DEBATES
Son cuatro letras que habitan en la boca de cualquiera con tanta asiduidad como inconsciencia: puta. Sin embargo, esa palabra que suele escribirse con inicial y puntos suspensivos, el insulto más común –siempre para mujeres, directamente o en tanto madres–, nombra también a personas reales que llevan el estigma en su cuerpo aun cuando logren correrse de esa situación. En Ninguna mujer nace para puta –lavaca editora–, Sonia Sánchez habla en primera persona sin eufemismos.
› Por Veronica Gago
"Ninguna mujer nace para puta” es una consigna que, desde que nació, no ha dejado de conmover, desplegarse y mutar una y otra vez. Surgió en un taller en Bolivia –hace casi dos años– que las feministas de Mujeres Creando realizaron con un grupo de mujeres en situación de prostitución. Luego se convirtió en el nombre de una muestra artística realizada en La Paz por el mismo colectivo y más tarde esa instalación –compuesta por camas, fotos y textos– migró a Buenos Aires. En esta ciudad la muestra se realizó hace justo un año en el Centro Cultural Borges y fue protagonizada por un grupo de mujeres de Ammar-Capital que le agregaron una producción específica propia, basada en su experiencia organizativa. Ahora la consigna ha devenido libro. Ninguna mujer nace para puta (lavaca editora) es un diálogo filoso e inteligente repartido en ocho capítulos entre Sonia Sánchez (fundadora de Ammar-Capital y actualmente activista en el espacio de mujeres Las locas) y María Galindo (Mujeres Creando).
El diálogo entre Sonia y María tuvo fecha y lugar precisos: fue durante todo el mes de febrero en La Paz, a un ritmo de más de doce horas por día de trabajo, en medio de llantos, carcajadas y, muchas veces, vómitos por el asco de pronunciar por primera vez ciertas palabras y de nombrar algunos recuerdos. El índice había sido elaborado un tiempo antes, a orillas del lago Titicaca, y es todo un programa de acción y pensamiento: traza un puntilloso y despiadado recorrido que va desde cómo se vive la maternidad (Hijas e hijos de puta) hasta el lugar de los hombres en la prostitución (Todas tenemos cara de puta), sin dejar de lado el rol del “Estado proxeneta” y los demás “parásitos de la prostitución”, hasta llegar al problema de cómo construir organización.
“Yo había pensado todas estas cosas pero las tenía desorganizadas. Este libro es mi dulce venganza a la mierda de vida que es la prostitución, a quienes me taparon la boca durante años y me subestimaron como persona no pensante. Hacer este libro me dejó las cosas más claras pero también más en carne viva porque fue un doble trabajo: volver a muchas situaciones vividas pero para conceptualizarlas y no para alimentar el morbo que suele despertar este tema”, dispara Sonia en diálogo con Las/12. La complicidad construida en la conversación entre estas dos mujeres logra hacer desfilar los temas más dolorosos y profundos al ritmo de una conceptualización aguda y sensible, que esquiva el testimonio victimizante y brilla con la fuerza de la palabra directa. “Es un libro escrito por dos mujeres de dos mundos distintos, donde cada una rompió estereotipos, mandatos y conceptos ajenos para llegar a realizar este sueño”, insiste Sonia.
El punto de partida es reconocer la soledad como condición fundamental para prolongar la explotación. “La puta está sola a pesar de ser la persona más rodeada, mejor dicho, más vigilada: te controla el fiolo, el prostituyente, los vecinos y vecinas, la policía, las otras putas. Sin embargo me di cuenta de la profundidad de esa soledad en el juicio contra los presos y presas de la Legislatura: eran más de quince y sin embargo sólo las dos putas estaban solas, sin sus familias, en un momento tan difícil. El Estado, el proxeneta y el prostituyente tienen claro que nadie va a dar la cara por una puta. Y creo que, sin querer medir quién sufre más o menos, la soledad de la puta es distinta a la del ama de casa o a la de la vendedora ambulante, porque el lugar de la puta es el más descalificado y condenado socialmente. Al mismo tiempo es a ella a quienes todos usan”, dice Sonia.
