“Yo lo considero uno de los encuentros más extraordinarios que jamás se han llevado a cabo. La curiosidad había llenado la sala. Pero el Delfín no le jugó limpio: trató de engañarla escondiéndose entre la concurrencia, vestido con menos magnificencia que algunos de sus nobles. Juana, sin embargo, aunque primero pidió bastante lastimosamente que no trataran de engañarla, lo reconoció. Se encaminó directamente a él, hizo una reverencia y le dijo:

Gentil Delfín, Yo soy Juana, la Pucelle. El Rey del Cielo me envía con el mensaje de que debéis ser ungido rey y ser su lugarteniente en la Tierra.

El que lo reconociese causó una verdadera sensación. El salón estaba iluminado con 50 antorchas y allí había más de 300 personas. (...) Sin embargo el Delfín se mantuvo firme y prolongó la prueba. “No soy yo el Rey, Juana. Allí está el rey.” Dijo señalando a uno de sus nobles. Ella no se dejó engañar. “En el nombre de Dios, noble príncipe, sois vos y ningún otro.” Ante eso Carlos cedió y la llevó aparte para mantener una conversación privada donde no los oyesen. Por lo visto fue entonces cuando ella le reveló algo que lo hizo avanzar mucho en el camino que lo conduciría a creer en la autenticidad de sus pretensiones.

–Si os cuento ciertas cosas secretas que sólo Dios y vos sabéis, ¿creeréis que vengo enviada por Dios?

Y entonces, al ver que él la animaba a continuar dijo:

–Sire: ¿recordáis que estando solo en la capilla de vuestro oratorio pedisteis a Dios tres cosas? El contestó que lo recordaba bien.

¿Había –preguntó ella– hablado alguna vez de esas cosas a su confesor o a alguna otra persona?

No, no había hablado con nadie. (...)

Fue, sin dudas, una de las pruebas más importantes a las que fue sometida, como se sabe, en esa época el pueblo no conocía a sus gobernantes, por lo que Juana ignoraba completamente la fisonomía del Delfín.

Juana de Arco, Vita Sackville-West, Ed. Siruela.