ENTREVISTA
La semana que viene, Ana María Fernández, psicóloga clínica y profesora titular de la Universidad de Buenos Aires, compite por el decanato de Psicología. Aún no había sido decidida su candidatura cuando los pasillos pronunciaban su nombre, debido, dice ella, a su capacidad para funcionar como bisagra entre estilos e ideas heterogéneas y hacer que las diferencias sean fecundas.
› Por María Moreno
Ana María Fernández
viene teniendo un año agitado. En febrero se la propuso como profesora
plenaria de la Facultad de Psicología, altísimo honor que aún
no se legitima por razones burocráticas. En marzo, uno de sus hijos,
Francisco Castorina, pasó veinte días detenido en el Centro de
Internamiento la Verneda, Policía Migratoria de Barcelona, luego de una
protesta antiglobalización. Juzgado en abril, fue expulsado de España.
El jueves próximo, Ana María será candidata a decana de
Psicología por el grupo Convocatoria de Profesores. En el 2002, lo más
tranquilo para esta psicóloga clínica que ha escrito varios trabajos
sobre género (entre otros, La mujer de la ilusión, pactos y contratos
entre hombres y mujeres) fue la investigación sobre asambleas barriales
que ha realizado con un equipo de la facultad y que ha volcado en un trabajo
colectivo titulado El mar en una botella. Sus co-autoras son Sandra Borakievich
y Laura B. Rivera.
–Usted no está de acuerdo con que las asambleas estén pinchadas.
–Algunas asambleas no resistieron esa manera particular de trabajar de
grupos políticos organizados que llegan con su lógica partidaria.
Entonces la gente se va cansando y se va. En otras asambleas han encontrado
un modo de convivencia. Otras mutan y otras se amplían. Pero el espacio
asambleario propiamente dicho no es un espacio grato: hay tensiones, discusiones.
Las asambleas que sí generan una movida muy interesante y que revitalizan
su concurrencia son aquellas donde los participantes se ponen a inventar alguna
cuestión espacio-tiempo. Por ejemplo, instalar un centro cultural o un
comedor escolar en el local abandonado de un banco. La de Colegiales estaba
en una meseta, pero cuando se empezó a armar la huerta en unos terrenos
del gobierno de la ciudad, todo se revitalizó. Pareciera más bien
que en cierto desánimo o cuando la cosa empieza a desmigarse, hacer algo
concreto pone en marcha.
–El otro día, alguien, citando a no sé quién, me dijo
que “la reflexión desune y la acción une”.
–Prefiero la versión deleuzeana: “Pensar ni consuela ni hace
feliz”. Es muy difícil pensar lo que se está haciendo con
las categorías clásicas de la política. Es muy interesante
cómo en muchas asambleas la cuestión cultural es tan prioritaria
como resolver el hambre. Luego de la investigación que hicimos, ubicamos
en estos espacios-tiempos varias características. Una sería la
apropiación de algo estatal. Por ejemplo, hacer en las vías del
ferrocarril la huerta orgánica. Si lo que se ocupa no es del Estado –como
un Banco Mayo–, puede ser un espacio que dé cuenta de un vaciamiento
y de una corrupción. Cuando empezó el frío, se buscaron
lugares techados como los viejos centros de fomento, espacios de la sociedad
civil pre-Estado benefactor. En las asambleas, a menudo no hay un discurso,
pero sí un decir en los hechos que es muy interesante. Y hay que ver
la lógica doméstica de las amas de casa puesta ahora en acción
en lo público. Es muy fuerte. Es que la dimensión comunitaria
de las asambleas va cambiando ciertas lógicas delo privado y lo estatal.
La asamblea no funciona con una lógica institucional –que arma partidos,
sindicatos, etc.– sino que arma una lógica situacional. En un trabajo
que hicimos en equipo habíamos puesto que las asambleas funcionan como
máquinas en el sentido deleuzeano. ¿Y qué producen esas
máquinas? Producen juguetes rabiosos. No de una rabia en el sentido de
ira que destruye sino que potencia. Juguetes no en el sentido de la diversión
banal sino en el de espacio de experimentación de vida. Las asambleas
ni piensan tomar el Estado ni se enfrentan al Estado sino que construyen algo
que no es ni privado ni estatal, o paralelo al Estado, en una idea de estrategia
sin tiempo, de acumulación de otro tipo. Porque lo situacional es otro
criterio del poder. No es el poder de tomar el Estado al estilo insurreccional
ni el de acumular poder para dominar a otros sino el de potencia colectiva.
–En el principio de las asambleas, lo que se reclamaba era muy vasto. Sin
embargo, no aparecía el tema género.
–Los temas clásicos de la agenda de género no han aparecido.
