NOTA DE TAPA
TENDENCIAS ¿Será efecto de la cámara o es que efectivamente la única manera de ser bella es ser esquelética? ¿Para qué se harán tantos especiales sobre desórdenes alimentarios si después por un kilo o dos –o tres, es lo mismo– cualquier mujer que se presente en cámara corre el riesgo de ser despellejada por sus mismos compañeros y compañeras? Mejor pensar antes que calificar ¡como gorda!
› Por Luciana Peker
La madre y la hija se reencontraban después de cien días de no verse. Bah, de no verse no, porque una (la madre) la había visto a la otra más de lo que, seguramente, la veía cuando su hija vivía en su propia casa, ya que de su casa (en Tucumán) podía salir (o bañarse o dormir o reírse sin ser mirada) y de la casa de Gran Hermano no. Ni salir. Ni no ser mirada. Pero como la hija (Marianela Mirra) es mirada y, a pesar de algunos embates y de cuatro nominaciones, sigue siendo mirada, la madre se iba a reencontrar con la hija para darle emoción a una jornada trasnoche en donde –parece– la competencia nos tenía (¿nos tenía?) palpitantes a todos por el regreso de Tinelli (Marcelo) y su estrategia de presentar a su esposa (Paula) al baile del rating.
El punto es que la idea (anunciada) era que hubiera emoción en el reencuentro de madre e hija. Pero, al menos en ese encuentro, no hubo (mucha ni, a decir verdad, casi nada) emoción. Mamá Angie llegó del Norte con saludos tantos que no le alcanzó el tiempo con su hija para nombrar, peinada para la ocasión (parecía más emocionada por el encuentro con Su Giménez que por el reencuentro con su hija) y vestida de negro con un cuerpo de mujer madura que no tiene nada que esconder ni nada de que avergonzarse. De una mujer salvada. O sea: flaca.
Lo primero que le dijo (o lo segundo o lo tercero) pero apenas después del “Hola hijita, tanto tiempo... todo bien, todos te queremos, todos te quieren, mandá saludos para Tucumán” fue:
–Tenés que parar de comer un poquito.
Marianela, incluso, le había contado que no se sentía bien y le cortó cortante la recomendación con un:
–No tiene nada que ver.
Marianela, es cierto, está más gorda o, si se quiere un término más cándido –de cuando las abuelas todavía preparaban ñoquis o té con masitas o tortas de chocolate para las nietas– rellenita. Entró –igual que el 100% del casting de Gran Hermano 07– con la expectativa de ser modelo y con un cuerpo apto modelo (cirugía en las lolas, panza chata, minifalda) y en la casa engordó. Por un lado, se vio que comió mucho y que la voracidad con la que comió no sólo mostró la ansiedad, el encierro o la canalización de sus tensiones por la comida, sino la voracidad con la que se come cuando la comida pasa a ser fruta –y si fuera sólo fruta...– prohibida.
Marianela engordó. A ella no pareció importarle mucho. Al punto que se ríe. De ella, de sus kilos, de su panza. Y su risa se está convirtiendo en un espejo más saludable, seguro, que el de muchos espectadores, panelistas, opinators, músicos y, hasta, la de su propia mamá que la hizo parar –Marianela estaba con una minifalda símil animal print, una remera negra, unas flores en el pelo– para medirle la balanza a ojo. El dictamen fue diez kilos diez. Diez kilos más.
–¿Cómo la vio a su hija? –le preguntó el locutor que hace de Gran Hermano a Angie, en el confesionario, antes de partir del cuartito rojo y seguir viendo a su hija en directo, pero sin tacto.
–Gordita... pero hermosa –dijo, resaltó, se arrepintió y exaltó su mamá. ¡Su mamá!
Ah, por suerte, se despidió de ella con consuelo: “Afuera los bajas, enseguida”. Uf, menos mal. Con el mismo argumento también la consoló Su, si ya todos saben que Silvina Luna también engordó en la casa (había hecho un baile del meneadito con los movimientos de su pancita, pero en esa época no eran negocio los ringtone así que por eso no trascendió) pero después bajó. Bajó.
Hace algunos años (no tantos ), las madres se quejaban si el nene (como dice la frase de por sí machista, pero también las nenas) no “le” comían. Ahora, Angie dixit, se quejan si las nenas comen. Tal vez, por eso, las nenas comen solas, o escondidas, o en una casa donde las pueden ver, pero no mandar. ¿O a qué no saben qué hizo Marianela ni bien se encerró en la habitación a recontar su reencuentro familiar? Le pidió a un compañero –Sebastián– que antes de pasar por la puerta trajera chocolate.
