VIDA DE PERRAS
› Por Soledad Vallejos
Que la cosa no se corte, que no quede nomás en “un cambio de papeles” y pasemos a otra cosa, porque eso ya nos pasó y, la verdad, a qué andar gastando tanta ilusión, derrochando esperanzas y recursos si al final se corre el riesgo de que todo quede igual. Las transformaciones, agregó, “deben venir de lo real, si no vivimos en la ilusión de lo formal sobre lo real”. Palabra más, palabra menos, eso fue lo que dijo el cardenal Bergoglio cuando –cuándo no– a alguien se le ocurrió preguntarle –y una, que a pesar de todo todavía se asombra, se pregunta: ¿por qué?– qué pensaba él –una vez más, monseñor, por favor, díganos–, qué pensaba, decía, él del debate sobre la futura Ley de Educación. Y con tono ciertamente apocalíptico monseñor remató: “cuando se cambian sólo los papeles, las cosas pueden seguir igual o peor”. Acabáramos.
El asunto –lo saben los que tienen niñas y niños, y no tanto, en edad escolar– es que esta semana se dio el debate interno, quiero decir, entre docentes, a propósito del texto de la ley que reformará la existente. Obvio es decirlo pero de obviedades escribe (y en ídem piensa) la que está ahora ante el teclado repasando que todos los diarios hablaron de “los maestros” (y claro, “los alumnos”) pero nadie mencionó a “las maestras” que en este país, de Sarmiento, sus norteamericanas aventureras y Mariquita Sánchez (que bien supo discutirle en este terreno educativo) en adelante, son mayoría. Tampoco, desde ya, se mencionó a “las alumnas”. Y es raro, seguro, es raro sentir esa invisibilidad tan visible que después –dios y monseñor no lo quieran– muy probablemente termine redundando en otra invisibilidad, pero esta vez ya asegurada por la ceguera que nos tiene más que acostumbradas (y por qué no, señores que esto leen, acostumbrados). ¿A dónde voy? A algo muy sencillito, tanto pero tanto que pasa por súper-evidente, acá voy: lo que se debatió y se seguirá poniendo sobre la mesa de diálogo surgió a partir del documento que el mismísimo gobierno nacional presentó a fines de mayo. ¿Y cuál era el nombre del documento de marras? Uno divino: “Ley de Educación Nacional, hacia una educación de calidad para una sociedad más justa”. Llegando a lo de sociedad justa, parece, nos quedamos boyando, porque en el listado de consideraciones, en esos diez ejes que maestras y maestros debatieron figura de todo, absolutamente todo lo que una mente progre, igualitaria, inclusiva y preocupada por el bien común contempla como necesario para hacer de la educación virtud, pero de derechos de las mujeres, de igualdad entre mujeres y varones, la verdad, ni rastro. Por las dudas, repasamos los diez ítems, a ver si alguien lo encuentra y el problema es el despiste: “garantizar a todos el acceso y la permanencia en el sistema, y la calidad de educación como un derecho de todos”; “garantizar el derecho a ser reconocido y respetado en su lengua y su cultura”; “el derecho a una educación a lo largo de toda la vida. Y a que la familia participe de la educación”; “el docente como sujeto de derecho: garantizar condiciones dignas de trabajo y formación”; “garantizar el derecho de los alumnos a tener escuelas en condiciones materiales dignas”; “el derecho de todos a participar del desafío educativo”; “el derecho a conocer y dominar las nuevas tecnologías”; “Poner el gobierno de la educación al servicio de los objetivos de calidad para todos”. La igualdad, la paridad, la equidad o como quiera llamársele, ¿está? No, ¿no?
Se dirá: con las urgencias que anda viviendo el país y hay gente que tiene tiempo para pensar en eso. Se agregará: pero es una cuestión de militancias individuales, che, si cada cual trabaja su parcelita, la tierra un día dará frutos y la pasaremos bomba todos. Y hasta se rematará: qué fácil buscarle la quinta pata al gato. Pues sí, es fácil buscarla,pero lo más terrible es encontrarla, porque el gato la tiene. Porque en esa diferenciación ontológica que hacía monseñor entre “los papeles” anche llamado “lo formal” y “lo real”, no podemos pasar de largo la andanada de tratados y acuerdos internacionales que mentan la necesidad de no decimos eliminar, sino al menos disminuir, la brecha entre identidades de género, algo que también figura en la Constitución que supimos conseguir y en leyes varias. Nosotras no podemos dejarla pasar, pero está visto que todavía lo declamativo le lleva ganado bastante terreno a lo efectivo en cuanto a políticas públicas interesadas por incorporar real, verdaderamente, pasos que vayan sumando hasta dar con una sociedad (un mundo) más o menos justa en lo que a mujeres y varones se refiere.
Y después los diarios se llenan de noticias horrendas. De repente -mientras los asesinatos de mujeres a manos de hombres violentos siguen apareciendo como “crímenes pasionales”–, se viene a descubrir que la violación es un ejercicio de poder (masculino) sobre el cuerpo (femenino), y algunas voces osadas hasta rastrean esa irrupción violenta sobre una voluntad ajena hasta encontrar raíces en cierto modo de ver el mundo. Entre tanto, Tinelli sigue con su mundo de hombrecitos piolas, igual que Pergolini; Sofovich inventa programas en base al azar para seguir descubriendo secretarias; las publicidades de autos siguen siendo para compradores hombres; y los shoppings no encontraron sexismo en ofrecer descuentos a las mujeres que hicieran sus compras en horario de partido mundialista.
Claro, no se puede pedir que de la noche a la mañana empiecen los planteos sobre lo bueno que estaría, no sé, digo, lo positivo que podría ser empezar a trazar fisuras sobre los estereotipos de género para que los varones dejen de sentirse obligados a completar el formulario de todopoderoso-que-siempre-tiene-ganas-y-siempre-provee-y-es-un-pocodesconsiderado-pero-en-fin (porque habrá nuevas masculinidades, pero todavía, ¡todavía!, esa figura tiene fuerza) y las chicas ya no tengan que complacer como linda-tontita-complaciente (¿pero esto no se había dicho ya en los ‘60, y en los ‘70, y en los ‘80, y en los ‘90?). Haber puesto sobre el tapete la cuestión de la educación sexual está muy bien, imposible negarlo, pero si todo el debate va a empezar y terminar allí, tal vez sigamos en problemas.
Seguimos en veremos, monseñor, no ve.
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