Vie 22.12.2006
las12

ARTE

Crimen y castigo

La casita en el bosque, el zapato miniatura para el pie de Cenicienta, la muerte fingida de Blancanieves y la convivencia con demasiados enanitos, la sangre derramada... En la lectura que la fotógrafa María Kusmuk y la escultora Romina Bardone hacen de los cuentos infantiles, lo que importa
es aquello inocultable aun a fuerza de florcitas, corazoncitos y otras cursilerías.

› Por Soledad Vallejos

Cada acto con su consecuencia, y cada infancia con los indicios de la adultez que un día sobrevendrá. En las representaciones ideales de la niñez, a cada anochecer corresponde un relato, quizás el mismo, quizás una novedad, sólo importa que sea siempre una palabra que cuenta una historia con principio complicado, desarrollo difícil y final feliz. Importa, también, recordar que esa palabra tiene un poder, y que ese poder radica fundamentalmente en su peso –indefinible, impredecible– futuro. Las historias que acompañan el crecimiento tienen, inevitablemente, ese peso modelizante, ejemplar, adoctrinador en moral y buenas costumbres para que niñas y niños empiecen a comprender cómo es el mundo, cuál su lugar en él, cuál el crimen y cuál –eventualmente– el castigo. Una de las primeras enseñanzas de esas miniaturas de la vida social que son los cuentos infantiles es que la noción de recompensa puede ser simétrica a la de castigo, pero en su aspecto negativo. Atendiendo a todo eso, nadie podría sospechar que Si te portás mal, te morís es un título poco adecuado para que una fotógrafa y una escultora revuelvan el mundo no tan virginal de esas historias más o menos fantásticas para extraer otras lecciones. Claro, como adultas cualquiera, eso es fácil, dirá alguien, pero no, en realidad pocas cosas más lejanas a la inquietante verdad. Por algo María Kusmuk y Romina Bardone eligen ser de lo más explícitas al compartir con el público todos los temblores de su primer acercamiento: “¿cómo representar sangre, enanos, matricidios, parricidios, abandonos, abusos y perversiones con pajaritos, plumas, florecillas y corazoncitos?”. Ante semejante pregunta, la respuesta sólo puede ser conjetural o francamente brutal. Y de hecho lo es.

Romina Bardone

Rastreaba Roger Chartier en una investigación a todas luces clásica si de viajar a los orígenes de los relatos se trata –Lectoras y lectores “populares” desde el Renacimiento hasta la época clásica– que, en Europa, los cuentos infantiles en un inicio no eran ni cuentos ni infantiles, sino más bien todo lo contrario. En el mundo previo a la alfabetización masiva, cuando la sociedad moderna era apenas un proyecto que anidaba en un puñado de mentes febriles, la historia colectiva que sobrevivía para y en el pueblo no letrado ni acomodado venía en formato oral. El correveidile, el rumor añejado, los relatos heredados en construcciones rimadas fáciles para la memoria, las palabras que iban mutando hasta dar con su modo más eficaz, todo eso había ido dando forma a un inventario capaz de contar y descubrir mundos. Esos relatos tradicionales tenían por función lograr, de manera informal y no necesariamente dirigida y planificada, aquella transmisión que tan bien había sabido desarrollar el aparato eclesiástico. Los saberes heredados corrían por esos circuitos informales, los mismos en los que iban asentándose y construyéndose otros nuevos. Pero también recordaba Chartier el punto de inflexión: llegó el día en que la cultura letrada avanzó y encontró preciso expropiar esa oralidad, llevarla al formato letrado, convertirla en elemento exótico (el folklore, digamos, lo telúrico como género) y adorarla como se adoran las morisquetas de los niños. Y aquí es a, donde vamos: a la hora de confiscar y neutralizar el conflicto, los hermanos Grimm fueron más que fundamentales, pero con algunas salvedades, porque lo que conocemos como sus cuentos son, en realidad, versiones bastante más lavadas de lo que fueron los originales. A la salida del mundo vivido según el grotesco, llegó la corrección premeditamente refinada del código que hacía división de moral y buenas costumbres. Y los cuentos nuevos, sumados al acervo previo, fueron vehículo privilegiado de las enseñanzas fundamentales de la nueva educación.

