CINE
La francesa Delphine Coulin y la canadiense Monique
Simard estuvieron el mes pasado en el foro de cine documental, presentando sus films y participando de una selección de proyectos latinoamericanos. Con una visión del mundo feminista –humanista, en definitiva–, estas productoras de televisión dan cuenta –igual que algunos, pocos, directores y directoras– de que existe algo más que la voz en off en el género documental.
› Por Moira Soto
El auge mundial del cine documental se puso plenamente en evidencia durante la reciente quinta edición de DocBsAs. A la proyección de excelentes realizaciones de creación, con la presencia de realizadores y especialistas en algunas de las funciones, se sumó el foro latinoamericano de producción del género en el que se seleccionaron proyectos de la región (Argentina, Uruguay, Chile, Paraguay, Bolivia, Perú, Venezuela, Colombia y Ecuador) con la participación –junto al productor Xavier Carniaux– de las visitantes Delphine Coulin y Monique Simard. El DocBsAs/05 fue organizado y coordinado por Cine Ojo, el Servicio de Acción Cultural de la embajada de Francia, el Complejo Teatral de Buenos Aires y la Fundación Cinemateca Argentina.La francesa –nacida en Bretaña– Delphine Coulin estudió Letras y Ciencias políticas, fue asistente de dirección de varios largos y está desde 1996 en la cadena de televisión cultural europea Arte. Primero comenzó como lectora de guiones, y a partir de 1998 ingresó en la producción de documentales, en el departamento que dirigen Thierry Garrel y Pierrette Ominetti. Coulin ha coproducido más de cien films, actividad que no le ha impedido escribir una premiada novela, Traces (Huellas), publicada en 2004, éxito de crítica y de ventas, acerca del paso del tiempo en una mujer soltera al borde de los ’40, en el interior, que se dedica a cuidar a personas muy viejas. Previamente, Delphine realizó cuatro cortos también galardonados, y actualmente prepara una segunda novela y trabaja en el proyecto de un largo de ficción propio.En la programación de la televisión abierta francesa, incluido desde luego el canal Arte, se nota una presencia muy fuerte del documental.
–Es cierto, el documental se ha instalado en Francia gracias a una estructura de producción bastante sólida, y las películas se difunden por esta cadena europea y otros canales. La temática que abordan estos films es muy amplia, lo mismo que los subgéneros o registros dentro del documental, que van desde lo más didáctico a la denuncia dramática, pasando por el tono humorístico para determinados asuntos y el intimista en los retratos de ciertos personajes. En Arte, el productor o la productora cumplen un rol activo, hay un respaldo y un intercambio permanentes. Conversamos mucho con los directores y las directoras que puedan tener una mirada nueva, nos interesa de verdad saber en qué temas han estado trabajando. La idea es que haya total complicidad para obtener los mejores resultados. Lo importante es el film, evidentemente. Y creemos que ésta es la manera más productiva de actuar. En Francia hay muchas mujeres que hacen documentales, más o menos el 50 por ciento dentro de este género. He visto que en la Argentina son pocas todavía, pero pensá que hace 20 años en mi país eran muchas menos que en la actualidad, así que pueden tener esperanzas.En la muestra que se ofreció en la Sala Lugones pudo verse un interesantísimo documental de Claire Simon, Mimi. Una historia de vida que se aleja de la cabeza parlante, acompañada del testimonio de otras cabezas parlantes, y que tampoco recurre al material de archivo.
–Mimi Chiola es una persona que, sin ser excepcional, revela una humanidad muy rica y profunda. Claire Simon logra narrar una vida común, sin grandes sucesos exteriores, como si fuera una aventura, una odisea, una epopeya que va creciendo en hondura y emoción, casi imperceptiblemente, acompañada del paisaje, urbano o natural, que es a la vez el paisaje del alma de esta mujer que, creo yo, se vuelve inolvidable para cualquiera que vea el film. Claire Simon demuestra que el género es inagotable, que se puede hacer uso de una enorme libertad. En el caso de Mimi, esta persona real adquiere un espesor tal que se vuelve de algún modo un personaje de ficción complejo, con un pasado, un presente y un futuro. Al narrar tan bien su historia se la está ficcionalizando.Si bien hubo grandes documentalistas desde los primeros tiempos del cine, en general este género –salvo contadas excepciones– fue considerado poco atractivo por el público: como un simple registro impersonal y frío, por no decir aburrido, de la realidad. En los últimos años se lo ha revalorizado y se han multiplicado los directores valiosos, las muestras, lo que ha despertado el interés del público.
–En la televisión francesa se ven diariamente, cada vez más, y también se estrenan en salas cinematográficas. Es verdad que durante mucho tiempo para la gente fue un género sin interés, cuadrado, porque se hacían películas elementales, poco creativas. Pero las cosas han cambiado radicalmente, en calidad y en cantidad. En Arte, cerca del 70 por ciento de la programación ofrece documentales muy distintos en todo sentido.
¿Te llevás algún material argentino a Francia?
–Me gustó mucho Bonanza, de Ulises Rosell, que compré para el canal en que trabajo. Está muy bien realizado, la cámara se vuelve transparente, con mucha atención hacia un personaje fascinante, que vive con su familia debajo de un puente.
Acá se pudo ver en estos días por la señal de cable I-SAT.
