Viernes, 8 de septiembre de 2006 | Hoy
EXPERIENCIAS
[HTMLEn la Buenos Aires Fashion Week se presentó Bajo Flores, la nueva colección de la firma Tramando –ideada y motorizada por Martín Churba– que homenajea a la comunidad boliviana en la Argentina y que incluyó una pasada con mujeres “reales” –un eufemismo para decir que no son modelos– en un gesto que amplía los límites de ese reducto llamado moda. Una manera que encontró el diseñador de extender el propio lugar que alguna vez creyó que estaría siempre en el margen.
Por Marta Dillon
Algo del dorado de la pollerita de niña chola que hipnotizó con su vaivén la última pasada de las modelos reales –y no de las mujeres reales, que vendrían después– se puede descubrir en el destello del champagne bajo la luz artificial que borra el tiempo dentro del pabellón de la Rural donde esta semana se adora a la moda. No está mal un toque de burbujas, piensa la cronista, envuelta de esa liviandad que contagian las telas que Martín Churba acaba de poner en la pasarela y que generan de inmediato ganas de tocar. Tocar furtivamente, como quien roba un instante de placer ajeno –el perfume de esa nuca desconocida, el calor de un roce hombro con hombro–. Hay gente para quien el glamour es territorio extranjero –en ese reconocimiento la cronista se siente en casa–, pero como tal, pisarlo trae cierta sensación de conquista, al menos de haber conquistado el propio miedo de calzarse las botas de la aventura. O esos zapatos que también anduvieron por la pasarela, color crema y puntita roja, como una lengua indecente que asoma e inquieta.
No, no está nada mal dejarse tocar por la belleza, mezclarse entre sus arbitrarios designios y pensar que es posible mirar al frente y caminar como si este cuerpo, cualquier cuerpo, fuera merecedor de la atención del público y del bamboleo de las telas y hasta capaz de devolver cierta furia en el gesto cuando se llega a la punta de la rambla del desfile, de frente a las cámaras, para que vean que poco importa lo que ve el lente si de todos modos me doy vuelta y me voy y ya llegará otra fantasía. No, nada mal nadar en esa corriente. Ahí están las “chicas Dove” para atestiguarlo, contentas como gatas con dos colas, posando alborotadas junto al diseñador que cerró con ellas la presentación de su colección Bajo Flores, homenaje a la comunidad boliviana en Argentina. Mujeres reales, las califica la campaña publicitaria de esa marca de jabones y cremas y desodorantes que inauguró la chance de que una mujer gorda pueda aparecer en bikini en una gigantografía y no para ilustrar un chiste misógino. Y ellas se hacen cargo, “invadimos la pasarela”, “a mi edad nunca me lo hubiera imaginado (43, la que lo afirma)”, “las mujeres curvilíneas nos vamos a poner de moda”, “todos somos bellos, es que hay gente que es gente” dicen cuando les preguntan, todavía con los labios rojos como en carne viva, tan prolijos como en el momento en que se los pintaron, a pesar de las advertencias de las y los maquilladores que anunciaban, como si antes las chicas Dove nunca hubieran usado rouge, que “el rojo mancha”.
¿Gente que es gente? ¿Y qué serían las modelos? “Monstruas de un metro noventa”, contesta Churba. Mujeres como obeliscos que transitan por los vestuarios –separadas por una isla de espejos de las “chicas Dove”– como si hicieran el gracioso favor de mezclarse entre mortales. Y mientras a unas las arrean –”¡chicas Dove maquilladas, a peinarse!”–, a las otras las atienden. Gajes del oficio en el que Churba mete su tijera para contestar, tajante, que a las reales las pinten “como pintarías a alguien que querés que se vea bien”, a una maquilladora que dudaba de la conveniencia de embellecerlas. Pero todas, de una manera u otra, vestirán esas telas que remedan una estética habituada a la marginación, porque la realidad todavía no llegó a las chicas con rasgos bolivianos, por llamar de alguna manera al crisol de etnias que puebla ese país del norte que sangra migrantes hacia este sur, la mayoría para conjurar el hambre.
La belleza real no incluirá a las bolivianas pero la pasarela de la Buenos Aires Fashion Week incluyó el homenaje a una comunidad que habita las sombras de la industria textil –en la misma semana en que se recuerda a las mujeres migrantes en el mundo–, pagando hasta con su vida la chance de pasar el día frente a una máquina de coser. Este mismo año, mientras la colección se gestaba, seis migrantes bolivianos de distintas edades murieron atrapados en un incendio en el taller de costura donde trabajaban y vivían en un régimen similar a la esclavitud. ¿Tiene que ver con ese hecho que hizo visible este sistema de explotación en la industria textil?
