ARTE
Artista visual, acuariana, marplatense, lo suyo es jugar con el pudor y la imaginación. En una de sus muestras más originales, investigó sobre los piropos y los contó del lado del revés: en clave femenina y con un contenido explosivo. Ahora está dedicada a los seres que se debaten entre los
insultos y el placer sexual.
› Por Maria Eugenia Ludueña
–Le susurró al oído una señora hace unos meses.
La frase se escuchó en el microespacio del Centro Cultural de España en Buenos Aires, donde Laura Spivak estaba montando Dijo la doncella con su habitual timidez. Es que Laura encaró un trabajo audaz: investigó el tema de los piropos y se encontró con que todos estaban elaborados desde la voz masculina. Entonces trató de abrir el camino de regreso, navegar la trama del lado del revés. Y como los artistas hacen lo que quieren sin mediar demasiadas explicaciones, agarró todos los piropos y los contó en clave femenina, para que una damisela se los arrojara a un señor.
Bordó esos textos con hilos de colores en trozos del más fino algodón y en prolijas carpetas. Les cosió pájaros, flores, penes y todo aquello que contribuyera a expresarlos. Los enmarcó en portarretratos y cuadritos primorosos, pintados en tonos pastel. Luego los acomodó sobre una estantería del Centro Cultural de España, donde los ambientó con lámparas de luces suaves y cajitas delicadas que trajo de su casa. Mientras Laura terminaba de poner todo a punto para la inauguración, una señora que pasaba por ahí se detuvo a leer lo que decían los cuadritos.
“En los Andes cae la nieve, en la Pampa crece el ombú y en la zanja de mi culo toma agua tu ñandú”, decía uno y Laura acomodaba. La señora leyó otro: “Al pan pan, al vino vino y a mi coño tu pepino”. Entonces le preguntó a la artista si se había peleado con el novio o qué. ¿Qué le habría pasado a alguien para ponerse a escribir algo así? A Laura la reacción no la sorprendió. Más de uno sospecha que tiene que haber cierta cosa parecida a un trasfondo o a una trauma para que una chica se siente a bordar en carpetas modositas: “Ojalá fueras jubilado para hacerme la colita”.
Laura buscó el encuentro lúdico con otro elemento, mucho más vivo: el otro, el que visita la muestra y completa la obra con su propio sentido. Quien se acerca desprevenido se acerca a esos cuadritos y lee: “Con mi tacho y tu manguera hacemos flor de lavarropas” u “Ojalá fueras león de circo para atravesar mi argolla ardiente”.
–Fue una de las instalaciones más difíciles que me tocaron, pero finalmente la que mejor quedó y en la que más me divertí. Me parecía increíble cómo se reía la gente. Fue una obra de profunda significación personal, en la que descubrí muchas cosas –confiesa.
A esta chica siempre le gustó andar por las orillas, jugar con la espuma que dejan las olas, con los residuos que revuelve el mar y quedan en la playa. Quizás ésa sea una de sus marcas identitarias más fuertes: meterse con lo que está a la vista pero es difícil de atrapar.
Marplatense modelo 1974, acuariana, estudió Grabado y Dibujo en la Escuela de Artes Visuales Martín Malharro. En 1999 dejó su ciudad natal y se vino a Buenos Aires. Desde entonces ha ganado becas, premios de pintura y dibujo, y participado de varios salones y muestras individuales. Hoy trabaja también como gestora cultural en el Centro Cultural Borges, donde coordina y produce proyectos como Contemporáneo o La Línea Piensa.
El relato y la condición femenina son dos ejes que tienen mucha presencia en su trabajo como artista visual desde que aterrizó en Buenos Aires con una beca de perfeccionamiento para artistas del interior del Fondo Nacional de las Artes.
En 1999 se metió con las comunidades mapuches, donde el trabajo textil está en manos de mujeres. “Se dice que las deidades les transmiten el saber a través de los sueños”, explica. Habla de las arañas y de sus poderes mágicos en el buen tejer. Ella se ocupó de traducir en esas tramas textiles un retazo de las cosmogonías milenarias.
Atraída por los mundos fantásticos y la condición femenina, un tiempo después se puso a estudiar su propia aldea y a investigar sobre las sirenas en Mar del Plata. “Fue un momento de intensa búsqueda, personal y profesional”, resume. Entonces empezó un diálogo con los pescadores que ya nunca terminó: escuchar sus historias del mar y de las sirenas. “El 90% de sus barcos tienen nombre de mujer”, asegura. Y dice que escuchar esas historias de otros mundos posibles la hizo encontrar en su ciudad un tesoro escondido en el fondo del mar.
Vive en un departamento que parece una galería de arte en plena gestación. Mejor aún. El dos ambientes es pura vida, luz, aire fresco. Y en esas paredes cuelga sin un orden cronológico, pero con toda la furia, la trayectoria artística de Laura.
Entonces salta a la vista, en esos cuadros exhibidos entre el romanticismo y el desparpajo, que el pudor es uno de los temas que siempre la fascinaron. Y este año, más que nunca.
Ahí, encima de su mesa de trabajo, está uno de los protagonistas de su serie “El jardín de las mariposas”, que exhibió recientemente en el Museo de la Universidad de Antioquía (Medellín, Colombia) y en la galería porteña de Agustina del Campo. Son telas habitadas por niños con cuerpos adultos. Juegan con helados, bicicletas, mariposas, ovejitas, pero tienen enormes penes, bocas, ojos, pechos. La contradicción Spivak, el juego del humor y el pudor. Y este juego que es tan suyo aparece también en la segunda serie que trabajó durante este año titulada Que te recontra. A través de diferentes pinturas, Laura se dedicó a traducir en imágenes a personajes centrales de los insultos: el boludo, el pelotudo, el mal parido, la mal cogida, la hinchapelotas, el pendejo de mierda. La tercera pata del 2006 es un trabajo al que bautizó La fuente de los deseos, pinturas en acrílico sobre papel donde varones y mujeres tienen los rostros congelados en el éxtasis. Con aires de iconografía infantil, entre chorros de agua fresca o bajo los árboles, se dedican a gozar furiosamente del sexo.
Ella es la primera en advertir que, así como le ocurrió con los cuadritos de Dijo la doncella con su habitual timidez, hay temas que al principio le producían vergüenza. “Me pasaba mucho con los cuadros de los piropos: los podía mostrar pero no verbalizar. Por eso me parece que el humor es un espacio de reflexión muy interesante para explorar, para decir otras cosas y hablar de otros temas, un espacio desde el cual existe cierta inimputabilidad, por decirlo de alguna manera”, comenta.
Es difícil traducir en palabras el universo de Laura y los personajes que la acechan. En el catálogo de su última muestra, la de El Jardín de las Mariposas, Leticia El Halli Obeid escribió unas líneas que desentrañan algunas claves de la obra de Spivak. Y nos ofrece una pista acerca de por qué la producción de esta artista no pasa desapercibida ni entre las señoras que la pispean de reojo y sienten el impulso de mirarla de cerca, ni entre los coleccionistas que quieren quedarse con un pedacito de ella: “Se trata de un modelo de hedonismo bastante raro de ver, en el que las dicotomías se vuelven un universo de múltiplos, de mezclas, de mestizajes, matices, combinaciones. Un paisaje amable, de helados infinitos, habitado por seres que no piden permiso ni necesitan mentir. Las acciones se realizan con alegría, no hay apuro ni hambre ni desesperación. La escena se parece bastante a un Paraíso, no del todo bíblico tal vez, algo hereje quizá, sin duda uno en el que muchos querríamos vivir.”
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