ARTE
Nacida al borde
Silvye Blocher es una artista francesa que está exponiendo en el Museo de Arte Moderno su muestra “Dignidad”. En ella, como es su costumbre, trabajó con hombres y mujeres, en este caso argentinos, a los que convocó a través de un aviso en un diario.
Por Rosario Bléfari
Silvye Blocher es una artista francesa. Salió del aislamiento de su infancia en un pueblo cuando todo estaba sólo en los libros y en su imaginación, para descubrir un mundo vivo poblado de gente, seres reales que se transformarían en la materia de su arte: cuadros vivos. La imagen de video registra la estupefacción ante el abismo –exhibición frente a una cámara vacía– cuando una música que se detiene es la provocación sencilla, la única decisión con la que la artista obtiene un pequeño momento sublime. Brevemente pero con claridad se distingue lo que ella llama la dignidad de sus modelos voluntarios. Esta vez retrató habitantes de Buenos Aires. Ella está enamorada de esta ciudad donde se entibian sus genes checos y sus costumbres parisinas al calor de cuerpos más próximos, habituados a quedarse hablando en la calle o a saludarse con un beso. La obra se llama Dignidad y se exhibe en el Museo de Arte Moderno en la avenida San Juan hasta el 22 de setiembre.
–¿Dónde nació?
–Nací en el borde, en la frontera entre Francia y Suiza, y eso ha sido decisivo en mi vida. Hay muchas cosas que prefiero no contar. Perdí a mi madre cuando tenía diecisiete años. Fue el momento más difícil que viví; su muerte sobrevino después de un largo proceso de ocho meses de dolor. Yo perdí literalmente el habla. Por otro lado tuve un padre que era muy autoritario, no sé si será a causa de eso que me preocupa tanto el tema de quebrar la autoridad. No nos vimos con mi padre por veinte años. El hasta el día de hoy está muy triste porque tiene una hija artista.
–¿Cómo era el paisaje de su infancia?
–La mayor parte de mi infancia la viví en lugares muy solitarios. Mi madre me tuvo sobre una mesa, la misma en la que se comía, en un lugar que quedaba en la frontera. Después viví en una ciudad en el medio de Francia, pero no en la ciudad misma sino en lo que podría llamar “ningún lugar”, para ser más exactos era “el culo del mundo”. Tenía la sensación durante la niñez de vivir en un lugar donde no tenía ningún contacto con el cine, con el teatro, con ningún tipo de actividad y a veces creía que iba a morir allí sin poder salir nunca de ese lugar terrible. A los dieciocho años hice mi equipaje y me fui, crucé la frontera a Alemania y entré a la Universidad de Estrasburgo para hacer la carrera de Historia del Arte.
–¿Por qué el arte?
–Todo era arte para mí, siempre hice arte, sólo que yo no sabía que se llamaba arte, pensaba que eran actividades para mujeres. Mi abuelo me hizo a los cinco años su primer regalo, un cuchillo con el que tallaba esculturas. Por otra parte mi madre era una persona muy creativa, usaba ropa que nadie usaba, ella era como un personaje, una persona muy interesante y maravillosa. Me hacía ropa, sombreros locos que los demás chicos, cuando iba a la escuela, miraban asombrados. Pero cuando estaba sola, mi vida eran los libros. Me gustan los libros en todo sentido, incluso el objeto libro, el olor que tienen, tocarlos. Me gustan ciertos libros; toda mi infancia estuve enamorada de los libros. Mi escritorfavorito era Faulkner y lo leía todo de nuevo una y otra vez. Escribía poesía, realmente viví sobre los libros y es interesante porque podés estar solo, pero tu universo es enorme. Mi abuelo era anarquista y estuvo en la cárcel, fue siempre un hombre de trabajo muy pobre pero muy inteligente. Cuando era joven, yo lo visitaba en vacaciones, pasaba algo muy interesante todas las noches y todas las tardes me proponía ir a un lugar, que eligiera alguna ciudad del mundo, y empezar a inventar. Era algo muy normal para mí que mi imaginación fuera un país.
–¿Se considera una mujer de ciudad?
