URBANIDADES
Hace cuatro años que está detenida. En todos estos años no ha podido terminar el secundario, a pesar de que sólo le faltaban algunas materias para recibirse de bachiller. No tiene trabajo. Para recibir atención psicológica tuvo que litigar con el Estado. Lo único que aprendió hasta ahora es a resistir las horas muertas macheteando los pastos que crecen en el descampado que rodea la cárcel.
› Por Marta Dillon
Pronto se van a cumplir cuatro años desde que Romina Tejerina está detenida en el penal de Alto Comedero, en las afueras de San Salvador de Jujuy. No hace mucho, después de un fallo de la Corte Suprema de Justicia de la Nación que ordenaba revisar la denegación de la excarcelación de la joven solicitada por su defensa, las noticias hablaron de su pronta libertad; condicional, por supuesto, ya que la Corte no hablaba de la cuestión de fondo sino de no mantenerla detenida mientras la condena no esté firme y no lo estará en tanto no se resuelva hasta la última instancia de apelación. Sin embargo, en Jujuy se volvió a negar la posibilidad de que Romina espere la sentencia firme en cualquier otro lugar que no fuera la cárcel.
Romina tenía 18 años en febrero de 2003, cuando parió en el baño de su casa a una beba que engendró a la fuerza una noche en la que dijo no, por favor no, a un hombre que se sirvió de ella en el asiento de atrás de su auto. Un vecino 20 años mayor que en los meses que siguieron se jactó de su aventura, porque total Romina era esa chinita que se apretaba las minifaldas y gozaba bailando sobre los parlantes de los salones de San Pedro donde las peñas ponían a sudar los cuerpos al ritmo de la cumbia. En los meses que siguieron, Romina supo que estaba atrapada por la huella de ese abuso que crecía en su vientre aunque ella lo apretara a fuerza de fajas y laxantes esperando que se perdiera eso que no era un hijo ni una hija, solamente la huella de lo que no quiso y la obligaron. Romina mató a esa beba que parió antes de tiempo tal vez porque su cuerpo rechazaba con la misma fuerza que la voluntad lo que crecía dentro.
Romina fue condenada. No había figura legal que pudiera amparar su acto. No se consideró el estado puerperal ni la violencia que había sufrido más que como una circunstancia extraordinaria de atenuación. Es la ley, la que rige para todos y todas, se supone. Pero la pregunta que se abre ahora, después de la condena y mientras la Justicia se toma su tiempo para resolver las apelaciones que juegan con el ánimo de Romina como el gato con el ratón, es cuál es el sentido de la pena. ¿Prepararla para que vuelva a la vida en sociedad comprendiendo el alcance de sus actos? ¿Moderar su impulso, resocializarla, como también dice la ley? Hace cuatro años que está detenida. En todos estos años no ha podido terminar el secundario a pesar de que sólo le faltaban algunas materias para recibirse de bachiller. No tiene trabajo; lo tuvo en algún momento, atendiendo el kiosco del penal, un oficio que le otorgó ni más ni menos saber que el que tenía antes de ingresar al penal. Para recibir atención psicológica tuvo que litigar con el Estado; aun así, esa atención es escasa e intermitente. En ese lugar de las afueras de la capital de la provincia lo único que aprendió hasta ahora es a resistir las horas muertas macheteando los pastos que crecen en el descampado que rodea la cárcel. Así, dice, descarga la ansiedad por las idas y vueltas de su causa. También aprendió que su historia no es una historia aislada. Conoció allí dentro a otras mujeres como ella que cometieron homicidios cercadas por la violencia. Norma Verón mató a su padre, por ejemplo, cuando se cansó de que la violara como si no fuera más que un bulto bajo la sábana de la casilla que la familia compartía. Pato también mató a un hijo en el momento del parto y no cree que vaya a salir nunca de la prisión porque tiene sida, poca atención médica y ninguna familia que la visite o la asista. ¿Por qué están presas estas mujeres? ¿Son peligrosas para el resto de la sociedad y entonces hay que aislarlas? ¿Puede pensarse que la única manera de que no vuelvan a hacer lo que hicieron es mantenerlas encerradas, sin nada que hacer más que algún que otro taller para aprender a pintar manteles? ¿Cuál es el sentido de la pena en estos casos? ¿Tienen que pagar con su tiempo y su vida? ¿El padecimiento de ellas es un premio para quienes no quebrantan la ley? ¿Qué va a ser de Romina cuando finalmente vuelva a la calle? ¿A quién le va a pedir permiso para moverse de un lugar a otro como ahora necesita pedirles a sus guardiacárceles? ¿Es posible pensar que será una mejor persona cuando finalmente se cumplan los dos tercios de los 14 años que le impusieron?
La familia de Romina pidió permiso para que ella pudiera salir del penal a pasar las Fiestas con sus hermanas y su madre. Es la tercera vez que lo piden, la respuesta siempre es la misma: no. Un no que se escucha fuerte y claro, sin dudas. ¿Por qué? ¿Podría escaparse? ¿Se trata de que no todas pueden volver a la casa y entonces que no vaya ninguna? ¿Cuál es la medida de la pena?
Este año, como en los anteriores, Romina pasará las Fiestas en prisión, junto a sus compañeras de cautiverio. Las luces se apagarán, como siempre, antes de las doce, aun cuando entre las mujeres inventen algún rito privado para creer que el año que empieza será diferente y a lo mejor, tal vez, quién sabe, la libertad se abra como una promesa. Quienes piden la libertad de Romina dicen que en su historia se condensa la de miles de otras, silenciosas y ocultas. Las cárceles, de hecho, están llenas de historias como ésa y de otras. Pero quién quiere mirar lo que pasa dentro de las cárceles, si al final los muros están justamente para separar a los buenos de los malos aunque todos y todas sepamos que si fuera así faltan y sobran cuerpos dentro. La socióloga Alcira Daroqui suele decir que a una sociedad puede medírsela por el modo en que castiga. Si eso fuera posible, esta sociedad está tan detenida como los presos y presas, porque hasta ahora no ha podido inventar nada mejor que ocultar lo que le molesta bajo la alfombra. Y que se pudran en la cárcel.
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