CINE
Pasaron veinte años antes de que Felicity Huffman, la gran actriz que se hizo popular en el rol de Lynette en la serie Amas de casa desesperadas, consiguiera un protagónico en el cine. Pero valió la pena esperar, porque su actuación como transexual en el futuro estreno Transamérica, de Duncan Tucker, es apabullante.
› Por Moira Soto
Personas en tránsito hacia una identidad de género distinta de la biológica con que nacieron, las y los transexuales completan su arduo y complejo viaje cuando dejan de tener conflicto entre su mente y su cuerpo, cuando se asumen plenamente, según los casos, como mujeres o varones. Cosa que ocurre luego de tratamientos médicos y psicológicos, de entrenamiento físico y de cirugías. A menudo confundidas/os con travestis –quienes a su vez aceptan sus genitales masculinos y hacen de la feminidad una subrayada puesta en escena–, las y los transexuales aspiran a reconocerse y ser reconocidos sin vueltas, a tener un lugar de pertenencia afín, a asimilarse al otro sexo siguiendo tendencias y deseos profundos. Si bien la operación llamada de “reasignación de sexo” y el cambio de nombre son legales en muchos lugares, las mayores dificultades las y los transexuales las sufren en todo el proceso que lleva al logro total de sus objetivos. España, cada vez más a la vanguardia en derechos genéricos, es el primer país del mundo en donde –desde marzo de este año– las transexuales mujeres, todavía sin sexo reasignado, si les toca ir a la cárcel por los motivos que sean, pueden ingresar a módulos de mujeres. Así lo dispuso por medio de una circular la directora general de Instituciones Penitenciarias, Mercedes Gallizo, empeñada desde el año pasado en mejorar la situación de las transexuales presas (no se registran casos de transmasculinos en esa situación). La idea es que la identidad psíquica prime sobre la física o la legal, y que el viaje hacia el otro sexo no sea interrumpido en forma brusca (se prevé la administración de hormonas si están prescriptas). “Desde hace bastantes años, se venía pidiendo que las mujeres transexuales estuvieran en el módulo que le corresponde a su verdadera identidad de género, independientemente de que estuvieran reasignadas de genitales”, comentó la actriz Carla Antonelli –primera transexual en participar de un documental para la TV, en los ‘80– al diario El País. Responsable del área transexual del PSOE, Antonelli aclara que hay personas transexuales que no se hormonan por problemas de salud, aunque hayan tratado de adaptar su físico por medio de cirugías. Otras, en cambio, toman hormonas pero no han llegado al quirófano: “No siempre la meta, el fin último de esta gente es la reasignación quirúrgica de genitales. Sobre todo en el caso de los transexuales masculinos –nacidos biológicamente mujer que transitan hacia el hombre– porque esa cirugía no está suficientemente desarrollada”.
En cierta forma mutantes que ejercen su derecho a la autodeterminación del sexo y del nombre, aunque su travesía requiera altas dosis de coraje y perseverancia, las y los transexuales aspiran mayormente a construir su identidad sobre modelos imperativos, tradicionales de varón o de mujer, a formar parte de la mayoría silenciosa. Es lo que le sucede a Sabrina Claire Osbourne, Bree para amigas y amigos, todavía Stanley para su provinciana familia, en Transamérica, film protagonizado por la excepcional actriz Felicity Huffman (la Lynette Scavo de la serie Amas de casa desesperadas, en su versión original), que se estrena la semana que viene. A Bree, una semana antes de operarse, le sucede aquello de “éramos pocos y parió la abuela”: se entera de que tiene un hijo adolescente de su única relación heterosexual, una mujer que murió hace poco. Después de huir de su padrastro abusador, el chico sobrevive malamente como taxi boy en Nueva York y ha caído preso. Bree va a rescatarlo y emprenden juntos un viaje transformador.
Aunque el cine las/os suele preferir travestis, drag queens, transformistas, existen algunos films recordables protagonizados por transexuales masculinos y femeninas. El ejemplo más osado sería el peque Ludovic de Mi vida en rosa (1997), niñito de siete años que anuncia muy convencido “más tarde seré una chica”, pateando el tablero familiar. Del lado masculino, tenemos al Brandon Teena de Los chicos no lloran (1999), película basada en tragedia real que interpretó con suma entrega Hilary Swank. Pero probablemente la transexual más conspicua, complicada y zarpada sea la Tina de La ley del deseo (1986) de Almodóvar, brillantemente actuada por Carmen Maura. Ella era Tino cuando se fue a vivir con su padre como amante, luego se cambió el sexo para ser su mujer pero el progenitor la abandonó. Tina no vuelve a mirar a otro hombre y convive con una modelo (encarnada por la actriz, transexual en la vida real, Bibi Andersen). Nuevamente dejada, Tina es seducida por Antonio, el chico andaluz que, en verdad, la usa para llegar al hermano de ella, de quien está perdidamente enamorado.
Después de haber pasado por un largo y minucioso entrenamiento físico y vocal para componer a su transexual en Transamérica, Felicity Huffman se iba al set de Amas de casa desesperadas a reencontrarse con Lynette, la ejecutiva de carrera que al quedar embarazada dejó su trabajo porque estar con los niños iba a ser menos estresante... Lynette tuvo cuatro varones hiperactivos (dos de ellos mellizos) en cuatro años, lo que en algún momento la llevó a decirles a sus amigas que ojalá su marido se acostara con otra, y a retomar finalmente el laburo afuera. El rendimiento de Huffman en el personaje más logrado de la serie creada por Marc Cherry fue, sigue siendo –en la tercera temporada– sobresaliente, y ya le ha valido un Emmy.