–Después de haber vivido tanto tiempo en paisajes naturales, durante veinte años no quise ver ni un pedazo de pasto por mucho tiempo. Ahora sí, tengo una casa en el campo, pero no puedo estar demasiado, soy una entusiasta de la ciudad, me gusta la ciudad, la noche, salir. Estuve enamorada de tres ciudades en mi vida. Primero fue de Nueva York. Fui cuando tenía veinte años y fue increíble, el viaje más maravilloso. Fui sola y me pasaron cosas terribles desde el primer momento, en el aeropuerto mismo ya hubo una situación con el pasaporte, después el hotel resultó demasiado caro y de la lista que llevé de amigos para llamar no encontraba a nadie, se hizo tarde, finalmente alguien me albergó. Después, al día siguiente, me atacaron en la calle dos tipos que me agarraron por detrás, pero les dije que me dejaran en paz y se fueron. A pesar de esto amé a esa ciudad. A los treinta me enamoré de El Cairo. Estuve en la Bienal de Alejandría donde jamás se le había otorgado un premio a ninguna mujer y me dieron la medalla de oro. Y a los cuarenta estoy enamorada de Buenos Aires. En parte se debe a cierta calidez; yo tengo un pasado checoslovaco y, como me gustan los cuerpos, las experiencias de vida y acá a la gente le gusta salir, habla en las calles, me gusta mucho. Es un poco como en España, pero más cálido aún. Antes había estado en Chile haciendo el mismo trabajo en video y no me sentí bien. Todo es muy represivo, conservador, católico y con culpa, pero en Buenos Aires las chicas son poderosas y el erotismo está muy presente. Llamé por teléfono a mi amante y le dije que viniera ya, porque no podía aguantar más. En París todo es más distante. Acá se saluda con un beso y al haber una herencia italiana y alemana eso también ha colaborado a que los cuerpos sean bellos.
–¿Cómo es la obra Dignidad que presenta en Buenos Aires?
–Hace diez años que trabajo con la persona humana, un material imposible. Elijo un grupo en especial, por ejemplo en Toronto fueron taxistas o puedo elegir jugadores de fútbol, de alguna manera son comunidades que van variando. Acá publiqué un anuncio que decía: “Silvye Blocher, artista francesa, busca gente de Buenos Aires que venga con su mejor traje y su canción favorita”.
–¿Con qué criterio eligió los modelos?
–Me obligué a mí misma a aceptar a todo el mundo independientemente de que me gustaran a mí o no. Mi obligación era que, pasara lo que pasara, integrarían el trabajo. Fue lo opuesto a lo que un artista puede hacer al tratar de elegir al mejor modelo y ponerlo bajo la mejor luz porque quiere decidirlo todo. Me gusta decidir, pero partí mi autoridad en dos, iba a decidir hasta cierto punto, me obligué a compartir mi autoridad con mis modelos. Les doy una consigna para hacer frente a la cámara, pero no me coloco detrás de la cámara. Le pido a la persona que imagine detrás de cámara a alguien que quiera o alguien que odie. La mayor parte del tiempo es muy difícil; la gente reacciona a esa incomodidad frente a la cámara vacía. Aquí fue diferente porque no hablaba el idioma, por eso les pedí la música. Entonces yo la ponía a sonar y decidía cuándo pararla, lo cual era muy cruel para mí porque tenía que tomar una decisión. Lo interesante es ver que realmente las personas ponen a alguien detrás de cámara y que, cuando la música se detiene y deciden salir, lo hacen sin perder la dignidad. Cuando corto la música la gente no sabe si salir o qué hacer yalgunos son muy frágiles en ese momento. Por ejemplo una mujer, bailarina de tango, muy mayor, cuando paré la música se quedó como sin aire y entonces tuvo que arreglárselas para encontrar la energía y salir. Es un pequeño momento maravilloso.
–¿Qué importancia tiene el sonido en sus trabajos?
