NOTA DE TAPA > CULTURA
La idea nació en Bolivia y migró a Buenos Aires, donde las mujeres de Ammar-Capital –el grupo que se separó de la Asociación de Mujeres Meretrices de Argentina porque no se consideran “trabajadoras”– la tomaron de la mano y la hicieron propia. Es una instalación que busca interpelar tanto el imaginario social sobre la prostitución como el uso de los espacios culturales. Es una performance de desobediencia y grita: “Ninguna mujer nace para puta”.
› Por Verónica Gago
La muestra es migrante, como tantas mujeres bolivianas. Nació en La Paz, en enero pasado, en el Museo Tambo Quirquincho. Reunió allí el trabajo de años del grupo Mujeres Creando con mujeres en situación de prostitución de todo el país y visibilizó una mirada de desobediencia sobre una cuestión que siempre es definida, legislada y usufructuada por otros. La muestra “Ninguna mujer nace para puta” no pretende ser un anecdotario ni un nuevo “productito cultural para consumo rápido”, aclaran sus responsables bolivianas. Su fuerza proviene de hacer germinar una iniciativa que logró aliar a mujeres diferentes, cuidarla en todo su despliegue y, en su crecimiento inesperado, hacer que se anime a cruzar la frontera.
“Para nosotras esta muestra significó evidenciar que hay una realidad intocada e invisibilizada incluso por la iz-quierda triunfante en las últimas elecciones”, contextualiza María Galindo, de Mujeres Creando.
La interpelación se extiende a los espacios culturales: “La idea también fue sacarle el polvo a los espacios culturales y decir que su alternatividad no es tal mientras no sean tomados por los sujetos concretos que protagonizan las luchas”, continúa Galindo. En La Paz, participaron dos mujeres de Ammar-Capital de la muestra y vivieron de cerca la reacción de los vecinos, que amenazaron con destruirla antes de que se abra, pero también percibieron el masivo interés que generó en el público.
La instalación paceña era austera. Se trataba de tres camas, cada una cubierta por una colcha bordada con una situación distinta: la violencia contra las mujeres que deben prostituirse y las muertes impunes, los clientes y la relación de la puta, con la no puta. Además, en la sala colgaban fotos frente y perfil de mujeres bolivianas acusadas de prostituirse a principios de siglo, retratos que fueron tomados para el archivo policial. El texto de la muestra eran extractos del libro Mujer en punto cero de la feminista egipcia Nawal al-Sadawi.
Aprovechando la visita reciente de Mujeres Creando a la Argentina, la muestra migró a Buenos Aires. Aquí, ampliada y protagonizada por las mujeres en situación de prostitución de Ammar-Capital, no busca ser un momento de confesión ni una vitrina prolija del maltrato que estas mujeres viven cotidianamente, sino la puesta en acto de un combate contra la tutela intelectual, sindical e institucional a la hora de nombrarse y hacerse un lugar desde el cual hablar. “Tenemos algo que decir y esto no lo ha dicho nadie, nunca”, explica Sonia Sánchez de Ammar-Capital.
Ser o no ser
El trabajo de Ammar-Capital para la muestra consistió en contar su propia historia de organización que, en los últimos años, transitó por un arduo camino: el de discutir y desarmar la etiqueta de “trabajadoras sexuales” con que el sindicalismo les propone que se reconozcan y que ellas asumieron durante algún tiempo. Cuenta Sonia: “A partir del 2000 empezó la discusión interna sobre ‘ser o no ser’ un sindicato. Nos veníamos presentando como trabajadoras sexuales porque fue la primera forma que encontramos para visibilizarnos. En el 2002, la discusión sobre si la prostitución era o no un trabajo no era sólo entre putas, sino también con los hombres de la mesa nacional y la mesa Capital de la CTA. En ese momento, ellos iban a firmar nuestro estatuto como trabajadoras sexuales con la entonces ministra de trabajo Patricia Bullrich. Ese estatuto fue completamente armado por ellos y nunca discutido por nosotras. En el 2003, cuando empezamos a decir que la prostitución no la sentíamos como un trabajo, nos obligaron a devolver hasta la computadora y la mesa que usábamos y desde entonces recibimos mucho hostigamiento”.
¿Qué fue lo que les hizo sentir que no podía ser un trabajo?
