Viernes, 27 de abril de 2007 | Hoy
1º DE MAYO
Los números que hablan de la baja en la tasa de desocupación no discriminan entre varones y mujeres. Al contrario, ocultan que las oportunidades para ellas son de baja calidad, inestables y mucho menores en cantidad. Los empleadores y empleadoras siguen prefiriendo varones y a ellas se les destinan las tradicionales tareas de cuidado e higiene.
Por Gimena Fuertes
Buscamos un/a profesional de las carreras de Ingeniería, Química, Bioquímica o Lic. en Química que acredite experiencia mínima de dos años en el área de aseguramiento técnico de compañías de consumo masivo o farmacéuticas de primer nivel.” De todas las empresas que publican avisos clasificados para profesionales el domingo, una sola –que produce cosméticos– utilizó el recurso de la “barra a” para especificar que el puesto vacante podría ser ocupado por una mujer. Del resto no se sabe si sólo buscan hombres para posiciones jerárquicas o si desconocen la diversidad gramatical para ampliar la búsqueda. Por supuesto que en muchos otros avisos entre los requisitos aparece el de “sexo masculino” para puestos técnicos o de ingeniería, y nunca el de “sexo femenino” de manera exclusiva. En tiempos en que el desempleo castiga menos a la población, la discriminación empresarial, las responsabilidades familiares, el diverso nivel de instrucción y las mismas todavía arraigadas pautas culturales son variables contra las que se rema en forma constante aunque la orilla parezca no acercarse nunca.
Según los datos de la Subsecretaría de Programación Técnica y Estudios Laborales del Ministerio de Trabajo, “el decrecimiento del desempleo desde el 2003 al 2006 fue del 50 por ciento en los aglomerados urbanos, ya que bajó del 20,4 al 10,2”. Sin embargo, Mónica Sladogna, master en Diseño y Gestión de Políticas y Programas Sociales, especialista en formación profesional, cambios en la organización del trabajo y desarrollo de las calificaciones, sostiene que “las mujeres ingresaron al mercado de trabajo en los últimos tres años, pero lo hicieron más lentamente”. Entre los hombres la desocupación bajó un 52 por ciento, mientras que entre las mujeres la baja fue del 47. Nora Goren, miembro de la Comisión Tripartita de Igualdad de Trato y Oportunidades entre Varones y Mujeres en el Mundo Laboral del Ministerio de Trabajo, socióloga y master en Ciencias del Trabajo, sostiene que “hay que mirar a los empleadores, quienes pudiendo contratar de igual manera a mujeres o varones prefieren siempre contratar a varones para puestos de trabajo que pueden ser indistintamente para cualquiera. Las mujeres se siguen incorporando a tareas tradicionales en el mercado de trabajo”.
Silvina Podeley, de 38 años, fue la única maquinista de tren mujer que hubo hasta ahora. Estuvo desocupada durante los peores momentos de la recesión, luego encontró trabajo en un puesto superior como coordinadora de trenes y ahora es encargada de turno, otro escalón más arriba. Si bien su historia parece ir a contramano de la tendencia de segregación de las mujeres en puestos de calidad, su soledad en esa trayectoria la verifica. En la escuela secundaria Silvina fue la única mujer de su promoción que se recibió como técnica electromecánica. Trabajaba en la despensa de su mamá cuando decidió mandar su currículum a un aviso clasificado en el que pedían maquinistas. La llamaron, hizo el curso y entró a trabajar en el Tren de la Costa. Durante 1995 salió seguido por televisión, ya que solían hacerle notas y se la mostraba como algo fuera de lo común, extraño y novedoso. “Me hicieron un montón de entrevistas y ocupaba ese puesto. La empresa aprovechaba a hacer publicidad conmigo, pero después, cuando tuvo que ‘reestructurar’, como le dicen ellos, me cortaron la cabeza y me echaron igual”, se enoja. En 2000, Silvina buscó trabajo durante dos años y el mundo se le hizo una pared. “Tenía el espíritu por el piso.”
