FOTOGRAFíA
Una misteriosa angustia recorre las imágenes de Liliana Parra, producto de eso que se ve y que necesita distinguirse de lo que fue para tranquilizar a quien mira, para que pueda sentar un límite: hasta acá la realidad, más allá la intervención de la autora. No será sencillo, como no es fácil distinguir cuánta de la angustia social es privada y cuánta es compartida, cuál es su razón de ser y dónde empieza el pánico.
› Por Verónica Gago
La fotografía está atormentada por la realidad de una presencia, de lo que alguna vez estuvo ahí, dice Roland Barthes. Pero la reproducción mecánica o digital de esa presencia se contrapone a lo que es existencialmente irrepetible. Cada imagen nos agita con la fórmula “esto ha sido”. Y ése es, para el pensador francés, uno de los rasgos inimitables de la fotografía: no puede despegarse de eso a lo que refiere. Tras estas huellas, la fotógrafa argentina Liliana Parra ha encarado su nuevo trabajo: Estados Alterados, expuesto en estos días en el Festival de la luz 2006 en Santa Fe y que seguirá viaje hacia el Museo de Arte y Memoria de La Plata en poco tiempo. Estas imágenes destilan una expresividad inquietante: la de rostros y paisajes que han sido violentados y conmovidos y que dejan intuir lo imborrable de esos tránsitos. Esta “alteración”, sin embargo, es la materia común que recorre los últimos años de la obra de Parra, una de las artistas precursoras en el país de la fotografía intervenida. El año pasado, con la presentación de una retrospectiva de su trabajo en el Museo Nacional de Bellas Artes, reveló un conurbano bonaerense de cuerpos agredidos y luminosos, que se trenzaban con la fantasía de una invasión (una espalda que pasa a ser enredadera, un niño que se convierte en agua o el agua que se vuelve niño), en una secuencia de mutilaciones y texturas que tomaban por asalto la imagen. De hecho, la de Parra es una fotografía fantástica surgida del más puro realismo. Logra así confundir el tacto y la vista, lo inverosímil con lo obvio, por procedimientos químicos, mágicos y artísticos a la vez.
Liliana Parra estudió en los años ‘60 en la Escuela de Bellas Artes De la Cárcova y también en esa época se graduó como escenógrafa. Por entonces practicaba la vida en comunidad en distintos lugares del país y del exterior. Durante la dictadura, se exilió en Italia. Allí, en la Bienal de Venecia de 1978, conoció la obra del artista visual austríaco Arnulf Rainer: “El presentaba unos trabajos muy fuertes gráficamente, a partir de fotos de cuerpos y rostros muy contundentes, atravesados por gruesos trazos y líneas, emocionalmente violentos. Esas fueron las primeras fotos intervenidas que vi. Luego, reflexionando sobre el tema, me di cuenta de cómo la fotografía abría un gran camino, en aquel momento poco transitado. Yo no estaba en esa época trabajando en la fotografía, pero sí dibujando, y la idea de unir ambas cosas quedó plasmada desde entonces”, relata Parra.
Al regresar al país en 1982 se dedicó de lleno a la fotografía mientras trabajaba como docente de plástica en distintas escuelas del conurbano bonaerense, territorio que es la mayor cuenca de sus imágenes. En los ‘90, salió a la luz en decenas de muestras colectivas tales como Pasión por Frida, en el Centro Cultural Recoleta (1996), y Femenino Plural: La mujer y la fotografía, en el Museo Nacional de Bellas Artes (1998). Pero fue la muestra del año pasado en el Bellas Artes la que exhibió su recorrido último como una trayectoria múltiple enhebrada por muchos años de trabajo:allí se anudaron las series tituladas Conurbano, Fantasías, Intimidad, Invasión, Iván y Federico (Clase 1976), Control y Pensamiento.
Sus imágenes constatan que la angustia y el miedo dejaron de ser síntomas de unos pocos para convertirse en verdaderas patologías de masas. Tal vez el pánico, ese miedo indefinido que ataca y paraliza, sea el indicio corporal del sentimiento más contemporáneo y más compartido.