Sin embargo, hay un empoderamiento de las mujeres en los hechos, más
allá de que haya muchas mujeres de trayectoria feminista en las asambleas
barriales. Pero aparece un modo de igualitarismo en las tareas y en los debates
que es muy promisorio. Eso hace repensar la agenda política de cualquier
minoría o grupo discriminado. Estas son microexperiencias que, desde
una perspectiva política clásica, son inexistentes. Sin embargo,
si uno puede pensar las asambleas desde la micropolítica, son fenómenos
muy ricos. En las asambleas, el criterio de propiedad queda interpelado. En
la de Balvanera, por ejemplo, tienen a un homeless que duerme en una plaza cercana
y concurre porque la asamblea queda dentro de su barrio. O sea, no es la propiedad
ni el alquiler de una vivienda en la zona lo que define su pertenencia. También
queda interpelado el sistema de la producción en los modos más
tradicionales de esta sociedad y el de comercio mediante los clubes del trueque.
Ahora, cualquiera que quisiera mirar esto en el plano de una condición
revolucionaria, deliró.
–Algunos consideran que las asambleas son una experiencia inédita.
–A mí parece que cada tanto en la historia de un país o de
una región geopolítica hay un momento de empoderamiento colectivo.
Y cada uno es singular. Pero también me parece que buscar los hilos que
unen experiencias mundiales muy distintas es hacer una abrochamiento de sentido
muy apresurado. Pero todos estos modos de resistencia al capitalismo como parámetro
de organización social que van apareciendo son contemporáneos,
y eso algo debe querer decir. Pero insisto: si uno les quita a las asambleas
la exigencia de que de ahí salga el futuro presidente o un partido político,
es una experiencia muy rica donde hay producción de subjetividad y un
entre-nos en constante mutación.
Política y maternidad
Francisco Castorina fue detenido el 15 de marzo de 2002 en Barcelona. Se le
acusaba de llevar una navaja y piedras en el bolsillo. De tener una visa vencida.
Antes de que su padre lograra que el juez le diera la tenencia hasta el momento
del juicio, estuvo recluido en el sótano de un establecimiento que a
su madre, ex militante de los años ‘70, le evocó historias
antiguas e inquietantes.
–¿Te imaginás para argentinos de nuestra generación
lo que quiere decir eso? Durante el juicio, el fiscal retira los cargos porque
se comprueba que la policía lo ha adulterado todo. Sin embargo, le aplican
la ley de expulsión y por siete años no puede ingresar a la Comunidad
Europea. Fue muy duro, pero también es cierto que la solidaridad que
vino de todos lados fue impresionante. El último documento que presentamos
a la delegación del gobierno de España en Barcelona, pidiendo
que no se le aplique la expulsión, llevaba más de mil firmas desde
varios lugares del mundo. Eso fue una cosa muy impactante. La otra cosa muy
impactante para mí es la situación que se generó en el
lugar de detención. Había sobretodo inmigrantes ilegales. Algunos
de buena fe, como una familia rusa que pagó para entrar. Otros eran delincuentes
internacionales. Había marroquíes, senegaleses, muchos de Europa
del Este. Yo estaba muy preocupada porque, a medida que fuimos golpeando puertas,
el cónsul empezó a ocuparse mucho de Pancho y lo iba a visitar,
lo mismo que amigos argentinos que andaban por ahí. Frente a los olvidados
del mundo, él era un joven blanco lleno de privilegios. A Pancho no lo
tocaban, pero a los otros les pegaban en cualquier momento y por cualquier motivo.
Pero mi hijo es un chico muy especial y rápidamente hizo relación
con todos. Transformó su celda en la biblioteca de la cárcel,
ayudaba a escribir las notas en castellano a los marroquíes, jugaba al
ajedrez con un rumano. Había otro preso, chileno, que también
se llamaba Pancho, del que se hizo amigo. Se armó una cosa afectiva entre
ellos muy conmovedora. Hasta el día de hoy recibe mails de algunos. Así
que esa experiencia horrible fue de buena marca. Aunque estuviera todo el Estado
fascista a la vista.
–¿Se intentó hacer de Francisco un caso ejemplar?
–Claro, era un momento donde jóvenes argentinos trataban de buscar
mejor espacio en España o en Italia. Pero una cosa es un inmigrante que
lave baños o copas, que haga esas tareas cosas que alguien del primer
mundo ya no quiere hacer, y otra inmigrantes inteligentes que se puedan disputar
buenos puestos de trabajo. Por otro lado, la Justicia funcionó bien,
con reflejo democrático, pero a la delegación del gobierno español
en Barcelona no hubo cómo conmoverla. La expulsión ha sido apelada;
ahora habrá que ver.
–Es común que ex militantes de los ‘70 tengan conflictos con
la militancia de sus hijos.
–A mí me irritan los padres y las madres que tanto en el tema de
la política como en el de la sexualidad olvidan cómo fueron y
qué hicieron ellos. En el caso de Francisco, él no es un militante,
aunque tiene intereses sociales y políticos. Se conectó en Barcelona
con grupos muy interesantes, chicos que están trabajando en distintos
frentes culturales. A mí no me parece que una, como madre, deba saber
todo de los hijos. Esa frase ¿usted sabe donde están sus hijos
en este momento? opera muchas veces aun en gente progresista, más allá
de que cuide a sus hijos cuando son chicos y de que estén atentos a las
cuestiones de seguridad en la calle.