–En este caso, al tener la inconveniencia del idioma tuve que encontrar algo que funcionara como lenguaje, como suelo dar consignas y hablar, por eso pedí que trajeran la música que más los representaba como una manera de encontrar un lenguaje que compartir. El año pasado en Luxemburgo hice un trabajo que se llamó “Hombres de rosa”. Entre paréntesis el director del Museo de Luxemburgo es un hombre muy interesante, es el creador de Manifiesta. En este museo voy a hacer una muestra con todas mis obras de los últimos diez años. “Hombres de rosa” era un coro de homosexuales de treinta cinco hombres a los que el museo aceptó comprarles un traje a cada uno. Se proyectaba en una pantalla bien panorámica. Frente a la cámara cantaron la marcha comunista “La Internacional”, en un momento paraban y sacaban de un bolsillo una media rosa y se la calzaban en la cabeza como asaltantes de banco y con la boca abierta trataban de hacer un agujero con el dedo. Esto producía un sonido muy particular, entonces empezaban a cantar una segunda canción, la de Walt Disney que cantan los siete enanos cuando vuelven del trabajo en Blancanieves. Era una imagen muy terrible de ver. Elegí estas dos canciones porque son muy representativas del siglo XX, una es la de una utopía como “La internacional” y la otra representa la idea de ser feliz si se trabaja y que no sé si saben, pero está inspirada originalmente en una marcha militar nazi. Se exhibió en un shopping con la única aclaración al final que decía: “Hombres de rosa, coro de homosexuales”. Esto produjo un escándalo. Y otra artista hizo una escultura increíble; en Luxemburgo hay una escultura de oro de la Primera Guerra Mundial que es una mujer dorada sobre una columna y esta artista hizo una réplica de la misma escultura pero con la mujer embarazada. Todos los ex combatientes querían tirarla abajo, entonces se hizo un gran auditorio con la televisión presente y el ministro de Cultura para sacarla. La ciudad quedó dividida en dos, los que querían tirarla abajo y los que no. Finalmente quedó todo el mes que duraba la exhibición.
–¿Reconoce la presencia de algún tema en particular relacionado con lo femenino enhebrando sus trabajos?
–Soy feminista, pero a veces me peleo con las feministas porque no quiero ser como las feministas que usan el mismo poder que los hombres. Por eso siempre digo que soy una feminista femenina. Mi trabajo de los últimos años no es acerca de la homosexualidad sino acerca de lo femenino en el cuerpo del hombre, en el sentido histórico, acerca del porqué lo femenino es considerado como una cosa maravillosa en la intimidad y como una enfermedad en lo público, estoy interesada en eso. En el ‘87, cuando yo era una joven artista, hice un trabajo sobre la exterminación en la última guerra y leí todos los testimonios de los campos de concentración y todos los discursos de Goebbels y se puede ver que odiaba a los judíos -.eso todo el mundo lo sabe–, pero odiaba más lo femenino en el cuerpo de los hombres. El nunca habla de homosexualidad, habla de enfermedad y lo que para él es el inicio de la inconsciencia. Es la parte femenina lo que le impide al hombre ser un héroe. Luego, leyendo y estudiando a Freud descubrí que estoy en desacuerdo con las últimas ideas de su vida. En estos textos él se pregunta sobre qué piensan las mujeres y creo que debería decir: “qué piensa la parte femenina que está dentro mío”. Estoy muy obsesionada con estos conceptos, lo que significa femenino y como en distintas culturas es considerado algo peligroso como para el talibán o los fascistas, toda esta gente que odia lo femenino. Al principio comienzan odiando esa parte femenina que hay dentro de ellos mismos y después se proyectan a detestar mujeres u homosexuales. También meinteresa la diferencia entre lo erótico y el erotismo que utiliza y propone la publicidad, porque la publicidad es estar siempre bajo control porque siempre dice sé poderoso, sé el mejor, todo en la sociedad está bajo control y al mismo tiempo te vuelve un controlador y eso se ve mucho con los niños. El deseo es una de las cosas más peligrosas que existen. Por ejemplo, hago una gran diferencia entre deseo y pornografía. Lo porno es un concepto muy económico y como en Walt Disney siempre hay un final feliz. En el erotismo es lo opuesto, hay siempre dos aspectos: a veces es vida, a veces es muerte, placer y displacer, a veces es fuerte y a veces no. Eso es lo que me interesa, ser fuerte y a veces no serlo, no estoy interesada en la gente que tiene un solo lado.
–¿Y qué pasa con la parte masculina en la mujer?, ¿está también en su trabajo?
–Es lo mismo, yo soy femenina pero tengo una fuerte cosa masculina, lo sé y me gusta jugar con eso, no matarlo, pero mucha gente mata esa otra parte y se siente después con derecho a matar a otro.
–Es el comienzo de la violencia.
–De la violencia más grande.