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Viernes, 19 de julio de 2002

PERSONAJES

Berta

Berta Szpindler de Borensztein no necesita presentación, a pesar de que ésta es la primera nota que
da en sus 70 años de vida. Su marido, Tato Bores, la convirtió en un personaje de sus monólogos, y junto a ese personaje Berta se desdobló en dos: la mujer con la que compartió toda su vida y sus tres hijos, y una cuota del mito que sigue vivo, ese gran Actor Cómico de la Nación al que hoy se le rinde homenaje en el Centro Cultural Recoleta.

Por Sandra Chaher

Si uno dice Tato, no hace falta aclarar de quién hablamos ¿Y si decimos Berta? Salvo que estuviéramos nombrando actrices, y entonces Berta Singerman aparecería eclipsando cualquier referencia, ¿qué mujer que no haya sido ella misma una estrella brilla tanto en el cielo estelar argentino como Berta Szpindler de Borensztein? Y todo por Tato. El y su armoniosa vida familiar, él con sus irremediables vacaciones de tres meses en Punta del Este, él y sus monólogos. Porque Tato fue quien se ocupó de que esta mujer por la que casi deja el frac y el peluquín, práctica, sencilla, canyengue como él, una dama a la antigua sin pretensiones de diva, se transformara en un personaje público. Un día apareció Berta como uno de los interlocutores de los monólogos de Tato, y con el personaje se instaló el mito. Al principio parecía un nombre inventado para esas esposas comedidas. Pero no, Berta existía. Era la madre de Alejandro, Sebastián y Marina, la mujer con la que Tato se casó en 1954, la que estuvo con él hasta que murió el 11 de enero del ‘96. La misma mujer de 70 años que recorre a oscuras, una vez más, la impactante muestra Tato, tributo audiovisual al actor cómico de la Nación, que organizó en homenaje a su marido el Centro Cultural Recoleta. En la sala Cronopios estarán hasta el 1 de septiembre fotos de la vida pública y privada de Tato que Berta entregó en enormes cajas sin recordar siquiera qué había adentro. Tato en la radio, haciendo cine, en el Maipo, con ella en Mar del Plata cuando eran novios. El frac, los patines, los cientos de notas que se le hicieron en 47 años de carrera empapelando paneles de piso a techo. Y las gigantes instalaciones del viejo teléfono negro, el plato de fideos, el champagne con las copas y un muñeco horizontal, atravesado, con el frac y el peluquín, con el espacio de la cabeza vacío, evidenciando una ausencia innecesaria de recordar porque siempre estará ahí, el único objeto de la muestra.
“Uh... ¿Qué me pasa afectivamente?... Mucha gente me dice que Tato vive y eso es lo que yo siento. Que es una presencia muy grande, que siempre fue una presencia muy grande en mi vida, pero con estas cosas es como que ‘siempre está’. Y verlo todo junto y agrandado es como ver mi historia desde un principio. Mirá, la muestra empezó un martes. El viernes anterior me llama mi hija y me dice ‘Mamá, vos tenés que ver esto antes, porque si venís directamente, el martes vamos a hacer papelones. Entonces vine. Por supuesto, cuando entré a la sala donde están los diarios del día de su muerte y de golpe me vi ahí arriba... Yo no sabía que ese día había salido publicada una foto de mi casamiento. ¡Imaginate! Fue muy fuerte. Después volví el sábado, el domingo, y entonces el martes me porté como una lady haciendo sociales, me saludaban, me hablaban.”
–¿Cómo lo conoció a Tato?
–Yo conocí a Enrique, el hermano más chico de Tato, un verano en Piriápolis. Mirá qué casualidad, nos conocimos nosotros dos y una mujer que después se iba a casar con el hermano más grande de Tato, con Abraham. Ibamos a ser todos familia. Enrique hablaba bastante del hermano, Tato ya era conocido, era el niño Igor. Y un día, acá en Buenos Aires, yo no andaba bien y pasé por la disquería que ellos tenían en la calle Córdoba, y Enrique me dijo si no quería trabajar ahí. Así lo conocí a Tato. Ya estaba en el Maipo, con las vedettes. Esta parte que viene es una historia conocida: en mi casa al principio lo recibieron muy bien, lo querían, pero cuando fue a pedir la mano, en esa época se estilaba eso, mi papá le dijo que no había ningún inconveniente siempre y cuando dejara el teatro. Y Tato, que estaba tan enamorado, dejaba el teatro, dejaba todo. Y yo, en un momento de lucidez, de esas cosas que te pasan una vez cada tanto, le dije “Vos no dejás nada”. Porque pensé que si este hombre no llegaba a hacer lo que quería, que fuera por culpa de él y no mía. Y bueno, así estuvimos a las escondidas hasta que mi papá se enteró y me dijo “Decime cuándo te vas a casar porque yo me quiero ir”. Siempre me amenazaba con que se iba a ir a Paraná, amenazas, nunca se fue. Pero esa vez, en lugar de hacerle caso, le dije que le iba a contestar. Y me fui volando al Maipo, era un sábado a la noche y le dije “Tato, hay que casarse”. En esa época no era fácil casarse, pero estaba ahí Sofía Bozán, que conocía a un juez, y el miércoles siguiente nos casamos. Y con la plata que nos regalaron los del Maipo y Abraham, mi cuñado mayor, nos alquilamos durante seis meses un departamento de un ambiente. Y así empezamos.