El libro pone en claro de qué está hecha esa soledad con preguntas directas:
“¿Quién reconoce a la puta como suya?
¿Acaso la puta tiene un padre que diga ésta es mi hija?
¿Acaso la puta tiene una madre que diga ésta es mi hija?
¿Qué mujer dice: esta puta es mi amiga?
¿Hay un hermano que la nombre hermana?
¿Hay un hijo que diga esta puta es
mi madre?
¿Hay una cultura que la nombre como perteneciente o una comunidad que la nombre como parte suya?
La respuesta es un único y rotundo no”.
Esta respuesta suele esconderse y estas preguntas ni siquiera pronunciarse “porque maquillás esa soledad y construís una mentira sobre otra, a punto tal de creerte que tu fiolo es tu marido o que la otra puta de la esquina es tu amiga. De ahí también las falsas dignidades a las que te vas aferrando, como decir que sos ‘trabajadora sexual’ o ‘prostituta’ en vez de puta. Son mentiras con las que soportar seguir estando en la esquina”.
“La maternidad es otra falsa dignidad: ¿cuántas mujeres dicen que se prostituyen por sus hijos? La mayoría. Pero es mentirles a ellos, culpabilizarlos y mentirte a vos misma. Poner la maternidad como un escudo que dignifique la prostitución es apelar a otra forma del maquillaje. Además, no se les dice nada a los hijos para protegerlos en un amor silencioso que es muy doloroso para las madres. Pero ese silencio es un simulacro y los chicos permanentemente lo quieren romper pero nosotras somos las que tenemos miedo. Esto se conjuga con una paternidad hipócrita: el fiolo jugando a ser padre”, continúa Sonia.
Como señalan las autoras en el apartado Yo soy mala madre: sí existe el insulto “hijo/a de puta” pero no el de “hijo/a de fiolo”. Y es que si la buena madre no existe “porque nunca termina de cumplir cabalmente su mandato materno”, sí existe en cambio una “veneración del padre”: “Se lo salva de todo al punto de que conozco mujeres que trabajan meses y años para pagar el entierro de su fiolo-marido y mantener su imagen intocable ante los hijos”.
Sonia se animó a hablar con su hijo, a que la conozcan en su escuela y es una experiencia de valentía narrada y teorizada en el libro: “Es imposible partir de la ilusión de colocar a los niños y niñas en una burbuja donde la prostitución no los va a tocar (...) En la escuela de mi hijo saben quién soy, cuál es mi lucha, conocieron el tema de la organización, conseguí donaciones para esa escuela. Era una manera de demostrarles a las compañeras que desde la verdad se pueden conseguir cosas y que diciendo la verdad no pierdes el amor de tus hijos”.
En un “cuarto-celda”, el encuentro con el consumidor de prostitución es como un encuentro con el torturador, dicen las autoras. Sonia, en la charla con Las/12, precisa: “Cuando entrás en la habitación, sólo estás esperando que ese momento termine. Tu cabeza se despega de tu cuerpo. Tenés miedo de que traben la puerta y quedes completamente expuesta a los golpes. ¿Esto no es una tortura que se repite varias veces por día? La puta conoce más el cuerpo del varón que la no-puta, pero es difícil hacer algo con ese saber porque es producto de la violación y la tortura. Ese hombre sabe que se está aprovechando de tu cuerpo en el máximo estado de vulnerabilidad. Por eso es mentira que la puta pone el precio: el precio lo pone tu edad, tu hambre y el prostituyente que sabe y usa tu debilidad”.
En el libro, María le insiste a Sonia que ese saber sobre el cuerpo del varón-prostituyente “puede proyectarse a la pareja y darnos muchas claves sobre la necesidad de romper mitos sobre la sexualidad masculina. (...) La puta es aquella que tiene la llave para romper los mitos de la genitalidad masculina”. Sin embargo, para nombrar ese saber, dice Sonia, “antes de las palabras viene el vómito”.
