TENDENCIAS
Así como se han corrido los límites para definir si la vejez es un estado de ánimo o una fecha de vencimiento, las abuelas han pasado de tejer y limpiar culitos a ganarla calle, liberar el deseo y tensionar, en ocasiones, las relaciones generacionales.
› Por Noemí Ciollaro
El universo de la “abuelitud” (rima con juventud), o de la “abuelidad” (a muchas no les gusta, porque rima con ancianidad) es vasto y ancho como la vida. Aunque no todos así lo creen, empezando por los diccionarios que en ningún caso omiten la acepción “persona anciana”, cuando de abuela/o se trata, precedida generalmente por “cada uno de los progenitores del padre o de la madre”.
Algo más sofisticada, la Real Academia Española, en su versión 2001, añade: “En la lotería de cartones, Nº 90” (!!!); y más maravilloso aún, “cada uno de los mechoncitos que tienen las mujeres en la nuca, y que quedan sueltos cuando se atiranta el cabello hacia arriba”. Vale preguntarse cómo se llaman los mechoncitos sueltos de los hombres que usan cola de caballo, algunos de ellos, obsérvese, con los escasos pelos que les quedan en la nuca.
Tanta estrechez y dislate para intentar definir qué es una abuela, o una nonna, o una bobe, o grossmutter (alemán); grande-mère (francés); grandmother (inglés); obaasan (japonés); paya (quechua); babcia (polaco); jarýi (guaraní); apachi (aymara), y bueno... podríamos continuar, pero no somos políglotas, es a puro diccionario nomás.
“Ah, de haber sabido me hubiera hecho llamar obaasan o paya”, comentó a Las12 Helena Sastin (54), divorciada, juvenil, alta y delgada, socióloga, con una nieta de tres años.
“Debo confesar que, en principio, la palabrita ‘abuela’ me cayó pesada. Fue cuando mi hijo y mi nuera me anunciaron ‘vas a ser abuela’, mientras entraban a mi casa blandiendo el resultado del análisis de embarazo como una pancarta. Yo no tenía idea, no hablaban de tener hijos, por el trabajo, el disfrute de la pareja, llevaban dos años casados. Realmente no sé qué cara habré puesto, porque por dentro sentí una especie de shock y a la vez me dio alegría. Es la palabra, ¿no?, que te digan así, ‘abuela’.”
Para María Adela Jasnis (58), bióloga dedicada a la investigación en el Instituto Roffo, dos hijos, divorciada, con pareja estable, convertirse en abuela de Lucas era algo muy deseado, su nieto le dice “Abu” y tiene dos años.
“Cuando me llamaron al celular para decirme que iba a ser abuela estaba en el laboratorio, y pegué un grito tan grande que vinieron corriendo a ver qué me había pasado. Era algo muy deseado para mí ser abuela, no le preguntaba a mi hijo ni a mi nuera, me parecía que era una cosa de la intimidad de ellos, pero tenía que morderme la lengua. Hacía años que no tenía una alegría tan grande como la de ese día. Me sentí abuela enseguida.”
A María Adela le gustaría tener también una nieta mujer, aunque cree que el hecho de ser madre de dos varones le facilita la relación con los hijos varones de sus amigas y con su propio nieto.
“Una nieta me encantaría, esto de poder disfrutar la abuelitud estando bien físicamente, en una edad en que una todavía una puede tirarse al piso, levantar peso, llevarlo a la plaza. No quisiera ser de esas abuelas sentadas en un sillón o que andan con bastón; ésta es una edad linda, disfrutás de los nietos y ellos te disfrutan. Yo creía que iba a trabajar más de abuela, aunque ejerzo mi profesión y hago otras actividades, pero me gustaría sentirme más necesaria, me encanta cuando me lo dejan a dormir porque es un tiempo de los dos solos en mi casa, no en la suya. Lo importante es la continuidad en el vínculo. Además es distinto ser abuela de parte del papá que de parte de la mamá, yo misma lo viví siendo mamá, cuando una necesita algo llama a su propia madre, a mí me pasaba.”