–Qué bien, pero me parece que el problema en la Argentina es que no hay suficiente difusión televisiva, y no sólo de producciones locales. Ustedes no pueden ver, como nosotros en Europa, excelentes documentales que se hacen en el mundo, salvo los que se den en salas. También aquí tienen el problema de que los directores se ven obligados a hacer films de 90 minutos, cuando quizá les alcanzaría con 45 en algunos casos.
¿Se trata la temática específica relativa a la mujer en los documentales franceses?
–Por supuesto que aparece, aunque ya no es un tema dominante en la actualidad, quizá porque se lo vio más en los ’70, los ’80, cuando la problemática lo exigía. Pero este año se va a hacer una producción sobre el imaginario de las chicas jóvenes en París, con qué sueñan, cuáles son sus fantasmas. Tampoco se plantean en mi país en este momento temas tan dramáticos de desigualdad como en la Argentina: el aborto, por ejemplo, fue legalizado hace rato.
Aquí ni siquiera se puede discutir francamente el tema, mientras se mueren muchas mujeres. No hay debate en el Congreso.
–Sin duda. Acaso se podría realizar un documental que historiara y denunciara esta situación. En Francia, en todo caso, se hacen films como Historia de un secreto, de Marianne Otero.
Acá esa producción es conocida por la difusión que ha hecho el Foro de los Derechos Reproductivos. El mes pasado se proyectó con entrada libre en el auditorio de la Facultad de Ciencias Sociales.
–Sería bueno que se estrenara en los cines. Esta directora, a través de la historia de su madre artista, decidió mostrar lo que sufrían las mujeres que querían interrumpir un embarazo no deseado cuando el aborto era ilegal y estaba penalizado. De qué manera morían las mujeres que se lo hacían en forma clandestina, con recursos inapropiados. Hay otro documental producido entre Suecia e Irlanda y filmado en este ultimo país, donde el aborto está prohibido, que muestra lo que sucede con las chicas muy jóvenes en la actualidad, cuando no pueden ir a abortar a Londres. Tienen uno, dos, tres hijos, sus vidas quedan limitadas, dejan los estudios.
La canadiense Monique Simard, licenciada en Ciencias Políticas e Historia, muy ligada a actividades referentes a los derechos de la mujer (entre otros cargos que ejerció, hasta 1993 fue vicepresidenta del Comité de Acción sobre el Estatuto de la Mujer), se desempeña en ámbitos televisivos, radiales y cinematográficos.
¿Cuáles son tus futuros proyectos como productora?
–Voy a producir un documental sobre Lucie Aubrac, la resistente francesa, y también estoy muy interesada en un film sobre las mutilaciones sexuales que se practican a las niñas en Africa. Pero el proyecto más avanzado sobre el que estoy trabajando con gran entusiasmo es una historia de la misoginia, un asunto capital para las mujeres y también para los hombres. Para la humanidad, digamos: el origen y el desarrollo de la discriminación, del sexismo, de tanto daño irreparable hecho a las mujeres.
¿Se trata de una producción que exige mucha inversión?
–Sí, porque necesita un enorme despliegue de investigación para hacer un trabajo serio y lo suficientemente abarcador. Es un proyecto muy ambicioso que tenemos con Max Fischer para el sello Virage. Será una miniserie porque no hay posibilidad de hacerlo en menos de tres horas, es decir, en tres capítulos. Requiere de mucha documentación, testimonios, referencias desconocidas a religiones. Y aunque se lo puede relacionar en algún punto con El Código Da Vinci por las revelaciones que ofrecerá, quiero decir que empecé a pensar en esta producción antes de que se publicara ese bestseller mundial. En realidad, el Código... no levanta más que un pedacito del velo que recubre uno de los secretos mejor guardados de la historia, un crimen perpetuado contra la mitad de los seres humanos, silenciado desde el comienzo de los siglos: el odio y el desprecio a la mujer.En el caso de la Iglesia Católica oficial, la lista de reclamos que podemos hacer es interminable.
–Pero si todavía este año Benedicto XVI amenaza con excomulgar a las mujeres que piden por el sacerdocio, por no hablar del lugar completamente secundario que seguimos teniendo en la institución. Pero la católica no es la única religión que fue desvirtuada para someter a las mujeres. Fijate que en su último libro, Le discours de la haine, el filósofo André Gluksmann dice: “El mayor odio de la historia, más milenario y planetario que el odio a los judíos, es el odio a las mujeres”.
¿Ya encontraron un título apropiado para esta miniserie?–
Se llama L’Empire du male. La face cachée de la haine (El imperio del mal. La cara oculta del odio) y mostrará y denunciará todo lo que ha sido tapado durante siglos. Para explicar lo inexplicable, para racionalizar lo irracional, hemos recorrido 36 mil años de historia, hemos hecho descubrimientos insólitos, chocantes, obscenos, absurdos. Pero detrás de tanta abyección, encontramos una intención bien definida, totalmente consciente y perfectamente organizada. L’Empire va a levantar la losa que tapa las raíces profundas de la misoginia, va a quebrar la ley del silencio, esa suerte de omertà mafiosa en la que se conjugaron poderes políticos y religiosos, que hizo víctimas a las mujeres de terribles injusticias, naturalizándolas y perpetuándolas.
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