Vie 05.05.2006
las12

ENTREVISTA

Vínculos transparentes

María Onetto, la actriz que encarnó a la Angustias de La casa de Bernarda Alba y a Blanca en Nunca estuviste tan adorable (todavía en cartel), está convencida de que se puede ser más “verdadera” en la actuación que en la vida. Incluso cuando hace televisión, donde ahora se la puede ver a diario como la esposa quebrada del villano de Montecristo.

› Por Moira Soto

Ella no es de las que juran que a los cinco ya querían ser actrices y que, por lo tanto, hicieron desde chicas todos los cursos posibles hasta la hora de entrar en el Conservatorio... Reconocida por la crítica desde que empezó a actuar en los ’90 en piezas como Faros de color y La escala humana, actualmente en el candelero teatral y televisivo gracias a la pieza Nunca estuviste tan adorable y a la tira Montecristo, María Onetto, sin embargo, se resistió durante un tiempo a asumir ese oficio de actuar que hoy le parece indispensable.

“Venía de un hogar de clase media, quise cumplir la aspiración de una carrera universitaria. Me recibí de psicóloga a los 21, pero sabiendo que no iba a ejercer esa profesión que había elegido con tanto entusiasmo. Paralelamente, como un hobby digamos, estudiaba teatro con Hugo Midón. Después fui a lo de Luis Agustoni a tomar clases; él me alentaba mucho como actriz, aunque yo no pensaba en la posibilidad concreta de serlo. Peor aún: me daba un poco de terror la inseguridad de ese trabajo, pensar de qué iba a vivir, no sabía cómo decírmelo a mí misma”, resume María Onetto antes de entrar en el Broadway para la función de Nunca estuviste... “Una separación de un novio me deja muy triste, muy perdida, y empiezo a desarrollar un comportamiento de vivir las cosas de manera muy trágica, algo que en el teatro después revalorizo, aunque en la vida me trae un montón de inconvenientes. Bueno, me estaba preparando para entrar a un hospital como psicóloga y ya estudiaba con Ricardo Bartis –para no variar, como un aprendizaje más– y decido que no voy a dar ese examen. Esa noche me llama él para decirme que necesita alguien que dé las clases de iniciación porque después de Postales argentinas estaba recibiendo a mucha gente. Entonces, Soledad Villamil, que estudió conmigo, y yo empezamos a dar esas clases. Bartís nos pagaba bastante plata, de modo que por el lado de la docencia empezó a aclararse de qué iba a vivir...”

¿Qué fue lo que te llevó a asumir la condición de actriz?

–Tuve la suerte de encontrarme con gente que me estimulaba, que apreciaba lo que yo hacía. También me ayudó la gran confianza que me inspiraba el teatro, porque me daba una satisfacción completa. Fue muy importante para mí La escala humana, me recortó mucho ese personaje, me sentí reconocida, me vino muy bien como situación humorística, porque es verdad que yo era una actriz de la que se podía decir que “sufría bien”.

¿Mucho pathos?

–Exactamente. Entonces, cuando me llama Daulte para Faros de color primero y después para La escala..., me empieza a pedir cosas que antes nadie me había pedido, quizá por respetar esa especie de tendencia en mí. Por supuesto que en el Sportivo hay una cosa muy antisolemnidad, todo el entrenamiento en la improvisación. Pero era muy fuerte en mí ese pathos que mencionás. Bueno, con Daulte se abrió otra zona. Ahí se desplegó la idea de que también podía construir y ser rigurosa en el humor. Y también para comprobar que no sólo lo trágico requiere intensidades. Otra cosa que me pasaba –y que sé que les pasa a muchos actores– es la idea de que una puede ser más verdadera actuando que en la vida, porque es tal el nivel de concentración y afirmación de cosas, que esas verdades adquieren un espesor muy puro. Por otra parte, hay algo que tiene que ver con mi manera de ser, que es que no sé mentir, tengo mucho afán de transparencia, no quiero actuar en la vida. Es como si yo todo el tiempo les dijera a los demás que pueden quedarse tranquilos conmigo, que no voy a decir una cosa por otra, no voy a fingir. Y en la escena, los vínculos que vos establecés con los actores son de una transparencia enorme: sabés quién es el otro, el otro expone una zona que puede ser vulnerable. Una puede, en todo caso, construir el artificio de la obra, pero no hay manera de mentir sobre quién es cada uno. Hay algo bastante existencial en esta actividad que hace que todo me cierre.

