EL PASO AL FRENTE DE BACHELET
El escenario abierto en Chile por el triunfo de Michelle Bachelet parece prometer horizontes de cambio hacia una sociedad más igualitaria y, a la vez, respetuosa de
las diferencias. Cuanto menos, se perfilan revoluciones paradigmáticas en varios terrenos: la primera de ellas, ya en marcha, sacude las entrañas mismas de la cultura política chilena.
› Por Bet Gerber *
¿Qué significa la elección de Bachelet en términos de una transformación profunda de las relaciones de género en esta sociedad? Aunque apenas empezamos a vislumbrar el impacto de este triunfo, varios son los territorios que aparecen como los primeros blancos del inexorable terremoto en ciernes, empezando por los estereotipos de género y las relaciones entre género y poder.
Indudablemente, el hecho de tener una presidenta mujer cuyo gabinete estará compuesto en un 50% por mujeres, tiene un tremendo significado simbólico y opera sobre la subjetividad femenina y la masculina, ya que desbarata la natural ocupación masculina de los más altos cargos en el ámbito público. Baste un ejemplo, casi inocente: en los actos y manifestaciones de los últimos días de campaña, las mujeres se pusieron bandas presidenciales que se vendían en las calles. Remite a recuerdos de la infancia, cuando nos disfrazábamos de algún personaje propio del mundo de la fantasía. En envidiable comparación, para los niños y niñas que hoy tengan muy pocos años, la imagen de una mujer presidenta del país será parte de la realidad cotidiana. En términos de feminismo como posición política, no sólo importa la cantidad y calidad de los cargos a ocupar, sino también las formas y contenidos del ejercicio del poder. Sucede que para avanzar hacia la igualdad de oportunidades, es necesario que la cabeza política tenga conciencia de género. Y si bien no se recuerda que la presidenta electa se haya presentado como feminista ni como de izquierda, ella ejerce el feminismo, así como ejerce el progresismo.
Bachelet ha logrado practicar el feminismo sin agredir, sin revanchismos, a partir tanto del planteo de la paridad en el gabinete como también desde los contenidos programáticos. Entre las medidas difundidas reiteradamente como parte medular del programa del futuro gobierno se cuentan, entre otras, igualdad salarial entre varones y mujeres; guarderías para trabajadoras; prevención y atención de la violencia contra las mujeres; reforma de los sistemas de seguridad social y previsional aplicando enfoque de género; sanción de la ley de cupos para cargos electivos; modificaciones a la ley de acoso sexual (ampliación al ámbito escolar, público y laboral) y sanción de ley marco sobre derechos sexuales y reproductivos. Entre sus principales logros se cuenta el hecho de haber instalado estos temas como prioridades de la agenda política, hasta tal punto que nadie que se considere “políticamente correcto” pueda ya oponerse abiertamente sin ser considerado casi un cavernícola. Más aún, ya antes de la primera vuelta electoral, su hábil discurso de género logró arrastrar a los otros candidatos presidenciales, quienes súbitamente mostraron una sospechosa sensibilidad frente a la discriminación de género.
Estado civil, sexo, religion:
modelo para armar
Los ataques descalificatorios contra la candidata apuntaron, por una parte, a objetarla moralmente por su pasado de izquierda radical, su estado civil y su declarado agnosticismo. Todos estos intentos fracasaron rápidamente, ya en los primeros meses de campaña. Quienes apostaron a estas vías no supieron, quizá, interpretar a una sociedad que ya no se ajusta tanto a la definición de “conservadora”. Un cliché que parece atrasar, aunque cabe preguntarse cómo dar cuenta de este atraso en un país en donde, si bien más de la mitad del electorado se inclina por una coalición de gobierno progresista, los medios pertenecen mayoritariamente a consorcios de derecha (la televisión y la prensa casi en su totalidad). Entonces ¿cuáles son los espejos que recogen y multiplican las imágenes que esta sociedad tiene de sí misma?
Si hubo algún atisbo de utilizar la situación de separada (y sin pareja a la vista) en contra de la candidata presidencial, la maniobra se desbarató rápidamente y la aparente debilidad se convirtió en fortaleza. El hecho de ser jefa de hogar de una familia no tradicional permitió la identificación de cientos de miles de personas en situaciones similares. Familias “ampliadas” con hijos de diversas uniones, madres solteras, jefes o jefas de hogar sin pareja dejaron de quedar excluidos del “ideal social” impuesto desde el conservadurismo y publicitado por los candidatos de derecha, rodeados de familias tradicionales y lo más numerosas posible.