–Ya había tomado la decisión de hacer este homenaje, porque la moda no integra amorosamente a la diversidad, mucho menos la estética que aportan los mismos a los que usan como mano de obra. Pueden ver su capacidad de trabajo pero no su universo estético –dice Martín Churba, el cuerpo (real) más visible de Tramando, la marca que parió a su modo hace poco más de tres años y con la que desembarcó tanto en Nueva York como en Tokio, dos horizontes tan amplios que son capaces de contener al mundo. Debajo de esa marca, en cualquier etiqueta de su ropa se pueden leer dos palabras: “filosofía textil”, casi una declaración de principios que justamente se da cornadas con los límites, cualquier límite, hasta moverlo más allá, hasta que el margen esté tan corrido que quienes ahí habitaban aprendan a quedar de este lado. Del lado del champagne, que integra a la belleza real, que ampara a la comunidad boliviana, que pone sus manos para tejer con cualquier cosa menos con lana o hilos y que inspira para que el diseñador tense también los materiales hasta el punto en que el cuero de pescado puede oler a cuero de vaca y el diseño del aguayo andino sirva de paleta para un pop latino que pone a bailar polleritas de chola niña en una pasarela.
Es fácil imaginar, cada vez que se dice Tramando, tanto las hebras que enlazan lo que podría haberse perdido, cada cosa en su isla, como el acto de elucubrar un plan, una acción, incluso un desembarco. ¿Qué estás tramando? interrogan los niños y las niñas cuando juegan a imitar voces de doblaje de series extranjeras, frunciendo el entrecejo frente a una reunión a quien no habían sido invitados. ¿Qué está Tramando Martín Churba desde que un paseo en una rambla del Tigre le permitió descubrir polleras en una banderas que se tocaban entre sí empujadas por el viento?
–Yo lo quiero todo –dice él, recostado en el sillón blanco del salón del vip donde festeja el final del desfile, con un peto de plata de reminiscencias andinas y un sombrerito paceño igual al que usaron las modelos en la pasarela–, por eso me gusta el pop y por eso también me parece que la paleta del pop y de un pedazo de la tierra boliviana son amigas. Me apodero de lo que veo y lo devuelvo modificado. Y eso también me gusta verlo en general, me gusta el mestizaje de las cosas y por eso elegí Bajo Flores como icono de esta colección. Porque en esa villa, la más grande de Buenos Aires, conviven migrantes bolivianos, peruanos y coreanos en una mixtura que convierte a cada comunidad en otra cosa.
Por esos lugares anduvo entonces, mientras la idea se tramaba, justo después de haber presentado Monte, colección de invierno inspirada en Santiago del Estero, en el color local de quebrachales y desiertos, de rastras para campesinos enjoyados pero sin más metal que el que se fotografía y se imprime sobre tela. Esa inspiración surgió de un viaje nutricio, como todos los que hace cuando no trabaja.
Como un pájaro que alimenta a su prole con lo que ha conseguido en sus vuelos y procesado en el pico, así él busca, encuentra, transforma y devuelve. Pero metáfora es insuficiente, porque Churba para buscar elige no volar:
–No entiendo a la gente que quiere llegar rápido, a no ser que sea para trabajar. El auto te permite hacer un proceso corporal para entender la distancia y el desplazamiento que es necesario para abrirse a lo nuevo y trabajar para quedarte con lo que ves.
La moda no integra amorosamente a la diversidad, mucho menos la estética que aportan los mismos a los que usan como mano de obra. Pueden ver su capacidad de trabajo pero no su universo estético
Así va creando su propio mundo, organizando los objetos que lo encandilan, los paisajes en los que se permite imaginar materiales para seguir uniendo la trama que finalmente, como una araña que envuelve a la mosca que será su alimento, se convierta en producto diseñado, sea este una prenda, un tapete, un florero o un collar que desarmó en hebras un aguayo hasta convertirlo en adorno africano o jamaiquino.
–Es que un margen te lleva a otro, Nuria Martínez, una folclorista que hizo la música para esta puesta, me hizo escuchar a Luzmilla Carpio, que es boliviana (aunque vive en París) y su música también es parecida a los sonidos afrocubanos, aunque es del Altiplano.
Y así, deglutiendo y transformando, ordenando, diseñando en un círculo que incluye a las 25 personas que trabajan en Tramando, los dibujos que traen de inmediato a Miró a la memoria se acomodan en volúmenes como los que crean las cholas en el Bajo Flores o en La Paz, tela sobre tela, convirtiendo el doblez en bolsillo y el macramé en espuma que adorna un tocado propio de la Virgen de Copacabana o de una novia como la que se estila presentar al final de los desfiles.
Cecilia Carimullo, champán en mano, es una de esas 25 personas que enhebran la trama que ideó Churba. Ella es tejedora, aprendió “labores” en su escuela, en La Paz. Hace 12 años que está en Argentina, seis que teje para vender –desde que su marido quedó desocupado– chambritas y polketus (o ajuares de bebé y escarpines) y algo más de tres que integra Tramando. “Lo que más me sorprendió cuando empecé a trabajar era el material, nunca se me hubiera ocurrido tejer con los orillos de las telas ¡y hay que ver lo rápido que se avanza! Al crochet o con dos agujas, da lo mismo, sale pronto.” Casi un milagro para esta mujer que vio convertido su arte flexible en objetos contundentes como floreros o potiches, en guardas de vestidos que ella reconoce como inspirados en la tierra que añora aunque para una mirada distraída cueste encontrar las raíces bolivianas.
