NOTA DE TAPA > RESCATES
La hoguera que quemó a Juana de Arco, esa niña que encarnó la voluntad y se convirtió en símbolo de la identidad francesa, es una de las herencias de la épica cristiana que como nunca en Semana Santa lava la culpa en sangre. ¿Quién era esa doncella? ¿Qué secreto le susurraron las voces que la guiaban? Ni la ciencia que inspecciona sus restos ni los múltiples textos sobre su vida que ahora se reeditan alcanzan para develar el misterio de su vida ni el de la estupidez humana que causó su muerte.
› Por Liliana Viola
Cuando Borges conjetura sobre los últimos instantes de Jesús –“El rostro no es el rostro de las láminas./ Es áspero y judío./ No lo veo/ y seguiré buscándolo hasta el día/ último de mis pasos por la tierra”–, se acuerda de Juana de Arco. La doncella de Orleáns figura en la enumeración de lo que al crucificado le está vedado ver: “La teología, la Inquisición,/ la sangre de los mártires, las atroces Cruzadas, Juana de Arco, /el Vaticano que bendice ejércitos”. Luego de la pasión, Jesús es ignorante de lo que se hará en su nombre y entonces Borges, Dreyer, Rosselini, Paul Claudel, Bernard Shaw, Shakespeare, además de muchos otros, se quedan en este mundo para recordar a Juana de Arco, esa potencia sobrenatural, voluntad que avanza en cuerpo de mujer. Se quedan para inscribir en su metáfora la dimensión de la injusticia cuando los miserables se confabulan, la potencia de una convicción, la estupidez con que se asignaron ciertos roles a los géneros. Y también para repetir la pregunta sobre si Dios –aun presumiendo que no exista– puede hablar al oído de una persona y rogarle que le alcance eso de que su mano todopoderosa es incapaz. Algo es cierto: jamás una mujer intervino en el curso de la historia de manera tan directa y decisiva. Frente a la perplejidad de los gobernantes y las batallas dadas por muertas, una mujer en un contexto social en el que las señoras eran, la mejor de las veces, objeto de la poesía cortés, comandó un ejército invencible. Una doncella de dieciséis años logra más que todos los caballeros de un reino en cien años de guerra inútil. ¿Quién era? ¿Cuál era su secreto? Su historia plantea preguntas que de poderlas responder terminarían con el gran misterio. A pesar de haberse convertido en leyenda y pieza de devoción, el hilo principal de su epopeya está muy bien documentado –se sabe prácticamente todo lo que hizo día a día desde que entró en la corte, convenció al Delfín sobre las tácticas de guerra y encabezó una serie de batallas para liberar a su patria de la dominación inglesa. Se conservan también las transcripciones de todas sus respuestas en el juicio en el que fue acusada de “hereje, bruja, escandalosa, perturbadora de la paz, sin la decencia de su sexo, seductora de príncipes y del pueblo, escéptica y descarriada, dañina, por haber inmodestamente adoptado el traje de hombre y el oficio de las armas”. Juana de Arco es mucho más que un personaje pintoresco con armadura, espada, una capa escarlata y peinado de varón. Es, por lo pronto, uno de los pocos personajes militares de la historia que induce a pensar. Y a su vez, a reinventarla como heroína literaria o cinematográfica, emblema patriótico y al mismo tiempo señal de la individualidad más extrema. La prueba contundente, apenas iniciado el siglo XV, de que no existe un sexo débil. Escucha o cree escuchar en el jardín de sus padres, en un pueblito alejado del nordeste de Francia, las voces de San Miguel, Santa Margarita y Santa Catalina. “Sé buena y piadosa Juana. Grandes cosas se esperan de ti.” Le dicen que no tiene mucho tiempo. Era el fin de la Edad Media y de los grandes cuentos mágicos, el espíritu de Camelot rondaba en la mente de todo el mundo. Es cierto, muchas personas a lo largo de estos siglos aseguraron haber oído voces celestiales. En aquellos días era muy popular la creencia de que “el trono de Francia sería perdido por una mujer, y ganado en reconquista por una doncella”. Muchas jovencitas habrán soñado con verse elegidas por la gracia de Dios. La diferencia está en que mientras el resto transcribe los mensajes recibidos, Juana sale de Domremy, su pequeño pueblo campesino, se entrevista con poderosos asumiendo “no poder diferenciar una A de una B” y se coloca primera en una batalla cuerpo a cuerpo para salvar el trono de Francia. El futuro rey aguarda dubitativo en su cómoda poltrona y ella le trae el triunfo y la corona. Empuñando una espada tan mágica como la de Arturo y un estandarte que encandiló al enemigo, la única y última de los cruzados europeos cambia la historia y deja suspendido en el aire el orden aceptado sobre bastantes cosas.
