DANZA Y TEATRO
El habla de los cuerpos
Una es maestra de teatro y vive en la Argentina; la otra es bailarina y está radicada en México. Son amigas desde hace treinta años y siguen asociándose para hacer espectáculos que las conmocionen. El último fue “Cincuenta y pico”, en el que ninguna de las bailarinas tenía menos de cuarenta y cinco años.
Por Sonia Santoro
Esta es la historia de dos mujeres unidas por la misma pasión, podría decir el spot publicitario de una telenovela. O una historia en que la amistad no tiene fronteras. Y que demuestra que 30 años no es nada. Decenas de lugares comunes se vienen a la mente para hablar de la historia que une a Mirta Blostein y Beatriz Amábile. Una bailarina argentina radicada en México y una directora de teatro, que desde hace 50 años enseña en Buenos Aires, que se encontraron para presentar Cincuenta y pico, obra que surge de las vivencias de las mujeres al traspasar la puerta de los 50 años. Fue en La escalera, un espacio de arte donde la expresión y el trabajo grupal se vuelven “terapéuticos”.
Mirta Blostein tiene 57 años y el pelo rojo atado en un rodete tirante. Es maestra de la Escuela Nacional de Danza Clásica y Contemporánea en el Centro Nacional de las Artes de México, país al que llegó exiliada en la década del 70. Y al que deja cada dos años para encontrarse con Beatriz, aquella mujer con la que compartió años de estudio y de trabajo en una época en que se hacían muchas cosas. “Habíamos armado un grupo de danzas donde hacíamos un trabajo, por llamarlo de alguna manera, militante. Llevábamos una obra para chicos, El gordo amarillo, a todas las villas de Buenos Aires. Epoca muy efervescente, muy rica... Yo después me quedé un poco sin amigos”, cuenta Beatriz Amábile, una mujer con rostro de abuela y cuerpo joven, enfundado en un chal rojo y zapatillas negras.
En esa época hicieron de todo. Y después tomaron diferentes vías: Mirta sigue con el movimiento y con la danza y Beatriz giró hacia la creatividad y el teatro.
–¿Qué es la danza en las distintas etapas de la vida?
Mirta: –Creo que es algo que hice siempre, pero nunca tan claramente. Una de mis obsesiones en el campo de la danza es el desarrollo del lenguaje corporal propio. Lo que generalmente sucede es que ves secuencias maravillosas, pero las ves en todos los grupos. Y además mi hipótesis es que el desarrollo del lenguaje expresivo del cuerpo se tiene que ir transformando a medida que pasan los años. Y a medida que introyectás en el cuerpo nuevos lenguajes, eso también se tiene que enriquecer, cambiar o modificar. No es fácil; nosotros hablamos y nos movemos dentro de un pensamiento que tiene que ver con la época. Nos movemos a partir de esta realidad. Entonces, por supuesto que va a haber características de movimiento acorde con la época, pero uno puede correr esos límites y abrir el lenguaje desde otro lugar. Fue así que el año pasado, cuando se abrió una convocatoria en el Fondo Nacional para la Cultura y las Artes de México, presentó un proyecto para hacer una obra con bailarines de 45 años en adelante. ¿Qué es lo diferente de un cuerpo a los 50, con respecto a otro a los 20, 30 o 40? Mirta tiene su propia teoría y experiencias que la respaldan. “La historia está en el cuerpo –dice–. Si tienes un cuerpo que ha sido trabajado, que está entrenado, el lenguaje que parte de ese cuerpo tiene que ser diferente. Eso, siempre y cuando no te atengas a lucir al bailarín precioso nada másy le pongas las famosas secuencias. Yo no trabajo de ese modo, sino con cadenas de improvisaciones muy fuertes.”
Y en este caso fueron los pies, fue todo un trabajo hasta que encontraron cada una de las bailarinas el personaje. La idea era que estos personajes surgieran del lenguaje corporal de ellas. Entonces, desde esta fantasía, de decir qué guardan los huesos, qué guarda la piel, qué guardan los dedos, qué se siente en las articulaciones, eso fue armado desde cadenas de preguntas, por un lado, y por el otro lado, con todo un trabajo del esqueleto, integrando músculos y piel”.
A Cincuenta y pico, en cambio, la baila ella sola. Esta obra habla de las emociones, los sentimientos y la historia de una mujer de 57 años. “Yo no me voy a poner ahora a bailar de niña o de mariposa porque es absurdo -explica–. Corro y me desplazo, pero esa corrida y desplazamiento son de una mujer cuyos huesos pesan más y los músculos no tienen la tonicidad que tenés a los 30 años. Y eso hace que exista una densidad en la interpretación... hay modificaciones de color y de textura que son muy importantes”.
¿Qué tiene que ver Beatriz en todo esto? Que, como siempre que Mirta tiene algo importante que contar, necesitó hacerlo frente a Beatriz y en su espacio: La Escalera. Un espacio de arte que tiene sus raíces en el ‘82, cuando Beatriz creó una escuela de creatividad. Además de un espacio de arte, se podría decir que La escalera es un espacio “terapéutico”. No sólo porque una de las áreas está coordinada por la psicóloga Ana Rubiolo sino también porque la expresión es liberadora: Beatriz es una absoluta convencida de que “ayuda a que estemos un poquitito más sanos”. “Yo me doy cuenta de lo que le pasa a la gente que viene a este lugar. Y en este momento hago un paralelismo con otra época, cuando la represión hacía que los grupos tomaran mayor valor y la gente los buscaba justamente por eso. En este momento es muy diferente toda la problemática, pero también hay mucha necesidad de agruparse, de trabajar solidariamente”, dice.
A Beatriz, que va a cumplir 66 años (enseña desde los 16), la edad, piensa, o tal vez el momento tan dramático que está viviendo Argentina, la hacen reflexionar también sobre aquella otra emigración, la de los 70, y pensar que hay muchas cosas en común con ésta. Como en aquella época, hay mucha gente que se va. “Ahora estoy haciendo El despojamiento de Griselda Gambaro y también tiene que ver con que nos están despojando”, cuenta.
A Mirta también se le mezclan las emigraciones. En una parte de Cincuenta y pico, cuando llega el tango “Mi Buenos Aires querido”, cuenta, “el iluminador me dice ‘veo barrotes’ (iluminaciones de luz sombra, luz, sombra... ) y sí, finalmente, hay como una especie de cárcel, se convierte en una metáfora, no es la cárcel de la que huimos los que nos tuvimos que ir, pero existe finalmente esa cárcel que es lo que hace que destrocen a los seres humanos. Esto que trae Bety del despojamiento lo vivo estando allá, con las noticias, y lo primero que digo es que Argentina es un país que han desangrado, entonces, ¿qué queda? Esto”.