“Marianela no tiene un problema de sobrepeso, pero sí tiene un problema
con la comida en este momento porque le cuesta pensar en otra cosa. Sin embargo, el mensaje ‘pará de comer’ no es el más efectivo. Habría que ver qué le pasa a ella, qué la angustia y por dónde canalizar esa angustia”, analiza Edith Szlazer, psiquiatra y directora del centro BACE, especializado en el tratamiento de los desórdenes de la alimentación.
Es cierto que no se puede generalizar a partir del caso Marianela –como si realmente ‘Gran Hermano’ pudiera contarse como un recuento sociológico– pero tampoco es azaroso que la firma Dove haya basado su campaña de este año (“Liberemos a las nuevas generaciones de los estereotipos de belleza”) en que las madres les saquen el peso a sus hijas de la sobrevaloración de un modelo único de estética corpral. “Diversas investigaciones muestran que hay una relación directa y única entre la influencia de una madre y las ideas que su hija tiene acerca de la salud y la imagen corporal. Nos parece importante que las madres sean conscientes de sus actitudes frente a su propio cuerpo y al de sus hijas y, de este modo, puedan ayudarlas a sobrellevar la constante influencia de los medios que, muchas veces, afectan el sentido real de la belleza”, explica el cuadernillo “Mirándonos, una guía para crecer juntas”. De hecho, en la encuesta mundial realizada por Dove, la mitad de las mujeres ve en las relaciones familiares el impacto más importante sobre la autoestima. Aunque eso, para la psicoanalizada sociedad argentina, no es novedad. Sin embargo, sí es novedad que el talón de Aquiles de las mujeres ahora es –como nunca antes– si ese talón está delgado, delgadísimo, ancho o anchísimo. De hecho, dos tercios de las mujeres creen que se espera que sean físicamente más atractivas que en la generación de sus madres.
La periodista María Laura Santillán aseguró en la presentación de la campaña por liberar a las nenas de la presión por el peso: “Si por algo tengo el trabajo que me gusta y el marido que amo es porque mi mamá siempre me dijo que yo era linda y me valoró. Yo intento hacer lo mismo con mis hijas, que coman sano y mucho, pero siempre alentándolas y protegiéndolas de los estereotipos de belleza”. Aunque es cierto que Santillán se enfrenta a la cámara sin un modelo convencional de belleza es –naturaleza, preocupación, azar, necesidad laboral o presión– flaca. ¿Qué pasa cuando en la tele hay mujeres no flacas? Están nominadas. Al menos, a las cargadas.
Eso es lo que le pasa a la panelista de “Duro de domar” Fernanda Iglesias, 54 kilos declarados (glup!, si la cargan a ella qué le queda, qué nos queda, a muchas de las que formamos parte del resto) y receptora de dardos y dardos de Roberto Pettinato por ser gorda, galletita rellena u otros chistes. “Si la persona a la que cargan está insegura de su apariencia o de su personalidad, esas cargadas pueden ser peligrosas –subraya Fernanda–. En mi caso, estoy muy tranquila”. Fernanda está tranquila, se toma las bromas con humor (la misma fórmula que Marianela o que Maju Lozano, que también recibe, con mucha hidalguía, acidez y buen plante, los epítetos de “culona” en “RSM”) y explica por qué la risa es el mejor escudo (¿o la mejor faja?). “Me lo tomo con humor como una forma de defensa, si no te puede llegar a ofender, porque decís: ‘¿Tan desastre soy?’ Igual, sé que son bromas y me divierto con el personaje de la fracasada. ¿Qué se creen? ¿Que no puedo tener sexo o conseguir un tipo por eso? También ir a menos es una estrategia”. Pero, más allá de la propia risa, la influencia de la televisión es la influencia de la televisión. “Antes de estar en la tele me preocupaba poco por la imagen y ahora bastante. No quiero engordar, hago gimnasia y dieta. De hecho, Mauro Viale me decía ‘Esa gorda’ en vez de decir ‘Esa burra’ para criticarme cuando yo estaba embarazada de Ema (de dos años). Ahora ya está, me hice las tetas, ya soy una sex symbol (se ríe). Porque una cosa era estar en una computadora y otra en la televisión, en donde te dan vestidos, escotes, tenés que mostrar los brazos...”, enumera Iglesias. Pero, a pesar de cuidarse, más, mucho más que antes, sigue siendo tildada de gorda. ¿Cuál es el límite? “Fotos en bikini no puedo hacer y ése es un parámetro”, define. Y contraataca: “Hay mucho machismo, porque mis tres compañeros en el panel (Gustavo Noriega, Guillermo Pardini y Diego “el chavo” Fucks) son gorditos, pero a ellos nadie les dice nada”. Además, los chistes quedan. Al punto que Fernanda fue formalmente invitada –no es chiste– a participar de “Cuestión de peso”. Tampoco es sólo gracioso que “El tigre Ariel” le haya dedicado la canción “Marianela, pará de comer” a la chica que comió ¿un montón?