“A mí me gustarían dos cosas: terminar la escuela y volver a mi país, porque extraño la familia. Acá una viene sin saber, hay gente allá que te dice que es fácil, que se gana plata... pero hay muchas trabas, una no sabe donde dormir, se aprovechan de la necesidad. Yo tuve suerte al final, porque ahora tengo dos hijos en la universidad y por ellos me sigo quedando.” Después de hablar, Cecilia se pierde en la foto de grupo del círculo Tramando, en donde por primera vez se advierte la belleza real que promociona la marca de jabones, tal vez porque el cansancio o la falta de maquillaje les da ese lustre, ese brillo de la misión cumplida (y el champagne bebido).
Desde que en 2004 Martín Churba unió su marca a la cooperativa La Juanita –un emprendimiento de costura del Movimiento de Trabajadores Desocupados de La Matanza– para producir delantales –elemento emblemático del trabajo y también de la inclusión de las diferencias en un mismo ámbito–, su nombre quedó unido a lo que se llama conciencia social que no sería otra cosa que un sentido de la convivencia que incluye mirar a otros sin miedo y con la expectativa del intercambio. Es difícil, de todos modos, no pensar que hay cierta impostura en ese gesto, sobre todo porque Tramando habita un reducto ideal en el que el diseño se respira –aunque él diga que se piensa– como la calidad de vida necesaria para funcionar y otros apenas sobreviven cosiendo a destajo guardapolvos que este año se venderán en Japón a un precio que el MTD ni sueña ni quiere conocer. Lo cierto es que la asociación sigue funcionando. Lo cierto es que Martín Churba tampoco se propone como alguien generoso si no como quien necesita ser incluido y sabe de qué se trata temer que te dejen afuera.
–Mi conciencia social no es integrar a otros si no a mí mismo, como gay y como persona acomodada. Dar lugar es abrir espacios en los que uno también puede habitar, no soy solidario, sencillamente sé de qué se trata el miedo a la exclusión. Muchos años me pregunté sobre cuál sería mi lugar, el lugar en el que me dejaría mi condición sexual. Y lo que sé es que si me perdonan que soy gay es porque además soy alguien.
Quien no se ha parado alguna vez en el margen no sabe lo que es mirar hacia el centro con deseo. ¿Deseo de qué? se le podría preguntar a quién ha nacido rodeado de hambre de belleza, en una familia que se podía permitir saciar esa ansiedad. Si para Churba el diseño es una cuestión trascendental –como manifiesta en el video en el que presenta los diez mandamientos de la “filosofía textil”–, no es menos la posibilidad de proyectarse en un sentido amoroso que teja un entramado en el que trabajo y obra sean una cosa única y obra y vida la continuación de lo mismo.
Así, él y su pareja trabajan en conjunto, se regalan sus saberes, se acompañan y declaran: “Para nosotros la creación conjunta es un proyecto vital”, como lo hicieron en la muestra que hasta hace poco se había montado en un hotel alojamiento de Palermo a punto de ser demolido. Ellos, Mauro Bernardini y Martín Churba, ocuparon la habitación 27 con una fuente de la abundancia que se derramaba sobre la cama y subrayaban la obra con un texto: “...Nuestro género es redundante y la sexualidad se repite. Soñamos con tener un hijo, fruto de nuestra pasión y del amor, de la repetición misma de nuestra sexualidad. El néctar está representado en la fuente de leche. Es para contemplar y para pensar, nada va a pasar, no hay peligro. Por acá viene más de lo mismo...”
Dar lugar es abrir espacios en los que uno también puede habitar, no soy solidario, sencillamente sé de qué se trata el miedo a la exclusión. Muchos años me pregunté sobre cuál sería mi lugar, el lugar en el que me dejaría mi condición sexual.
¿Alcanza haber elegido una sexualidad que se escapa de la norma heterosexual para decir que se conoce el destierro? Si se le pregunta a la madre de Martín, una mujer real que viste con la ropa que hace su hijo como demostración tajante que no hace falta ser modelo para que la tela acaricie, dirá que sí. Que su miedo, su prejuicio le costó remontar lo que Martín le ponía frente a la cara. “¿Por qué se quiere marginar? Eso era lo único que yo pensaba. Ahora soy feliz con su felicidad, pero no es lo mismo”, dice.
Pero la respuesta, sin duda, no puede generalizarse. Lo cierto es que en ese ímpetu de Churba de generar vínculos de convivencia con lo que no conoce(conocía) hay una manera de decir “quiéranme”. Y sabe, y lo dice, que habiendo conquistado un lugar en el brillo que algunos creen que es superficie (y para él es trascendental) puede convencer a otros y otras que sin diferencias no habría trama. “¿O vos crees que muchas de mis clientas no aceptan ciertas cosas porque lo dice Martín Churba?”
¿O acaso algunas de sus clientas de Recoleta no se rendirán frente a las estampas de aguayo, esa tela que las cholas usan para colgar de la espalda a sus guaguas, sólo porque lo propone Martín Churba? Los caminos de la integración son intrincados, pero al menos se están tejiendo, aun entre mujeres reales que auspicia la publicidad y comunidades que se homenajean sin que la realidad, aún, incluya a sus caras.
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