Mabel Burin, psicoanalista, especialista en estudios de género y salud mental, afirma, “parafraseando a Simone de Beauvoir, una no nace abuela, se hace. Para poder hacerse abuela creo que hay algo que corresponde a la historia individual de cada mujer, a cómo ha construido su historia a lo largo de la vida, y también hay algo que tiene que ver con el colectivo de mujeres, las representaciones sociales y subjetivas acerca de quiénes somos siendo mujeres abuelas. Lo que tiene de especial –tanto en mi propia experiencia como por lo que estudio con otras mujeres abuelas– es que con la abuelidad aparece algo nuevo, distinto en la vida, podríamos caracterizarlo como una alteridad, como alguien radicalmente diferente de una misma, sea hijo de la hija o hijo del hijo, varón o nena, una ya no tiene tanto la ilusión, como con los propios hijos de que eran una extensión de una misma, lo que en el campo del estudio de la subjetividad desde la perspectiva psicoanalítica llamamos como un aspecto narcisista de una misma. Los nietos tienen algo de una misma y del propio hijo o hija, pero algo de otro que es alteridad, y una suele encontrar las marcas del otro en el propio nieto, los nietos revelan la marca del otro, por eso portan en sí esa alteridad que a veces es radicalmente diferente, y a veces es bastante diferente, pero siempre traen algo distinto. Como abuelas, el trabajo subjetivo es poder amar a alguien que tiene eso de diferente, no porque la única manera de amar sea el amor narcisista, pero sí porque desafía a nuestra subjetividad ver cuánto podemos amar a alguien que no sólo es diferente sino que está criado por otro diferente a nosotras”.
Nueras y yernos son un tema reiterativo a la hora de hablar de los nietos, aunque hijas e hijos también llevan su parte.
Ana María Luzzani (65), ama de casa, viuda, dedica la mayor parte de su tiempo al yoga, la vitrofusión y las salidas con amistades. “Yo tengo cinco hijos y seis nietos, todos divinos, varones y mujeres, los adoro, pero a veces no tengo ganas de atenderlos, de que me los dejen para que los cuide, de postergar mis cosas porque sus padres tienen que hacer las de ellos. Yo ya fui madre de sobra, nunca trabajé fuera de mi casa, con tantos chicos no era posible y además no hacía falta, mi marido era empresario, teníamos un buen pasar. Enviudé hace cinco años, primero fue un golpe espantoso, la mayoría de mis hijos estaban casados o por casarse, me quedé completamente sola y tuve que armarme una vida nueva. Lloré mucho, mucho, se me había vaciado el nido y había perdido a mi esposo. ¿Qué hacer con mi vida? No era ni joven, ni vieja, porque hoy a los 60 no sos vieja, aunque lo que ven los demás es distinto de lo que una siente. Y sí: ‘Vieja, ¿te quedás con los chicos que tenemos una fiesta?’, o ‘Mami, ¿no vas a buscar a Malenita al jardín?’, y terminás peor que una ambulancia, no tenés día, ni horarios, te avasallan. Y encima están los desacuerdos de nueras y yernos acerca de lo que hacés con tus nietos. Me cansé, ahora soy yo la que propone cuando quiero traerme a mis nietos, y un día por semana vienen todos a comer y a pasar la tarde.”
¿Cuándo se es vieja/o? ¿Es una percepción individual o una noche una se acuesta todavía joven y amanece vieja a la mañana siguiente? Cuando hay que empezar los trámites de jubilación, cuando se deja de trabajar, cuando se enferma, cuando los demás le dicen “abuela”, tenga o no tenga nietos, cuando se pierden las ganas de todo. ¿Cuándo?
Durante la Asamblea Mundial del Envejecimiento, realizada en Viena en 1982, se definió como anciano a quien tuviera más de 60 años. En 2002 volvieron a reunirse los magistrados de la vejez en Madrid y, contemporizadores, decidieron que hay que adoptar un criterio más flexible, no es cuestión de andar defecando sentencias para la humanidad. No.
En Japón, el 18 de septiembre es el Día Nacional del Respeto a la Ancianidad, se venera y homenajea a los mayores. En la Argentina, una encuesta nacional realizada por las universidades de Buenos Aires, Mar del Plata, Luján y Tucumán entre 1784 personas de entre 16 y 85 años, residentes en Capital, Mar del Plata, Luján, San Miguel, Campana y Tucumán, arrojó que el 35,4 por ciento de los argentinos urbanos tienen “rechazo” hacia los adultos mayores (denominación más light que vieja/o); el 29,8 por ciento no los valoriza, y un 27 por ciento vincula a los adultos mayores con la experiencia y la sabiduría. En el interior del país se los cuida y respeta más, y –dice la encuesta– se prefiere que vivan con la familia antes que en geriátricos. La valoración más positiva es que pueden “cuidar a los nietos”, si están bien de salud.
Mabel Burin cree que hay tres tipos de abuelas, especialmente en mujeres urbanas, y las define como “tradicionales”, “innovadoras” y “transicionales”.