El lugar de los hombres es analizado diferenciando papeles –el fiolo, el cliente, el protector, el policía y el marido– pero, al mismo tiempo, señalando el poder que comparten sobre los cuerpos femeninos: “Es un poder que empieza en la vigilancia y termina en la expropiación de toda tu vida, en todos sus detalles. Y que se resume en el privilegio masculino a prostituir y en el hecho de prostituirse como una culpa femenina”, aclara Sonia.
Desde la realización de la muestra en Buenos Aires, se desataron distintas polémicas sobre por qué usar la palabra “puta” para nombrarse. Lo primero es animarse a decir con todas las letras la palabra: “Es difícil porque es una palabra que siempre usaron para paralizarte, incluso entre las propias compañeras, que saben que la palabra tiene ese poder inmovilizador, cuando te quieren agredir te dicen ‘puta barata’. Desde que sos niña, ése es el peor insulto. Sólo si la tomás, la podés trabajar y desarmar, deja de paralizarte. Yo me atreví a usarla, porque te remueve todo. Cuando yo me dije puta, a mí me dolió. Pero es dejar de mentirte también y para eso es fundamental hacer una ruptura en el lenguaje”, comenta Sonia.
Esta cuestión es retomada también a partir de “la omisión de la puta”. Una omisión ideológica y política, pero también desde el feminismo y el universo de las mujeres. “Me da rabia y bronca pensar que es tan profunda esa omisión como la necesidad de nuestra propia existencia”, señala Sonia. Y agrega: “Esta omisión fortalece el desamparo y la vulnerabilidad a que estamos expuestas las putas, porque no existimos en el imaginario colectivo como personas”. María expande el significado de esa omisión: “La puta y el lugar de la puta tienen la potencia de poner en crisis el orden patriarcal de la doble moral si ella misma habla del cuerpo-objeto, si ella sale de ese lugar de objeto, de la sumisa muda, si ella toma la palabra. Si ella construye complicidad con la mujer no-puta pone en crisis el lugar de esa no-puta también, porque todas adquirimos el rostro y la cara de puta”. De este modo, para las autoras, cuando la puta toma la palabra puede convertirse en la “anfitriona” de un cambio social profundo.
“Para mí lo importante es cómo organizarse sin que eso signifique hablar desde un solo lugar porque eso hace de tu lucha algo muy pobre y te pone un techo de con quién podés hablar. Claro, yo puedo hablar de la prostitución porque eso está escrito en mi cuerpo. Pero también puedo hacerlo como mujer pobre, como madre, como mujer desobediente, como vendedora callejera de libros, que es mi actividad actual. Y también puedo correrme de todos esos lugares e inventar otros. En cambio, si te organizás sólo entre putas rápidamente tenés que adoptar un guión oficial que consiste en hablar de los forros. Y eso va empobreciendo tu expresión, tu lenguaje y tus interlocutores. Hay que romper el miedo, salir del submundo de la prostitución y abrirse a otras relaciones. Eso es organizarse”, cuenta Sonia.
El último capítulo del libro se titula justamente (“¿Cómo organizarnos entre nosotras?”) donde se analizan los guiones oficiales que los sujetos oprimidos suelen volver bandera y refrendar como status entre los propios movimientos. A contrapelo, Sonia y María detallan una metodología hecha desde su propia experiencia: organizarse a partir de la propia voz y de los propios conceptos como armas de la rebeldía, no buscar legitimación, no apelar a la diversidad por la diversidad, no confiar en el romanticismo sobre la relación entre mujeres, evitar el encierro de la identidad, perderle el miedo al conflicto y tomar la iniciativa, entre otras claves que regalan. “Nos planteamos arrancarle a los lugares de tortura ya no sólo dolor y testimonio, sino desobediencia y osadía para pensar la felicidad. Arrancarle a la esquina mi propia vida y la de las otras”, concluyen las autoras.
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