URBANIDADES
› Por Marta Dillon
He aquí la aguafiestas. He aquí la condenada a incomodar en este festival del chisme y el voyeurismo del que esta cronista no se abstiene –confesémoslo–, sencillamente porque es imposible y porque además, aunque más no sea por breves instantes, creí haber estado frente al auténtico hecho pasional, ese que se desencadena porque la pasión arde y pide más y más y más y entonces es posible pensar que cierto movimiento, cierta privación del aire, cierto roce con la muerte hará volver a la vida como quien se ha bañado en la fuente de la juventud y se ha secado con el viento del amor. Pero resulta que ese movimiento, esa privación, no tiene retorno y la pasión se enfría con el rigor de la muerte. Bueno, no fue así. Al menos parece que no fue así, según dice la autopsia, que en cambio da todo tipo de detalles y ofrece buena cantidad de valoraciones, a saber: “El cuerpo presentaba lesiones no compatibles con una práctica de sexo normal o común”, Dalmasso tenía “lesiones y fisuras en el ano y lesión genital o paragenital”. También nos contó Clarín que Nora “había tenido sexo de todas las formas posibles”. Y su esposo aclaró que su amada esposa sufría “alguna alteración psicológica”, amén de perdonarle “totalmente” en caso de que ella “se haya equivocado en los últimos tramos de su vida”.
Pues bien, de lo antes dicho y leído se desprende: a) que tener relaciones sexuales pasando la barrera de la posición del misionero (mujer abajo hombre arriba) no es “común” ni “normal” –vaya el pésame a los y las forenses–, b) que las lesiones que presentaba la occisa en sus partes íntimas son fundamentales a la causa –aun cuando se ocupan de destacar que el acto sexual fue consentido y el homicidio, como es lógico, no– y c) que para dedicarse al jolgorio sexual, para divertirse mientras el marido se divierte pegándole a la pelotita, hace falta tener “problemas psicológicos” que, en fin, el marido no supo solucionar como debería. Pero esto no es todo. También nos cuentan los grandes diarios que un frasco de vaselina es suficiente para intuir que la señora se dejó hacer y que de seguro no fue una violación, como si ésta no pudiera perpetrarse sin resistencia de la víctima con solo apoyar sobre su cabeza un caño recortado o sin recortar. Por otra parte, y para seguir incomodando, la pregunta que se cae de madura es: ¿quién cuernos aportó la foto que está en esta misma página y que ha engalanado cada nota desde que ocurrió el crimen? Porque para hacerle fama de fiestera a la señora empresaria –solidaria, además, como dijo el párroco de su zona– la foto es mandada a hacer y cuesta imaginar que no hay en el álbum familiar de tan reputada familia una imagen en la que ella esté un poco más seria. En fin ¿cuánto pasó desde el 25 de noviembre, día internacional contra la violencia de género, hasta que apareció el cadáver de Nora? Horas, apenas, horas. ¿A nadie se le ocurrió pensar que más allá del orgullo mancillado de los 17 –o 18, nadie puede asegurar que en esa lista de posibles amantes esté el asesino o asesina– las mujeres que mueren antes, durante o después de relaciones sexuales no tienen paros cardíacos como los señores que toman viagra sino que son golpeadas, ahorcadas, y otros tantos etcéteras que implican violencia de género? ¿Por qué cuernos seguimos hablando de crimen pasional? ¿Por qué el marido abatido no deja de hacer el papel de Dios perdonando pero antes juzgando? ¿Quién hace la ley de la normalidad? Usted, señor, señora o como guste que le llamen ¿podría tirar la primera piedra de lo común e –insisto– la normalidad? Y bueno, en esta vida, hay gente para todo.
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