ESCENAS
Gabriela Ricardes es la creadora de Pasión Animal, un espectáculo de circo que homenajea a los animales poniéndose en su piel y evitando tenerlos al servicio de la risa que provoca el absurdo de verlos actuar como humanos. Docente y nostálgica de la popularidad de antaño de este espectáculo, pide que la arena esté accesible también para quienes están en el borde.
› Por Luciana Peker
Ya el oso –el que vivía en el bosque tan contento hasta que el hombre lo encerró con sus jaulas y lo llevo a la gran ciudad– no tiene que conformarse con el techo y la comida, ni hacer las piruetas para que a los niños pueda alegrar, y, ni siquiera, escaparse para recuperar su libertad, como describía la mítica canción de Moris. Tan mítica como la metáfora de la dominación social a través de los latigazos de los domadores de leones.
Ni osos en bicicleta, ni monos aplaudiendo con smoking y gracias humanizadas, ni tigres saltando en aros en llamas, ni elefantes parándose en dos patas.
El circo ahora sólo puede hacerse con personas. Pero no es sólo la tendencia, sino también la ley. A partir del domingo 8 de octubre entró en vigencia la ley porteña 1466 que prohíbe el funcionamiento de circos en los que intervengan animales en el ámbito de la Ciudad de Buenos Aires. La norma no es exclusiva ni innovadora: ya existen ordenanzas similares en Avellaneda, Lanús, La Plata y Tandil, (en la Provincia de Buenos Aires) y Rosario y Rafaela (en Santa Fe).
Mientras que los circos –esos que siguen moviéndose en carpas, en esos bordes de pueblos y de rutas, en esos bordes de domingos que buscan en el circo un pretexto para desafiar la inercia–, esos circos, como Houdini, Rumano, Búfalo Bill o Daktari, se quejaron de la ley puesta en vigencia a través de un comunicado en el que expresaron: “Los animales son para nosotros no sólo una valiosa herramienta de trabajo sino que además constituyen un gran valor afectivo porque la gran mayoría son nacidos en cautiverio y en su crianza, desde cachorros, son criados por nuestros hijos y los niños del circo”.
Aunque, el otro lado de la gran familia cirquense, son las organizaciones de defensa de los animales que acusan a las narices rojas de usar picanas y martirios para lograr que los osos, monos, elefantes, leones y tigres logren arrancar carcajadas, aun en los bordes de las rutas, aun los domingos. Sin embargo, más allá del debate, hay una mujer –Gabriela Ricardes– que es parte del nuevo circo, emblemático justamente por sacar los animales de las risas y el riesgo. Ella, justamente, es la creadora de Pasión animal, un espectáculo en donde hay ranas contorsionistas, jirafas bailarinas, colibríes voladores, perros acróbatas, monos en pirámides, conejos saltarines y tigres equilibristas, en donde hay lo que no hay: artistas del nuevo circo homenajeando a los protagonistas –los animales– del viejo circo.
El espectáculo gano el Premio Estrella de Mar 2005 y se exhibió durante dos inviernos en Buenos Aires. Gabriela, ahora, sigue como directora de la escuela El Coreto, que nació en el 2000, y que ya incluye una carrera profesionalizada además de clases para amateurs y chicos. En el año en el que el furor –a veces pasión, a veces snobismo– por Le Cirque du Soleil mostró el punto de expansión del circo en Buenos Aires, ella es una de las pioneras en pedalear para que esta disciplina artística se gane un lugar propio, un lugar que no es una mera creación de la modernidad en bicicleta (en bicicleta de una rueda) ni un lugar puramente heredado de la jaula de los leones.