–¿Y su papá?
–Se murió cuatro años después, cuando yo estaba embarazada de Alejandro. Pero nunca se fue de Buenos Aires. A Tato no lo vio más y a mí sí, porque Tato alguna vez de prepo me mandaba a verlo. Después, cuando él murió, con mi mamá fue todo distinto. Mi papa tenía miedo porque decía que yo iba a terminar levantando la pierna en el teatro, haciendo de vedette, que Tato me iba a llevar por ese camino, pero yo siempre supe que no era así, que no me había equivocado.
–Su papá pensaría eso porque usted tenía piernas bonitas.
–(Se ríe) Sí, eso es verdad. Pero no, lo que pasaba era que para mi papá todo eso era pecaminoso. El decía que un artista se tenía que casar con otro artista.
–¿Sentía celos de las mujeres con las que trabajaba Tato, las más deseadas de la época?
–Para nada, para nada (con el gesto de la cara es como si apartara una idea que no tiene nada que ver con ella). Porque yo compartí todo. Cuando trabajaba en el Maipo ni hablemos. Pero inclusive después, cuando yo no tenía compromisos porque los chicos ya estaban crecidos, me iba todas las noches al cine para esperarlo a la salida del teatro. A veces me moría de ganas de quedarme en casa porque ¿viste? ¿todas las noches? Pero iba. No, no, yo participaba siempre de todo.
–¿Porque usted quería o porque él se lo pedía?
–Nooo, porque él quería. Quería que estuviera presente en todo. Era un pedido de él que yo complacía porque además me gustaba.
–Un acto de amor.
–Exactamente. Yo te voy a explicar: él no hacía nada sin consultarme. No se hacían cosas cada uno por su lado, todo era de a dos. Eso no quería decir que no peleáramos o discutiéramos o nos enojáramos.
–Decidir todo de a dos no era algo muy habitual para la época.
–Claro. Pero Tato no tenía nada de débil, ¿eh? Para nada. Pero si yo no iba a las grabaciones de televisión era porque estaba cansada, no había una cosa de él de, digamos, que no quisiera que fuera o que viera. Lo del teatro, te digo, todas las noches... y a veces yo le decía “Ay, vení a casa a comer”. Pero él no quería venir a casa después del teatro. Decía que venir a casa era comer y acostarse, en cambio así salís, comés y hasta que te acostás pasa un rato.
–¿Iban con el elenco?
–No, no, muy rara vez. En general íbamos solos.
–El manejo de sus tiempos de trabajo...
–Seis y seis. El decía que si vos te quedás todo el tiempo en la televisión la cara se te va cayendo de a pedazos, se gasta.
–¿Tuvo algo que ver en esta decisión de él de preservarse?
–Para nada. Era una decisión de él. Y la única vez que trabajó un verano fue cuando lo llamó Nélida Lobato que le pidió hacer un espectáculo juntos y él le dijo “Nélida, si lo hacemos en el invierno con mucho gusto, en el verano, no”. Y después ella lo volvió a llamar y le dijo “Mirá que en el verano viene mucha gente” y lo convenció. Y después también lo hizo con La jaula de las locas, pero trabajando nada más que miércoles, jueves, viernes y sábado. El resto de la semana nos íbamos a Punta del Este.
–¿Participaba en las decisiones de Tato sobre su carrera?
–Yo siempre estuve al lado de él, pero las decisiones de sus personajes y de sus cosas fueron únicamente de él. Me consultaba todo, pero eran decisiones de él. Los personajes, los cambios, a lo mejor me contaba, pero lo decidía con sus libretistas.
–¿Y cuando hacía cine o teatro?
–Cine hizo muy poco, es una deuda que a él le quedó. Una vez Olmedo vino a ofrecerle y dijo “Si viene Olmedo a ofrecerme compartir la cartelera no le puedo decir que no”, porque eran muy amigos y él lo quería mucho a Olmedo. Pero el cine fue algo que hubiera querido hacer, porque en general siempre fue el autor de sus proyectos, entonces hacer algo originado por él...
–¿Por qué usted siempre tuvo un perfil tan bajo?
–No sé si es un perfil bajo. Cuando yo veía a las esposas que daban notas no entendía mucho, porque a mí me parecía que yo no tenía nada para decir. A mí me parece muy bien que haga declaraciones la gente que tiene algún peso en algo, si sos artista, un pintor, un político. Yo sentía que era la señora de Tato Bores, nomás. Esta es la primera vez que doy una nota, ni siquiera junto con Tato lo hice. Sí me prestaba a sacarme una foto, pero nada más.
–Berta como personaje, como aparecía en los monólogos de Tato, ¿cómo surgió?