“No todas las abuelas acusan el impacto de la misma manera; algunas sí se sienten profundamente conmovidas, absorbidas por la abuelidad. Otras piden cierta distancia, y puede ser que a otras les resulte bastante indiferente. Eso depende en parte de la historia subjetiva de cada mujer y de su posición en el género femenino; quienes tienen posiciones más tradicionales se sentirán muy comprometidas y harán una abuelidad muy de presencia física, de poner el cuerpo y darle mucho tiempo a la criatura. Otras son muy innovadoras, tienen un contacto relativo con la criatura, la quieren a la distancia, a veces viven lejos, o en otro país, y sienten de otra manera, están presentes de otra forma, generan un tipo de abuelidad innovadora, que no es poniéndoles el cuerpo y el tiempo. Y están las transicionales, probablemente la mayoría, que tienen algunos rasgos de la tradicional y otros de la innovadora. Son mujeres de entre 50 y 60 años, que están en un período que hoy se considera como jóvenes. La representación que tenemos de las abuelas de otras épocas, la viejecita recluida en la casa esperando a los nietos, hoy quizá corresponde a las bisabuelas.”
Delfina E. (49) es profesora de gimnasia, casada, estilo vamp, verborrágica, fue abuela de mellizos hace un año, y les enseña a sus nietos que la llamen “Delfi”. “Si tengo que ser sincera, para mí fue muy duro; cuando me lo dijo mi hija, al mes de estar embarazada, quedé muda, cataléptica. Por una semana no me hablaron ni ella, ni mi yerno. Es mi única hija, la tuve muy joven, a los 19, antes de casarme. Bueno, qué sé yo, no pensaba ser abuela tan joven, la palabra abuela no me gusta, si decís ‘soy abuela’ te pasan a valores. Quiero mucho a los mellizos, son divinos, juego con ellos. Pero creo que todavía no reacciono del todo. Estoy en plena menopausia, el otro día me saqué el último DIU, mi marido ni lo sabe, lo hice por indicación de la ginecóloga, pero no le conté nada a nadie, no pude, lloré mucho. Casi me muero cuando nacieron, fueron a incubadoras, porque eran mellizos, y la nurse me dijo: ‘Pase la abuelita’. Claro, no me veía, me habían puesto máscara, bata, gorro, pero igual, qué desubicada, ‘la abuelita’, así, en diminutivo. Me da como culpa lo que siento, es muy raro; amigas mías que todavía tienen hijos adolescentes o solteros me miran casi con pena. Creo que soy inmadura, pero no soportaría que me digan abuela. Y encima en diciembre cumplo 50. ¿Parezco una abuela? Mi marido está feliz con los mellizos, nosotros no tuvimos hijos, será por eso. Yo no tenía ganas de empezar de nuevo con todo y él lo aceptó. A los mellizos les cambio los pañales, les doy la mamadera. Los veo una vez por semana, mi hija dice que no pongo onda, pero trabajo, voy al club, salimos mucho con amigos. No hace falta que pongas mi apellido, ¿no?”
Doris Baigorria (68), morena y vivaz, primero mira con desconfianza, dice que ella no tiene nada que decir por ser abuela, lleva de la mano a un varón de 6 y a una nena de 7, sus nietos. Llegaron al centro desde José C. Paz, en micros que los dejaron a varias cuadras y marchan encolumnados con “el barrio” hasta Plaza de Mayo. Ella lleva un chaleco amarillo, es piquetera desde hace varios años, antes fue obrera textil, empleada doméstica, planchadora en una tintorería.
“No, no me jubilé, me cansé de los papeles. Trabajé toda la vida y me aportaron casi nada. Mejor venir aquí que hacer cola para la jubilación. Me cansé, soy pobre, no estúpida. ¿Ser abuela? Soy abuela desde siempre, tengo doce nietos, algunos están en el Chaco, pero estos dos viven conmigo, mi hija trabaja en una casa de familia, el marido se fue y no volvió más. Siempre fui abuela, crié a muchos de mis nietos, bien criaditos, mi primera hija tenía 15 cuando me hizo abuela. Yo la tuve a ella a los 16. No, no me canso, Diosito me dio buena salud, lo que cansa son las tristezas. El piquete, el barrio, los compañeros me dieron ganas de nuevo, soy fuerte; pero se me murió un hijo en la cárcel, y no tenía más voluntad de vivir, me rescataron unas vecinas y empecé a venir a la Plaza, a caminar el barrio, a hacer cosas. Es la ley de la vida, primero tiene hijos y después tiene nietos, pero hay que darles de comer a todos, mandarlos a la escuela. Soy bisabuela, dos de mis nietos grandes tienen hijos. Estos me quieren y siempre andan conmigo, son piqueteritos, como la Yaya: a mí me llaman la Yaya.”