Gabriela ahora tiene 39 años, dos hijos: Lola, de 4 años, y Facundo, de 2, que sienten que ir a circo es tan natural como ir a la escuela. Pero cuando Gabriela empezó la palabra circo todavía estaba al borde. Al borde de lo debido. De chica, era muy deportista y estudiaba danza, teatro, escultura y flauta traversa. Su mamá, Irene (escribana) y su papá, Jorge (ingeniero) no la dejaron seguir en la cuerda floja del arte por el arte. La encaminaron a estudiar sociología –que ella dejó– y a terminar el Conservatorio Nacional de Arte Dramático. Ya en 1985, ya adolescente, ya en la democracia, dejo la facultad y comenzó a trabajar de actriz y a experimentar el teatro de calle. “En ese momento inicie una búsqueda intuitiva de lo físico, me interesaba la mezcla del circo que posibilitaba combinar lo mejor del arte y lo mejor del deporte: trasmitir sensaciones, contar historias, trabajar en grupo y tener adrenalina corporal”, sintetiza su propia síntesis.
Aunque, claro, en los ochenta, la palabra circo estaba lejos de la oferta de páginas doradas. No había a quién llamar. Ni ya. “Por ahí venia un zanquista o un clown pero era inimaginable la educación formalizada de circo que existe hoy”, recuenta. Y también cuenta de la mirada despectiva de las familias tradicionales. “Para los de circo nosotros éramos los que hacíamos teatro”. Hasta que en sus viajes por Francia y Estados Unidos, Gabriela descubrió que el mundo ya había descubierto el mix, el sabor del viejo circo, pero renovado. A los 25 años, después de trabajar en la tele como actriz –en el programa infantil de ATC Zigzag– decidió dirigir. Y dirigir circo.
Pero tenía que tener a quién. En esa búsqueda, conoció y se asoció al trapecista y equilibrista Mario Pérez –cuarta generación de una tradicional familia de circo e integrante de las giras de Tihany, Rodas y Circus entre otras carpas girantes– con el que empezó a darles forma a distintos emprendimientos. La primera tarea común fue hacer un circo-teatro con carpa en la primera etapa del Tren de la Costa, después fundaron El Coreto y, a partir del 2001, el proyecto social del Centro de Artes del Circo del Instituto de Cultura Provincial (que buscaba darle una salida vocacional, laboral y física a chicos y adolescentes vulnerables) pero que, en el 2006, fue cerrado por falta de aportes del gobierno bonaerense.
Con Mario todavía hoy siguen juntos. “El tiene lo mejor del circo tradicional (la sabiduría y la formación), lo mejor de los maestros (le gusta enseñar lo que sabe) y no carga con lo peor del circo antiguo. Él se animó a romper con los espectáculos de familia y a aceptar una dirección artística”, agradece Gabriela de su coequiper.
¿Por qué enseñar circo? “Sólo a través de la educación vamos a volver a tener un circo potente y contemporáneo con el que la gente se sienta reflejada como con el circo criollo del 1900”, subraya. ¿Pero por qué enseñar y aprender circo está tan, pero tan, de moda? “Hay un resurgimiento del circo porque el circo decidió renovarse. En este contexto, Cirque du Soleil puso de nuevo al circo en el candelero de las artes porque tienen mucho respeto por el público en el espacio, el diseño escénico y el vestuario, más allá de que ahora sea una marca, una industria y que el espectáculo que trajo a Argentina y que despertó tanto furor, en realidad, era una obra vieja. Pero acá siempre al extranjero le es más fácil resultar atractivo. El circo es un arte que está resurgiendo y eso tiene su costado chic”, guiña la directora de El Coreto.
Pero hoy no es chic explotar a animales. Ni chic, ni legal. Pero sí una leyenda. “Pasión animal es un homenaje a los circos de animales –ahonda Gabriela– sin reivindicar esa práctica. Para hacer circo hay que tener la intención de querer hacerlo y los animales –como el perro con el tutú de baile o el mono que tomaba vino– no tenían esa posibilidad.” Los animales se quedaron afuera, pero, para ella, al circo, en cambio, deberían entrar también los que están al borde. Otros bordes. “El circo tiene que estar disponible a la mayor cantidad de gente posible –pide– y no sólo a la que puede pagar una escuela.”
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