lo institucional, estando Alejandro Gattiker, es imposible pensar en discriminación.”
¿Por qué, entonces, pasó una década hasta que dos jugadoras argentinas se desatacaran en un torneo internacional? ¿Por qué las chicas se quejan?
El tenis, como cualquier actividad deportiva, está atravesado por las características de la sociedad que lo practica, lo organiza o lo disfruta como espectadora. De una sociedad que –como se sabe– no ha logrado resolver cuestiones relacionadas con el poder: cómo se construye, cómo se disputa, cómo se detenta o cómo se comparte, no puede esperarse que actúe sin discriminar ni sin mostrar un exitismo demoledor. De acuerdo con este panorama, el surgimiento y la permanencia de buenas jugadoras profesionales argentinas es, por ahora, una empresa difícil, aunque no imposible. Y si no, veamos cómo la cordobesa Clarisa Fernández ha demostrado en su actuación en la Copa Federación y en Roland Garros con su juego y con su garra que aún, con poco estímulo pero con mucho trabajo, se puede crecer. ¿Hasta dónde podrá llegar –ella y otras jugadoras talentosas– cuando reciban el mismo apoyo que sus coetáneos masculinos?

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