“En materia de reacciones de los hijos hay de todo, las hijas mujeres aunque son chicas de 20 años y más, que han pasado o no por una militancia feminista o política, como mis hijas, con criterios de igualdad, de equidad y todo eso, sin embargo siguen con la ilusión de que permanezca algo tradicional en sus madres, aunque seamos estas madres. ¿Por qué? Porque hacemos una genealogía de mujeres, y nuestras hijas mujeres forman parte de esa genealogía donde miran a sus precursoras y dicen: ‘¿A ver cómo hizo mi abuela, a ver qué abuela quiero para mi hijo?’. Conservan la imagen de una abuela de una generación anterior, pero nosotras, sus mamás, no somos esas abuelas. Y esto es una tensión, un conflicto difícil de resolver, aun en esas posiciones más avanzadas de protagonismo en militancias y firmes convicciones, en el fondo de su alma conservan esa ilusión de que algo se mantenga como siempre fue. Entonces están las abuelas transicionales, una posición de mujeres sandwich, en la que hay que lidiar con las imágenes de las abuelas que tuvimos y cómo ser abuela hoy, y con lo que reclaman las hijas y hasta los nietos, y con las convicciones propias; sí, es una tensión difícil de resolver”, opina Mabel Burin, refiriéndose a mujeres de sectores urbanos y medios.
A los 85 años, Doris Lessing, autora de más de 50 novelas, nacida en Siria y crecida en Africa, Rhodesia (hoy Zimbabwe), escribió Las Abuelas (Ediciones B, 2005) cuando estaba a punto de convertirse en bisabuela. Inconformista, lúcida y de turbulenta vida afectiva, plantea en cuatro cuentos cortos a personajes que en todos los casos rompen el estereotipo de la abuela tradicional. El que da título al libro, relata la historia de dos mujeres amigas de toda la vida, con matrimonios rotos, cada una con un hijo varón que las hará abuelas, pero que además se convertirá en el amante de la amiga de su respectiva madre. “La sexualidad y la pasión no tienen edad; el amor, tampoco”, bajo esta premisa, Lessing ha desarrollado gran parte de su obra en la que la política, la discriminación, las luchas generacionales y por el poder nunca están ausentes.
Sue Johanson, enfermera canadiense, jubilada y con varios nietos, conduce un programa de TV en Estados Unidos donde recibe miles de consultas sobre temas sexuales. Siempre siguió de cerca la educación de sus hijos y descubrió que la escuela no trataba bien la sexualidad en la adolescencia; su primera iniciativa fue crear una clínica de control de la natalidad pionera en su país.
En 1984, una radio canadiense le ofreció un espacio de dos horas destinado a educación sexual, que rápidamente se convirtió en un éxito. El año siguiente fue llevado a la TV por la cadena de cable Oxygen. Su popularidad cruzó fronteras y a Sue también se la ve en Brasil y Polonia.
A contramano de lo que sucede en Estados Unidos y América latina, en Europa son cada vez más requeridas las modelos de entre 60 y 90 años, lo que provocó espacios de apertura laboral para mujeres que creían cerrado ese circuito.
Sylvie Fabrégon creó en París una agencia de maniquíes mayores de 60 años que dispone de más de 600 postulantes.
De allí emergió, a los 74 años, Françoise de Stäel, abuela y modelo, desfila para el estilista John Galliano y su imagen aparece en paneles publicitarios del Metro parisino, destacando las virtudes de un agua mineral. Canas, arrugas y vitalidad en la mirada y en la sonrisa muestran una etapa de la vida que hasta ahora no figuraba para los publicistas.
En 2005, Irene Sinclair se convirtió a los 96 años en el nuevo rostro del jabón Dove (Unilever) en Londres, Nueva York y París.
Laboratorios de belleza, diseñadores y estilistas europeos decidieron saltar el tabú y celebrar abiertamente las huellas del paso de los años. El modisto español Adolfo Domínguez fue uno de los precursores y advirtió que “el período de vida se ha prolongado y la sociedad está cambiando, los mayores necesitan, como todos, verse reflejados en diversos ámbitos”. ¡Vamos las nonnas, todavía!
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