Aunque no los buscaras, llegaron el cine, la televisión.

–Ahora se va a estrenar una película de Santiago Loza, Cuatro mujeres descalzas. Hice otra con Sergio Bizzio, No fumar es un vicio como cualquier otro, estuve en El otro, con Julio Chávez. En cuanto a la tele, nunca había intentado promoverme, no me presentaba a castings, hasta que Carlos Portaluppi me sugirió tener un representante y le hice caso, lo cual me puso un poco más en circulación. Así fue que participé el año pasado en algunos capítulos de Mujeres asesinas, en papeles pequeños. Me gustó empezar con esa serie porque mi estilo es vincularme con el director al actuar, y en este programa la figura del director está más presente que en otras producciones de la tele. Después, la directora de casting de Telefé me llamó para el personaje de la madre de Joaquín Furriel en Montecristo.

En los últimos años, tuviste tres hitos teatrales muy fuertes...

–Con La casa de Bernarda Alba se cumplió la ilusión de estar en el San Martín. Paralelamente me llamó Bartís, mi maestro, para Donde más duele, una experiencia transformadora que me corrió del lugar de alumna. En Bernarda... la pasé muy bien, Vivi Tellas tuvo una actitud muy generosa hacia mí, me encantaba la obra, era un grupo bárbaro de gente. Después, cuando se estrenó Donde más duele, que acá interesó tanto, tuve unas giras tremendas, estuve un mes en Chaillot, en París. Impresionante. Bartís me exigió todo, y creo que di de lo mejor que tenía. Eso nos acerco mucho, siento que ahora Bartolo es mi amigo. Después llegó Nunca estuviste tan adorable, algo así como el sueño de la piba, un proyecto maravilloso que hizo un camino tan sostenido, del Sarmiento a La Ribera y de ahí al Broadway, donde estamos ahora.

Pasemos ahora a la novedad televisiva del año: la irrupción de Montecristo, una tira hecha con una calidad general que no se veía desde Resistiré.

–Sí, hay mucho cuidado en la escritura del guión, en la elección de locaciones, la fotografía, la selección rigurosa de actores según el personaje. Todos los personajes tienen su relieve, su despliegue. Desde la dirección de Diego Colon, de Diego Sánchez, desde Pablo Echarri hay como una especie de convocatoria a la actuación a partir de una verdad emocional.

Por primera vez en una tira se trata como eje del relato el tema de la mano de obra desocupada, de los colaboracionistas de la dictadura que no sólo no pagaron sus culpas sino que siguen cometiendo crimenes. Que el villano sea un médico que asistió a parturientas desaparecidas es algo insólito en una novela.

–Es un tema que está trabajado con mucho cuidado, consultando con la gente apropiada, y creo que se va a profundizar. Mi personaje, Leticia, va avanzando, estoy muy interesada en lo que le va a pasar. Mirá, yo tengo 39 y me llamaron para un personaje que es mayor unos diez años. Así que pensé bastante esa cuestión, porque además tenemos la situación de que ella está bastante loca. Se la define como que sufre una neurosis depresiva. Es una persona frágil, sometida a su familia. Una mujer de clase alta que se casó muy joven con este médico, tuvo dos hijos. Mi idea es que parte de su locura tiene que ver con que tal vez sigue enamorada de su marido, pese al aberrante camino que él ha hecho. Desde el primer día elegí alejarme de toda forma de caricatura, lo de Leticia es como de una cabeza estallada. Por sus características, ella puede expresar el dolor, tiene ese permiso. Ya entré en el ritmo, veo que cada vez puedo entrar más velozmente en el personaje sin que cambie mi actitud hacia la actuación. No tomo a la ligera ni menosprecio el medio televisivo. Busco estar muy concentrada y en esto hay mucho apoyo: siempre se está hablando de qué pensaste de tal escena, de ensayar, hay mucha apertura a la propuesta de los actores.

Aunque no sea protagónico, tu personaje en Montecristo es muy importante: Leticia es la depositaria de secretos terribles, esenciales a la trama.

–Leticia sabe cosas. Aunque su mente esté confusa, afloran fragmentos de ese secreto. Hay mucho por despejar en la novela, aunque sí está clara la zona de los malos cuyas motivaciones serán desarrolladas. Ella, Leticia, sería quien tiene la precisa, pero no la puede manejar en el nivel consciente. Tiene ese poder por un lado, y esa fragilidad por el otro. Me interesa esa zona menos heroica de los personajes.

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