CALLEJERA (S)
› Por Soledad Vallejos
Ella piensa que es raro, que no debe ser la única en reparar –cada tanto, tampoco va a andar pensando en eso todo el tiempo– en una asociación que se le antoja vieja como el mundo (moderno, occidental, cristiano) pero no por eso menos caprichosa y hasta injusta. Dice que en el verano la cosa empeora. ¿Por qué? Porque de todas las imágenes posibles de los paisajes vacacionales siempre se elige mostrar más de lo mismo (niñas lánguidas por ahí, recostadas por allí, en plena faena exhibicionista de un año de largos trabajos propios y quirúrgicos más por allá) pero que la lente del calor lo amplifica todo (porque no hay noticias, o porque parece que no hay noticias), como si alguien acercara una lupa a un hormiguero. Agrega que lo que parece que importa es no tanto el cuerpo como el gesto de ese cuerpo. Y entonces, inevitable, metafísicamente, el tema se impone en toda su complejidad: “¿Viste la novela nueva de Natalia Oreiro?”.
En Sos mi vida Natalia O. no sólo es un nombre de animal, sino también un diminutivo que –además de la familiar cercanía que eso puede permitir– le resta peligrosidad. No es “Mona”, sino “Monita”, la boxeadora a quererse con el galancete más lavado de los últimos años (que supo llevar ese tipo de galán improbable al paroxismo en Padre Coraje) no tanto por su rubiez como por su gesto de niño más bueno de la cuadra, del barrio, del mundo. Pero no nos distraigamos. Monita, decíamos, es una buena chica, de buen corazón y testaruda, más bien fortachona y, precisamente a causa de eso, muy pero muy pero muy masculinizada, porque habrán pasado dos Kill Bill con su Uma Thurman bajo el puente pero los modelos de la tele no tienen por qué aggiornarse. Vale decir: si en el mundo extratelevisivo tenemos a la Tigresa Acuña (responsable, por otra parte, del entrenamiento a que se sometió Oreiro para encarnar a su personaje), con ese apodo que exuda audacia, peligrosidad, cierta maña felina y hasta astucia para el boxeo, en la tele la cosa –regla de la novela argenta de los últimos años manda: caricaturizarás el género, so pena de emular malamente la época de oro que no admite copias siglo XXI– cambia. El gran público del prime time criollo no va a andar bancándose semejante mujercita. Traduciendo: que tras que Oreiro es linda muy linda, sonríe lindo, sostiene en público (con declaraciones y acciones) un pensamiento políticamente correcto (y parece que hasta tiene realmente condiciones para boxear sobre un ring cualquiera), no va a andar pidiendo que le den un personaje alejado del estereotipo. Probable regla de los medios de hoy Nº 1: la que es medio feúcha puede zafar de su destino aciago con una potente batería de virtudes femeninas entendidas en términos decimonónicos; la que dispone de fuerza física (y cierta voluntad), tiene que pagar un precio, por más linda que sea (o especialmente por, además, ser linda). Todo para decir que Monita, la de la novela, se ve espléndida y boxea, pero no para de comerse las eses y actuar como una marimacha que ni en los sueños más misóginos.
En los retratos de la felicidad de verano, sigue ella, las chicas son todo lo contrario. “Te desafío –dice– a encontrar una sola imagen de chicas vacacionistas que no parezcan debiluchas. Pueden ser lindas, pueden tener buen cuerpo, pero todas, to-das, tienen que salir corriendo si viene un viento fuerte. Ni una sugiere que es capaz de algún tipo de fuerza, decisión o similar; no digo que la violencia sea un valor, pero, vamos, algo de actitud, che.”
Recuerda el cuerpo, el gesto, la presencia mediática de Michelle Bachelet. Sería más adecuado decir que lo que le vienen son ramalazos de fotografías pescadas al azar en diarios y revistas de la última semana. Un amigo,periodista empecinado en descubrir vicios de sus colegas y derivar reglas profesionales a partir de ellos, le dice: “¿Notaste lo que pasa con las fotos de personajes que empiezan a incorporarse a la escena? Al principio, cuando es un desconocido para el gran público, cuando está todo bien, instintivamente le buscan el perfil más agraciado. Quieren que aparezca simpático, agradable, hasta lindo. Después, con el tiempo, cuando está cayendo en picada, su imagen también cae en desgracia: salen con los ojos medio cerrados, con expresiones ambiguas o directamente obscenas, feos... Fijate en el caso de Michelle Bachelet –para ese momento ya había abierto tres diarios en las páginas de internacionales y los desplegaba sobre la mesa–: siempre sonríe, sonríe lindo, tiene una mirada simpática, no está en poses absurdas ni llevándose el dedo a la nariz, ni nada. No parece una pesada, pero tampoco una indecisa. Esperá a ver qué pasa en uno, dos años”. Puede ser. ¿Será que la van a mostrar muy agresiva?
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