–Cuando vos no podés decir en ningún lado de qué trabajás, empezando por tu propia casa y por tu familia, te das cuenta que ese rótulo no es verdad. No se lo cree nadie y tampoco vos. Es decir, seguís mintiendo en la escuela de tu hijo y con la gente conocida y sólo sabe de qué vivís el submundo de la prostitución, es decir, los fiolos y otras mujeres que están en tu misma situación. Es una violación de todos tus derechos. Entonces, ¿eso es un trabajo? No hay una sola mujer que elija estar ahí, parada en la esquina. Eso te va enajenando de tu cuerpo, de tus sentimientos y tu capacidad de afecto. Además, nos dimos cuenta de que no teníamos la libertad de buscar y encontrar otra forma de vida a pesar de no querer estar en ese lugar. Sindicalizar esta situación es hacerles un tremendo favor a los fiolos y a los clientes. Los primeros porque se blanquean como empresarios y los segundos porque son socialmente disculpados. Nosotras pedimos educación, formación, preparación para tener opciones de vida. Si la tenés y elegís pararte en la esquina, perfecto, adelante. Pero mis compañeras de 64 años que se paran en el Hospital Alvarez o las adolescentes explotadas por los proxenetas de Constitución ¿vos crees que eligen pararse ahí? Sindicalizarlas sería como legalizar la explotación sexual forzada de las mujeres. Forzadas por el hambre y la ignorancia, que es lo que te deja sin opción.
¿Cómo se reconocen entonces y desde dónde encaran esta actividad pública?
–Nos reconocemos como mujeres desocupadas en situación de prostitución. Es una situación que queremos cambiar porque fue elegida por otros y no por nosotras. Por eso también le hemos cambiado el nombre a nuestra organización: las siglas siguen siendo Ammar, pero las desglosamos como “Asociación de Mujeres Argentinas por los Derechos Humanos” y ya no como meretrices. En relación a “Ninguna mujer nace para puta”, la idea es hablar desde la explotación de los cuerpos de las mujeres, de lo que nos cuesta tomar la palabra y nuestras propias decisiones. Y esto más allá de las putas. Nuestra idea es que esto les salpica a todas y a todos, porque la sociedad tiene que sacarse la careta y dejar de ser cómplice por omisión de este maltrato.
Una alianza heterogénea
El trabajo de pensamiento y confección de la muestra llevó meses de reuniones, debates y dudas, en el pequeño local que la organización tiene en Flores. En primer lugar, hubo una intuición clave que debía traslucirse en cada artefacto que contara el trayecto recorrido: la muestra no podía ser una mera exposición, ni podía consistir en que cada una de las integrantes de Ammar-Capital se expusiera personalmente. Es decir, la muestra no pretendía ser testimonial. Menos aún provocar sentimientos piadosos de ningún tipo. La idea, desde el principio, fue hacer una interpelación directa, aprovechando la muestra misma como la ocupación de un espacio inédito y la toma de la palabra para todas y cada una de las mujeres de la organización. Lo escribieron así: “Mis clientes son sus hermanos, maridos, primos, hijos y curas confesores. Señor, señora: no necesito tu condena, te la devuelvo. La prostitución no es un tema de las putas. Si no me querés en la esquina, luchá conmigo, gritá conmigo: ¡Estoy aquí para decir basta!”.
Fue así que surgió por ejemplo una instalación sonora que consiste en que cada visitante de la muestra se siente frente a un espejo mientras escucha por auriculares distintas historias de vida en las que la prostitución fue la única salida posible ante la pobreza y la desesperación desde muy jóvenes. Son las voces de distintas mujeres en situación de prostitución, pero también la de quienes ya aceptaron sentirse interpeladas y no ajenas a esas vidas: Nora Cortiñas es una de las que prestó su voz. Están también las frases que se escribieron en fundas de almohadas y que sintetizan lo que estas mujeres escuchan cotidianamente: “¿Cuánto sin forro?”, o también una respuesta posible ante la agresión reiterada: “¿Y a vos quién te parió?”. “La idea fue estamparlo ahí porque para la puta la vida entera pasa por una cama, es tu mayor cotidianidad”, continúa Sonia.
La preparación de la muestra tuvo como criterio evitar una imagen victimista de las mujeres en situación de prostitución organizadas. La apuesta fue que esa minuciosa y dolorosa labor de visibilizarse no se saliera de un eje: ser dueñas del sentido de lo que se quería decir, mostrar y proponer. “Si la prostitución no es un tema de las putas”, como ellas insisten, de lo que se trata es de invitar a formas de interlocución directa a otras y otros. Esta es una tarea que Ammar-Capital ya había iniciado con la campaña por las mujeres en situación de prostitución que estuvieron presas por manifestarse frente a la Legislatura porteña contra el Código Contravencional en el 2004.
