RESISTENCIAS
Ximena Bianchi y Elena Santa Cruz se entregaron al mundo de los títeres apenas empezadas sus adolescencias y, desde entonces, no hicieron más que dedicarse a idear, montar, interpretar –iniciativas comunitarias mediante– obras infantiles en lugares no convencionales y para públicos poco contemplados por el teatro comercial. Ahora mismo, por ejemplo, son parte de Al Sur del Sur, un Festival Internacional de Títeres y Teatro que toma como sede a La Boca.
› Por Luciana Peker
La noche se abre oscura entre calles sin luces, como si alguien hubiera olvidado que la ciudad todavía sigue allá por donde la ciudad empezó. En Benito Pérez Galdós la luz indica la llegada. Adentro, en la oscuridad, los sueños del Quijote lo muestran otra vez único y, otra vez, nuevo. “¡Peleá!”, le grita un chico a Alfonso Quijano, tirado y vencido por su propia fantasía de caballero andante. “¡Peleá!”, pide viendo vivos a los títeres –igual que los creyó vivos Quijote al enfrentarlos con su espada– y el Quijote pelea, obra en teatro de títeres.
La función del Quijote, del grupo Libertablas termina a las nueve y apenas. Cae la noche en La Boca, ahí donde el Festival Internacional de Títeres y Teatro Al Sur del Sur hace del Sur el centro para hacer luz con títeres en esas calles que algunos olvidan. Esa es la idea de este festival, que empezó el 15 de julio y sigue hasta el 30, con veintidós grupos del interior y el exterior (Brasil, México, Rusia y Ecuador) que presentan más de 140 obras en el Galpón de Catalinas, el Teatro Verdi, el comedor Los Pibes, el Hospital Garrahan, el Hospital Argerich, la Universidad Popular Madres de Plaza de Mayo, el Circuito Cultural Barracas, la Sociedad Luz y los Bomberos Voluntarios de La Boca, con el auspicio de la Corporación Sur y el gobierno de la ciudad de Buenos Aires.
“La Boca y Barracas son los barrios que han sido dejados atrás. Por eso, hacemos este festival en el Sur y para todos. Que sea teatro comunitario no significa que vaya a ser malo. Es en el Sur, pero de excelencia”, resalta Ximena Bianchi, de 34 años y 20 dentro de Catalinas, el mítico grupo de teatro comunitario de La Boca, que cofundó su papá, Ademar Bianchi. Ahora ella es directora del grupo de títeres de Catalinas, que presenta la obra O sos o no sos y cree que ir a esas calles es, también, una forma de poblar las veredas de gente y despoblarlas de fantasmas. “Arrancamos con un desfile por La Boca para recuperar la calle y terminar con esto de que la gente no sale por miedo. La seguridad es juntarnos y estar en la calle, conocer al vecino y no encerrarnos.”
Las vacaciones de invierno promueven libros para chicos, cine para chicos, museos para chicos, teatro para chicos, música para chicos, paseos para chicos. Y la ciudad, al menos durante 15 días, parece tomada por chicos que van de la mano en busca de su espectáculo. ¿Qué pasa con los chicos del borde, del Sur, esos que se quedan sin su entrada para ver? La idea de los organizadores es que entren a este festival. “El arte es un derecho para todos, no un artículo de lujo. Por eso este festival es al Sur del Sur y, de las 140 funciones, 90 van a ser gratis. Pero las obras van a rotar, para que todas, en algún momento, sean de acceso libre. No queremos que las más chongas sean las gratuitas y las mejores, pagas. No hacemosteatro pobre para los pobres –descarta tajante Bianchi–. El arte es popular y nosotros hacemos teatro popular. No es necesario hacer una obra intelectual para que sea inteligente, pero tampoco es cierto que popular sea sólo la cumbia villera”.
La idea del teatro inclusivo no se acaba en abrir la puerta para que todos entren, sino que también es ir hacia donde están los que no pueden ir a ningún lado. Y ésa es la función, exactamente, de Elena Santa Cruz, que con títeres Babataky da funciones en espacios vulnerables y no convencionales. “Mi objetivo es acercar la frontera e ir a los lugares donde la gente no puede ir a ver espectáculos de títeres”, explica. Y continúa orgullosa: “Nunca me presenté en un teatro”. Elena es una titiritera con más de 30 años de oficio que, sin embargo, sigue sin conocer los escenarios donde flota el olor a caramelos, los espectadores piden permiso para instalarse en las butacas y los chicos palmean “que empiece”. Ella tiene 43 años, a los 13 empezó a mover dedos e hilos y a los 19 a realizar funciones de trasnoche, entre toboganes y hamacas, para chicos de la calle, una elección que marcó su destino. “Yo trabajo en cárceles, institutos, hospitales, con chicos en situación de riesgo. Y soy absolutamente feliz haciéndolo”, asume para no ser catalogada de titiritera benéfica. “Son espacios en donde lo que una lleva es oxígeno, un rato para saltear situaciones de mucho dolor o de incertidumbre. Pero también hay que pensar mucho en qué llevar para no hacerlos sufrir aún más y en no presentar cualquier cosa, sino lo mejor, porque son chicos que no vieron nada”. Las diferencias entre las butacas y el piso denso de un instituto son obvias. Pero hay más: “Trabajo en función del espectador. En un espectáculo infantil si un chico se pone mal por la obra, los padres se lo llevan, si en un espectáculo mío un chico se pone mal, la que cambia soy yo”.