Todo esto para decir que sí, por supuesto, los relatos ficcionales que van acompañando los primeros pasos en la vida de casi todo el mundo son inescindibles de una impronta pedagógica intensa. Dicho lo cual, el fragmento de la Cenicienta que Kusmuk y Bardone recortan del texto original de los Grimm para acompañar su trabajo gravita con otros poderes. A saber: “‘Cortate el dedo, porque si eres reina ya no necesitarás caminar’. Así lo hizo y metió su pie en el zapato, bajando a enseñárselo al príncipe. Entonces él la subió a su caballo como a su futura esposa, pero cuando pasaron por la tumba dos palomitas que se posaron en el avellano comenzaron a cantar: ‘Vuelve a mirar, vuelve a mirar/ la zapatilla está sangrando/ la zapatilla le va apretando,/ la novia de verdad está aun en el hogar’”. Acabáramos.

María Kusmuk

A golpes se hacen las niñas

“La obra surge de las versiones originales de los cuentos infantiles, que no tienen que ver con las que se cuentan ahora, o la moraleja actual que se intenta encontrar para justificar en los cuentos a las malas, las buenas, las inocentes. Creo que los cuentos originalmente representaban los temores y miedos de la gente”. Eso dice Roxana Bardone puesta a reflexionar sobre la gestación de Si te portás mal...: que puede que se haya tratado de relatos morales y moralizantes, pero que más que lo didáctico, importaba de ellos la capacidad de abstraer momentos vitales. Como quien se prepara para lo que vienen sabiendo de antemano algunos detalles, para que la cosa no sea tan terrible. En la versión de Bardone, los cuentos buscaban “recrear, versionar la vida, como obras de arte verbales”. Allí se embarcó, entonces, Bardone, para aplicar herramientas de escenografía a su oficio escultórico y abordar la reflexión sobre los cuentos desde una perspectiva que indaga en cómo calan en la estética infantil. De allí salieron las casitas que otras tradiciones culturales identifican con utopías agrestes, y que aquí leemos desde una pampa acostumbrada a pensar en Hansel y Gretel vagando por bosques europeos. Desde esa toma de posición, también, llegan los pequeños y encantadores muñecos que, bien vistos –de cerca, con detenimiento, con una cierta dosis de atención– resultan ser cadáveres en serie; simpáticos pero cadáveres al fin, y acompañados de pequeños huesos que redoblan la apuesta y –otra vez– exprimen ternura de lo gore.

“Somos las dos pseudo góticas –dice María Kusmuk–. Somos las dos de meternos con cosas escabrosas”, y argumenta que esa afinidad electiva –también responsable de esta exposición compartida– hizo posible esa cabañita de bosque perdido en la campiña que alberga imágenes poco esperables, como la de una mujer que pareciera estar devorando uno de sus pechos. O como la construcción escenográfica en torno de la foto de algo que hace pensar en una vagina dentada. Y es que lo de Kusmuk ha sido concentrarse en los rebotes que aquellas historias que habitaron la infancia pueden haber tenido, puedan tener en el futuro o tengan en el presente, cuando ya se ha entrado al mundo adulto. Lo que le interesaba a ella, como fotógrafa –lo curiosas que pueden ser las andanzas profesionales: tan luego Kusmuk, que se caracteriza por una carrera volcada al fotoperiodismo, al rigor del retrato para publicaciones gráficas–, era mirar hacia ese abismo en el que “te queda como fijado todo eso en los tabúes adultos, en las pesadillas que todas y todos tenemos ante la sexualidad”. Se trata del miedo al otro, y también al comportamiento propio, de lo que todo eso tiene en común. “Es lo inexplicable: las frustraciones que uno a veces no sabe a qué obedecen y, de golpe, tienen su raíz en esos momentos, en cuando recibiste esas cosas para formar tu personalidad.”

Antes y después, acto y resultado, quién te ha visto y quién te ve. “El lado infantil” –como dice Kusmuk– en su inspiración escenográfica, y “el trabajo anclado en las consecuencias”.

Si te portás mal, te morís está en la galería Oxiro, Gurruchaga 1358. De miércoles a domingos de 15 a 20. Hasta el 30 de diciembre.

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