TENDENCIAS
En tiempos en que la identidad masculina parece haber dejado de ser un atributo tan definido y concreto como su sexo, los varones nostálgicos se agrupan y resisten levantando como defensas unas pocas seguridades: mientras levantemos chicas seremos triunfadores, parecen decir las nuevas sectas. Y para eso hay técnicas infalibles que se pasan entre ellos, inaugurando un “nosotros” masculino que en definitiva es lo único novedoso.
› Por Liliana Viola
En una Roma muy pero muy lejana, año 40 antes de Cristo, los jóvenes, los no tan jóvenes pero todos inexpertos y sedientos de mujeres, recibieron un remedio para sus torpezas. El arte de amar reveló las técnicas de la seducción a lo largo de sus dos primeras partes dedicadas a los varones y de una tercera donde se les explicaba a ellas, por si acaso, cómo responder, mantener y continuar con el placer. Ovidio, el primer poeta erótico de Occidente aconsejaba a sus muchachos: “Prometerle lo imposible, alabar su rostro y belleza por encima de las demás, verter lágrimas, ya que con ellas se conmueve hasta el diamante, darle besos forzados, ya que si bien es posible que al principio luche contigo y te llame ‘sinvergüenza’, deseará que la venzas en la lucha... Aunque le des el nombre de violencia: a las mujeres les gusta esa clase de violencia. Todas se alegran de haber sido violadas en un arrebato imprevisto de pasión y consideran como un regalo esa desvergüenza”.
Este Ars Amandi es el punto de partida de una educación sentimental que con ejemplos, ficciones y enumeración de tácticas, deja demostrado que no hay nada de “natural” en el campo de la seducción. Con esta guía para atrapar cortesanas y sirvientas –jamás se incluye entre las presas de caza a las doncellas y señoras– se ponía en evidencia un amor muy lejano del platónico que llegó luego con el Renacimiento; éste es el hijo de Venus, el del instinto sexual que equipara al hombre con las bestias según los moralistas que en plena Edad Media siguieron leyendo a Ovidio. El arte de amar puso al alcance de esas bestias un oficio para salir airoso del combate. Desde entonces se compara al juego del amor con la milicia; la conquista es una batalla donde el galán debe realizar mil y una hazañas para luego, extraña paradoja, caer rendido ante el enemigo/a.
Se podría pensar que el siglo XXI está muy lejos de aquella Roma y que el paso de la Modernidad ha vuelto pueriles las instrucciones de uso. Pero no es así. Hoy mismo, la convicción de que existen técnicas infalibles para llevarse mujeres a la cama mueve millones de dólares por Internet. Mucho más cerca del discurso de la autoayuda y del marketing que de la poesía de Ovidio, y más lejos todavía de la crítica cultural y marxista que hizo Erich Fromm en su propio El arte de amar, los nuevos expertos imparten cursos online a un público dispuesto a reconocer ante sus pares su incapacidad para conseguir chicas. Mientras libertinos y casanovas desplegaron ejercicios de sofisticación, la nueva pedagogía simplifica las cosas con una lista de infalibles tips, frases de entrada, preguntas para romper el hielo, gestos para llamar la atención, técnicas de venta también aplicables a otros productos electrodomésticos. El combo acusa recibo de teorías psicológicas, programación neurolingüística, algún principio de la hipnosis y de la prestidigitación. Queda dicho: nada hay librado al azar, mucho menos a la improvisación; el curso que imparten los maestros del “ligue” –o del sargeo según manda la españolización del verbo to sarge– se vende con la garantía de que al término de una semana el alumno habrá abordado con éxito a unas 50 mujeres. El argot que marca la pertenencia a la comunidad de seductores está compuesto por siglas: en este rincón, los TTF (Típico tipo frustrado que desconoce cómo atraer a las mujeres) y en el otro, las TB (las que están buenas, que pueden identificarse con un valor numérico “TB10” o con un apodo TB pelirroja). Entre estos dos abismos están los MDLS (maestros de la seducción), que a su vez han aprendido lo que saben de algún GDLS (gurú de la seducción).
Las mujeres tienen una larga tradición en esto de referirse a sí mismas como “nosotras” para llorar sus penas y en definitiva para reconocerse; los hombres no. Por eso, esta propuesta, a pesar de lo retrógrada, resulta novedosa.
Esta comunidad que actúa desde fines de los ’80 parapetada tras seudónimos y direcciones de correo electrónico tiene ahora su propio best seller, se llama El Método, lleva 100.000 ejemplares vendidos en Estados Unidos y figura entre los primeros en la lista de Amazon.com. Son 500 páginas de un híbrido entre la ficción, el trabajo de campo y el manual de instrucciones que narra el esplendor y la disolución de una comunidad llamada Pick Up Artists (artistas del levante). El autor es un periodista que durante dos años se infiltró en las clases de uno de los máximos gurúes autodenominado Mystery, que ostenta como curriculum un gigantesco book de la chicas con las que se acostó.
