FOTOGRAFíA
Imágenes lacónicas de un grupo de amigos que descansa en el Tigre retratan a la vez tanto un modo de transcurrir en una naturaleza exuberante como ciertos estilos de los protagonistas. Ligada a las fotos de moda, la segunda muestra de Alina Schwarcz podría verse mientras se recita un haiku.
› Por Victoria Lescano
El Tigre es muy oriental, a veces se parece a Vietnam, hay cerezos y ciruelos, y en él yo veo haikus por todas partes. Un rasgo que caracteriza a mi muestra es que refleja las estaciones del año en las imágenes y el paisaje. Y como el tono de los haikus, las fotos tienen mucho de lo contemplativo hacia la naturaleza y las estaciones”, dice Alina Schwarcz, 28 años, ex voleibolista de alto rendimiento y actual fotógrafa con formación en la carrera de imagen y sonido de la Universidad de Buenos Aires, los talleres dictados en el Centro Cultural Ricardo Rojas por Guillermo Ueno y mucho oficio como asistente de dirección y producción en numerosos films y comerciales, mientras pasea por las dieciséis fotos de Tigre, su muestra, que se exhibe en el Centro Cultural Recoleta hasta el 22 de abril.
Su versión del recreo del Tigre, más precisamente tomas de interiores, exteriores y alrededores de una casita llamada “La Carreta”, situada en los márgenes del río Capitán, y que desde hace tres años Schwarcz alquila junto a un grupo de amigos, en su mayoría fotógrafos.
Como consecuencia de esos shootings con mucha luz de día y culto al naturalismo, en la sala 12 del Recoleta una mujer de espaldas y en bañador retro, cartera cruzada y un flotador con forma de abejita multicolor colgada del brazo cual pulsera gigante, irrumpe en actitud de exploradora por un sendero agreste (la misma persona, la fotógrafa María Antolin, aparece unas tomas después en un retrato de primer plano en interiores del hogar).
Hay un desnudo con zapatillas de Gema, una chica muy masculina (una de las primeras imágenes de Schwarcz dedicada al Tigre y rescatada de un fin de semana organizado por la desaparecida Fundación Venus), pero también otro desnudo elegantísimo y de espaldas del fotógrafo Adrián Salgueiro (pareja de Alina Schwarcz) y con toalla al viento, luego de bañarse en el río.
Otro caballero, tal vez el más coqueto de ese grupo de moradores isleños, el fotógrafo y utilero Andrés Lehmann, en short retro y luego de bañarse en el río con espumas de algún shampoo para sibaritas. E inmerso en el agua marrón y abrazado a un flotador infantil, el fotógrafo Diego Grunstein levita mientras su cámara pocket flota también en un container a prueba de agua que le permite hacer tomas bajo la superficie del río. O bien el padre de la fotógrafa, habitual visitante y asador del grupo, posa con su barba, superlook de isleño y con remera atiborrada de prints, recuerdo de Florianópolis (souvenir de unas vacaciones familiares en el Brasil, durante la infancia de Alina).
Otra toma que documenta el catálogo, y está acompañada de un haiku a modo de foto-epígrafe: “A la intemperie / Se va filtrando el viento / Hasta mi alma”, muestra una plantación de papiros y, detrás, la silueta difusa de otra habitué de la casa, la editora de fotografía, de nacionalidad inglesa, Eloise Alemany.
Para la puesta de la muestra en cuestión, Schwarcz obtuvo una beca del Fondo de Cultura del Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires y dice sobre esa experiencia: “En la presentación conceptual apelé al impacto de las imágenes y las acompañé de un texto muy simple y directo; no me gustan las teorías ni los discursos impostados –aclara la artista–. Dije que era el resultado de las imágenes que estoy tomando en los años en que alquilé una casa en el Tigre con amigos, que refleja el recorrido por las estaciones, mi amor por el lugar y, por sobre todas las cosas, mi búsqueda de mostrar la sensación de libertad que da el lugar, para así reflejar con la vestimenta, y la actitud corporal, el estado de relax y la transformación de las personas en ese contexto agreste. Hay mucho de moda en mis imágenes, pero nunca el último dictado ni la avidez por el consumo; reflejo los modos en que se visten mis amigos”.
Dice también Alina Schwarcz sobre sus fotografías: “En la inauguración, un amigo fotógrafo me dijo que pareciera que yo pongo un termómetro a la persona hasta encontrar la temperatura ideal para fotografiarla y que hay un búsqueda de disparadores y cierta armonía, otros me comentaron que lucen cinematográficas”.
El cuaderno para notas y comentarios de la muestra fue atiborrado de mensajes de visitantes latinoamericanos, abundan elogios y también varios cuelgues de estilo chabón incomprensibles, pero que despiertan carcajadas y cierto goce en la fotógrafa.
Cuando se le pregunta si tiene información sobre el culto de los directores argentinos de los años ’60 sobre ese recreo (tales como Los modernos de Kuhn, donde el Tigre fue el escenario de una trama avant garde), dice que no vio el film, pero sí quiere ver un film de Sandro haciendo de lanchero, y también que le gustaría filmar algo en esa locación, tal vez algún videoclip, una labor a la que planea dedicarse para fusionar el trabajo industrial con la fotografía.
El listado de su labor industrial y cotidiana remite a El camino de San Diego, el último film de Hugo Sorín, alguna soap opera de Pol-ka, comerciales de alto presupuesto dirigidos por Roman Coppola o un reciente largometraje sobre vampiros con diva china desplegando dagas en alrededores del subte Lacroze o en la base aérea de Morón.
Y sobre el ocio como disparador de su obra, agrega: “Hace un par de años hice mi primera muestra individual en la Torre de los Ingleses, bajo el nombre Vacaciones; allí mostré imágenes de Córdoba, la costa, el Tigre y la ciudad vista con espíritu de vacaciones. Es un estado que yo trato de vivir y creo que la gente lo tiene olvidado”.
“Como en los últimos años, mi trabajo en comerciales y cine para vivir no me dejó tiempo para sacar fotos en la ciudad, y luego de jornadas de filmar de noche durante semanas, me hice escapadas de tres días para ver el sol en el Tigre y fotografiar; estas imágenes reflejan mis momentos de luz del día y descanso entre filmaciones. Además es un lugar cercano a Buenos Aires, aunque te remite a mucha lejanía. Una de mis sensaciones favoritas en el lugar consiste en ir en el bote de noche y sólo escuchar el sonido de los remos; ésa es una experiencia lo más parecida a El corazón de las tinieblas, pero también podría ser un fragmento de Robinson Crusoe.”
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