NOTA DE TAPA
En las tomas de tierras que se han producido desde finales de la década pasada, ya sea en zonas urbanas como campesinas, en nuestro país y en otros de América latina, las mujeres han tenido y tienen un rol fundamental: se las ve en el momento de poner el cuerpo para defender el territorio que consideran propio y, en adelante, cuando la
reproducción de la vida cotidiana lo habita y lo llena de significado. Aquí, testimonios de mujeres distintas con una misma meta: un lugar para edificar sus vidas.
› Por Gimena Fuertes
El 21 de septiembre de 2006 está grabado en la memoria de las mujeres de la Villa 20. “Feliz primavera”, ríen con ironía. Ese día, cuando las cámaras de la prensa argentina y mundial estaban enfocando los partidos de tenis de la Copa Davis, alrededor de 300 vecinos ocuparon los terrenos de los alrededores. A pesar de la represión policial que siguió a la toma, desde ese comienzo de primavera, estas mujeres ya no fueron las mismas. De hecho, el 22 de diciembre pasado volvieron al territorio, ubicado en Cruz y Escalada, y no se fueron hasta que Claudio Freidín, interventor del Instituto de la Vivienda porteño, se comprometió a incluir a todas esas familias en un plan de viviendas.
“Ahora tengo 36 años, desde que nací vivo en el sur de la ciudad, salvo durante la dictadura, cuando nos desalojaron. Me acuerdo perfectamente que mi mamá se quedó hasta lo último porque vivíamos entre casas derribadas, crecían los pastos, ya no había luz, había muy pocos vecinos. A mi mamá le dijeron que si no se mudaban, la repatriaban, porque mis padres son uruguayos. Los militares traían camiones y cargaban las cosas de la gente, con las mazas grandes tiraban las casas abajo. No nos podíamos organizar por la represión y nos fuimos a vivir a Merlo.
”Cuando en el ’84 mi mamá se enteró que se volvían a abrir las villas, se volvió, nos fuimos a una casita de chapa y cartón en Villa Soldati y marcamos el terreno, en ese momento tenía 13 años. En el ‘86 me junté con Diosnel Pérez –uno de los referentes actuales de la villa–, él se enteró de que acá se estaban tomando tierras, y nos instalamos. Tres veces nos tiraron la casa. De día la tiraban y a la noche Diosnel la volvía a armar, y así hasta que nos quedamos. No era una luchadora social como ahora, no tenía ni idea de que algún día lo iba a ser, pero resistimos. Tengo cinco hijos, más mi marido; mis dos hijos mayores ya tienen su familia, y si bien yo tengo mi casita, estoy luchando por mis dos hijos mayores, ellos se criaron acá en esta villa y tienen derecho de tener su propia vivienda.
“Mi marido era un machista paraguayo que pensaba que las mujeres están para la casa, cuidar a los chicos, lavar la ropa, la comida en punto a las 8.30 porque él tiene que dormir a las nueve de la noche y al otro día a las seis de la mañana tiene que estar levantado para ir a laburar. Esa era mi vida antes del movimiento: mi casa, la escuela, mirar telenovelas mientras planchaba. Después de entrar, Viviana a veces no cocina, a veces no lava, no limpia la casa, no va a las reuniones de la escuela, Diosnel limpia la casa, plancha, hace la comida, va a las reuniones de sus hijos.
”Si tengo reuniones puedo dejar los chicos e irme, antes no, cuando tenía que salir tenía que ir con todos los chicos detrás. Ese cambio hasta a mí me sorprendió. El cambió, aprendimos los dos.
”En marzo de 2005 nos enteramos de que se iba a hacer un polo farmacéutico ahí en los terrenos que tomamos. Vino la empresa de laboratorios y nos mostró los papeles donde se iba a construir y cuando vi dije: ‘¿y nosotros dónde quedamos?’. En junio se venía el desalojo, de un día para el otro nos enteramos de que nos iban a sacar de donde vivíamos. Se organizaron los vecinos y el Movimiento (de Trabajadores Desocupados) y empezamos a luchar en contra de ese proyecto. Así salió la ley 1770 de la urbanización de la villa que se votó en la Legislatura. Esa ley dice que las tierras tienen que ser para los vecinos, para que se edifiquen entre 200 a 300 viviendas. Junto a la UTOD (Unión de Trabajadores Ocupados y Desocupados) decidimos organizarnos para ver qué solución le dábamos a esto. Teníamos que hacer algo, ir a tomar la tierras para hacer las viviendas para que después nos lotearan los lugares, ésa era la idea. Pero nunca pensábamos que nos iban a desalojar así con la policía. La gente había bancado el lugar, estuvieron un tiempo en carpa y hoy ya tienen su casa. Pensábamos hacer la toma, resistir, armar la cooperativa y pedir las hectáreas para edificar.