En el Festival Al Sur del Sur se van a presentar diferentes técnicas (títeres de mano, gigantes, de dedos, teatro negro, de un solo titiritero) y obras como Cuentos de la selva –un estreno del grupo Libertablas–, El romance del gaucho Benedito, de Chico Simôes, o el ruso Nikolai Zikov que hace títeres con pelotas de ping pong en Exclusivo. Pero también Elena va a aportar obras ignotas, a lo mejor, para un solo espectador en el pasillo del Hospital Garrahan, o en una cama del Argerich. “La idea no es que los chicos de los hospitales se sientan observados, sino que el festival vaya hasta ellos. No hay puesta en escena, yo me tengo que adaptar a los pequeños espacios que se me dan que son grandes espacios de encuentros”, explica. Y reafirma su corazonada de titiritera con una anécdota. “Una vez un chico de un instituto de menores me increpó con una cosa fabulosa cuando terminó una obra: ‘Pero dígame una cosa: esto para usted no es un trabajo’. Yo le respondí que no. ‘Y tampoco una obligación’, me retrucó. ‘No’, le insistí. ‘¿Y qué mierda es para usted?’, me preguntó. ‘Una pasión’, le contesté”.
También para Ximena los títeres son una pasión. “De chica jugaba con lo títeres y ahora sigo jugando. Soy la segunda generación de Catalinas”, arremete como quien con decir Catalinas dice todo: las obras multitudinarias, el barcito con empanadas de verdura, el bombero voluntario con $2 pesos pautados para cuidar los autos, los perros en la puerta y los murales gigantes que pintan un barrio que no es todo pintado. ¿Pero qué es Catalinas? “Somos fundamentalmente un grupo de personas que creemos que a través del arte se puede transformar la realidad. Los pibes menos estimulados tienen una posibilidad de atención más breve y son más dispersos, pero les encanta disfrutar de un espectáculo. Y además del derecho a comer y a un techo tienen el derecho a la recreación y al acceso al arte. Un derecho que muchas veces no se cumple”, señala la titiritera de Catalinas.¿Y por qué los títeres? “Tienen un poco de todo: de plástica, de interpretación y la llegada a la gente es importantísima -.describe Bianchi–. Aunque una no se puede quedar con la boludez de la afinidad al muñequito. Hay que ponerles respeto a los títeres. Los niños no son tontos, son chicos. Una buena obra es en la que los pibes piensan y comprenden y los padres disfrutan”. Desde el Sur de la ciudad, los títeres dan sus funciones. Aunque, en la gran mayoría de las casas, la imaginación termina cuando se enciende el power. “La tele es el chupete electrónico de los pibes, no todo, pero en general los programas son muy chatos.
El festival es una opción a “Chiquititas”. Ojo, los chicos viven en este mundo y en esta realidad, no queremos que no vean la tele. Pero es cierto que los espectáculos que se presentan en el festival apuntan a que los pibes piensen y desarrollen su capacidad de análisis, no a la cosa masiva de la globalización. En cambio, no sé si la tele busca criar una nueva generación pensante”.
Los nietos que buscan las abuelas nacieron entre 1976 y 1980. Ahora ya tienen entre 26 y 30 años, no son adolescentes, sino adultos jóvenes y muchos de ellos ya son papás o mamás. Por eso, Abuelas de Plaza de Mayo ya está pensando en cómo llegar a esos chiquitos que serían sus bisnietos, para también encontrar a sus padres, que son sus nietos. Y una forma de llegar a los niños es en un festival de títeres”, explica Anabella Valencia, integrante de la comisión itinerante de Teatro por la Identidad y autora y directora de la obra Mi nombre es.
La pata artística de la difusión de Abuelas de Plaza de Mayo también está presente en el Festival de Títeres Al Sur del Sur en distintas funciones. El objetivo es difundir el mensaje, rastrear nietos y bisnietos de desaparecidos y difundir la búsqueda de identidad, también en un sentido más amplio. “Este año Teatro por la Identidad está itinerando por teatros, centros culturales y salitas de todo el interior del país. Por eso, también nos interesa llegar al Sur de la capital y estar en La Boca. Cada barrio tiene su identidad y también hay que trabajar para rescatar eso”.
Más información:
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