Neil Strauss, escritor y crítico musical que ganó importantes premios por la cobertura del suicidio de Kurt Cobain para la revista Rolling Stone y por su reportaje a Eric Clapton en The New York Times, se sentía feo, anodino y tímido. Había tenido relaciones con unas seis chicas en toda su vida y con la mayoría había llegado a una relación estable –dos años promedio– más que por amor, por el espanto de saber cuánto le costaría conseguirse una nueva. Pagó los 500 dólares que entonces costaba un workshop de tres días –ahora rondan los 2000– y descubrió muy pronto que había hallado la solución para “no más noches solitarias llenas de onanismo”. La matrícula incluía acceso a locales nocturnos, transporte en limusina, clases teóricas y prácticas en discotecas con mujeres de verdad y con maestros marcando errores y aciertos in situ. Munido de los útiles requeridos –una lapicera, un cuaderno, un paquete de chicles y preservativos–, Strauss ingresó en el año 2002 y llegó a gurú en el 2004, cambió su nombre por el de “Style”, seudónimo que lo convierte en personaje y garantía de su propio libro. El Método describe su transformación de perdedor en vencedor, así como la de otros tímidos, titubeantes, vírgenes, bellos o poco agraciados que llegaron a aprender el formato básico: (EAAC) “Encuentra, Aborda, Atrae y Cierra”. O la regla de los tres segundos: “Sonríe siempre. Tras localizar el objetivo, se dispone de tres segundos para abordarlo; si tarda más, la chica pensará que es un pesado y además él se pondrá nervioso, le dará demasiadas vueltas a su técnica de aproximación”.
Strauss tomó cursos en Londres, en Belgrado, en Sydney y conoció a los mejores, incluido Ross Jeffries, maestro de “Seducción Acelerada”, técnica basada en la hipnosis. El reputado Don Juan americano asegura que el personaje de la película Magnolia, que protagonizó Tom Cruise, está inspirado en él. El Método completa su encanto con la aparición del mismo Tom Cruise, Courtney Love, Paris Hilton y la seducida y abandonada Britney Spears.
Si en algún momento el autor reflexiona sobre lo patético o lo desleal de sus recursos, enseguida encuentra respuesta: “Nadie critica que se tomen clases de manejo, ¿por qué no puede haber un curso para aprender a seducir chicas?” y “así como los drogadictos van a centros de rehabilitación, los incapaces sociales van a talleres para aprender a levantar mujeres”. En el momento de mayor desconcierto para la identidad masculina, cuando los gestos que antes se heredaban ahora se ponen en duda o hay que mandarlos a hacer, aparecen estas sectas, un desesperado refugio para la hombría. El mercado se presenta como el gran salvador para todas las disfunciones de la época, calma ansiedades: en nuestro pequeño mundo todo se puede comprar. Y si hasta el momento las grandes consumidoras –de cosméticos y consejos– eran las mujeres, ahora la tendencia se equipara o incluso se revierte. Las mujeres tienen una larga tradición en esto de referirse a sí mismas como “nosotras” para llorar sus penas y en definitiva para reconocerse; los hombres no. Por eso, esta propuesta, a pesar de lo retrógrada, resulta novedosa. Casanova actuaba solo, dice el autor, y he aquí la gran diferencia, nosotros nos tenemos los unos a los otros.
Vale aclarar que estos varones limitan su cacería a centros nocturnos y tienen como objetivo celebridades y chicas con siliconas, para desgracia de las demás mujeres que andan por la calle de día, trabajan, leen, van al cine, no se han operado aún.
En 2004, la comunidad fundó en Los Angeles una especie de Facultad de la Seducción, “era nuestra iglesia de las piernas abiertas”, que se cerró muy pronto debido al descontrol, las peleas internas y sobre todo al aburrimiento de escucharse repetir una y mil veces las mismas frases.
Hace muchísimos años, el ambiente en Roma se había vuelto más conservador, el matrimonio y la familia se corroboraron como el sustento de la sociedad y, por lo tanto, el adulterio resultó severamente castigado. Si Ovidio fue condenado por Augusto a una región perdida del Mar Negro, Strauss se está haciendo dueño de una creciente fortuna. Sepultó al imbatible Style, se enamoró de Lisa, la guitarrista del grupo de Courtney, quien le exigió naturalidad y cariño verdadero. Le dedicó el libro y le juró que con ella todo había sido diferente. Pronto van a casarse y a tener un niño, eso seguro. Ovidio se casó tres veces. Qué poco importa ahora. En sus versos eróticos aparece de manera insistente una misteriosa Corina. Su nombre no se ha olvidado, como tampoco el de otras mujeres imaginarias de la literatura, objeto del deseo y su dolor. “Si el amor no fuera real, por las ventanas no regresaría el recuerdo.”
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