Vie 29.09.2006
las12

RESISTENCIAS

Una voz propia

En la Legislatura porteña primó el consenso para rechazar los proyectos que buscaban regular la prostitución con libretas y controles sanitarios. Mientras tanto, un debate entre mujeres en situación de prostitución y trabajadoras sexuales amplió el espectro de otros consensos posibles y sembró bases de diálogo.

› Por Roxana Sandá

La anécdota bien vale la pena de refrescarse: la dirigente travesti Lohana Berkins aprovechó días atrás una audiencia pública de la Comisión de Salud de la Legislatura porteña para encarar al asesor en la materia del diputado Rodrigo Herrera Bravo, autor del proyecto para legalizar prostíbulos y reinstalar la libreta sanitaria para controlar a personas en situación de prostitución. Con esa voz anclada en la suavidad que la caracteriza hasta el calambre, le preguntó: “¿Para qué queremos libreta sanitaria? No tiene sentido, porque si vos sos mi cliente, por más que yo tenga libreta, lo que tenés que hacer es colocarte un preservativo, que es lo único que va a cuidarte del sida”. Antes que el atribulado asesor alcanzara a boquear, Berkins contraatacó retrucando un supuesto: “Yo voy al hospital, me hacen los exámenes y me dan la libreta sanitaria. ¿Sería para vos una garantía? Resulta que el primer cliente que atiendo no usa preservativo y vos sos el segundo: sonaste. Hasta el próximo control, es lo mismo que nada. Por eso este proyecto está mal encarado”.

No está de más decir que el texto de Herrera Bravo, junto con otra iniciativa del kirchnerista Elio Rebot, donde se proponía crear zonas rojas con registro de prostitutas y libreta sanitaria, fueron rechazados por la mayoría de los integrantes del cuerpo. Grande finale: integrantes de las organizaciones Ammar Capital, Asociación de Trabajo y Estudio de la Mujer, Asociación de Travestis y Transexuales y Red no a la Trata en la Argentina aplaudiendo un nuevo paso dado para que el Estado ayude a que personas en situación de prostitución logren despegar de esa realidad.

“Y porque en esta lucha queda mucho camino por recorrer, debatiendo hasta con las piedras”, como sostiene Teresa Sifón Barrera, una de las representantes de Ammar Capital, la Campaña por una Convención Interamericana de los Derechos Sexuales y Reproductivos y el equipo de Educación Popular Pañuelos en Rebeldía propiciaron la semana última un diálogo “entre mujeres/travestis en situación de prostitución y mujeres/travestis trabajadoras sexuales” para dialogar sobre lo que unas y otras entienden como decisión u opción sobre el libre ejercicio de la sexualidad y el deber ser o no de la reglamentación.

Para desandar tanta diferencia, en el Instituto Hannah Arendt se llevó adelante el encuentro “Diálogos prostitución/trabajo sexual: las protagonistas hablan”. Allí estuvieron Elena Reynaga y Eugenia Aravena, de Ammar-Sindicato de Trabajadoras Sexuales Argentinas; Marlene Wayar, de Futuro Transgenérico; Lohana Berkins, de la Asociación de Lucha por la Identidad Travesti (Alitt); Carmen Infrán, Pía Baudracco y Marcela Romero, de la Asociación de Travestis y Transexuales Argentinas (Atta), y Aída Bazán y Teresita Sifón Barrera, de Ammar Capital. Susana Chiarotti y Alejandra Sardá moderaron el encuentro tramando con algunos hilos comunes, como los derechos inobjetables ante el propio cuerpo y el enfoque sobre “enemigos” parados en charcos muy opuestos: “la policía”, advirtieron todas; “el Estado proxeneta”, enfatizaron algunas. “Dicho esto –abrió Reynaga–, cuando hablamos de trabajadoras del sexo nos referimos a la contratación entre dos personas. Este es un trabajo como tantos otros que no son elegidos, lo cual no quiere decir que tengamos que bajar la cabeza y considerarnos indignas. No nos sentimos víctimas.” Aun cuando Marcela Romero perciba “derechos desdibujados como ciudadana y trabajadora sexual en un país donde no hay políticas dirigidas a la población más vulnerable”.

Inevitable, en el “Diálogo: las protagonistas hablan”, la situación de desidia institucional que padecen géneros y trans –“por favor, salgamos de las categorías binarias y entronicemos como sujetas de derecho”, rogó Marlene Wayar– se impuso como uno de los ejes más pesados. “Sin embargo, no queremos regulación del Estado”, remarcó Berkins. “En un país abolicionista de la prostitución, no deberían condenarnos a sobrevivir en esa condición. Esto va a ser un trabajo cuando tengamos alternativa laboral.” Mientras tanto, planteó, las arremetidas reglamentarizadoras abren perspectivas que incomodan: “Si reglamentamos la prostitución, la legitimamos. Ahora nos debemos un debate profundo sobre lo que implica el Código Contravencional: ahí se establece quiénes merecemos ocupar el espacio público y quiénes no”. En la “exclusión histórica” que refirió Baudracco se encuentran hoy “los casos de VIH, drogadicción, ancianas que siguen prostituyéndose en las plazas –enumeró Bazán–. Somos la cara del hambre prostituido”.

Donde parte de las y los asistentes esperaban encontrar una suerte de ring side de activistas, primó un debate franco y sin medias palabras. Reynaga observaba a las y los presentes con sonrisa paciente. “De diferentes maneras, todas decimos lo mismo. Si hay mujeres o trans en la calle, no sólo son responsables nuestras organizaciones sino también la sociedad. Sabemos que esto no es lo ideal, pero hoy debemos organizarnos. Que las putas tengan voz propia no le gusta a mucha gente, pero deconstruir que nuestros enemigos son la policía, no las compañeras, no es poca cosa.”

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