Vie 31.03.2006
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LIBROS

200 años de que me pongo

Contrabando de telas inglesas, tendencias elegantes nacidas al calor de la política rosista, tráfico de etiquetas para hacer pasar creaciones argentinas por originales europeos. La socióloga Susana Saulquin rescató esas y otras joyitas en su Historia de la moda argentina, un libro pionero que acaba de ser reeditado en versión revisada.

› Por Victoria Lescano

Por Victoria Lescano

Tiene portada fucsia que combina una textura folk y un top plisado firmado por los diseñadores de Varanasi y bajo el título Historia de la moda argentina. Del miriñaque al diseño de autor (ed. Emecé), la socióloga Susana Saulquin suma conceptos, contenidos y fotografías a su ya clásico La moda en la argentina, publicado en 1990. Con una trama y conceptos más narrativos que en su anterior entrega, un texto pionero en documentar la moda local (tuvo foto en blanco y negro de una beauty de los años ’30 sobre un fondo violeta en la tapa y varias ediciones), indaga en los hitos de la construcción del estilo argentino y sus modos: la copia como método, el culto hacia lo foráneo, los dictados de la moda española y sus curiosas adaptaciones. “Si bien la moda española mandaba en el Río de la Plata, no podemos olvidar la importante influencia que ésta recibía de la moda francesa; la moda de París llegaba a España tamizada con cierto aire de frivolidad compensado por accesorios nacionales, mantillas de encaje blancas o negras y el infaltable abanico.”

Remixando relatos de viajeros –El lazarillo de ciegos caminantes de Concolorcorvo, las crónicas del Correo del Domingo–, avanza en interpretaciones de sus secuelas en los placards locales: las mujeres argentinas desdeñaban los sombreritos chicos con flores y las bolsitas colgantes que dictaba la moda francesa; llevaban, en cambio, abanico y una mantilla que dejaba ver una flor natural roja –el plumerillo– en el peinado. Y también los peinetones más extravagantes y descomunales que conoció la historia de la moda y que tanto inspiraron a las litografías de Bacle. Se bocetan otros rasgos primitivos de lo argentino: la aproximación francamente mercantilista hacia la moda, la propensión a consumir ajuares y a gastar dinero en ropas que no siempre estaban al alcance de la economía, la compulsión por cortar y coser y aderezar batas de las señoras, prescindiendo de los sastres (una agrupación muy influyente y que tuvo su propia unión comercial en 1905).

Hitos modernos

“No fue hasta la gran crisis del 2001 cuando se encontró el verdadero significado de la identidad, ser idénticos a nosotros mismos y el sentido de la originalidad: volver a los orígenes”, afirma Saulquin, y ésos son los ejes que la motivaron a sumar un nuevo apartado a su investigación. En “Creatividad y expansión 2001-2004” tienen sus menciones los diversos participantes de cada edición del Fashion Buenos Aires, la semana de la moda ideada por el grupo Pampa, donde la autora, con una vasta carrera académica y docencia en la Universidad Nacional de La Plata y la Universidad de Buenos Aires, supo oficiar de asesora de contenidos y de espectadora en las primeras filas.

Así combina imágenes de Mariano Toledo, Araceli Pourcel, Pablo Ramírez, una colección de Tramando, otra de Trosman Churba en una alianza con la textilera Dupont, María Martha Fachinelli, Vero Ivaldi, Unmo, nombres del movimiento de moda de autor, pero también Francisco Ayala, Brusasca-Kuc, nombres frecuentes en el ciclo Alta Moda o las marcas Jazmín Chebar y Rapsodia. Las precede una iconografía de la Aduana de Buenos Aires; no es una imagen de moda convencional, pero simboliza esa gran tienda, puerto de entrada de las tendencias europeas que marcaron la moda local desde su creación durante el Virreinato del Río de la Plata.

Saulquin indaga en las tramas oscuras de la prehistoria de la moda argentina. Los barcos españoles y sus mercaderías tenían exclusividad para acceder al puerto, pero los ingleses aprendieron a eludirlas. “El método consistió en traspasar sus barcos a testaferros españoles, que cambiaban sus barreras en la costa del Brasil.” Las primeras influencias del estilo inglés tienen su nota de color “cuando Cisneros dictó la libertad de comercio con Inglaterra, empezaron fiestas en patios de rancherías citando el confort del hogar inglés y hasta cientos de pares de zapatos de raso blanco para que las mujeres pudieran cambiarse durante la fiesta”.

Las huellas del rosismo en la moda permiten afirmar a Saulquin que el moño en color punzó llevado al lado izquierdo del peinado en 1838 fue una de las primeras manifestaciones auténticas de la moda argentina. Acto seguido se propone un tour de hot spots de Buenos Aires de 1870, en el que conviven las tiendas “A la Ciudad de Londres” –un proyecto de los hermanos Brunn y precursora en editar su propia revista de moda, llamada La Elegancia–, “El niño elegante” –tienda especializada en trajes para niños– o “A la Ciudad de México” (de visita indispensable para abastecerse de telas y corsés).

El crecimiento económico de 1920 desató el boom de las casas de modas –léase Henriette, Campana o Saint Félix–, y Saulquin narra el desconcierto de Vanyna de War, célebre diseñadora europea afincada en Buenos Aires, cuando intentó encargar etiquetas para su exquisita marca a un fabricante porteño que, en cambio, le ofreció unas con los nombres de Lanvin o Balenciaga, agregando “pégueles éstas, si acá nadie las conoce”.

La construcción del estilo y las vestuaristas de Eva Perón, imágenes de elegancia de Dulce Liberal de Martínez de Hoz y luego las expresionistas locaciones que cobijaron al programa Modas en TV, que en los ’50 –con producción de Bibi Etchetto– fue pionero del ftv.

Este quién-es-quién de la moda argentina con sesgos académicos tiene su apartado para las vanguardias del Di Tella o la Primera Bienal de Arte Joven, pero también toma en cuenta a los pioneros del marquismo, las diversas camadas de expertos en alta costura y gala para soirées: Marcelo Senra, Laurencio Adot y Benito Fernández, quienes irrumpieron en los ’90 y sus antecesores, Gino Bogani (afirma que él llevó el color a los guardarropas de las elegantes argentinas, “antes el colorado y el turquesa estaban mal vistos”), o los hermanos De la Cruz, autores del vestuario de Susana Giménez en el film Me sobra un marido. Mientras que Roberto Piazza, un creador excesivo que representa una trama de la moda argentina que mezcla lo pueblerino con la mitología y las heroínas kitsch, dice sobre sus comienzos: “Tenía 16 años y vivía en Santa Fe; entré a una tienda con 60 pesos que me habían prestado, compré tres metros de lienzo para hacer una túnica. Luego le apliqué técnicas que me aportó el libro Teñido y decorativo con nudos, empecé a pintarlos con orquídeas y teñirlos en el lavadero de mi casa. Y también en casa la serie creció y pronto empezaron a desfilarlos mi cuñada y dos de sus amigas”.

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