“Marianela, es dulce y muy bonita, ella parece un bombón
Ella es la flor del jardín de mi Argentina
Es una aplanadora y rica de corazón
Es para todos casi como una hermana
No es la bomba tucumana
Pero si sigue comiendo va a explotar.
¡Ay Marianela sí, pará de comer!
¡Ay Marianela sí, que todos te ven!
¡Ay Marianela sí, pará de comer!
¡Ay Marianela sí, que todos te ven!
Tucumanita, ya todos hablan de eso
Después de Gran Hermano te vas a Cuestión de Peso
Ay mi gordita, ya todos hablan de eso
Después de Gran Hermano te vas a Cuestión de Peso
Para vos florcita del jardín de la República ¡Pará de comer!”
La canción no forma parte de la música oficial de “Gran Hermano” –de hecho, nunca la pasan en el programa– y, es obvio, que después del hit “El beso del osito” todos los grupos pegadizos buscan pegar el tema GH, pero, aunque no forme parte del éxito de Telefé (sino de sus consecuencias colaterales) resume parte del espíritu de la sociedad: “No comerás”. El nuevo pecado capital –ya no la gula, sino el alimento o el disfrute de comer– representa una transgresión moderna que, por algo, le vale reprimendas pero también adhesiones a una chica que parecía –hasta antes de adelgazar o tener alguna pelea adentro de la casa– nada más que insulsa. Por eso, su risa ante sus kilitos nuevos le valieron el pulgar levantado (o untado de mayonesa) de buena parte de los y las televidentes que se vieron reflejadas en una participante que hinca el diente, en una época en donde lo bizarro ya no es Chiche Gelblung mostrando una pareja teniendo sexo sino cuánto pesan antes y después de tener sexo (porque, parece, lo libidinoso del sexo ya no es que despierta el sexo sino cuántas calorías aplasta). Tanta obsesión por la delgada línea de la delgadez lleva a una pregunta: ¿Una casa sin balanza puede liberar –ay, ¿liberar?– a alguien como Marianela de una sociedad aparentemente más liberal con el apetito sexual pero caloricadependiente del apetito gastronómico?
El punto no es “Gran Hermano”. Ni el caso Marianela. Pero, de alguna manera, sí el impacto que tuvo que una joven y linda, que sigue siendo linda, al punto que otro de sus compañeros, Juan, le dice “Mirá, Marianela, que si adelgazás para mí vas a dejar de ser atractiva” (en una demostración que no es sólo piropo sino un símbolo de que la obsesión por la delgadez no tiene, estrictamente, que ver con la seducción, sino con una obsesión de encajar en los moldes –exactamente en los moldes– de la época) se convierta en tema nacional por engordar o por comer (¿por engordar o por comer?) en un programa de televisión.
Nada menos que en la televisión, donde ser gorda (o parecerlo) es pecado. Marcos Gorban es el productor general de “Gran Hermano” y responde: “Nosotros no le armamos ningún tema musical, no lo hicimos ni lo pasamos. Tampoco estamos de acuerdo con que le canten ‘Pará de comer’. Nosotros sí mandamos tapes donde ella maneja el tema con total comodidad y con humor. Ella entró diciendo que quería ser modelo y con la ansiedad empezó a comer y a cagarse de risa de sí misma. Pero en la casa no hay balanza y ella no está en la obsesión de la dieta. Incluso, entre los chicos de la producción conversamos que está más linda porque mostrarse más risueña la hace más atractiva”. Gorban desprende los efectos de “Gran Hermano” con lo que produce “Gran Hermano”. “A Marianela nadie le dice algo despectivo porque come o deja de comer. Nosotros contamos su historia y si después opinan que come mucho o poco depende de la opinión del afuera. No hay pecado en lo que está haciendo y, además, como mucho tendrá dos o tres kilos de más. El tema es la enorme repercusión del programa. Pero lo que nosotros mostramos es una mina que se divierte. Por ejemplo, tiene unos tatuajes de unos pescaditos y ella se carga: ‘se están volviendo ballenitas’”.
