FOTOGRAFíA
Dos mujeres que eran (son) profetas en su tierra se encuentran en París con un fotógrafo argentino que las desafía a mostrar algo que para los personajes construidos está velado. Así asoma un aura nueva, sin la contracción de quien simula huir de las cámaras aunque también vive de ellas. He aquí a Susana Gimenez y María Kodama, según Jorge Sclar, dos postales de una serie de retratos que se pueden ver en el Centro Cultural Recoleta.
› Por Celina Strons
Qué linda moto”, le comentó María Kodama al fotógrafo argentino Jorge Sclar, radicado en París. “¿Querés andar?”, supuso Sclar con la confianza que los años le habían otorgado. “Mi sueño es pasear por París en moto”, contestó. Vaya sueño. La dama se calzó los guantes, se puso el casco y se sentó en la parte de atrás del asiento. Se resbaló hacia adelante. El fotógrafo la vio ahí arriba, encaramada, con esa mirada de niña a punto de cometer una travesura, y gatilló inmortalizándola sin flash. Ella, la impoluta, la guardiana de gloriosos textos ajenos, la que miró más allá de un talento casi ciego, la que se quedó con el Borges Después de Muerto, se dejaba seducir por la brisa fresca de un buen paseíto.
¿Pero cómo se sube a Kodama a una moto? Fue en 1999, y la imagen está ahora en el Centro Cultural Recoleta en la exposición-libro La vida, el arte de los encuentros, con retratos de Osvaldo Soriano, Yves Montand, Astor Piazzolla, entre otros. En el libro, Alicia Dujovne Ortiz habla sobre la viuda: “Siempre supusimos que su sonrisa de Gioconda semiasiática le servía para guardar distancias más que para acercarse a lo humano. Pero gracias a esta foto única lo sabemos con certeza: la mujer que guió los pasos del gran ciego es una extraterrestre”. Los últimos pasos, digamos.
Sclar se fue a París en 1982, como corresponsal. “Me tocó cubrir las visitas de Borges, y ella estaba acompañándolo siempre.” En la muestra también hay otra foto de Borges, condecorado por la crema de la literatura francesa. “Para llegar al escritor había que pasar por ella”, dice. Paraba habitualmente en el hotel L'Hotel, en el Barrio Latino, una especie de mansión, donde ya tenía una placa Oscar Wilde. Luego llegó la del argentino. Sclar también cubrió la muerte de Borges, y consiguió fotografiar la cruz del cementerio Roys de Ginebra antes de que fuera puesta en su lugar, para salir a tiempo con los diarios.
Al escritor le aliviaba bastante Europa, porque no era reconocido en la calle, aunque siempre había un argentino que se acercaba a pedirle un autógrafo, que él respondía con su habitual parsimonia satírica. En 1985, cuando Borges se casó con Kodama, la revista Gente les pidió una nota en Ginebra. Sclar voló al acecho. “El contestó por escrito y ella dio la entrevista, aunque no quería fotos. ‘Podría robarte la foto –le dijo Sclar en la reunión–. Pero prefiero pedírtela que hacerte fotos caminando y que salgas haciendo una mueca’.” Al otro día, la vanidad pudo con Kodama, que se vistió de novia en exclusiva. "A partir de ahí la relación fue mejorando, a punto tal que el día en que se muere Borges me mandan a Ginebra y me la encuentro de casualidad en la calle. Me dice ‘me imagino que me vas a tener que hacer foto’. ‘Sí, te imaginás que estoy por eso’. Me llevó a una galería comercial llena de espejos, y me dijo ‘bueno, dale’. Fue rarísimo, era el día siguiente al que se había muerto Borges.”
La foto de la moto sucedió en un reportaje sobre el “París de Borges” para el sitio editor21.com “En esta profesión de corresponsal podés jugarla de dos maneras: o robás o lográs la confianza para conseguirla”, dice. “Según Kodama –todo es según Kodama después de la muerte–, el escritor paseaba por el Barrio Latino, Notre Dame, la Place de Voges donde está la casa de Victor Hugo y el célebre cementerio de Père Lachaise. Se subió a la moto cerca del Pont des Arts, frente al Louvre, y ahí sigue gracias a Sclar, inmortalizada en un rapto de humanidad extraterrestre.
