CASO NORA DALMASSO
Las fotos siempre fueron elocuentes en torno del homicidio de Nora Dalmasso. Las primeras fueron difundidas por la familia –específicamente por su marido– y la mostraban tal como la querían presentar: fiestera, algo dislocada, bien retocada por el artificio de la cosmética y tal vez la cirugía, teta y culo bien ubicados para una señora de su edad. Difícil saber por qué lo hizo –el marido–, por qué tardaron tanto en aparecer otras imágenes en las que ella se ve menos despampanante, más señora rubia de country, es cierto, pero sin tanta ansiedad. Esas otras fotos aparecieron aun después de que el traumatólogo Macarrón se mostrara flanqueado por su hijo Facundo, mirando a cámara, perdonando a la madre y esposa por los pecados cometidos en vida y no en cualquier lado sino en la cama. Entonces a Facundo –como a su hermana Valentina– se lo veía circunspecto y casi angelical, con esos ojos tan claros que ningún espectador –a esta altura, está claro que eso somos– hubiera pensado que sus manos estaban manchadas, si no con sangre –que de eso no hubo en la escena del crimen– con algún fluido más comprometido para la moral media, al menos.
Ahora los ojos de Facundo ya no parecen tan claros. Es curioso advertir cómo un simple recorte, un zoom, un movimiento de la cámara que reproduce la imagen fija puede convertir lo claro en oscuro; el silencio en ocultamiento deliberado. Como en el falso suspenso que generan las nominaciones de Gran Hermano, las entregas de premios o las revelaciones de un o una medium, el fin del secreto de sumario se descontó en vivo minuto a minuto y en vivo y en directo supimos que el hijo de Nora Dalmasso estaba levemente sospechado de haber abusado sexualmente de su madre y de haberla matado. Levemente, pero desde ese momento –jueves de la semana pasada– no hubo tema de conversación o de programa periodístico más, cómo decirlo, salado que la vida íntima de Facundo y la relación de esa intimidad con el crimen de su madre.
Claro que el chico es homosexual. Lo segundo que se preguntaron todos –periodistas que van desde Jorge Guinzburg a Chiche Gelblung– es si un homosexual podría tener relaciones con su madre. Madre, está claro, en tanto mujer, que si hubiera sido el padre nadie hubiera preguntado o la pregunta hubiera ido directo al incesto. Aquí hubo un rodeo, y nada inocente. La homosexualidad, de buenas a primeras, se presentó como móvil posible de un matricidio, alentó las sospechas de una fiscalía lábil desde la semana dos del crimen, aunque, bueno, en el medio la descripción de los hechos cambió tres veces –muerte accidental en un juego sexual consentido, violación seguida de muerte y abuso sexual sin acceso carnal seguido de muerte–; tantas veces como cambiaron los imputados y el supuesto móvil.
Se dijo que la madre tendría relaciones con su hijo para convencerlo de que abandonara la homosexualidad. Vaya confianza que se tenía la madre. Cualquiera podría pensar que esa actitud, lejos de un cambio en su identidad, podría generar un asquito visceral contra el género –¿femenino? ¿humano?– o bien un empecinamiento, ya que el violado sería el chico. Otro móvil posible largamente enunciado: que Nora tenía relaciones con el novio de su hijo. Vaya confianza que le tienen los tejedores de hipótesis a Nora, que además de tantos amantes es capaz de levantarse al joven novio a quien, en apariencia, no le gustarían las mujeres. ¿Por qué probar justo con la madre de su querido (o no, qué importa) novio? Y bue, de los gays, evidentemente, puede esperarse cualquier cosa.
Preguntas sobre el caso que escribir un miércoles para que alguien más lea un viernes es un riesgo a correr. Sobre todo porque es inevitable el miedo que provoca salirse de la norma. Consecuencias a la vista. Sea para el cadáver de Nora, acusada de tropelías suficientes como para generar la envidia de cualquier película erótica clase z, sea para Facundo (y su novio), cuyo pecado de homosexualidad amerita que se lo corrija de cualquier modo, o bien los habilita a defender sus acciones a cualquier precio.
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