¿No hay mensaje en el mensaje “Gran Hermano”? Gorban apunta: “En el contexto del programa se habló de Mariela (otra participante) como una ex bulímica y no se lo contó como algo positivo, sino como una experiencia autodestructiva de la cual tuvo que salir. Y a Marianela se la muestra como alguien que no está obsesionada con su silueta y eso sí es algo positivo”. Igualmente, el responsable del programa boomerang se cuestiona: “Hay cosas que disparan más efectos en la sociedad que otras. Por ejemplo, Marianela cuenta sueños eróticos al aire o nos pide que le bajemos un camarógrafo un rato porque está aburrida pero eso no provoca tantos comentarios. En todo caso, somos los argentinos los que nos tenemos que preguntar qué nos pasa con el peso que nos pesa tanto”.
Szlazer, la especialista en trastornos alimentarios, reflexiona sobre las ganas de comer (de devorar) de Marianela y sobre por qué su romance con el dulce de leche robó más cámara que otros conflictos o que, por ejemplo, sus confesiones de sueños eróticos (¿será que la azúcar es un elixir más pecaminoso socialmente que los orgasmos?). “A la gente le llama la atención verla comer constantemente pero no perciben que éste es un caso especial donde no tiene ninguna otra forma de descarga, con lo cual están perdiendo de vista la imposibilidad de Marianela de trabajar o distraerse, que los demás sí tenemos en la vida real”. Por un lado, el encierro puede generar mayor frenesí frente a la comida. Por otro lado, un escape al control social que encierra la comida para las mujeres. Y, como cualquier otro escape, no se mide, se muerde. Szlazer, por eso, recomienda ni ensalzar el sobrepeso ni sobreexigir la delgadez: “Hay que recordar que somos únicos, diferentes, y que cada uno debe buscar el peso deseado de una manera sana acudiendo a un nutricionista o médico pero no valiéndose de soluciones mágicas que lo único que hacen es adentrarnos en una espiral que no se sabe dónde termina”. La nutricionista Pilar Llanos también advierte: “Hoy se ven chicas con trastornos de la alimentación que tienen distorsión de su imagen, se someten a dietas muy restrictivas y eso les genera un exceso de presión y altera su conducta alimentaria. Por eso, los medios tendrían que poner más énfasis en la salud y menos en el cuerpo. Las adolescentes tendrían que sentirse más seguras y más valoradas por lo que son y por lo que pueden llegar a ser como adultas cultas y capaces y no por si responden a la absurda imagen de flacura que muestran hoy como mujer ideal”. Al fin y al cabo, Marianela comió, engordó, se río, comió, disfrutó. Es cierto que es un reality. Pero ojalá que no se sienta más libre sin poder salir a la calle que en la pasarela real del día a día donde muchos –hasta su mamá– le gritan “¡Pará de comer!”.
Allegra Versace es un nombre que dice que sus padres quisieron heredarle alegría, que su apellido lleva impreso el tinte bizarro y ostentoso de la moda, que su tío –Gianni– fue asesinado cuando ella tenía once años, en 1997, en Miami y que la princesita de su tío heredó el 50 por ciento de la empresa. El cuento de la princesa triste y atormentada es un cuento que se viste de gala en las páginas de las revistas de los corazones rotos y que Donatella ahora luce piel y seda con un vestido turquesa que les pone brillo a sus huesos como espadas. Tal vez el riesgo de confundir la función de las modelos como maniquíes (necesariamente delgadas para pasar en las pasarelas distintos trajes en un solo talle) con el mandato de la mujeres, todas las mujeres, como exhibidoras de prendas y no portadoras de cuerpos.
No es novedad, sin embargo, la presión que puede recibir una nena criada entre modelos, cintas de medir y balanzas de pesar vestidos que tienen cada vez más tela que cortar. Esa presión se plasma en la cara angulosa y el cuerpo afinado y afilado de Allegra, de sólo veinte años. “Nuestra hija Allegra lucha contra la anorexia, esta seria enfermedad, desde hace varios años”, dijo su mamá, Donatella, también Versace. ¿Qué vio, qué vivió Allegra, para querer verse o no verse?