Todo parece indicar que la derecha, muchas veces de la mano de los medios, intentó disciplinar una vez más a la sociedad chilena sin lograrlo. Otra vez cabría actualizar la definición de la sociedad chilena como eminentemente conservadora y católica, ya que, a la luz de los hechos de estos últimos meses, da la sensación de que la imagen que esta sociedad tiene de sí misma “atrasa”.
Se habló hasta el cansancio de su simpatía y calidez, directamente asociadas a su supuesta falta de competencia técnica. En buen chileno: “Es simpática, pero no le da el ancho”. Incluso se mencionó su falta de experiencia, cuestión que en tierras argentinas suele aplicarse a mujeres con experiencia en el Legislativo, pero no en el Ejecutivo. El argumento resulta casi insólito en el caso de quien fuera ministra de Salud y de Defensa (sin embargo, fue esgrimido por dirigentes y asesores políticos de todas las tendencias políticas).
Michelle, ma belle
La presidenta electa parece francamente libre de la prisión estética, entendido el concepto “estética” en el sentido reducido y pobre que padecemos por estas regiones y que impone, ante todo, no ser gorda y ostentar vestuarios infinitamente surtidos. De esta forma, los medios no tuvieron mucho que decir sobre un tema que parece ser fuente inagotable de recursos no sólo de revistas faranduleras. Valga una antipática comparación: ¿será que en Chile los patrones estéticos no tienen tanta vigencia como en la Argentina o tal vez los medios intentaron instalar el tema y sus consumidores se aburrieron rápidamente? Y si fuera así, ¿cuánta tinta sobre los kilos de las políticas deberá correr en Argentina para que los medios y sus consumidores se saturen y reencaucen la mirada crítica hacia otras dimensiones un tanto más significativas a la hora de gobernar?
Se puede aventurar que la figura de Bachelet contribuye a recomponer identidad femenina, sin imponer modelos, incluyendo diversidades, aun rescatando algunas dimensiones que se ubicarían entre lo que Lipovetsky caracteriza como la “invariación de lo femenino”, en alusión a la continuidad relativa de ciertos roles sexuales en sociedades de igualdad. Allí se sitúan, por ejemplo, las relaciones privilegiadas que mantienen las mujeres en el orden sentimental o familiar. En este sentido, Bachelet ha valorado permanentemente su rol de madre sin exponer a sus hijos ni convertirlos en herramientas de campaña. En otra dimensión del universo tradicionalmente vinculado a lo femenino, Bachelet se permite revalidar amor, al declarar en un par de entrevistas que quisiera enamorarse, sin matiz de cursilería. Dudosamente un candidato varón podría hacer tamaña confidencia sin que pase a mayores.
El día despues
El mismo lunes 16 de enero comenzaron las preocupaciones protocolares: ¿quién se encargará de las obligaciones propias de la primera dama? ¿Quién acompañará a la presidenta electa en actos que prevén acompañante? Interrogantes que parecen apuntar a cuestiones de forma, pero hacen al fondo. Recuerda a épocas no muy remotas en que las diputadas argentinas recibían invitaciones protocolares que sugerían acudir “con corbata y traje oscuro” o “acompañados por su esposa” (en este último caso no se trataba precisamente de un paso vanguardista hacia la integración de matrimonios del mismo sexo en actos oficiales). Otras preocupaciones que inquietan estos días son de orden pragmático y se desprenden de la distribución de los cargos. “Hay nerviosismo, porque ahora viene la cuestión de la paridad”, fue el comentario de un referente político tras una de las primeras reuniones partidarias del lunes. Es decir: ahora hay que redistribuir poder entre varones y mujeres.
Chile tendrá desde marzo una presidenta con las características de MB, con mayorías parlamentarias por primera vez en la historia de un gobierno de la Concertación, lo que le permitiría llevar adelante cambios que la sociedad pide y valida: un país con mayor justicia social e igualdad de oportunidades para todos y todas. La expectativa es enorme y se condensa en palabras de la propia presidenta electa: “Yo digo lo que pienso y hago lo que digo. Palabra de mujer”.
* Responsable del Area de Género de la Fundación Friedrich Ebert en Chile. Argentina residente en Santiago.
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