Sladogna explica que “el mercado de trabajo no selecciona al azar a quién favorece, están las variables de género, de edad y de clase. Algunos grupos son más vulnerables al desempleo cuando el mercado de trabajo está en crisis, hay grupos más afectados que otros que no pueden entrar por igual al mercado por las características socialmente asignadas. Hoy los jóvenes sin experiencia y sin educación y las mujeres son los grupos que más dificultades tienen para acceder a empleos de mejor calidad”. Para esta especialista, “si bien en la carrera profesional las mujeres se quedan atrás, esto no vale para todas igual, no existen las mujeres como grupo homogéneo. Están las profesionales y la que tienen estudios primarios incompletos. Pero al analizar el mercado de trabajo hay diferencias salariales que se deben a que las mujeres participan en sectores de actividad que tienen más bajos salarios, y cuando ingresan a sectores de altos salarios lo hacen en puestos peores pagos”, explica.
“Entre los sectores más bajos, las mujeres son sacadas de la escuela para cuidar a los hermanos o se elige al varón para que vaya a estudiar. El Plan Familias –que asigna 225 pesos a madres múltiples– supone que esas mujeres son incontratables y sin embargo nadie vive con un plan y van a buscar trabajo igual. En Estados Unidos, las determinaciones de clase se potencian con la etnia: no es lo mismo ser blanca pobre que negra pobre. En la Argentina se potencia con las diferencias de género. Estas diferencias no son lineales, las mujeres sí ingresan al mercado de trabajo, pero hay que ver dónde lo hacen y en qué. El 49 por ciento del trabajo en las mujeres es en negro. No es que tengan problemas de acceso al empleo, crece el empleo pero la calidad del empleo es menor y eso se expresa en menos salario y más informalidad.
Claudia es “casi socióloga” y trabaja como boletera en el subte desde hace diez años. En el ’97 la empresa abrió una búsqueda interna para cubrir los puestos de guardas. “Nos presentamos todas, hasta las que no querían ser guardas, porque lo hicieron por solidaridad con la medida. Al principio la empresa no sabía qué hacer con eso, pero después la respuesta fue no”, recuerda. “Cada convocatoria para acceder a un puesto era una lucha, era llamar a los supervisores para que te dijeran ‘no porque sos mujer’. Los llamábamos y les pedíamos que nos dijeran textualmente que no nos tomaban por ser mujeres. Una vez le dije a uno: ‘¿Usted me está diciendo que no me va a llamar porque soy mujer? ¡Repíta-melo!’ Y el tipo no sabía qué decirte, porque está totalmente naturalizado que sos un ciudadano de segunda. Cuando planteás que hay discriminación y defendés tu derecho, el tipo no entiende nada. Los apurás y no saben qué contestarte porque no saben si se están mandando una cagada”, se ríe.
En el marco de sus estudios universitarios, Claudia desarrolló “Trabajadoras del subte, protagonistas del cambio”, una investigación en la que muestra los condicionamientos de género en su trabajo cotidiano. “Cuando privatizan el servicio entramos muchas chicas, y se corría la voz de que tomaban mujeres para bajar los sueldos, y los compañeros varones nos veían con desconfianza. En el imaginario de ellos también estaba este miedo. Incluso hoy entre las compañeras que son activistas hay como una negativa al reconocimiento de la situación de género, de ver esa doble opresión de género y de clase, se ve más la de clase, no se ve que por el hecho de ser mujer tenés que llevar un conflicto para poder mantener un trabajo o acceder a un puesto es una lucha permanente”, observa.
Además de la discriminación que existe por parte de las empresas, los condicionamientos culturales y las obligaciones familiares son otras barreras que impiden el desarrollo laboral a lo largo de la vida. Para Mónica Sladogna “las mujeres eligen ciertos puestos y las empresas les asignan esos puestos. En las elecciones profesionales las mujeres participamos de los condicionamientos de género, no estamos afuera. Somos criadas con roles o funciones socialmente asignados; cuando vamos al mercado de trabajo, esas características no son reconocidas salarialmente porque vienen dadas ‘naturalmente’. De hecho, la enfermería era una actividad tradicionalmente masculina y cuando se feminiza baja salarialmente”, observa esta licenciada.