“Uno, dos, tres, ¡veinte más!”. La frase define a Silvina Scheffler, otra de las participantes de “Gran Hermano”, conocida por ser profesora de educación física, por llevar obsesivamente y en todo momento sus rodillas hacia atrás para que no se le caiga la cola y por llorar en el confesionario para pedir cremas. Silvina vivía haciendo ejercicio y, claro, no engordó. ¿Puede existir otra forma de vivir que no sea vivir para estar flaca pero, a la vez, tampoco reivindicar, por oposición al modelo vigente, la vida sedentaria y descorporizada? Sí. Parece que sí. O algo parecido. Al menos, más divertido que levantar los pies al grito de “¡veinte más!”. “Las clases de hip hop, latino y reggaeton han tenido un enorme crecimiento y popularidad en los gimnasios, sobre todo, en los últimos dos años”, cuenta la profesora de gimnasia Roxana
Blanco, directora de la sede body del SportClub y especialista en Estrategia y Gestión Deportiva. “Las clases de ritmos latinos están en auge ya que por un lado es una excelente forma de hacer un buen trabajo aeróbico, pero por el otro, es una actividad divertida que ayuda también a la recreación y la distracción. La gente busca una disciplina menos rutinaria que realmente les permita disfrutar del ejercicio físico y donde puedan crear lazos sociales”, remarca.
Nada de sólo mirarse el ombligo en la sesión de abdominales. ¿Quiénes buscan bailar en un gimnasio en vez de cronometrar calorías en una bicicleta fija? “En general no son personas obsesionadas con su estética sino que tienen la suficiente autoestima para reconocer sus defectos, aceptarlos y tomarlos con humor. Lo especial de estas clases es que al terminar la persona queda con una sensación de bienestar y optimismo que no se logra con otro tipo de disciplinas y acá la salud mental tiene mucho que ver. Si llegara a existir alguna imposición estética, después de tomar el hábito queda relegada”, opina Blanco. Al menos, a mover el cu-cu y no el reloj para contar cuánto queda hasta el próximo postrecito (diet).
La corporalidad no se construye tan solo por sus líneas físicas y su carácter biológico, sino que se ordena a partir de los significados que la cultura otorga a su naturaleza y funcionalidad sexual. La ordenación psicocorporal aparece marcada por la intervención reguladora de diversos agentes de socialización como padres/madres, educadores/as o medios de comunicación. Bajo las normas sobre el cuerpo (formas, vestido, relación, cuidado... etc.) subyacen ideales de feminidad o masculinidad propios de cada época y sociedad. No sólo la naturaleza sino también la apariencia adquiere sus significados en función de los valores y símbolos del grupo. La estética y los cuidados corporales son tanto un medio de reconocimiento y satisfacción de la persona como un factor de reconocimiento social en el que confluyen los ideales del yo y los principios normativos del grupo. Articular lo privado y lo público en la imagen corporal exige revelar los ideales acerca de lo que se considera un cuerpo sexualmente atractivo. Estos tendrán una importancia decisiva en el modelado de las relaciones entre los sexos, constituyendo modelos ideales de belleza y atractivo sexual difícilmente alcanzables.
En nuestra cultura, la imagen del cuerpo fomentada por el discurso médico biologicista y tecnológico, la cultura de los medios de comunicación y el consumo, no sólo produce una imagen fragmentada de las personas, sino que incide en una traducción diferencial por género de los cuerpos. El ideal estético de mujer contiene tres elementos de base: belleza, delgadez y juventud. Esta combinación supone no sólo negar o rechazar al cuerpo en transformación y el propósito por destruir las marcas del tiempo que se significan como signos de fealdad, falta de control y fracaso social, sino también una tendencia uniformadora que trata de hacer desaparecer aquello que individualiza y diferencia bajo el imperio de un patrón único y rígido de desarrollo corporal.
Las mujeres no son sólo Marianelas que “deben dejar de comer”. Pero es harto difícil visualizar en el movimiento histórico a la mujer desprendida de su imagen. Sexualidad e ingesta, son siempre movimientos que se interpenetran y comprenden, contextualizados en mundos globalizados y con bases económicas que enmarcan las relaciones sociales.
* Socióloga, especialista en Educación Sexual y secretaria general de la Federación Latinoamericana de Sociedades de Sexología y Educación Sexual.
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