–Fue un invento de él, y después todos los libretistas se lo fueron copiando, anche mis hijos. Surgió cuando hacía televisión. Como él siempre hablaba en primera persona, que todas las cosas le sucedían a él... y él tenía muchos interlocutores en esos monólogos, yo era uno.
–¿Se sentía identificada con esa imagen?
–¡Para nada, si era una mandona...!
–Era la patrona, es cierto, pero una patrona cómplice y fina.
–Una vez fuimos a una reunión y me acuerdo que alguien dijo “Esta no es Berta”. Creían que él había llevado a otra mujer, porque pensaban que yo era como el personaje. La imagen de Berta seguramente sería con un rodete, una cosa medio germana.
–Pero había también complicidad, él le contaba todo a Berta, como dice que hacía con usted.
–Pero a mí me da la sensación de que él me presentaba como alguien que lo retaba, como si fuera una Sisebuta.
–Como la filosofía popular se imaginaba a “la patrona”, un poco bruja.
–Exactamente, y eso fue lo que le transmitió a la gente.
–¿Le dijo a él que no le gustaba?
–No, para nada. Si a todos lados que iba me decían “Pero si usted es la famosa Berta”. Hasta hoy, cuando doy la tarjeta de crédito me dicen “Dígame, usted...”. Digo “La misma”, porque yo firmo Berta S. de Borensztein. Yo soy a la antigua (abre grandes los ojos como si dijera algo que todos debiéramos saber)...
–O sea que se pasó la vida desmitificándose a sí misma.
–No, con verme ya estaba desmitificada (sonríe con picardía). Iba a la feria de Belgrano a comprar y todos me decían Berta, me saludaban, el frutero, el verdulero. No te pasa habitualmente que todos te llamen por tu nombre. Porque te pueden decir “señora”, pero no, a mí todos me decían Berta.
–Es que en nuestro pequeño mundo de famosos usted es la única Berta a secas.
–Bueno, pero de que yo fuera famosa se encargó Tato.
–¿Cómo era Tato durante los seis meses “sabáticos”?
–Malhumorado, chinchudo, siempre preocupado por todo. Eso era él. Lo preocupaba todo, la situación política, social, su trabajo. Era su carácter. Se relajaba en cierta medida, pero igual él tenía siempre su carácter, su temperamento.
–Que se agudizaba en los seis meses que trabajaba...
–Sí, te lo pueden decir todos los que trabajaron con él. Era un tipo muy profesional, muy perfeccionista.
–¿Cuál era su rol con este hombre chinchudo?
–Siempre trataba de equilibrar. Además yo soy de Virgo, entonces viste, ya venimos con eso... para que reine la paz.
–¿Sigue viviendo en la misma casa que compartía con él?
–Nooo, me mudé. Era un piso muy grande y después que él murió todos me decían “tenés que mudarte, tenés que mudarte”... no sólo por los recuerdos, era una casa muy grande. Así que me mudé a unas torres por Palermo. Vivo sola, con la visita de todos por supuesto, sobre todo de la hija de Marina, la más chiquita, que tiene dos años.
–Ustedes siempre parecieron una familia muy unida. ¿Esto era algo que cuidaban los dos?
–Todos. Seguramente será mérito nuestro, pero sobre todo nuestros hijos son muy buena gente. Porque viste que te dicen “Te felicito, qué talento tus hijos”. Sí, son muy talentosos, pero a mí lo que más me gusta de ellos es que son muy buena gente.
–¿Alguna vez se sintió opacada por la celebridad de Tato?
–Jamás, jamás. No te puedo decir la única vez que aparecí por televisión... Lo consiguió porque me lo pidió Sebastián ¿Viste que Tato siempre brindaba con champagne? Un brindis fue hecho conmigo. Pero Tato no me lo pidió porque sabía que yo le iba a decir que no, me lo pidió Sebastián que le hacía los libretos, ¡y cómo le iba a decir que no! Sólo brindé, no dije ni una palabra.
–¿Y tampoco le quedó ninguna vocación pendiente?
–¿Mía? No, no ¿Sabés lo que pasa? Una vez el analista me dijo que yo era un desperdicio, porque seguramente hubiera podido hacer cosas que no hice. Pero bueno, soy de otra época, me casé... Lo único que me hubiera gustado estudiar, que no me dejaron, fue baile.
–Entonces su papá tenía razón, hubiera terminado levantando la pierna.
–Y mirá, me parece que mi papá en el fondo tenía miedo de eso. Me hubiera gustado...
–¿Baile clásico?
–No, yo quería ser Cyd Charisse. No sé si vos sabés quién es ¿Sabés lo que pasa? Era como que me realizaba a través de él. No quiero herir a nadie, pero si a lo mejor Tato se hubiera dedicado a algo más común me hubiera faltado algo, pero de esta manera yo me llenaba mucho con las cosas de él. A lo mejor eso no está bien. Hoy viste que las mujeres serealizan por su lado, y me parece genial. Pero no te olvides que yo pertenezco a otra generación... Creo que a cada uno de nosotros le queda alguna deuda pendiente con el destino. Después que se te pasó un buen cacho de la vida decís ¿Por qué hice esto? ¿Por qué no habré hecho lo otro? Pero como dice mi analista “Lo que foi, foi”.

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