ENTREVISTA
Después de superar una serie de escollos, se estrena finalmente el próximo 26 Las mantenidas sin sueños, el film que escribió, produjo, protagonizó y codirigió Vera Fogwill. Una historia matrilineal con una temática específicamente femenina, entre el drama familiar y la comedia negra excéntrica.
› Por Moira Soto
Eugenia, de nueve años, es casi una huérfana que debe convertirse en madre de su propia madre, Florencia, deprimida y embarazada por azar, quien a su vez mantiene una relación tensa con Sara, su desencantada progenitora que decide borrarse. Olga, una vecina de Florencia, se inventa una muerte con velorio y todo para liberarse de impuestos y otros gastos. Un padre ausente envía libros con máximas y aforismos a Eugenia, que se los aprende y recita. Un dealer tira abajo la alta puerta de la casa de Florencia en busca de la bolsita de cocaína que se dejó sobre la mesa y que alguien confundió con azúcar. Celina, una ex compañera del Nacional de Buenos Aires venida a más, súper-tilinga, toma a Florencia como señora por horas y la instruye desde su nube fashion. Florencia entona con voz desalentada y música de Babásonicos una canción poco edificante que dice “nací para mantenida, no me gusta el esfuerzo...”
He aquí algunas instancias de lo que ocurre en el film Las mantenidas sin sueños, guión de Vera Fogwill y codirección de Fogwill y Martín Desalvo, que se estrena el próximo 26 de abril, después de sortear arduos avatares durante el proceso de producción y posproducción, y de recibir una serie de premios en distintas muestras del exterior (mejor opera prima, mejor película, mejor actriz –Lucía Snieg– y voto del público). Previamente, el guión de Las mantenidas... había obtenido la beca del Fondo Nacional de las Artes, el premio Hubert Bals Fund de Rotterdam y, entre otros, el premio del Fonds Sud Cinéma del Ministerio de Cultura de Francia.
Vera Fogwill empezó a actuar y a escribir obras teatrales en la adolescencia y más adelante obtuvo galardones en ambos rubros: su pieza Las feroces ganó el primer premio del concurso del diario La Nación, en 1995, mientras que su labor en El juguetero mereció el María Guerrero en Madrid como Mejor Actriz Iberoamericana, otorgado por un jurado internacional en 1998. Por su labor en la película Buenos Aires viceversa recibió el Cóndor de Plata como Revelación femenina. Desde que terminó de escribir el guión de Las mantenidas sin sueños, Vera Fogwill se convirtió en el motor siempre encendido de este film que, en principio, sólo la iba a tener como protagonista y directora de actores. Pero las responsabilidades y los problemas se fueron sumando, Vera se hizo cargo de distintas funciones y, una vez terminada la película, la acompañó a diversos festivales. Después de la avant première en el reciente Bafici, finalmente Las mantenidas... llega a la cartelera local.
–Sí, todo fue modificándose sobre la marcha, hubo muchas contingencias. Yo empecé escribiendo un guión para mi pareja en ese momento, que quería dirigir una película. Un guión larguísimo, eterno, mil personajes, imposible de realizar. Entonces tomé dos personajes secundarios, esta madre y esta hija, y armé la historia que se cuenta en Las mantenidas... inspirada en un hecho real: una amiga mía fue madre muy joven, ella era la mejor en todo y de pronto su vida se dio vuelta, decidió empezar a vivir como una indigente. Siempre me pareció un gran gesto el suyo, negarse al proyecto de vida que estaba pensado para ella. Bueno, en aquel momento no pensaba que iba a cumplir otras funciones. Este proyecto me exigió ser un poco mujer orquesta. La parte de productora me siguió consumiendo mucho tiempo y energías. A una semana de estrenar, todavía estoy haciendo cosas por la película. De todos modos, estos últimos años también escribí mucho, preparé otros proyectos. Pero me tocaron momentos muy difíciles: entre otras cosas, tuve que ir a Francia a encontrarme con el propio ministro de Cultura, porque Las mantenidas... había ganado el premio Fond Sud Cinéma, de ayuda a la producción, 120 mil euros, con la obligación de que un productor francés administrara ese dinero. Pero el tipo, Joel Farges, cobró antes de que se filmara con facturas falsas. Me encontré con una funcionaria que me mostró el expediente donde se daba por finalizada la película antes de que la hiciéramos, con facturas de gente que no existía. Este hombre había tenido una productora con Marguerite Duras, parecía confiable, pero cobró la guita, la usó y estaba estafando a medio planeta. También hubo funcionarios implicados que no cumplieron los requisitos legales. Como se trataba de corrupción con fondos estatales, me vi en medio de un juicio contra el estado francés por ese motivo. Una situación insólita, me enfermé mucho. Muy duro.
–Ella no se plantea lo que representa tener otro hijo, recién cuando está a punto de parir dice que no quiere, reacciona cuando ya es tarde. Pero una vez nacido el bebé, hay un cambio, quizá temporario. Para mí fue clave contar la historia durante el tiempo de un embarazo, un tiempo femenino de esa madre que no funciona como tal, que está saliendo de una adicción por lo cual sufre una depresión aguda. Casi muerta está generando vida, ése es el gran poder la mujer. Mi personaje no está en condiciones de cuestionarse nada. Elegí de protagonista a una mujer que está lejos del modelo de madre establecido socialmente, pero de ninguna manera quise ponerle una moraleja. Yo creo que no hay maneras puntuales de ser buena o mala madre. Cada una hace lo que puede. Mirá, mi mamá empezó a estudiar cuando yo nací, ella era modelo, actriz del Di Tella. Pensó que con tres chicos de dos padres bohemios tenía que hacer algo. Cuando era el Día del Niño y no tenía plata, iba al Botánico y nos traía un gatito... Después el animal se iba, quizás ella misma lo ponía en un lugar para que se escapara, porque en realidad no quería a ningún gato en la casa. No sé, no tengo un parámetro para juzgar, pero sí creo que la relación madre-hija es incondicional, más allá del bien o el mal que se hagan mutuamente. Puede haber una pelea feroz y al día siguiente estar todo maravilloso. Hay un componente vital muy fuerte en estas relaciones: era eso lo que interesaba contar. También te diría que Las mantenidas... trata sobre mujeres que se desdoblan, son sus propios hombres, sus propios maridos. El bigotito que le pinta la nena a la madre tiene un simbolismo, que después se reproduce en el personaje de Mía Maestro cuando se separa. Sin embargo, aunque los roles masculinos son más chicos, no sería la misma película si no estuviesen ese dealer querible que hace Julián Krakov, ese padre siempre de vacaciones que interpreta Gastón Pauls.