”Nuestra asamblea de vivienda está abierta para la gente que es del movimiento, para los vecinos en general, que a veces tienen vergüenza de hablar. Estamos acostumbrados a lo punteril, que venga uno y te diga ‘hacemos esto, hacemos lo otro’, es difícil hacerle entender a la gente que uno mismo puede luchar por sus necesidades sin que nadie te maneje. Los que estamos organizados lo tenemos bien en cuenta, pero los vecinos están acostumbrados a que venga fulanito y te anote, podés tener cuatrocientas firmas, pero cuando llega el momento de luchar son diez.”
“Mi mamá era dirigenta de un mercado, en Cochabamba, éramos vendedores ambulantes. Ya me peleaba con el comisario a los 10 años, he conocido lo que es luchar por lo que uno quiere, lo llevo en la sangre”, sintetiza. Ahora, esta mujer de 30 años alquila una de las 300 diminutas piezas que se construyen unas sobre otras en la villa. ”Tengo siete chicos, cuatro son de mi marido y tres son míos, el más grande tiene 15 años y no podemos estar todos metidos en la misma pieza de tres por cuatro. Tengo una cucheta, una cama de una plaza, un espacio que me sobra, de día lo uso de comedor, y de noche saco un colchón y armo otra cama más pegada a la cocina. El baño es compartido con otros inquilinos más. Tengo dos nenas que ando mirando de cerca que no pase nada, que no se alejen y las agarren por ahí, es la necesidad y la obligación de madre.
”El 21 fui a la toma cuando escuché la bulla. Vi los helicópteros y pensé que habían agarrado a un ‘transa’. Me subí a la terraza y los vi, escuché la palabra ‘terreno’ y me fui corriendo para allá y me quedé. Ahí me encontré con las que hoy son mis compañeras. No me importó nada, yo ahí, con mi palo prendida, y me dije ‘de acá no me saca nadie’. Ese día no entendía muy bien cómo era la organización, fui porque escuché que peleaban por terrenos. Nos quedamos toda la noche haciendo fogatas, queriendo resistir el desalojo, y aunque no se pudo, desde entonces estoy con ellos para luchar. Es una lucha mutua, no hay miramientos, toda la gente es necesitada.
”Mi marido era como el de Vivi. Como todo paisano, se hace el machito pero con la gente se cohíbe, cuando hay reunión me dice ‘andá vos’. Cuando me vio en la toma me dijo que no pensaba en mis hijos, en mi bebé de un año, pero lo hice justamente porque estoy pensando en los chicos, le tuve que hacer entender. Al principio era celoso, ‘qué tanto movimiento’, ‘que a dónde vas’, hasta que vino a las reuniones y se convenció. Ahora me manda a mí y él no viene. El se queda con los chicos y con la comida.
“Yo también soy boliviana pero de Oruro, donde está el diablo. Acá estamos viviendo cinco en una piecita, cuatro hijas, mi marido y yo. A las mayores no las puedo traer por esta necesidad de no tener dónde vivir, porque caminar como gitanos es una pena, quiero un terreno donde pueda estar estable, porque yo necesito estar con ellas y ellas conmigo, las mayores tienen 11 y 14 y yo no quiero traerlas a un país a que sufran lo que yo estoy pasando con sus hermanas menores, no quiero traerlas a un lugar donde mañana o pasado me tenga que ir a otro lado todo el tiempo.
”En la toma del cementerio de autos había pocos hombres porque la que vive la necesidad es la mujer; a diario, el varón se sale a su trabajo y no ve los conflictos que hay en la casa. Cuando usted es inquilina, si tu hijo hace bulla, te lo reta la dueña o cualquier travesura o macana que se mande fue tu hijo. Tienes que tenerlos encerrados a tus hijos para evitar conflictos con los dueños de casa. En la villa no hay lugar para nada, en el cementerio de autos no pueden ir a jugar porque se los llevan detenidos, les abren causas, hacen falta unos buenos parques, no hay ni un columpio adentro de la villa. ¿Por qué no se pusieron a pensar en nosotros en vez de haber hecho ese estadio de la Copa Davis que sólo los que tienen plata van a pisar? Se vio por la tele cómo golpearon a todas las mujeres, éramos como 300. Por eso volvimos a entrar en diciembre.
”Mi mamá también era sindicalista en un mercado, por eso en la toma yo estaba en el cordón de seguridad y no tenía miedo. Estar con los vecinos te cambia la vida, ya no eres la misma tonta, empiezas a ver qué derechos tienes, qué tú misma puedes hacer, que tú misma puedes decidir cómo hacer tu vida y que nadie te puede imponer cómo ser o cambiarte cómo eres. Antes sólo estaba en mi casa lavando los pañales de mis hijas, cosa que cuando empecé a participar en los piquetes ya no. Me siento alegre de haber cambiado porque con tanto golpe que tuve en la vida ya era hora de que me ponga un poco más fuerte.
”Nosotras como mujeres organizadas vamos a seguir luchando en la Villa 20 contra todo hasta que se consiga lo que nos proponemos, que es nuestra vivienda digna, educación para nuestros hijos y un hospital para todos.”
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