Pero el director debutante Duncan Tucker no descubrió la calidad de FH en la exitosa producción de ABC sino en el teatro, en una pieza de David Mamet que había visto antes de escribir el guión de Transamérica. Porque esta actriz de 43, tan lejos de los cánones de belleza hollywoodense, cuyas acciones empezaron a subir en 2004, es socia fundadora de la Atlantic Theater Company, junto a Mamet y a William H. Macy (Fargo, Oleanna), su marido desde 1997. En realidad, Huffman, muy mimada por la crítica teatral, sólo había hecho papelitos secundarios en cine pese a que su aparición en la sitcom Sports Night, a fines de los ‘90, había sido muy bien recibida. También es cierto que luego de tres años de feliz matrimonio decidió hacer lo mismo que Lynette: tuvo dos hijas –Sofia y Georgia– y se quedó criándolas hasta que la llamaron para Amas de casa... Era una gran oportunidad y William H. se hizo cargo con la mejor voluntad de las niñas: “Me arremangué y fui un papá en casa por un largo período. Me gusta ese status y creo que fue bueno para las chicas”, dice el gran actor.
A Huffman y Macy se los ha podido ver en los últimos años muy acaramelados caminando diversas alfombras rojas conducentes a entregas de premios (algunos ganados por la actriz, otros –como el Oscar– quedaron en candidaturas), ella elegantísima con ropa de diseño. Sin embargo, FH no siempre se llevó tan bien con su cuerpo: a los 20, no se sentía lo suficientemente flaca, lo suficientemente linda, con tetas suficientemente grandes para ser actriz. Sabía qué comer para poder vomitar después. La bulimia devino anorexia, Felicity llegó a los 45 kilos, se quedó sin menstruación. Impresionada por la desesperación de su familia buscó un terapeuta y empezó a tratarse mientras seguía estudiando actuación y buscando oportunidades. Pero fue su encuentro romántico con Macy lo que la llevó a revertir totalmente la percepción negativa de su cuerpo. El convencerse de que él la encontraba deliciosa, la más sexy de todas fue el reaseguro definitivo. “Tener dos hijas y pasar los 40 también han contribuido a cambiar mi enfoque”, sonríe la actriz. “Creo que siempre tuve el cuerpo de una mujer de 40, entonces, ahora todo encaja.”
“Trabajé mucho para hacer en profundidad a Bree, alguien muy particular, una especie de madura tía republicana que cuida las formas pero que no sabe cómo sincerarse con ese hijo que le ha caído de repente. Aprendí muchas cosas sobre la feminidad, sobre la diversidad.”
Huffman piensa que sus graves problemas con la comida la ayudaron a comprender, a identificar el dolor de Bree en Transamérica, un personaje que no está para nada a gusto en ese cuerpo de varón con que nació, y que ha luchado tanto para llegar a ser una mujer. Empero, la actriz reconoce que antes de prepararse para interpretar a Bree no tenía una idea clara de lo que era ser transexual. Más aún, cuando Duncan Tucker la llamó, aunque le encantó el guión, le dijo: “Gracias, es muy bueno, pero creo que necesitas a un hombre porque todo el mundo sabe lo que llevo debajo de la pollera: una bombachita de Versace”. “Pero él, que es un tipo muy inteligente, me advirtió: ‘No estamos hablando de El juego de las lágrimas 2, no es acerca de lo que hay debajo de tu falda, es sobre lo que hay en tu corazón”, recuerda Felicity. “Duncan piensa que los transexuales femeninos son realmente mujeres, por eso quería a una actriz como protagonista. Tuve mucha suerte de que él me convocara, este personaje es muy querido por mi corazón.”
Felicity Huffman, a su vez una persona adorada por los equipos que han trabajado con ella en el cine, el teatro y la tele, se deshace en elogios hacia sus compañeros de reparto en Transamérica: “Todos están geniales: Fionnula Flanagan, Elizabeth Peña, Graham Green, Burt Young... Estoy fascinada con Kevin Zegers en el papel de Toby, mi hijo, fue un gran acierto elegirlo entre un montón de chicos”. Por otra parte, la intérprete se muestra muy agradecida al director por la libertad que le dio para construir a Bree: “Yo proponía pelucas, formas de caminar, le contaba mis conversaciones con mujeres transexuales, y Duncan me decía: ‘está bien, hacé lo que quieras’. Me permitió crear el personaje de los pies a la cabeza. Además de los diversos entrenamientos, de las búsquedas en Internet, de las biografías, autobiografías y ensayos sobre el tema que leí, fui a un par de convenciones de transexuales. Todo para hacer en profundidad a Bree, alguien muy particular, una especie de madura tía republicana que cuida las formas pero que no sabe cómo sincerarse con ese hijo que le ha caído de repente. Aprendí muchas cosas sobre la feminidad, sobre la diversidad”.
“Soy transexual, no travesti”, le dice Bree a su hermana cuando ésta le busca en el guardarropas un rumboso vestido con plumas, y a su madre que descree de que ese hijo que resultó ser una hija pueda tener el período: “Hormonas son hormonas, las mías y las tuyas vienen en píldoras violetas”. Quizá, después de todo, Bree vuelva a encontrarse con Calvin, ese indio respetuoso que se quedó prendado en el camino y que le tapó la boca a Toby cuando iba a hablar de más: “Toda mujer tiene derecho a un poco de misterio”.
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