A 500 años de su muerte, todos saben algo de ella. Aun quienes dejaron la guerra de los Cien Años olvidada en la repetición mecánica de manuales escolares, los que jamás prestaron atención a las luchas entre católicos y anglicanos o al reinado de Carlos VII. Todos oyeron hablar de aquella campesina adolescente que escuchaba, desde los 13 años, voces de santos y aguardó, prudente, el momento de revelarlo. Por obra del cine, tiene el rostro muy parecido al de Ingrid Bergman o a los primeros planos de Renée Falconetti. Se calza la armadura y libera a Francia de la dominación inglesa en la batalla de Orleans. A partir de la derrota francesa de 1870, Juana se convierte en heroína y santa nacional. La telegrafía y la radio se encuentran bajo su patronazgo por su capacidad de “escuchar voces”. Todos la han visto arder en la hoguera. Una chica de 19 años quemada viva por negarse, como el Cristo de la pasión, a decir lo que pudiera calmar a los tribunales hambrientos y que fuera en contra de su verdad. Vendida por sus mismos compatriotas a los ingleses para dejar en manos extrañas la responsabilidad de un juicio injusto. En los días de Semana Santa suele proyectarse alguna de las 50 versiones de su vida, como una especie de complemento o fase femenina de la otra Pasión que ocupa el horario central.
Juana de Arco en el laboratorio
No es extraño entonces que su figura sea sometida a los mismos experimentos que todo lo relacionado con los personajes de la fe cristiana. Así como Jesús y sus discípulos son objeto de revisiones y códigos secretos, el cuerpo de la mártir que nació el 6 de enero de 1412 y fue santificada en 1920, o lo que quede de él, está siendo sometido durante estas semanas a un impulso de verificación. La confianza en la capacidad de respuesta de la genética ha llevado el misterio de Juana de Arco a los laboratorios. El siglo XXI que la ve multiplicada en marcas de ropa, casas de comidas, biografías noveladas y hasta en un episodio de Los Simpson, donde la pequeña Liza juega con las voces y la piromanía, se dispone también a rendirle su tributo. Lo hace a la manera que el siglo XXI sabe: un equipo de científicos franceses desarrolla su investigación genética para determinar si los restos de huesos y piel que el Arzobispado de Tours conserva desde la Edad Media son de ella o no. La leyenda dice que arrojaron sus cenizas al Sena, pero que su corazón quedó intacto a pesar del fuego de la hoguera de Ruán donde la amarraron el 30 de mayo de 1491. El equipo del médico Philippe Challier, que ya ha sometido a análisis similares a otras figuras históricas, desplegará un conjunto de técnicas médicas y legales para buscar respuestas que dirán mucho más del estado de la ciencia que del misterio de Juana de Arco. Por el momento, análisis de unos cuantos restos de estacas incendiadas en tiempos de la Inquisición revelaron que con frecuencia se arrojaban gatos negros a las llamas por considerárselos tan diabólicos como a las brujas. En este caso, las comparaciones de ADN se hacen imposibles; ya que no hay noticias de descendientes en el árbol genealógico de Juana. Los especialistas no serán capaces de probar definitivamente que los restos pertenecen a la heroína francesa, pero aseguran que podrán determinar con exactitud si corresponden a una mujer, a un gato negro o a otra víctima de las suspicacias de los guardianes de la cristiandad.
