Vie 10.02.2006
las12

TEVE

Las artes del camaleón

2005 fue el año del destape artístico de Griselda Siciliani a nivel masivo, en la revista, la tele y el cabaret. Pero nada le vino de arriba a esta chica que tanto te hace una vedette mórbida como una secretaria esquizo o una cantante heterodoxa (como se la podrá ver pronto, en el reestreno de Tan modositas). Esta vez la popularidad hizo justicia.

› Por Moira Soto

Hasta hace un par de años era una perfecta desconocida, salvo para alguna gente conocedora de danza contemporánea y para los niñitos que la detectaron junto a su amiga Virginia Kaufmann en el show de Pipo Pescador (un laburo puramente alimentario, obvio es decirlo). Pero en 2004, Griselda Siciliani estrenó –junto a Kaufmann– un jocoso espectáculo de humor renegado llamado Tan modositas, y las puertas empezaron a abrirse en progresión geométrica. De allí Siciliani se presentó al casting de Revista Nacional, entró como bailarina, con coreografías de Oscar Aráiz y Mauricio Wainrot y al cuarto ensayo el director le propuso hacer un personaje chiquito en un sketch. Adrián Suar la vio y le preguntó si quería hacer televisión. Pero antes de comenzar Sin código, Griselda ya estaba en el Cabaret del Faena interpretando a la cantante de El Rebenque. Entretanto, Kaufmann estuvo en la comedia musical La fiaca y en estos días alterna con su amiga en el escenario del Faena. Pero eso no es todo: actualmente, la una y la otra encuentran tiempo para ensayar y pulir aquel show de la buena suerte, Tan modositas, que reestrenan el próximo 22. Por otra parte la ex secretaria esquizo del señor Nielsen en Sin código y actualmente la Debbie cheta y un poco extraviada de la tira Sos mi vida, se transfigura los viernes y sábado para estar con el grupo El Descueve en Hermosura, los viernes y sábados a las 23 en la sala Picasso del teatro La Plaza.

Para Griselda Siciliani, la danza signó su trayectoria profesional, le propició asimilar otros lenguajes teatralmente enriquecedores: “Para hacer comedia, es bueno tener esa preparación, te libera el cuerpo para el humor, es una gran herramienta. En Sin código siempre nos reíamos porque yo me negaba a usar el colchón para tirarme, ya que Flor, mi personaje, se caía permanentemente, se golpeaba... No porque me quisiera hacer la canchera: simplemente, no me hacía falta y me divertía trabajar utilizando lo que aprendí”.

Ese aprendizaje empezó temprano porque a la niña Griselda se le metió en la cabeza esto de hacer danza, sin que nadie la incitase. A los 8 ya estaba con una profesora del barrio y a los 10 ingresó a la Escuela de Danza e hizo toda la carrera, más dos años de danza contemporánea. Mientras tanto, como complemento, empezó a estudiar actuación en la escuela de Hugo Midón y, en algún momento, fue un par de años al conservatorio Manuel de Falla a estudiar música y canto, que luego perfeccionó con Mariano Moruja. Hace unos pocos años, Siciliani hizo la asistencia coreográfica de La vuelta a la manzana, de Midón, donde además era el reemplazo de una de las actrices, Virginia Kaufmann, con quien se reencontró en un casting para Pipo Pescador. Las tomaron, “tres años que fueron duros, nos hicimos amigas en la adversidad. Cuando nos liberamos, encaramos Modositas, estuvimos investigando año y pico, me metí más en lo actoral”.

Este espectáculo que ahora reponen ¿ustedes dos solitas lo idearon, lo escribieron, lo actuaron y lo vendieron?

–Todo eso, sí. Debo decirte que gracias a una nota de Las/12, que nos descubrió muy al principio, seguimos cuatro meses. Lloramos las dos cuando la leímos. Imaginate, hacer ese esfuerzo enorme dos personas, poner tanto empeño, trabajo, tiempo e ilusiones, con una puesta tan complicada, tantos elementos en escena. Pero la verdad es que no nos conocía nadie. Y aunque ahora estamos pensando con Virginia un espectáculo nuevo, antes queríamos hacerle una digna despedida a Modositas.

¿Cómo se manejaron para compartir la dirección?

–Dependía del número. Había alguno que yo lo tenía más claro para ponerlo en escena, en otros pasaba eso con Virginia. Entre dos personas que se llevan bien y se complementan no es difícil, ninguna quería adueñarse del show. Además, Virginia, que es una santa –por ahí, yo no tanto– estudió años teatro con Fernandes y otros maestros, mientras que lo mío estaba más afirmado en la danza. Ella escribió algunas escenas, yo otras. Virgi puso plata de su bolsillo, se jugó, no le importaba perder. Muy noble de su parte.

Lo interesante de Modositas, además de su calidad general de realización, es que tiene una mirada nada complaciente sobre la condición femenina, sin caer en la misoginia.

–Sí, una mirada en la que nunca falta el humor, pero muy de perder, todos los personajes. Nos gustaba la idea de un dúo tipo Laurel y Hardy, bien en clave femenina, por supuesto.

Entre los homenajes desopilantes a Sandro o a Leonardo Favio, la evocación exacerbada de Almodóvar y las siamesas con un solo corazón y una sola vagina, hay dos números muy zarpados: el de la cumbia villera y Mis cosas favoritas, de La novicia rebelde.

