Vie 03.11.2006
las12

ENTREVISTA

Mala suerte de principiante

En julio de 2004 la detuvieron acusada de delitos
gravísimos de los que ahora la propia fiscalía la acaba de
relevar. Ya está claro que no cometió coacción agravada contra quienes estaban dentro de la Legislatura porteña ese día de invierno en que se desmadró la discusión sobre la reforma del Código de Convivencia urbana. Pero Marcela Sanagua espera más: “Quiero quedar limpia, no voy a hacerme cargo de lo que no hice”.

› Por Sonia Santoro

Lleva una mínima medalla de la Virgen Milagrosa abrazada a su cuello blanco. Siempre fue creyente, dice, aun en los peores días de sus 29 años, los que pasó en la cárcel acusada de los delitos de coacción agravada y privación ilegítima de la libertad agravada, por haber participado de la protesta ante la Legislatura porteña del 16 de julio de 2004. Marcela Sanagua lleva además un par de ojeras color té, a causa de un cólico renal que tuvo por primera vez en la cárcel y se ha vuelto recurrente. El proceso por el que estuvo presa 14 meses afectó además la salud de sus hijos, le hizo perder los pocos bienes materiales que tenía y afecta peligrosamente su futuro cada vez que le piden antecedentes para poder conseguir un trabajo. Por todo eso, tiene una sola meta inmediata: “Quiero quedar limpia, quiero que digan que no hice nada, no me quiero hacer cargo de lo que no hice”, insiste una y otra vez.

El 16 de julio de 2004, Sanagua salió de Flores junto a la Asociación de Mujeres Meretrices Argentinas (Ammar-Capital) y llegó a la Legislatura pasado el mediodía. Cuando se iba, cerca de las seis de la tarde, la policía la detuvo junto a Carmen Ifrán, otra compañera.

Su procesamiento –como el de otras 13 personas– había sido dictado por la jueza Silvia Ramond, del Juzgado de Instrucción 37. El fallo de la Sala V de la Cámara del Crimen porteña, presidida por los jueces Guillermo Navarro, Mario Filosof y Rodolfo Pociello Argerich, confirmó lo actuado por Ramond. En septiembre del año pasado, el Tribunal Oral 17 los liberó. El delito más grave que se les imputó es el de coacción agravada, que contempla de 5 a 10 años de prisión. Hace un mes, el 3 de octubre, empezó el juicio oral, en el que el fiscal ya desistió de los delitos más graves, mientras que sostuvo los “daños agravados” y pidió tres años de prisión para Sanagua.

Cuando escuchó el alegato del fiscal, que aun con el peor de los pronósticos la dejaría libre, Sanagua lloró. Sus lágrimas mojaron su cara roja de bronca igual que el día en que estando presa, mientras su hija de año y medio daba vueltas con un carrito de supermercado a su alrededor, se enteró de que iba a estar encerrada hasta el juicio oral. Lloró porque no tiró ni un papel, dice. “A mí que me prueben que tiré algo y les cumplo el doble de lo que me quieren dar –desafía–, yo lo único que hacía era caminar del monumento Roca hacia delante. Yo no salgo en los videos, no salgo en fotos, sólo me acusan las declaraciones de dos policías.”

Su enojo se le escapa como un mantra de tanto en tanto, en su casa de La Boca. “Tengo millones de problemas y soluciones, ninguna”, dice y enumera: los psicológicos y escolares que su estadía tras las rejas le trajo a su hijo Facundo, de 11 años; el estrabismo que los nervios provocaron a su nena, Araceli, que hoy tiene tres y los problemas de salud y económicos propios y del resto de su familia. Cuando fue detenida, Sanagua vivía en Moreno y mantenía además a sus dos hermanos menores, que habían quedado solos después de la muerte de su madre. Con todo el proceso, su familia se desmembró, ella perdió lo poco que tenía en Moreno y se separó de su pareja, el padre de Araceli. Ahora vive de la ayuda de su padre.