–Lo de Elsa fue para mí un auténtico regalo: ella se tomaba un taxi y venía a mi casa con un tapado de piel blanco, como si fuera a la ceremonia de los Oscar. Su puchito, su cafecito y ese vozarrón, qué maravilla. Entendió en el acto que ella con su hijo Gastón Pauls siempre iba a estar en otro plano, que nunca se iban a mirar. Había que llegar a ese nivel de vínculo que está implícito en todas las escenas donde aparecen. Valium, Valium, más Valium, les decía yo para llegar a ese tono lleno de sobreentendidos. Un honor tener a Elsa, dedico la película a su memoria.
–Admiro a todas las actrices que elegí, cada una es descollante en su estilo. Estimaba el trabajo de Mía pero no la conocía personalmente. Ella se estaba yendo a los Estados Unidos, le mandé el guión, aceptó, nos hicimos amigas. Es una gran actriz, de un nivel de profesionalidad, de tenacidad que he visto pocas veces. Le dije: para hacer papeles dramáticos, distantes, te van a llamar a lo loco, acá y afuera, así vayamos por la comediante. Le mandé un tratado de psquiatría sobre los comportamientos de la histeria. Hablamos mucho sobre esa gente que en la vida está haciendo un personaje, representando permanentemente. Todo estuvo muy cuidado, se hicieron diseños exclusivos de Laurencio Adot para su vestuario. En cuanto a Pochi Ducasse, tan valiosa, no tuve dudas, más aún, la quiero para mi próxima película. También fue un placer tener a Anahí Martella como la manicura, una demostración de que no hay roles pequeños. La cajera la hace Cristina Jacobsohn, una actriz realmente militante, de esas que ya no vienen. Ella es del Grupo Catalinas, igual que Julián Krakov.
–A Mirta me une un vínculo de amistad y cariño, aparte del gran aprecio que le tengo como actriz. Sabía que ella iba a poder trabajar los dos registros del papel, esa idische mame universal que se cae de la tradición, que termina con un nieto medio chino, pero vislumbrando una segunda oportunidad para ella. En general, me gusta darles a todos los personajes alguna posibilidad. Aunque veíamos de forma diferente el personaje de Sara, Mirta tuvo la grandeza de aceptar mi enfoque.
–La verdad es que contratar a un chico trae complicaciones, porque, para empezar, sólo pueden trabajar la mitad del horario. Hicimos un casting importante, busqué a una actriz salida del Conservatorio que daba clases a chicos para que me diera una mano desde el principio: María Elena Berch, casi como una psicopedagoga, estuvo siempre presente. Lucía vino a hacer un truco absurdo de magia, era una cosita divina. Le gustó mi cartera, se la di: era obvio que iba a ser ella. Me tomé casi un año, vimos películas como Mi vida en mi vida, Mi vida en rosa, La manzana. Todo lo hice consultando con los padres de Lucía, les pedí encarecidamente que la nena no estudiara letra en su casa. Empezamos a hacer cosas juntas, a establecer un vínculo por otro lado, después vino el trabajo con el texto. Fue toda una estrategia: yo no podía negarle nada porque mi personaje no lo hacía, entonces la ogra era la coach, María Elena. Pero la verdad es que los chicos entienden más cosas de las que creemos. Por ejemplo le preguntaba: “¿Sabés lo que es la cocaína, Lucía?”, después de explicarle que esa madre la había dejado. “Sí, es una droga terrible, pero no les digas a mis papás que yo sé.” No eran necesarias más explicaciones. Otra situación: “¿Sabés lo que es el aborto?”, “Sí, pero no se lo digas a mi abuela. Mirá, si una mujer no quiere tener hijos, va y se los saca”. María Laura y yo, heladas. Pedí a todo el equipo que no la tratara como a una nena sino como a una persona más, para evitar que al cuarto día se creyera una princesa. Las escenas que pueden parecer más incómodas desde afuera las trabajamos con naturalidad, siempre explicándole la línea de acción. Lo del tampón llevó su tiempo, primero con Lucía sola, después con Elsa. Que la chica agarre el tampón y lo revolee no fue casual. Y en cuanto al tema de descubrir la bombacha con sangre por primera vez, de caminar con el short manchado, no hubo problema porque Lucía se moría de risa. Es una chica muy talentosa, ahora tiene un grupo, toca el bajo, estudia teatro.
–Es difícil delimitar porque hubo mucho acuerdo con Martín Desalvo. Te puedo decir que desde el guión marqué las luces, quería gamas de rosas, de rojos, poco realismo. El fucsia es el color que identifica Las mantenidas... Creo que, aparte de la dirección de actores, me corresponde el 50 por ciento. Y también quiero remarcar el trabajo de la directora de arte, Daniela Podcaminsky, del vestuario de la debutante Luisina Ironcoso y Manuel Morales, de Rosario Suárez como editora.
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