Sladogna propone una instalación de temas de género en una “agenda temprana”. “Hay que promocionar en las mujeres las elecciones de carreras más técnicas”, pero también reconoce que “sin buenos servicios de cuidados de chicos y de ancianos –que recaen mayormente entre las mujeres– hay un problema para que la mujeres participen en el mercado de trabajo. Por más que haya una buena división de tareas, el Estado tiene que otorgar servicios de cuidados”, sostiene.
Cuando Claudia entró a trabajar al subte, en 1994, habían tomado a mujeres jóvenes que después empezaron a tener hijos, hasta que la empresa las dejó de contratar. Después de la lucha de las que quedaron, comenzaron a tomar mujeres mayores de 40 años. “Ellos tienen políticas de género bien clarísimas. Apuntan a la producción de subjetividad de reforzar las identidades conservadoras de las mujeres, por ejemplo el único reconocimiento que hay de la empresa hacia las mujeres es el Día de la Madre o el Día de la Mujer, que te regalan una rosa. Yo me rayo cada vez que hacen una cosa así. Esa interpelación que hacen es la de la sociedad que se expresa ahí adentro. Refuerza la idea de que estás en un lugar que no te corresponde. Igual se les va de las manos porque el cambio que implica tener un trabajo estable hace que esas cosas no peguen. Y ahora se les está pudriendo porque los hombres empezaron a reclamar el franco del Día del Padre. Cada cosa que quieren hacer se les da vuelta”, sonríe.
Claudia fue delegada de los trabajadores del subte durante dos años. Silvina es delegada ahora y logró la afiliación de 120 compañeros a la Asociación de Personal de Dirección de Ferrocarriles Argentinos. Hoy trabaja como encargada de turno en América Latina Logística (ALL), una empresa concesionaria de trenes cargueros de la ex San Martín y ex Urquiza. “Yo no había participado en ningún gremio, jamás fui afiliada a nada. Tenía miedo. Pero cuando te maltratan en el trabajo, ves diferencias, el trato era como si no fueras persona, y además hay un relegamiento salarial porque cuando me ascienden a mi puesto me dan menos sueldo que a los que estaban antes y hacemos el mismo trabajo, no te queda otra”, se enoja.
Para Sladogna, el cupo sindical femenino es importante porque la representación de las mujeres es necesaria: “Por más que no se esté de acuerdo con las cúpulas, el sindicato sigue siendo la herramienta clave en defensa del trabajador en el mercado, y es necesaria la masa crítica de mujeres, aunque con eso solo no alcanza; es un instrumento necesario pero no suficiente”, define.
Desde la Comisión Tripartita de Igualdad de Trato y Oportunidades entre Varones y Mujeres en el Mundo Laboral del Ministerio de Trabajo, que encabeza Olga Hammar, se realizó el año pasado una capacitación a mujeres en la construcción en la provincia de La Rioja y los empleadores luego no las contrataron. “Desdibujamos las diferencias genéricas, capacitamos a las mujeres y no las toman, y tampoco las mujeres se sienta bien haciendo esas actividades. Es una cuestión cultural, muchas veces somos las mujeres las que privilegiamos determinadas cosas porque vivimos en una sociedad y en un mercado que nos dice qué debemos hacer, en una sociedad en la que para ser exitoso tenés que ocupar puestos de jerarquía, dejar tu casa. Hay una cuestión valorativa; nosotros podemos promover la igualdad de situaciones, pero si no promovemos las responsabilidades familiares repartidas puede haber leyes, pero está la cuestión cultural que se mama todos los días”, dice Nora Goren mientras le manda un mensaje de texto a su hija que está enferma en su casa.
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