Proxenetas de varias clases
En este camino de encontrar sus propias fuerzas expresivas, las mujeres de Ammar-Capital han puesto en imágenes y palabras las formas con que se sienten tratadas como objetos: “El Estado nos quiere conformar con una caja de alimentos. El Estado quiere crear dependencia en nosotras a través de programas vacíos que son una atadura humillante para taparnos la boca”, comentan a propósito de los escasos alimentos que reciben del Gobierno de la Ciudad y que por eso mismo generan bastantes problemas internos a la hora de distribuirlos, en una situación que recrea ciertas experiencias y tensiones de los movimientos de desocupados. Esas cajas tienen tanto significado que han pasado a ser parte de la muestra: “Ante nuestra presencia como organización, el Estado reacciona dándonos forros y fideos. Cuando nos ve, no entiende que podemos pensar, organizarnos, convocar a distintas cosas. Nos reduce a ser las que necesitan forros y fideos”, sintetiza Sonia. Hay fotos que grafican esta situación en el Centro Cultural Borges: simulando los retratos policiales, las mujeres de Ammar-Capital se fotografiaron de frente y perfil con las cajas en su cabeza, convertidas en su propio rostro, tal como se sienten interpretadas y, en otras imágenes, aparecen con preservativos en el lugar de sus bocas y ojos.
La muestra tiene además como instalación una pirámide de esas cajas asistenciales que están tapizadas con los datos de una encuesta que Ammar-Capital está haciendo entre las mujeres en situación de prostitución. Aparecen allí las realidades concretas de escolaridad, cantidad de hijos y vivienda de quienes se ven obligadas a ofrecer su cuerpo en la calle. Uno de los números más llamativos es el alto porcentaje de enfermedades que sufre la mayoría: primero la depresión, le siguen el VIH y la diabetes. “Desde el Gobierno, con sus programas logran mantenernos en la esquina. No quieren que seas autónomo ni que vivas mejor, por ejemplo eligiendo qué querés darles de comer a tus hijos y a vos misma”, insiste Sonia. La pregunta al Estado vuelve de otra manera, según varias mujeres de AmmarCapital: “Al Estado le pregunto: ¿por qué no tengo trabajo?, ¿por qué no tengo educación?, ¿por qué no soy dueña de decidir sobre mi vida y mi cuerpo?”.
“Lo mismo podemos decir del poder de la Iglesia sobre nosotras –continúa Sonia–. Por ejemplo, varias compañeras están haciendo un curso de computación en una sede religiosa de Flores y antes de dejarles usar las computadoras las obligan a rezar una hora y a repetir ‘por mi culpa, por mi gran culpa’, además de lavarles los pies en Semana Santa por sus ‘pecados’. Esto es terrible porque es justo lo contrario de cómo nosotras trabajamos la necesidad de desculpabilizarnos.”
Agitación y propaganda
Para difundir la muestra entre otras mujeres en situación de prostitución y los vecinos se hicieron graffitis por Flores. Los textos, desparramados también por el centro, surgieron de encuentros con las Mujeres Creando y otras colaboradoras de la muestra. “Hoy perdí la vergüenza y no la quiero encontrar” o “Para la puta la culpa, para el cliente la disculpa”, fueron algunos de los que quedaron estampados en las paredes. El propósito fue replicar en Argentina lo que las feministas bolivianas han constatado en su propio lugar: “Los graffitis son textos que se concatenan entre sí, formando como un anillo en la ciudad, donde las mujeres pueden releerse y releer sus propias vidas a partir de todas las desobiencias que han protagonizado”, comenta Julieta Ojeda.
El trabajo de propaganda en Flores fue particularmente importante en varios sentidos. Por allí transitan decenas de mujeres en situación de prostitución, muchas adolescentes, que son permanentemente asediadas por la policía que por las noches regentea las calles del barrio. También allí son atacadas por algunos vecinos que las rodean rezando hasta expulsarlas o que directamente las insultan. El desafío de esta presentación pública –según sus organizadoras– es dejar de ser mudas, portavoces de discursos prestados o directamente habladas por otros para tomar la palabra por sí mismas y decir por qué ninguna mujer nace para puta.
Ninguna mujer nace para puta se inauguró ayer en el Centro Cultural Borges (Viamonte, esquina San Martín) y podrá visitarse hasta el 21 de mayo. Realizada conjuntamente por las argentinas de Ammar-Capital y el colectivo feminista boliviano Mujeres Creando
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