INVESTIGACION
Revisando la historia oficial del diseño es posible encontrar algunos nombres femeninos, los de la excepción que remacha la regla. Pero leyendo en los márgenes se pueden hallar los rastros de las que faltan, las que asumieron en su disciplina el rol que les asignó la cultura. Sobre este recorrido paralelo en el diseño, Griselda Flesler escribió su tesis Las otras.
› Por Sandra Chaher
Si revisás la historia del diseño encontrás que las mujeres lo ejercen desde los roles estereotipados que se les adjudicó. Son muy pocas, casos aislados, y trabajan en sectores ‘de mujeres’ como tejeduría, diseño textil, ornamentación, decoración, ilustración o tipografía. Yo creo que una puede volver a mirar esa historia y lo que en un momento fue considerado una excepción puede transformarse en otra construcción histórica. Si considero importante sólo el discurso de la historia oficial y patriarcal, lo que encuentro son mujeres excepcionales. Pero si tomo ramas relegadas de la historia del diseño, no valoradas socialmente, puedo hacer una nueva lectura.”
Griselda Flesler es autora de la tesis Las otras, en la que revisó la historia del diseño siguiendo la ausencia de las mujeres (a fines del siglo XIX), y es responsable de la única clase teórica que se da en la carrera de Diseño Gráfico de la Facultad de Arquitectura y Urbanismo (FADU) sobre género e historia del diseño, dentro de la cátedra Comunicación II, de Leonor Arfuch.
“Desde que era estudiante me involucré mucho en las materias teóricas, Historia y Comunicación. Me llamaron para ser docente, y a medida que entraba en contacto con información, empecé a notar que yo era una ‘otra’ en la facultad. Muchas mujeres titulares reproducían el discurso patriarcal: daban clases teóricas en las que jamás nombraron a una diseñadora mujer. No me sentía representada para nada.”
Encontró que las diseñadoras sí existían en la historia oficial de la profesión, pero como casos excepcionales asociados a cualidades y ramas del trabajo “femeninas”, y decidió hacer su tesina de posgrado sobre el tema. “Encontré que las mujeres ejercieron el diseño desde los estereotipos sociales que les eran asignados. En el diseño y la arquitectura hay una idea de las características masculinas y femeninas, que generan las dicotomías que ya sabemos: cultura/naturaleza, público/privado, producción/contemplación, máquina/cuerpo, tecnología/artesanía, estructura/ornamento, fuerza/delicadeza, recto/curvo, frío/cálido, y duro/blando, entre otras. En función de esto, ya desde la Bauhaus se dividieron las tareas de varones y mujeres. El discurso en esas décadas (’20 y ’30) era claro: los varones se dedican al diseño industrial, a lo que hace productivo a un país, que son a su vez las ramas con mayor valor social, y las mujeres continúan con la tarea que venían haciendo en privado: tejidos, hilados, cerámica, vidrio. La Bauhaus, que fue la cuna de la modernidad en el diseño, tuvo una sola profesora mujer, Gunta Stolz, y estaba a cargo del taller de tejeduría. Pero además la Bauhaus hizo una división sexual del trabajo consciente y sistemática: había un curso de ingreso y desde ahí se intentaba influir para que las mujeres se inclinaran por las áreas ‘blandas’ y no eligieran, por ejemplo, arquitectura o metal.”
Flesler también encontró que los libros canónicos del diseño, como los del inglés Phillip Meggs y el español Enric Satué, sólo relevaban los casos de mujeres excepcionales, las que se destacaron por sobre las demás, “pero no porque las mujeres hicieran en general un trabajo de menor calidad, sino porque la gran mayoría tenía problemas de acceso”. De hecho las que se destacan lo hacen desde el lugar de la filiación: mujeres, hijas o hermanas de. Aun así, los varones que escribieron la historia oficial cometieron algunas aberraciones, como Satué, que habla de una famosa constructivista rusa como si fuera un varón, “probablemente el nombre le sonó a varón y ni él ni el corrector se encargaron de verificarlo”.
Una de las cosas con que se topó fue con la asimilación de los valores femeninos al trabajo de los diseñadores latinoamericanos. “Esto es algo que ya notaba cuando era estudiante: la misma invisibilización en que se dejaba a las mujeres, se ejercía sobre el arte de nuestro continente. Y eso era sostenido tanto por mujeres como por varones. El discurso oficial aún dice que el arte de América latina es cálido, curvo, femenino. Con esto, estamos reproduciendo un discurso que nos excluye como mujeres y como latinoamericanos, porque ésas no son las cualidades socialmente valoradas.”
Algunos de los casos que eligió rescatar la historiografía oficial son el de Lucía Moholy o Margaret Mc Donald. Moholy fue la esposa de Laszlo Moholy Nagy, un arquitecto y fotógrafo húngaro que integró la Bauhaus. “Ella fotografió toda la Bauhaus, las mejores fotos de la escuela le pertenecen, y sin embargo nunca se la menciona.” Margareth Mc Donald vivió a fines del siglo XIX y fue la esposa de Charles Macintosh. Ambos eran de Glasgow, Escocia, y su actividad abarcaba muchas áreas del diseño, como todos en esa época: “Se trataba de personajes muy integrales, porque recién empezaba a surgir lo que después sería el diseño, la separación entre las artes y los oficios. Lo que pasó con Margareth es que hay muchos trabajos hechos por los dos que se le atribuyen sólo a él”.
En Argentina, Flesler cita el caso de la Imprenta Peuser. Una investigadora del Conicet, Silvia Badoza, hizo una investigación sobre las mujeres en las imprentas argentinas y encontró, entre otros diamantes en bruto, que la foto oficial de los empleados de Peuser, tomada a fines del siglo XIX, estaba integrada solamente por varones. Pero revisando archivos descubrió otras fotos que revelaban la parte de la verdad ausente: los talleres de abrochadoras, encuadernadoras, donde se hacían los timbrados y ponían las tapas a los libros eran filas y filas de cabellos largos concentrados sobre las mesas de trabajo, todas mujeres.
“Hace un tiempo existe en Francia una comisión que está re-rotulando las obras de (Augusto) Rodin, poniéndoles el nombre de Camille Claudel a las que corresponde. Eso es lo que a mí me gustaría hacer con el diseño –concluye Flesler–: renombrar para poder reencontrarnos con nuestra identidad y con las mujeres que hicieron nuestra historia. Hay una foto del trabajo de Silvia Badoza, que es de un establecimiento gráfico en 1923. Son todas mujeres paradas mirando a cámara, sin nombre. Cada vez que veo esa foto siento que esas mujeres me están demandando que las nombre.”
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