LIBROS
Las historias que Cristina Civale eligió contar son tan aterradoras como reales; y para colmo tienen a niños y niñas como protagonistas. Lo hizo, cuenta, para fundamentar su teoría del “desarrollo sustentable: tiene que estar basado en lo humano primero y en los niños sobre todo”.
› Por Sonia Santoro
Vittoria tenía 8 meses cuando su madre la puso en un lavarropas y lo echó a andar. Ocurrió en Italia un atardecer del domingo 12 de mayo de 2002. Era el Día de la Madre.
Sabine era, el martes 28 de mayo de 1998, una chica como cualquier otra de su edad, escasos 12 años. Ese día fue raptada por un pedófilo que la mantuvo encerrada durante dos meses, encadenada a una cama, sometiéndola a todo tipo de violencias y vejaciones.
Iqbal fue un chico paquistaní entregado por su familia a cambio de un préstamo para que el hijo mayor pueda pagar la dote al casarse y luego para afrontar las deudas en que se va metiendo su familia. Tenía entonces cuatro años y fue esclavo de un fabricante de alfombras. Murió asesinado antes de cumplir los 13 años, por empezar a militar contra ese tipo de sometimiento. Estas son sólo tres de las diez historias que ha elegido contar Cristina Civale en Niños. Lejos de Disneylandia (Editorial Planeta).
Civale es periodista y escritora. Y combina su residencia en Argentina con temporadas en Génova, Italia. Esos vaivenes no le impiden trabajar empecinadamente. De hecho estaba desarrollando su libro anterior, sobre migración clandestina en España (Esclavos, 2004), cuando empezó a notar la cantidad de niños muy chiquitos, inmigrantes, que llegaban a ese país solos a abrirse camino. Y decidió dedicar el último capítulo de ese libro a los niños. Después empezó a pensar en una teoría de desarrollo sostenible: “Me parece súper bien que hablemos del agua, de las ballenas, pero me parece que el líquido sagrado a preservar es la sangre de los niños. Esa es un poco la hipótesis con la cual encaré el libro. Quién va a disfrutar de esto si nuestros niños son tan maltratados. Creo que el desarrollo sustentable tiene que estar basado en lo humano primero y en los niños sobre todo”.
El disparador final del libro fue el caso de Samuele, un niño italiano de 3 años acuchillado, se cree, por su madre.
–¿Te impactó más porque fue la madre la asesina?
–En el caso de Samuele fue una madre pero silenciada por el resto de la familia. Lo que me impacta es que sea un adulto con vínculo sanguíneo, madre o padre. Hay muchas versiones sobre por qué pero parece que este niño tenía una deficiencia, es una hipótesis.
–El sociólogo Stanley Cohen dice que las sociedades negamos la violencia, porque si la mirás tenés que hacer algo...
–Tenés que tomar responsabilidades. Hay que pensar qué hacer desde lo pequeño. Una vez, acá a la vuelta, en un bar un tipo le daba sopapos a una nena, yo salí del baño y le dije “¿qué hace con esa chica?”, porque podría ser el padre o un abusador... y aunque fuera el padre no tiene derecho a pegarle. Y nadie hacía nada. Hay una cosa de naturalización, “si es el padre está bien, que no se meta nadie”.
–Las historias son de lo más variadas ¿por qué esa elección?
–Sí, porque me parece importante destacar que el abuso a la infancia no es algo que sucede solo en países pobres, por eso me pareció importante contar el caso de una chica española de clase alta abusada, o el del pedófilo belga.
–Todavía es un debate qué hacer con los abusadores.
–Hay una cosa que tiene que ver con lo femenino también, el derecho al cuerpo de la mujer; todos tienen derecho al cuerpo de la mujer y si es una niña aún más. Eso se ve muy claramente en los casos de trata.
Civale empezó a hacer periodismo a los 17 años. Nació en 1960, en Buenos Aires y estudió en un colegio de monjas dominicas, el Beata Imelda, que está en Villa Urquiza. Su secundaria la pasó en la época de la dictadura, así que pensó en estudiar periodismo porque quería cambiar el mundo: “Era tan imbécil que pensaba que se podía (risas)”. Empezó trabajando en la revista Periscopio; su primera nota fue en 1979 a favor de la revolución nicaragüense. “Después hice notas para lugares más o menos progres. Soy bastante multimedia. Estudié en La Habana. Hice videos. Estoy por editar un libro de artes plásticas ahora. Soy bastante autogestiva”, se define.
Entre todos los casos encontrados y desechados y los finalmente escritos, Civale quiere subrayar el de José Luis y Omar, dos chicos hondureños, de 14 y 13 años, asesinados en junio de 2003 –fue el año en que Honduras batió el triste record de ser el de mayor muertes de niños: 557 asesinatos–, por ser pobres y estar en la calle. Lo que a Civale le preocupa es el silencio que hay en torno de esas muertes. “Ahí matan de uno a dos niños por día, porque son pobres o porque pertenecen a pandillas. No me parecen más terribles que otros casos sino que hay silencio, ni siquiera en el informe de Naciones Unidas del último año aparece mencionado. No sé qué pasa que no se habla de esto pero es algo muy grave.”
También hubo historias esquivadas por Civale. “No toqué el tema de la desnutrición por ejemplo, porque yo quería contar todo desde la vida del niño e iba a ser demasiado tremendo contar cómo era el momento en que moría el chico y cómo se iba desnutriendo”, dice. Y evitó también otras historias de abandono en relación a la sobrealimentación. “Fijate que hay sociedades de la abundancia como en Nueva York donde hay niños obesos que padecen hambre, están muy mal alimentados, viven en zonas donde no hay supermercados, negocios de comida sana, hay fat foods, comen hasta el día 20 cuando tienen plata y después no comen, comen cualquier cosa, galletitas. Es una de las paradojas más impresionantes. También hay casos de obesidad por abandono porque están todos los días con la play station y comiendo porquerías y en el verano los padres se lavan las culpas llevándolos a colonias de vacaciones donde comen verdurita y soja. Y los deshinchan”, dice; y vuelve sobre su teoría del desarrollo sustentable humano, que tiene, insiste, mucho menos prensa que los pingüinos empetrolados.
–¿Por qué creés que pasa eso?
–Porque los chicos no tienen derechos. El niño todavía es una cosa. Aun cuando la Convención (por los Derechos del Niño) es del ‘89, en muchos países no está reconocida o llevada adelante. El niño tiene una cantidad de derechos que no sabe y que no conoce. Por eso me pareció alucinante un chico del sur que se presentó al fiscal a reclamar que los padres le pasaran alimento.
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