ENTREVISTA
Descree de las excepciones y afirma que es necesaria la lucha sostenida: ésa es la manera, dice, de que las mujeres ocupen los espacios que quieran ocupar, sin necesidad de exámenes extra ni pruebas suplementarias. Virginia González Gass, la mujer que quebró una tradición institucional masculina de más de un siglo al ser elegida rectora del Colegio Nacional de Buenos Aires, dice que esa constancia sirve.
› Por Soledad Vallejos
El despacho tal vez no sea tan amplio ni ostente los tics de una oficina que se pretenda imponente, pero tiene, en cambio, otros rasgos indiscutibles: en las paredes, en los muebles, en la disposición de ese espacio arquitectónicamente concebido para ser el centro de la jefatura espiritual del edificio que abarca casi una manzana, algo habla de un concepto del poder que no es el que está desenvolviéndose ahora. Quizá sea algo del orden decimonónico que se coló en los proyectos cuando el edificio era una idea, tal vez la costumbre de reproducir ámbitos de decisión y estudio con aires masculinos, a la usanza del escritorio que Mansilla describía como el propio –y que incluía, igual que este lugar, la asistencia solícita y eficaz de un secretario–, o como cualquier paisaje que pudiera parecer natural alrededor de alguno de los próceres locales de las letras y la educación de fines del siglo XIX.
El caso es que ahora, sobre un escritorio, entre un vaso con agua y un diario del día, espera una pila de exámenes, porque “voy corrigiendo a medida que tengo ratos”; en otro, las cartas acompañan las notificaciones, unos papeles pendientes de firma y una copia de lo que terminó por llevarla a ocupar esa silla: “Proyecto pedagógico para Rector/a del Colegio Nacional de Buenos Aires”. A esta altura resulta evidente, pero en ese momento –es decir, hace algo más de dos semanas– el suyo fue el único que incluyó la posibilidad, el que se atrevió a sumar los caracteres “/a” al cargo deseado. Los demás candidatos, todos varones, asumían que las cosas seguirían siendo como en los anteriores más de 140 años de historia del lugar: la autoridad máxima sería masculina, como en un principio. Y sin embargo la excepción se hizo y hoy, ahora, este despacho en cuyas paredes cuelgan retratos de señores con bigotes –que años ha usaron ese mismo escritorio– es el de Virginia González Gass, la primera mujer en asumir la rectoría del bachillerato de la UBA (y una de las poquísimas, de hecho, en la estructura jerárquica universitaria).
Licenciada en Letras, docente, feminista, hasta hace un par de semanas vicerrectora del mismo Colegio, militante gremial docente y también militante política: el perfil de González Gass es, cuanto menos, particular para el lugar que ahora ocupa. Cuando era niña y vivía en Esquel, ella y sus hermanas juntaban manzanas de los árboles de la zona, “mi mamá nos obligaba a llevarlas a los hospitales, a los orfanatos, y bueno, eso te va dando una visión distinta de la realidad y de las cosas, ¿no?”. Al terminar el secundario, se instaló en Buenos Aires (con su hermana Gabriela, ex diputada) y comenzó a militar en las filas del socialismo: ahí conoció a Alicia Moreau de Justo, “un personaje muy particular, con una constancia increíble y una claridad muy grande en sus ideas... y pensar que nunca llegó a ser diputada”.
–La mujer tiene que ocupar su espacio, pero vos fijate lo que pasa con los espacios que se le van cediendo. En la facultad de Medicina ahora hay una mayoría de mujeres estudiantes, pero es porque ha habido una devaluación del salario y la carrera del médico. Antes, el médico y el docente (el médico, el docente y el cura, en realidad –ríe–) eran referentes. Eso se fue perdiendo. Ahora, en esa carrera, hay mayoría de mujeres porque el espacio ya ha sido abandonado por los hombres, al haberse devaluado el status que tenía. Eso mismo se repite en otros lugares, en las escuelas, en la educación en general.
En el ámbito académico ese tipo de diferencia, además, incide notablemente a futuro.
–Bueno, siguiendo con el ámbito académico: en el Consejo Superior de la UBA hay solamente dos mujeres, que son las decanas de Psicología, Sara Slapak, y de Odontología, María Beatriz Guglielmotti. No hay otras mujeres.
¿Se puede hablar de un proceso de cambio, o por el contrario de excepciones?