No es fácil para ella aprender a dejarse mantener. Nació en José C. Paz y se crió en Moreno, después de que sus padres se separaran y ella eligiera quedarse con su abuela para no convivir con la nueva pareja de su madre. Así y todo, dejó la escuela en tercer año cuando se desató un tumor en la médula ósea de su madre para colaborar con la familia. Pronto, a medida que la enfermedad se agravaba, su desesperación iba en aumento. A los 19 tuvo un hijo de soltera y a los 21 se decidió a ejercer la prostitución. Como muchas otras mujeres decía que trabajaba en una oficina o en cualquier cosa menor. El día que su madre se lo reprochó, ella le retrucó: “¿Cómo querés que haga? Para robar no sirvo, para vender droga tampoco, mientras no sea hacerle daño a nadie... eso no es ningún delito”. Trabajó hasta que cayó presa.

El 16 de julio de 2004 fue a la marcha por su vínculo con Carmen Ifrán. Tenía poca relación con Ammar-Capital. “Era la segunda vez que iba a la marcha, no estaba muy bicha. Me llamaba la atención estar parada ahí, cómo era una marcha. Nunca me imaginé que iban a hacer una cosa como ésa, detener a cualquier persona. Nos estábamos yendo y la agarra un masculino a Carmen y una femenina a mí. Me pregunta: ‘¿Usted viene con ella? Entonces quédese acá’. Y me quedé. Vino el carro y nos llevaron a Madariaga y General Paz. Yo tenía un miedo terrible, no sabía dónde me llevaban ni por qué. Y ese lugar... era un olor, una mugre que me descomponía, estaba muerta de frío”, recuerda.

De ahí la llevaron a la Unidad 3 de Ezeiza. A pesar del buen recibimiento de las detenidas, “sentí que me metía en un cementerio, una tumba”, dice. Poco tiempo después fue trasladada a la Unidad 31, donde pudo estar con su hija.

–Tu ex pareja es policía, ¿eso te trajo problemas?

–Una sola vez, cuando una empezó a decir que mi marido era yuta de la Federal y yo salté mal y le dije: “Vos elegiste tener un marido rocho, es tu problema, yo elijo al que quiero, desde los 15 años que me manejo sola..” Ahí la directora y las celadoras me ayudaron y me sacaron.

Fue trasladada a un pabellón de adultas mayores, donde ya no pudo tener a su hija.

–¿Cómo eran los días?

–No tenía ganas de hacer nada, sólo quería dormir pero se enojaban y me mandaban a hacer cosas. Así que estudié, terminé tercer año, iba a yoga y a gimnasia... Igual cuando estás encerrada por algo que no hiciste, la noche, el día es todo igual. Sólo quería dormir y que se me pase más rápido. No imaginé que iba a estar tanto tiempo... Es un tema político y desde los policías hasta el que sigue son todos responsables. Por un acuerdo político entramos y por un acuerdo político nos sacaron.

–¿Esto te trajo conflicto con tu pareja?

–Sí, él me decía “¿para qué fuiste?”. Fui porque no era nada malo, ¿por qué no podés ir a ver?

No se acuerda el día exacto en que quedó libre. Pero sí que faltaba poco para el 21 de septiembre porque pensó ilusionada: “Para el día de la primavera voy a estar afuera, voy a estar cerca de las flores”. Para entonces, ya había decidido vivir con su padre y dejar la prostitución. “Ya lo tengo resuelto en mi cabeza, en mi cuerpo, en mi alma. Lo que hice lo hice por mi familia, porque era la única manera que tenía. Ahora mis hermanos trabajan, soy yo y mis dos chicos, nada más.” Para ellos, le alcanzaría por ejemplo con conseguir un trabajo de seguridad en un shopping o de mucama en un hotel o clínica. “Me gustan esos trabajos, tenés un buen sueldo, una obra social. Tengo 29 años y no tengo mi casa propia, y no quiero que mis hijos anden rodando porque no puedo comprar una pieza de cuatro por cuatro; no quiero que pasen lo que yo pasé, que me la tuve que arreglar sola, porque son cosas tristes y te quedan muy grabadas; no quiero que tengan que hacer cosas que no quieran por la obligación de mantener a una familia.”

En la cárcel aprendió a cocinar canelones, pizzas caseras y ñoquis. Aprendió también a hacer trabajos en gomaeva, como la gallina que adorna la pared del comedor y que dice Araceli te amo. Eran las únicas cosas que la hacían feliz, que le permitían entretener las manos y engañar los pensamientos. Son los únicos buenos recuerdos de un lugar que no debería haber conocido, aparte de la lectura de La Biblia. “Con una mano te acaricia y con la otra te da”, dice sobre Dios. Más allá de la decisión de los jueces, es él, cree, quien tiene la justicia en sus manos.

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