VISTO Y LEíDO
› Por Liliana Viola
La orquesta invisible
Fernando Noy
Aurelia Riveria
48 páginas
$ 20
Cada poeta segrega / una sustancia propia / ansia de ser visible / y volverse a disipar”, advierte Fernando Noy en “Alquimia”, uno de los poemas de su nuevo libro. Esa capacidad de segregar sustancias propias y también la otra, la de disiparse en todos los sentidos del término, es lo que ha hecho de los poetas una categoría de seres infectos, sospechosos, así como también, de druidas, adelantados. La poesía, más allá de en cuál de las categorías se pretenda en vano encasi-llar a Noy, más allá de la reticencia de los lectores o del temor de los críticos a referirse a lo imposible, circula. La palabra de Noy va abriendo círculos a Buenos Aires y con la contundencia de la llama de un dragón, susurra sobre la gente sus premo-nisiones; desnuda sin delatar jamás. El libro, agrega a ese ardor, la fuerza de su voz escrita,que llora y se rie de nosotros si la leemos con el atrevimiento de volverla a leer. “Hay fotos que lloran si las miramos fijo”, alerta para quienes ya lo sabían pero no habían podido pensar en eso hasta este momento.Este trabajo abre círculos donde quedan ence-rrados los amores por más que se resistan: “Todo lo que te sobre es mío / tu cuerpo / por ejemplo”, o se va por los teatros y los recitales para hacerse letras de canciones de Fabiana Cantilo, pista de aterrizaje para que levantara vuelo la gracia de Batato Barea e inmortalizara a “las vírgenes pobres / colando su café en los vestidos de novia”. O meterse en la voz de Egle Martin, que canta en su actual repertorio: “Tengo miedo de caer del tiempo / porque es el único dios que nos queda”. La orquesta invisible es un libro ligero. Ligero en contraste con la pesadez de los best-sellers de amor o de los consejos de los que revuelven la síntesis de los maestros del sufismo para producir packs de autoayuda, por nombrar sólo a los más vendidos. Ligero por la velocidad con la que capta y suelta a la cara del que está leyendo la contundencia de los objetos. Por ejemplo, dice “Postal sonora”: “Escribe y suena el aparato / ni siquiera se levanta a contestar / al fin logró ya no escucharlo / aunque un teléfono sea más que alguien”. Ligero por su delgadez: de lejos parece un CD y de cerca, veintitrés poemas corregidos y supervisados por el autor. La contratapa enseña a quienes no lo conocen más de cerca que Fernando Noy nació en Río Negro, que ya publicó El poder de nombrar y Dentellada en Ediciones Ultimo Reino, tradujo a la poeta brasileña Adelia Prado, estrenó dos obras teatrales y que ya se prepara su antología poética. Entre panzas vacías, en medio de la huelga o de la noche que ya no es la anfetamínica de antes, Noy escribe con una lapicera que le prestó algún mozo y segrega una sustancia propia. Propia de uno.
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