–En el primero hacemos a dos amigas de la época del Triunvirato, Virgi en silla de ruedas por culpa de su manía de tener sexo en las vías del tren. Mi personaje le declara su amor: “Yo te quiero aunque seas petera”. Virgi hace sola La novicia, cambiándole la letra, sus cosas favoritas son todas horrendas.

¿Te imaginaste alguna vez que ibas a cantar en el escenario del Faena?

El Rebenque fue una experiencia rarísima, algo que se armó para la inauguración de ese hotel, y siguió en cartel. Estrenamos en abril del año pasado y todavía estamos haciendo funciones. Vivi Tellas convocó a Silvia Giusto y a Mariana Chaud. Y Silvia, que había visto Modositas y me conocía un poco de la danza, me propuso a mí, también recomendó a Rodolfo Prantte. Todos amigos, todos nos queremos. Fue bárbaro cómo pudimos entre todos armar el espectáculo. Se creó una cosa muy buena, más allá de los roles: Silvia la stripper y yo la cantante, Mariana la actriz, Manuel Attwell, el chico divino del cabaret, Rodolfo más que un maestro y Juan Mimujín, una maravilla total. Me gusta mucho hacer El Rebenque en ese ámbito tan bien diseñado. Una experiencia extraña, la verdad, porque se trabajó como para armar una obra independiente, pero que se realiza en un lugar muy top, donde te pagan, con un público imprevisible, muy diverso.

¿Llegaste virgen a hacer Sin código en la tele?

–Sí, primera, primerísima vez. No estaba en mis planes, en mi cabeza, porque además es raro presentarse a un casting en ese medio sin representante. Nunca había averiguado cómo se hacía para conseguir un personaje en una tira, quizá tenía la vaga idea de que si alguien me quería, me iba a llamar. Dicho esto sin la menor intención de subestimar la tele, para nada, porque para empezar, yo soy muy público de TV, la miro. Así que fue un debut absoluto: llegué a grabar y no sabía cuál era la cámara 2.

¿Cuánto del personaje de Flor te fue marcado y qué le aportaste vos?

–Había algunas pautas al principio: la torpeza, que estaba muerta de amor por su jefe. No mucho más porque iba a ser un personaje chiquito, una especie de prueba. Si hasta yo misma pensaba: por ahí no me sale, la paso mal. Bueno, todo lo contrario: salió, me gustó, la pasé muy bien. De entrada, no estaba marcado ese tono tan delirante, pero una vez queempezamos a trabajar todos con el director, surgió naturalmente el disparate, y funcionó.

Ya no sos aquella Flor, te sacaste los anteojos y la voz aniñada y ahora te llaman Debbie en Sos mi vida.

–Debbie iba a ser un personaje más normal que Flor, y ahora creo que ya la está sobrepasando. Totalmente loca. Aunque el programa no tiene el registro disparatado de Sin código porque está más en la novela romántica, género que me encanta. Cuando empiezan esas situaciones de la historia de amor central, yo digo: gracias, espectacular. Los que no somos protagonistas estamos alrededor para dar el condimento humorístico.

Te anda rondando ese actorazo que es Marcelo Savignone, que también está haciendo paralelamente teatro.

–Sí, con él va a ser mi historia de amor. Hace el personaje del Tano, el mejor amigo de Martín, el protagonista, a cargo de Facundo Arana. El Tano está enamorado de toda la vida de mi personaje, que por ahora lo rechaza porque lo considera un grasa. El es como un pibe de barrio, tierno, sencillo, muy gracioso. Aprovecha cualquier situación para abrazarme: esta semana mi hermano de la ficción está por tirarse de una cornisa y al Tano todo lo que le interesa es tener un pretexto para estar bien cerca de mí.

¿El sentido del humor estuvo siempre presente en tu vida?

–Como actriz, en un momento descubrí que el humor era lo que más me cabía y traté de desarrollar esa tendencia. Y como persona, en la vida, siempre lo cultivé, toda mi familia tiene mucho sentido del humor.

Te gusta la risa de la gente.

–Me encanta, me encanta. A mí misma me da mucho placer reírme en la vida. En Sin código, algunas veces hubo que cortar porque me tentaba, sobre todo de las gracias de mis compañeros, cosa que nunca me pasó en el teatro.

Formás parte de una generación de chicas comediantes que hacen un humor específicamente de minas.

–Pero totalmente: antes hablábamos de Mariana Chaud, una genia, y por citar a otra amiga, Marina Belatti es una gran humorista. Y podemos nombrar rápidamente a Jorgelina Aruzzi, a Eugenia Guerty, varias más. Si hablamos de la tele, yo siempre nombro a Juana Molina como una que se mandó todo, hizo todo. Yo la he remirado y admirado. Todos los personajes femeninos que se te puedan ocurrir, ella ya los hizo maravillosamente en el ‘90. Cuando estaba haciendo Juana y sus hermanas, yo iba al secundario, tenía, 14, 15, y creo que hay toda una franja actual de chicas entre 25 y 30 que la vimos, la absorbimos, nos inspiró mucho.

Desde el 22 de febrero, por seis únicas funciones en el Chacarerean Teatre, Nicaragua 5565, los miércoles a las 21.30, a $ 10 (4775-9010).

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