PERSONAJES
La cocina de la hermana Bernarda
Vive sola en una casa de retiros espirituales de Quilmes; hace años que enseña a cocinar, se
especializa en repostería alemana, es descendiente de bávaros y pertenece a la Congregación de las Hermanas de la Santa Cruz. Además, conduce “Dulces tentaciones”,
por elgourmet.com
› Por Soledad Vallejos
Como en los cuentos infantiles, sólo hay que traspasar una puertita casi secreta, casi invisible, escondida en un lugar insospechado. Atreverse tiene una recompensa: el espectáculo de la casita navegando en medio de un mar de hojitas amarillas y tréboles radiantes, la ilusión de conversar un rato con esa señora de mirada algo severa que enseña a cocinar dulces exquisitos en elgourmet.com, y quizá probar alguna cosa hecha por ella. Casi una escena de abuela digna de los mejores relatos para niños, sólo que religiosa. Pero entonces la mujer de hábito gris invita a sentarse en la galería vidriada de ese lugar para retiros espirituales de las Hermanas de la Santa Cruz que la tiene por anfitriona, cuenta las vicisitudes de cuidar tulipanes, dice que cocinar siempre le gustó, “de chiquita”. Que veía a su abuela, una alemana que llegó para hacerse la Sudamérica y mantenía a su familia “por la costura y la cocina”, que “toda esa gente crió así a sus hijos, y fue su principio, empezar así en la Argentina”.
–¿Y de qué parte de Alemania vinieron?
–Mire, yo nunca le pregunté, pero muchos son de Baviera, vio, esa parte. Después, por ejemplo, una parte de ellos, cuando llegó el comunismo, se fue de Rusia. Y de Rusia viene todo el éxodo a la Argentina, creen que van a encontrar el oro. Y me crié escuchando el dialecto alemán que tenían ellos.
–¿Es la única religiosa de su familia?
–No, de parte de mi abuelo hay una. Ella falleció ya, era de la Congregación del Verbo Divino. Pero puede ser que haya todavía, nunca se sabe, como la familia se expandió tanto. Imagínese: de mi tía, 17; de la tía Paulina, son 14; de la tía Margarita son 8, y de nosotros, que éramos 7, quedamos vivos 3. Y ni se sabe de parte de mi mamá, los parientes de ella, que también eran 12 o 13, que cada uno tiene su familia. Así que hay una irradiación bárbara.
–Y en esas familias tan numerosas es más fácil perder el contacto.
–Así somos. Así está en el Antiguo Testamento: que se fueron transformando y qué sé yo, que después el Exodo, que está el Mar Rojo y empezaron a ir a distintas partes. Y que se fueron formando grupos y los idiomas, y cosas por el estilo. Viene el Espíritu Santo y lo revuelve todo.
Relojea despacito el pequeño auditorio, hace un guiño, un silencio y no para de reírse. Acabamos de llegar al mundo de la hermana Bernarda.
Bernarda cuenta que pasaron 50 y pico de años desde que esa adolescente con vocación por los asuntos del Señor dejó atrás la vida que había llevado como Florentina Seitz. Que un día, después de haber sido aspirante (“usted aspira, a ver si yo soy para eso”), postulante (“es un paso más, hay más obligaciones en el postulantado”), novicia (“ya usted toma los hábitos, estudia y comparte con las hermanas con más intimidad lo que, más adelante, va a hacer; usted se compromete a cumplir”), y junior (“son años ya con votos, pero todavía no perpetuos”), que diez años después de iniciado el camino finalmente llegó el veredicto: “‘Señorita Florentina, desde hoy se llamará Hermana María Bernarda’, escuché eso”.
–Era como un cambio de vida, es igual que un matrimonio.
–¿Cómo se decidió por esta congregación?
–Me gustó la manera de ser, qué sé yo. Es igual que como las chicas se enamoran del novio: les parece que es diferente. Es igual que un muchacho de aquí: él estaba muy enfermo, y el doctor le dijo que no le convenía que se casara. Así que la novia se buscó otro compañero de vida, y él fue al casamiento, en el último banco estaba Juancito. Y lloró amargamente porque su novia se casaba...
“¡Ay, madre! ¡Parece una película!”, interviene María Marta, productora del programa y dueña de la astucia perfecta para conversar con Bernarda. Pero la estrella televisiva no puede prestar atención a la réplica, llevada como está por la pasión del relato. Apenas la mira.
–... y Juancito se fue a Lourdes. Ahí le pidió a la Virgen que le hiciera una gracia, que le dijera qué quería de él. Y había una chica. El estaba llorando amargamente y ella lo fue a consolar. Era una argentina. Bueno, lo consoló y dijo: “La Virgen lo va a ayudar”, qué sé yo. Ambos se dieron el número de teléfono, donde vivían aquí; se vieron, y se casaron. Y es la esposa que él tiene ahora. El lo contó: “Cómo es la vida –dijo–, Dios permite caminos distintos en la vida”.
Ella lo sabe. Fue justamente uno de esos azares el que llevó a oídos de alguien de la televisión que en Belgrano había una monja que daba clases de cocina (“economía doméstica, y también di costura”, las dos cosas que definían a su abuela), que lo venía haciendo desde hacía como 37 años, que sus alumnas la adoraban y ella era encantadora. Y como la montaña no va a Mahoma, la televisión fue hasta la congregación y convenció a la montaña de pararse frente a una cámara (“me empujaron”) y hacer lo que sabe hacer, pero para más gente a la vez. No lo esperaba, pero definitivamente no le disgusta. Tal parece que, por ejemplo, está a punto de reencontrarse con una familiar lejana... que la reconoció viendo el programa. Que tiene fans que le envían mensajes por correo electrónico y la llaman por teléfono. Que algunos niños de la villa de Quilmes donde da clases de cocina también la reconocen. Y eso, claro, la ayuda a seguir con las tareas comunitarias que considera imprescindibles para su misión.
–Si se puede hacer un bien a la gente, hay que hacerlo. Enseñar a cocinar es una manera de hacer apostolado, porque puedo hacer algo en la parroquia.
Lo dice con el orgullo de saber que algunas de sus alumnas empezaron a concurrir al club de trueque local con las comidas que ella enseña a hacer, con la evidencia de que sus acciones multiplican y se multiplican, de que hay un más allá después de esas dos horas de compartir su saber. Y que ese algo hace una diferencia.
–Uno tiene que ayudarles a encontrar un sentido. Y más cuando una tiene entusiasmo de enseñar. Ellos ahora, por ejemplo, van a hacer un horno y yo les voy a dar toda esa leña que no se usa para nada. La tienen que venir a buscar. Una trata de ponerse al servicio de los demás, ¿no es así? Y eso es lo lindo: que cada uno aporte, ¿vio?, como en la familia. Porque cada una tiene dones. Yo pienso en mí, por ejemplo: una puede hacer tanto apostolado a través de la cocina. Mientras yo no descuide mi deber en la casa, cumplo aquí y cumplo afuera. Entonces, una tiene un sentido en la vida.
“Dulces tentaciones”, digamos, viene ayudando a ese sentido, y de maneras asombrosas para ella. Gente que nunca vio en su vida le agradece, personas de todas las edades la saludan, le cuentan sus vidas. Y cuando se entera, los ojos le brillan más, dice algo como que si esa es la Voluntad Divina, pues que sea. Espera un silencio y prepara otro guiño.
–Por suerte, el otro día hablé con la directora del colegio, que había hablado con los padres de una congregación, y le dijeron: “Dígale a la Hermana que ninguno cayó en la tentación”.