ENTREVISTA
La invasión a Panamá, la rebelión sandinista en Nicaragua, la guerrilla que se oponía a Stroessner, ella las conoció y escribió todo como cronista de guerra. Periodista e investigadora, pero antes que nada autodefinida poeta, Stella Calloni acaba de festejar los cincuenta años de su primera publicación recibiendo el premio de la Federación Latinoamericana de Periodistas a la trayectoria.
› Por Verónica Gago
Stella Calloni lleva la historia insurgente latinoamericana tatuada en la memoria. Periodista, poeta e investigadora, la ha narrado durante décadas como cronista de las guerras de este continente: tanto la invasión a Panamá –“la Guernica de América”– como la rebelión sandinista en Nicaragua la tuvieron escribiendo desde la trinchera. Como para entender el revés de la historia, luego se volcó a la investigación de las estrategias de contrainsurgencia: a su exhaustiva investigación sobre el Plan Cóndor (Los años del lobo: Operación Cóndor y Operación Cóndor, pacto criminal, ambos libros editados en Argentina, Cuba y México) se le sumó el seguimiento de la actual guerra de baja intensidad librada en distintos puntos estratégicos de Latinoamérica. Desde mucho antes, sin embargo, se dice poeta. Luisa Valenzuela la definió como la primera mujer escritora de cuentos de la selva (El hombre que fue Yacaré, 1998), por los relatos inspirados en su experiencia en la selva misionera durante los ’60, desde donde colaboraba con la guerrilla paraguaya contra Stroessner mientras era perseguida por el ejército, que la confundía con una espía rusa debido a su pelo rubio y sus ojos celestes. Calloni acaba de recibir el premio Luis Suárez de la Federación Latinoamericana de Periodistas a la trayectoria (justo cuando se cumplen cincuenta años de la publicación de su primera nota en una revista política), mientras hoy sigue trabajando como corresponsal para el diario mexicano La Jornada.
Entrerriana de nacimiento –de padre anarquista y madre directora de una escuela rural– no tardó en descubrir su vocación política. De joven, creyó que estudiar medicina la llevaría como voluntaria al Africa. Pero mientras vivía entre La Plata y Buenos Aires se fue acercando a la resistencia peronista, a través de algunos trabajadores de los frigoríficos –hijos de campesinos– que habían sido alumnos de su madre. Mientras, asistía a reuniones de estudio en grupos de izquierda. Esa duplicidad tensa entre el mundo popular y una izquierda letrada se convirtió en su preocupación política y en la razón de su enamoramiento por la palabra “dialéctica”: “A mí me parecía que había entonces una izquierda muy libresca y que la realidad pasaba por otro lado. Eran dos mundos, con una división muy dura. Eso me enseñó desde temprano el riesgo del sectarismo de la izquierda latinoamericana cuando no nace consustanciada con la propia realidad social. Años más tarde, por suerte, conocí figuras de izquierda capaces de comprender esto”. Después de la Revolución Cubana, Calloni se acercó a ese proceso, casi íntimamente: “Yo buscaba especialmente los libros que el Che mandaba a pedir. El Che estaba muy interesado en ese entonces en estudiar el tema de lo nacional; el revisionismo histórico le interesó mucho porque le permitía completar una idea del país. Por ese tiempo conocí mucho a su mamá, Celia Guevara. Debo decir que fue una especie de madre para mí y entablamos una relación así, de madre a hija, con mucho afecto. Era una mujer muy culta y fuerte, con una voluntad a toda prueba y una austeridad enorme, con quien compartía mi afinidad por la literatura”.
