Vie 20.01.2006
las12

PERFILES

Princesa al agua

Una medalla olímpica, campeonatos mundiales, juegos panamericanos, especialistas y público especializado a último momento (ése que llega el día de la gran final, que ve una victoria de casualidad, que aprende los nombres por nombrar en seguida) coinciden en señalar a Georgina Bardach como la mejor nadadora argentina. Ella dice que le gusta competir, aunque también soporta perder.

› Por Sonia Santoro

Cuando está en el cubo, antes de la largada, siente una luz adentro. ¡Paf! Abajo y el agua se arremolina debajo del pecho. Cuando su cuerpo se acelera, la siente como fuego que abrasa brazos y piernas. Y a veces, cuando todo termina, se encuentra con que es la tercera del mundo, como en Atenas, y no lo puede creer. Luego ella esboza sonrisas tímidas y alza los brazos, mientras el agua se escabulle por su cuerpo brillante y tenso, un cuerpo que ha pasado casi la mitad de su vida en la humedad de aguas traslúcidas de piletas del mundo entero. Nada de la turbiedad de los ríos ni la potencia del mar: lo suyo es la pileta y adentro. Ella es Georgina Bardach, la mejor nadadora argentina, una de las cinco primeras del mundo. La suya fue la primera medalla Argentina ganada en los Juegos Olímpicos de Atenas 2004, el primer día. Nadie lo esperaba; en el mundo de la natación todas las fichas estaban puestas en José Meolans, el coterráneo cordobés. Ni ella lo creía, aunque en el fondo sabía que le iba a ir muy bien, y se alzó con la medalla olímpica de bronce en los 400 metros combinados de natación. Hacía 68 años que Argentina no lograba una medalla olímpica en esta disciplina, cosa que había logrado Jeannette Campbell en 1936. Tenía 20 años y era la más joven medallista argentina. En el 2002 ya había obtenido una medalla de bronce en el mundial de pileta corta en Moscú. En el Mundial de Barcelona, en julio de 2003, se había consagrado como la primera finalista argentina en toda la historia de los mundiales de pileta larga y en los Juegos Panamericanos de Santo Domingo, 20 días más tarde, logró una medalla de oro, algo que no sucedía en panamericanos desde hacía 48 años. Definitivamente, no apareció de la nada. Desde los 3 años que no se separa de la pileta. Los primeros tres, obligada por sus padres a aprender a flotar, Georgina lloraba sin parar sentada en el borde de la pileta del Club Comunicaciones. Pero un día algo cambió y empezó a mirar con otros ojos el agua. Dejó de llorar y empezó a nadar.

–Antes nadaba tres horas a la mañana, hacía una hora y media de gimnasia y, a la tarde, tres horas de nadar y una y media de yoga. Ahora voy a hacer un plan y se verá lo que me da la cabeza. Sí sé que quiero seguir nadando.

Paradójicamente, la historia familiar dice que Georgina para todo es bastante lerda. Nació el 18 de agosto del ‘83, aunque el parto estaba planeado para diez días antes. Y tardó tanto en aprender a caminar y hablar que lo hizo después de su hermana menor Jennie. Era lerda pero viva, ha dicho, conseguía muchas cosas así.

–A vos sí te gusta la competencia.

–Me encanta. No soy de los típicos que se enojan porque pierden hasta a las bolitas, no soy tan enferma pero me gusta competir.

–¿No te molesta la presión?

No, me gusta. Igual algo de bronca te da, si no no lo hacés. Pero se aprende más de lo malo que de lo bueno.

Tuvo que entregar juguetes a la ex Casa Cuna, por eso postergó la entrevista un par de horas y se disculpa. Los chicos internados apenas la conocieron, para eso están los padres. A ella le encantan los bebés, ajenos.

–Para el mío me faltan como 10 años, tengo que encontrar un valiente -dice apelando a un sentido del humor un tanto ácido que se cuela en la charla, el mismo que le hizo elegir el nombre de Ballenas para el equipo de natación argentino, en lugar de optar con uno más delicado y “femenino”.

–¿Tenés relación con otras nadadoras?

–Sí, re bien, en Argentina tengo varias amigas. Y con las de Sudamérica hablamos de todo.

–¿Se organizan de alguna manera, les preocupa el lugar que tienen las mujeres en el deporte?

–La verdad es que no nos organizamos.

–¿Cómo ves la incursión de la mujer en el deporte?

–En mi casa siempre me educaron en la igualdad en cuanto a derechos entre la mujer y el hombre, por lo tanto lo veo como natural que suceda.

–¿Qué opinás de los que están en contra de que las mujeres practiquen deportes que hasta no hace mucho eran eminentemente masculinos?

–Cada uno puede opinar lo que quiera, lo que no es bueno es que pongan trabas a quien quiera hacerlos.

–¿Considerás que no hay igualdad de oportunidades para las mujeres en esta área?

–No tengo dudas de eso, analizá mi caso y te vas a dar cuenta.

Los periodistas le dicen “princesa”, en la casa le dicen “gorda”. Ella parece hacer caso omiso a los dos apodos. Tal vez algo de sabiduría adquirió con esa costumbre de tirarse a la pileta y sólo ocuparse de sí misma. Por ejemplo, dice que cuando cumplió los 20 se deprimió pero ahora que va por los 22 pudo disfrutarlo.

–¿Cómo es ser la mejor nadadora argentina?

–No lo pienso, me asusta un poco. Los dos primeros meses después de Atenas fueron horrible. Cambió todo mucho. No estaba acostumbrada a que me llamen desconocidos, a que me paren en la calle. Ahora me acostumbré.

–¿Cómo es eso de que no nadás en el mar?

–Odio nadar en el río, no me meto donde no veo. El mar me asusta, le tengo respeto. No me gusta mojarme si llueve o estar al lado de la pileta y que me salpiquen.

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