Fea, linda, muda, virgen
No se conserva ni un solo retrato. La imagen más antigua es una miniatura del siglo XVI que la representa con armadura dorada y sobre un percherón blanco. Una de las buenas costumbres de la literatura inglesa, también recordó Borges, es la composición de biografías sobre Juana de Arco. “De Quincey, que inició tantas costumbres, inició también ésta, con fervor, a principios de 1847. Mark Twain, hacia 1896, publicó sus Recuerdos personales de Juana de Arco; Andrew Lang, en 1908, su Doncella de Francia...” Todos la quisieron bella y la adoraron. En cambio, en la biografía de Victoria Sackville-West que ha editado Siruela y está disponible en las librerías de Buenos Aires, la inteligencia prima sobre la pasión, lo cual no quiere decir que no haya pasión. Es uno de las pocos estudios que ofrece una Juana incapaz del gesto espectacular, lejos de cualquier histeria de iluminada y, sobre todo, fea. Victoria SackvilleWest advierte con gran sentido del humor y luego de varias deducciones: “No creo que sea injusto calificarla de poco atractiva. Los hombres nunca intentaron violarla y las mujeres no sintieron celos de ella. Hizo la guerra pero no hizo el amor. El hecho es que Juana viajó y durmió en franca camaradería con hombres, día tras día, noche tras noche. Pero mantuvo su virginidad intacta.” Esta biografía no desmiente que la feminidad pueda convivir con la ausencia de belleza y que las ropas de varón son más cómodas y no por eso más “masculinas”.
El cine, que se fijó en ella antes de ser cine, ganó la partida. Juana es para siempre bella y mártir, dueña de los más expresivos primeros planos. La primera Juana de Arco cinematográfica apareció en una breve (menos de un minuto) película filmada por Alfred Clark para el Kinetoscopio Edison, en 1895. Cinco años después George Melies dio su versión naïf de la historia dividida en cuadros, como los típicos cuadros evangelizadores sobre la pasión de Cristo. Tan muda pero todavía más sugestiva que estas dos es la que aparece en el primer largometraje de Carl Theodor Dreyer (1928), que retrata las últimas horas de vida de Juana de Arco: su proceso y su condena. Debido a la censura y la destrucción de casi todas las copias, la película no pudo recuperarse hasta 1984. La Juana de Rossellini se basa en el texto de Paul Claudel y se centra en la espera del suplicio. El rostro de Ingrid Bergman con un peinado a lo varón, y altiva en su armadura estuvo dirigido en 1948 por Victor Fleming. El Proceso de Juana de Arco, de Bresson (1962), y la versión de Jacques Rivette en la década del 90, han contribuido a mantenerla próxima a lo largo de estos últimos cien años.
Su componente místico y su trágico fin la llevaron también a convertirse en bello emblema de la prepotencia iluminada. La leyenda decía que una mujer iba a perder el trono y así fue: una malévola reina regente, Isabel, dio a entender que su hijo Carlos VII era bastardo, convirtiendo su futuro trono en ilegítimo. Francia absolutamente dividida y tomada a su vez por los ingleses sobrevivió entre enemigos y con una identidad difusa durante cien años. Ya ni siquiera se luchaba por la cuestión política o por la riqueza de los territorios, se trataba de imponerse como los vencedores a toda costa. Juana representa el espíritu aglutinador, la llama que avanza y mientras triunfa bautiza con ansias patrióticas a la población y con justificada ambición a los gobernantes. La imagen de esta heroína que no manchó su espada con sangre de ningún soldado pero que no dudó en empuñarla contra prostitutas –la leyenda incluye algunas escenas en las que la ira de Juana, que no aparece nunca, se descarga ejemplificadora contra las mujeres que venden su cuerpo– resultó ideal para la apología nacionalista. La estatua dorada de Juana de Arco, subida a su corcel en París, sirvió de emblema para la campaña que en 2002 llevó a cabo Le Pen, el candidato de la extrema derecha de Francia, que soñaba con una cruzada contra los inmigrantes. Este culto al suplicio, a la muerte y a la nación fue muy valorado también por las imaginaciones hitlerianas, que en 1938 celebraron la historia de Juana que filmó Gustav Ucicky –propagandista del nacionalsocialismo– interpretada por Angela Salloker, llama que infundía patriotismo en el honor golpeado del pueblo alemán.
Para julio se esperan los resultados de los análisis de ADN. Para algún lugar del futuro se posponen las respuestas que faltan. Mientras tanto, al recordarla, vuelve a aparecer la pregunta con la que Borges cerraba su poema sobre Jesús, de espaldas a la historia por unos instantes y sin consuelo: “¿De qué puede servirme que aquel hombre/ haya sufrido, si yo sufro ahora?”
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