Vie 01.09.2006
las12

VISTO Y LEíDO

Bestiario

› Por Liliana Viola

Los animales salvajes
Griselda Gambaro
Norma
160 páginas
$ 18.-

Muchos animales se disfrazan de otros para parecer venenosos o inofensivos según el caso. La culebra falsa coral imita a la peligrosa coral, las moscas imitan a las abejas, hay mariposas que llevan ojos de búho dibujados en las alas. Otros se hacen invisibles copiándose del paisaje. Este ejercicio de transformaciones y encubrimientos es llevado a cabo ahora mismo por Griselda Gambaro en Los animales salvajes, un libro de historias breves donde todos los títulos refieren a algún animal. Harán su entrada cada uno a su manera, el rinoceronte, el tigre, el bicho bolita, el caballo, el águila, la jirafa, la mosca, el pato, la mona y, por supuesto, también el gato y el perro. Alguien desearía ser oso hormiguero, otro se espanta de sí mismo al reconocerse en la televisión cazando una presa, otros se abusan de la confianza de la dueña de casa y comen lo que no deben; otros, bestiales, se instalan o sufren, aunque nunca quisieran incomodar. La narradora se ha camuflado de tal forma que difícilmente se llegue a determinar quién es el que habla, de qué se queja o de dónde le viene tanta nostalgia. Si bien cada uno de los 18 relatos puede leerse de forma independiente, todos están integrados por esta lógica suspendida donde se han borrado los límites entre personas y bestias. Porque no se trata de adjudicarles rasgos humanos a los animales, sino de colocarse en un punto tal desde donde los sentimientos de extrañamiento permiten escuchar mejor la angustia de no ser exactamente lo que se había soñado o lo que los demás esperan de uno. Cada animal que aparece en escena da la entrada a un recurso para hablar de lo mismo. Griselda Gambaro en este libro de relatos breves tensa los límites no solo entre las identidades sino entre los géneros y así es que cada pieza puede ser leída como se lee un poema en prosa. La autora, reconocida sobre todo por sus obras teatrales –Las paredes, El desatino, Los siameses, El campo, Nada que ver, La señora Macbeth, entre otras–, no es la primera vez que recurre al amparo de los silencios justos y la voz camuflada para proteger la palabra de sus depredadores.

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