Calloni no deja de sentirse afortunada por la época que le tocó vivir. El ambiente de comités de solidaridad y el movimiento de unidad latinoamericana en el que militaba –confiesa– le abrieron “un mundo nuevo”: “allí conocí a Gregorio Selser, con quien hice un aprendizaje extraordinario a partir de su investigación sobre las relaciones entre Estados Unidos y América latina; conocí a Marcelo Quiroga Santa Cruz (escritor y fundador del Partido Socialista de Bolivia), y a decenas de militantes paraguayos y guatemaltecos muy importantes. Entonces la formación política era lo que nutría el periodismo porque casi no había escuelas ni universidades. También absorbimos la síntesis que lograron algunos intelectuales de izquierda que se volcaban al peronismo en esos años. En la entrevista que le hice al ex agente de la CIA Philip Agge, él me lo confirmó: ellos espiaban mucho al peronismo porque tenían miedo a un giro de este gran movimiento de masas hacia la izquierda. Fue esa acumulación político-cultural de décadas lo que la dictadura logra perversamente aniquilar”. La obsesión de Calloni es ahora escribir algunas de esas historias olvidadas, especialmente aquellas que respiran un federalismo popular: la revolución de los cañeros y la sublevaciones en las plantaciones de algodón en el Chaco, los desaparecidos en los obrajes, las inmigrantes polacas de las que se abusó como esclavas. “En los ’60, este país por primera vez empezaba a deshacer sus nudos de desintegración: había unos lazos increíbles con el interior. Eso también se perdió. Cuando volvimos de los exilios, Buenos Aires era nuevamente la cabeza de Hydra. Pero yo sé que hay otro país, y esto no es un nacionalismo barato sino una sensación muy precisa.”
En el ’76, fue invitada a una conferencia en México. Estaba allí cuando se produjo el golpe y le avisaron que su casa había sido allanada. Sus dos hijas pequeñas estaban en Buenos Aires, así que regresó y entró en el país a escondidas por Brasil. Pudo exiliarse con sus hijas gracias a la ayuda del general Omar Torrijos, presidente de Panamá, a quien había conocido como periodista del diario El Mundo, en su visita al país en el ’74. Ya exiliada trabajó para distintas revistas, hasta que ingresó en el mítico diario mexicano, unomásuno, apenas fundado. “Para ese diario me toca cubrir el primer reportaje donde se anuncia el inicio de la insurrección final de la revolución sandinista. Desde entonces, además de trabajar periodísticamente, trabajo para el Frente Sandinista. También en esa época me relacioné con los distintos grupos armados colombianos. Todo lo que había estudiado aquí sobre las dictaduras en Centroamérica fue importante para mi trabajo entonces porque me movía todo el tiempo entre Nicaragua, El Salvador, Panamá y México. Pero desde el triunfo sandinista me instalo de modo casi permanente en Nicaragua como corresponsal.” Ser cronista de guerra con dos hijas chicas, recuerda, no fue fácil: “Aunque ellas participaron en los procesos de alfabetización y estaban acostumbradas a un tipo de vida que implicaba quedarse muchas veces bajo el cuidado de amigos, creo que debe haber sido bastante angustiante por momentos. Para mí lo fue”.
Zambullida por años en una coyuntura más que agitada, cada recuerdo de aquella época es al mismo tiempo un hito latinoamericano: “A fines de 1979 le hice una de las pocas entrevistas que hay a monseñor Romero en El Salvador. Fue una noche de tormenta en la que lo esperé largo rato y a partir de lo cual nos hicimos amigos. Nunca imaginé que unos meses después iba a cubrir su asesinato y a vivir el intento de masacre el día de su velorio”. Y así podría seguir narrando durante horas y horas, al calor del recuerdo.
Ultimamente estuvo en boca de Hugo Chávez y Fidel Castro. Ambos la nombraron en distintos discursos para elogiar su investigación sobre el terrorismo de Estado coordinado en el Plan Cóndor. Ahora, sin embargo, está inquieta por México y Bolivia. “Creo que no le estamos dando la suficiente importancia a lo que pasa en Bolivia hoy: ¡es la primera revolución del siglo XXI, porque nunca resignó su tono combativo y porque produjo una nueva generación de dirigentes sociales, desde abajo! Esto no se considera simplemente porque son indígenas y como tal son invisibilizados políticamente. Aún ante la revitalización de las doctrinas de contrainsurgencia que creíamos muertas después de las dictaduras, no vemos el valor que tuvo la reciente rebelión indígena en Bolivia, donde hay nuevos actores sociales –más o menos organizados– que desafían la cooptación cultural. Si se cree que se va a entender lo que pasa en Bolivia por las crónicas en los diarios, estamos fritos.” Otra revolución, dice, es la que tiene lugar en el zócalo del DF en estos días: “Estos millones de personas en las plazas, manifestándose contra el fraude, es una revolución en México porque nunca se había visto. La indiferencia con que los medios tratan este asunto es increíble”. Mientras termina de conversar, empieza a preparar, una vez más, sus valijas.
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