–Puede ser muy totalitaria una pareja progresista cuando pretende igualarse
con sus hijos.
–Es un nuevo modo del panóptico. Si en nuestros padres el modo de
control era “bueno, nena, tenés que volver a tal hora”, es
también un panóptico llevarles el desayuno a la cama a la nena
y al novio. Hay que tener pudor con los hijos. Yo jamás le diría
a Pancho: “No te metas, no hagas nada, tengo miedo”. Lo que sí,
le diría cómo veo las cosas o trataría de que me escuchara
qué recaudos tiene que tomar, porque también esta juventud que
empieza a implicarse cada vez más parece desconocer o desmentir lo que
fue la dictadura. Es como si desestimara la eficacia del aparato represivo.
En ese sentido creo que mi generación les debe comentarios, les debe
historia. Pero, como mujer que ha estado siempre comprometida con lo político
y lo social, no estoy autorizada para decirle a un hijo: “Tengo miedo”.
O a suponer que el miedo que yo tenga por lo que le pase debe ser prioritario
para que él deje de hacer algo. Sí, por supuesto, ¡no dejo
de tener mucho miedo!
La candidata
Ana María Fernández quiere llevar la invención de las asambleas
y su horizontalidad democrática, sus bastas y su espíritu inventivo
al espacio universitario.
–Yo creo que la larga gestión de Shuberoff tuvo un gran mérito
que fue el poner en resistencia a la UBA contra los embates del menemismo. Pero
en el interior desplegó y afianzó un modo donde la lógica
partidaria erasuperior a la lógica académica. En este momento,
en que hay otro rector y ese estilo empieza a resquebrajarse, parece que es
el de participar. Convocatoria de Profesores, que presenta mi candidatura, es
un grupo con integrantes de muy diversas orientaciones tanto teóricas
como políticas y académicas, y eso es lo que tiene de bueno. Hay
personas que tienen sus posiciones políticas e ideológicas previas
a su participación en el claustro. El grupo da cuenta de los cruces,
afinidades o enfrentamientos por diferencias teóricas, institucionales
en el interior del psicoanálisis o entre otras corrientes de la psicología.
Hemos logrado un clima interesante donde todos sabemos qué nos diferencia.
Lo que estamos viendo –y lográndolo muy bien– es esto de construir
espacios de cosa común. Aspiramos a ganar, pero no es sencillo porque
toda esta lógica clientelar es difícil de combatir. Hay dos candidaturas:
por el grupo Futuro va la profesora Sara Slapak. Lo que nos diferencia no es
tanto qué va a hacer una u otra en cuanto a la organización de
la biblioteca. Nosotros pensamos que hay que auditar la cuestión económica.
No puede ser que los funcionarios de la gestión sean militancia rentada.
Hay que trasparentar toda una gestión que durante 16 años ha actuado
ocultando información, con una política de hechos consumados:
en el claustro, tenés gente con carreras vertiginosas que ya son adjuntos
o titulares a una velocidad inmensa y concursos que están cajoneados
durante años porque no hay nadie del lado de ellos a quien se pueda colocar.
Hay profesoras y profesores que se han acercado al espacio para contar historias
de maltratos institucionales muy severos, violando toda cuestión reglamentaria.
–¿Cómo aparece su candidatura?
–Convocatoria de Profesores apostó primero a la construcción
colectiva del espacio. No discutimos candidaturas hasta cuando ya no hubo más
remedio, porque había plazos y demás. Pero lo interesante del
espacio es cómo resuelve la heterogeneidad mediante la construcción
muy sólida del trabajo y la discusión. Cuando se llegó
al momento de la candidatura, había ya un grupo que tenía existencia
y daba garantías de trabajo más allá de las selecciones.
Fue muy gracioso: mi nombre circulaba por los pasillos antes de que hubiera
sido discutido en el grupo. Y esto pasaba porque existía la idea –a
la que espero responder bien– de que en medio de una universidad declarada
en emergencia presupuestaria, con intereses tan disímiles en el interior
de su comunidad, mi figura y mi trayectoria aparecían como las de alguien
que puede ser una articulación, una intermediación entre sectores
muy disímiles. Estoy acompañada por gente de diversas orientaciones,
entonces Convocatoria de Profesores funciona como un espacio donde la diferencia
no es un obstáculo sino que potencia más en lugar de establecer
enfrentamientos. El conjunto de la lista ha sido elaborado por consenso, incluyendo
algunas candidaturas que podrían tener objeciones de distintos sectores.
La idea es cómo reconstruir la conducción de una facultad que
garantice la equidad entre los distintos profesores y revitalice las relaciones
interclaustro. Y esto va a ser una tarea de construcción colectiva. Por
otro lado, aquellos que suponen que abrocharon una pequeña prebenda con
alguien que les va a garantizar que los va a cuidar, son ingenuos, porque en
la debacle que se viene en el país o se arman espacios de producción
colectiva donde se empoderan las instituciones en su sentido más democrático
o las arrasa el vendaval. Hay como un basta de todo eso y es un basta que a
veces se expresa en palabras y otras en acciones, pero que está en cada
uno de nosotros.
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