La impronta de las fotos de Parra es que son hechas a través de sucesivos montajes: el dibujo sobre la foto, la foto desdibujada, el dibujo fotografiado. Y así también dan lugar a otras intervenciones: la desaparición o la mutación de partes de una imagen y el agregado de texturas (paredes que se brotan como una piel alérgica y sobresalen del papel) hasta lograr ese efecto perturbador de composición. Es una sucesión de placas que en su reacomodamiento confunden el material con la sensación y hacen emerger una visibilidad trastocada. Es precisamente esa alteración de lo visible lo que señala la fuerza política de la intervención de Parra. “Creo que casi todo lo que hice está relacionado con lo que nos pasa. Trato de ser permeable a lo que sucede en este determinado momento social, de ser afectadapor el entorno lejano y por el que estámuy cerca, como es el conurbano, donde vivo desde hace muchos años”, dice la fotógrafa.
“Estados Alterados surge de la necesidad de hacer notar los condicionamientos a los que te lleva esta sociedad, los grados de locura o alteración. Me interesa resaltar lo común de estas patologías, que están entrando en la normalidad de nuestras vidas”, sintetiza Parra para enmarcar un trabajo que –como ella misma insiste– recién empieza. De hecho, la angustia por la cual surgió Estados Alterados es la proliferación de ataques de pánico, miedos y depresiones que Parra veía a su alrededor y que en un momento la cercaron también a ella: “Ese estado emocional lo empecé a percibir como lo propio del día a día en una escuela, en un barrio, en cualquier lado y en cualquier persona, por un período corto o prolongado en el tiempo, pero común a todos.” Sus imágenes constatan que la angustia y el miedo dejaron de ser síntomas de unos pocos para convertirse en verdaderas patologías de masas. Tal vez el pánico, ese miedo indefinido que ataca y paraliza, sea el indicio corporal del sentimiento más contemporáneo y más compartido.
“En estos últimos trabajos, la intervención principal es de quien está frente a la cámara,es sobre su persona que el tema se concretiza y es quien interpreta y transmite. Mi intervención se da en lo que añado a la imagen y que creoestaba latente en ella desde un principio. Tal vez sea sólo eso: hacerlo intencionalmente visible”, describe Parra. Sin embargo, en esas fotos la alteración es para quien las observa cuando presiente esa angustia, informe y multiforme a la vez, de donde proviene su fuerza mimética. Desprovista de una única causa, esa angustia puede apropiarse de cualquiera. Y ésa es la atmósfera misteriosa y reconocible a la vez de las imágenes de Parra. La de una angustia que, porque lo impregna todo, se revela extenuante.
La percepción de ese malestar a partir de gestos desencajados, de humores turbados, de una infinidad de ansiedades que se desatan sin explicación y de debilidades sin fin, agregan inquietud a esas fotos en las que no cuesta encontrarse y perderse a la vez. Reside ahí la fuerza de una imagen que logra que el espacio íntimo se revele completamente público y que haga que esa esfera pública asome en cada gesto personal.
Los cuerpos asediados por el malestar “es un tema recurrente en mis trabajos desde el inicio; recuerdo que ya en el ‘92 le dediqué una serie titulada ‘Construcción y deconstrucción sobre cuerpos’”, rememora Parra. Le siguió la intervención fotográfica sobre el cuerpo dolorido y poderoso de Frida Kahlo. Y, luego, la secuencia sobre los cuerpos que pueblan el conurbano. Este año –a propósito de una muestra colectiva por el 30aniversario del golpe de Estado–, Parra trabajó sobre el cuerpo femenino enloquecido por el dolor de la desaparición de los hijos (un dolor que invoca el fresco La matanza de los inocentes, de Giotto).
Las mujeres tienen una forma de poner el cuerpo, en un cotidiano cada vez más duro, sobre la que Parra quiere profundizar: “Me interesa trabajar más a fondo cómo el malestar se centra en el cuerpo femenino, que es el que sufre sobre todos los espacios de violencia, injusticia y discriminación que abundan”. De hecho, no parece casual que muchas de sus fotos sean ya retratos de dolores que encuentran en el cuerpo femenino su marca más directa pero también su politización más inmediata.
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