–Yo no creo en las excepciones, pero sí en que hay que seguir luchando para ocupar los espacios que debemos ocupar, porque debe ser algo igualitario.
¿Cree que en el mundo universitario se están produciendo cambios en las relaciones de poder entre géneros?
–Creo que sí, que están cambiando así como está cambiando la sociedad. El concepto antiguo de familia se fue desarticulando hasta dar, por ejemplo, estas familias uniparentales donde la mujer se hace cargo de sus hijos, empieza a tener otras expectativas, a mirar la necesidad desde otro lugar. En general, creo que este cambio en la estructura familiar es lo que ha modificado la situación de la mujer en los distintos espacios públicos y privados. Pero es un avance complicado, porque todavía las mujeres tenemos que demostrar más. Yo siempre digo que, además de demostrar su trayectoria académica, una mujer tiene que demostrar que está capacitada para hacer lo que tenga que hacer en ese espacio que era de hombres. Los hombres, en cambio, solamente se tienen que preocupar por ocupar ese espacio.
¿Tuvo que hacerlo en su carrera académica?
–En mi carrera académica en general no. Puede haber sido, sí, en las discusiones por la rectoría, en los proyectos pedagógicos que se planteaban. Pensá que fui la única mujer que se presentó como candidata, teniendo en cuenta los dos colegios, el Buenos Aires y el Pellegrini. En este caso, gané el lugar en una estructura tan tradicional como es el Buenos Aires, donde si bien ha habido y hay vicerrectoras, el espacio de poder superior jamás fue ocupado por una mujer. Ese es el problema, es lo que digo, por eso el trabajo de las mujeres es doble... No hay que olvidar, por ejemplo, que aquí, en los baños de mujeres, todavía están los mingitorios.
Las primeras alumnas mujeres entraron alrededor de la década del ’60.
–¡Y desde entonces a la actualidad no los han sacado! De cierta manera, eso lo que marca es el lugar de la mujer en ese espacio institucional. Yo siempre explico a los chicos, a mis alumnos, que el espacio del aula va marcando situaciones de poder. Exactamente lo mismo pasa con este otro tipo de espacios, con los baños, por ejemplo: que los mingitorios sigan así es como decir “tu lugar no es éste, estás de prestado... ¡y en cualquier momento dejamos solamente los mingitorios de nuevo!”
Por las dudas, acá siguen los retratos de los otros rectores vigilándola...
–¡Eso forma parte de la realidad! Llevándolo a mi tema específico, por ejemplo, yo que soy docente de Letras, fijate qué pasa en la literatura: ¿cuándo y de qué modo aparecen las mujeres, cuáles eran sus temáticas? Escribían diarios. Muy pocas lograron trascender desde otro lugar, desde el lugar de novelistas.
Hagan lo que hagan, siempre la presencia de las mujeres queda registrada bajo el orden de la irrupción.
–Y sí, porque ésas eran las restricciones y las temáticas. Salvo Sor Juana, que fue la primera feminista, y Alfonsina Storni, ponele, ya más acá en el tiempo, el lugar de las mujeres era la poesía, los diarios íntimos... Recién en el siglo XX aparecen las grandes disruptoras, Alfonsina Storni, Olga Orozco, Pizarnik, pero siempre desde ese lugar de lo no esperable. Incluso en la literatura actual las mujeres están bastante desdibujadas.
Pensándolo desde lo educativo, como docente, ¿qué tipo de cambios cree que son precisos en la currícula, en las prácticas, para una paridad?
–Es complicado, un trabajo continuo. En mi materia, por ejemplo, yo dividí el año en tres temas, de acuerdo a los trimestres. En el primero, dicto Búsqueda de la identidad latinoamericana; en el segundo, Búsqueda de la identidad femenina latinoamericana; y en el tercero, Búsqueda de la identidad nacional. En Identidad femenina, ven desde Sor Juana hasta Elena Poniatowska, Rosario Castellano, Orozco, un recorrido de la literatura de mujeres latinoamericana...
¿Y cómo reaccionan los chicos?
–Alguno empieza con “¡estoy podrido de mujeres, profesora, basta de mujeres!” (risas)... Las chicas se enganchan más, pero a los chicos les cuesta todavía el tema.
Un trabajo de hormiga.
–Y sí: en el lugar donde estás, vas marcando cositas de género.
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