Era una época en que Susana Giménez todavía no usaba en la tele esa cámara que adelgaza. Era una época en que los patovicas de Susana no reprimían a los fotógrafos cuando éstos querían hacerle una toma sin photoshop. La diva era todavía una vedette en ascenso, sin desmerecer su prolífica carrera sobre tablas y el cine, no había alcanzado los 30 puntos de rating que le exigieron mantener una figura eterna. El cuerpo, igual, se le rebela ahora. Ella quisiera tal vez quedar como esa loca de pantalones rojos, como esa guarra que cualquier parisino podría confundir en alguna calle lateral del boulevard de Pigalle, cerca del Moulin Rouge.
Debe ser insoportable verse así ahora: tan flaca, tan rubia, con esas formas que su figura operada está empeñada en hacer desaparecer. Es como si el cuerpo se olvidara también –como la memoria– que alguna vez fue joven, haciéndose más gordo o más arrugado. El fotógrafo Jorge Sclar la puso contra la pared en una tibia tarde otoñal de 1990 en la Place Dauphine y gatilló haciendo un fuerte ruido a click. En París, cuenta Sclar, la vedette cambia las formas: no se trata de ocultarse de la gente que reconoce a famosos sino de saber aparecer en sus medios. ¿Qué sería de una vedette sin salir en las revistas, sin estar en París? Ya no importa París, lo que importa es estar en París para salir en las revistas.
Sclar la conoció en 1981 cuando era un colaborador de Perfil. “Me habían pedido que hiciera una guardia porque se había hecho una cirugía.” Le hizo llegar una cartita diciéndole que lamentaba estar allí, pero que necesitaba volver a la redacción “con algo”. “Negocié sacarla saliendo de la clínica disfrazada y eso me valió de pasar de colaborador a planta en la Editorial Perfil.” Cada vez que Su viajaba a París, había cobertura. “Sabía cómo contactarla, o me pasaban el dato desde Buenos Aires. Cada vez que necesité fotos siempre estuvo disponible, como buena profesional que era.” Que era.
–Ahora es un problema sacarle fotos...
–Eso dicen.
A principio de los ’90, cuando viajaba, Su paraba en el Hotel Mothabor “donde había un conserje español muy simpático que solía pasarme el dato”. Y cuando sacaron esa foto, Sclar sugirió que se viera la puerta parisina: “El trabajo de corresponsal es mostrar dónde está la gente, sacarles retratos, pero que se vea dónde está. Salimos en un taxi y pasamos por Place Dauphine, una especie de plaza de pueblo. Dentro de una serie de fotos, vi el contraste que hacía la puerta y le pedí posar ahí”. Y le salió la loca.
“Mientras el programa andaba mejor, crecía la cobertura mediática. La apoteosis fue cuando vino con Jorge ‘Corcho’ Rodríguez. Era ‘la’ noticia. Estaban en el Hotel Bristol con la televisión, los diarios, las radios. Tuvo la ocurrencia de salir a caminar por la Place du Tertre en Montmartre. Fue un quilombo total.” Los dos estaban en el mismo hotel, pero había que conseguirlos juntos. Por pedido de las revistas, Sclar llegó a contratar cinco fotógrafos para seguirla. “Era un delirio. Pero cada vez que me pidieron una guardia, traté de ir al frente y explicarle a la persona por qué estoy, siempre es mejor por derecha.”
¿Por qué esa obsesión por el gusto francés? “París genera eso. Están los modistos, los creadores de modas, y hay toda esa cosa cultural de los argentinos que van a París. Pero me parece que está cambiando, que ahora la cosa está más en Nueva York. No sé, cada vez veo menos pedidos de Europa. También redujeron las corresponsalías, bajaron los gastos, les hicieron comprar cámaras a los periodistas y la calidad se desvanece.”
La vida, el arte de los encuentros, en el CCR, Junín 1930, hasta el 10 de mayo.
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