Vie 22.06.2007
las12

MODA

Entre el bien y el mal

Tal vez sea cierta nostalgia por lo que le faltó en la niñez: muñecas y cuentos de hadas. Tal vez lo que le sobró: vida al aire libre y labores aprendidas de la abuela. Lo cierto es que, entre un extremo y otro, Grace de Mattei fraguó su oficio de diseñadora de ropa para niños y niñas y su gusto por coleccionar muñecas, algunas blancas como hadas, otras oscuras como vampiros.

› Por Victoria Lescano

Grace de Mattei, diseñadora con vasta experiencia en productos elegantes para la marca Paula Cahen D’Anvers –donde actualmente está abocada a la creación de la colección niños y en cuyos percheros conjugan vestiditos de terciopelo negro, tapados que subliman labores de modistas a medida, capas de piel y mañanitas–, llega a la entrevista con varios álbumes negros. En ellos no están los cuidados bocetos de sus colecciones recientes (y que los más sofisticados diseñadores de la generación de autor eligen para vestir a sus hijos) sino otra de sus vinculaciones con los experimentos estéticos en petit escala.

Se trata de bitácoras que documentan sus fotografías de muñecas rara avis y en las que emergen primeros planos de Blythe –célebre por sus ojos grandes y cara extraña, que si bien fue creada en los ’70, se puso de moda hace algunos años vía la fotógrafa americana Gina Garan–, las Neo Blythe (reversiones de 2000 sobre esa criatura con atuendos sublimes desarrolladas para el mercado asiático), algunas primas hermanas de Chucky y muñecos bebé con trajes con alas posando en algún rincón de los Jardines de Luxemburgo o en interiores de museos de Londres. El portfolio admite también una Barbie dedicada a María Antonieta y otra de El Señor de los Anillos posando en ficticios jardines de pimientos y cerezos, Kellys modelando en decorados con escenas de Blancanieves animé, tomas macro de pétalos de rosas, detalles de algunos de los numerosos diseños propios tejidos a mano. Hay además caras de lobos pintadas en las cortezas de árboles del jardín de su casa de vacaciones en Córdoba y detalles de tortas de cumpleaños previamente maquetadas en lana realizadas con dinosaurios para sus dos hijos varones.

“No fui una de esas nenas que juegan con muchas muñecas, ni el estereotipo de la niña princesa, ni la que tenía mucha ropa; por el contrario, crecí en un pueblo y vivía en contacto con la naturaleza. Mi acercamiento actual responde a que me gustan las mezclas de opuestos, la belleza y fealdad, el bien y el mal, y de eso se trata el imaginario de las historias infantiles y el estilismo de las muñecas”, dice la diseñadora cuyo modus operandi remite a sacar alguna de las petites modelos muñecas que suele llevar en su cartera junto a una camarita digital (a diferencia de coleccionistas estándar que las exhiben en vitrinas, ella suele atesorar sus muñecas en cajas de Tuppers).

Más sorpresas aun cuando De Mattei cuenta que, antes de abocarse al diseño desde fines de los años ’80 y en el apartado producto de la firma Via Vai, se licenció en psicología y acto seguido, en lugar de ejercer esa disciplina, se puso a hacer una línea de moda experimental en colores intensos que devinieron un hit de ventas entre las aspirantes a una fiesta de graduación de Junín, su pueblo de origen.

“A los cinco días de recibirme, junto a una amiga hicimos un desfile previo a la fiesta de egresados y vendimos todo. Yo quería mezclar estilos, en ese momento el psicoanálisis me resultó ortodoxo y encontré en la ropa un espacio para crear. Me interesa más el proceso creativo, el contacto con los materiales y los colores que ‘la moda’; odio que me pregunten qué se va a usar cada temporada.”

Su perchero privado de ropa antigua en tamaño niños –que admite delantales bordados a mano, encajes a la ancienne y carpetas almidonadas por abuelas– vistió una extraña producción de moda con niños que exhibe Little Rose, un restaurante de la calle Armenia con paredes con molduras pintadas de negro, del cual la diseñadora es artífice junto a un grupo de socios. Fueron fotografiadas por Gabriel Rocca, pareja de De Mattei, y las niñas ostentan maquillaje de ojeritas pronunciadas y carmines intensos que recuerdan a las actrices junior del film Entrevista con el vampiro.

–¿Cuál fue tu formación en diseño?

–A los cuatro años, mi abuela me enseñó a tejer crochet y en las tardes cada una se sentaba en su silla de la vereda. También recuerdo intentos por hacerme ropa mezclando los moldes de la revista Burda que compraba mamá con unos tomos de la enciclopedia de costura Elegantísima que traía cálculos matemáticos para hacer moldes; con esas influencias empecé a coser mi propia ropa. De grande, luego de quedarme un año más en Junín y de vender ropa en mi casa, me vine a Buenos Aires a hacer vida nocturna y en ese contexto conocí a un chico que quería abrir una marca y asociarse conmigo, empecé a trabajar en los diseños que eran básicamente prendas en algodón lycra, hice la carta de colores, y hasta las bolsas y etiquetas. Pero ese proyecto nunca se concretó.

–¿Cómo fue tu ingreso a la firma Via Vai, antesala de tu trabajo en Paula Cahen D’Anvers, y qué cambió en la modalidad de las marcas del mainstream?

–Rescaté mi trabajo para esa marca que no existió, lo puse en una carpeta y un día decidí presentarme en el estudio de Via Vai de la calle Alsina, una zona que yo frecuentaba cuando compraba las telas. Recuerdo que me atendió una señora y que Paula estaba en los días previos a un desfile en un galpón de San Telmo. La señora y yo insistimos tanto que así pude reunirme; luego de conocernos y mostrar mis diseños, empecé a trabajar al día siguiente. Fue en 1989, el modo de trabajo era muy distinto, no se viajaba para ver las tendencias, ni se compraban las revistas con moda internacional que se consumen ahora; existían otros tiempos para los desarrollos, era habitual poder dedicar un día entero a dibujar ropa de cuero para ver luego qué salía. Recuerdo la calza pie y los catsuits como el gran hit de la moda y también que bordaba a mano las prendas para los desfiles, que incluían desarrollos únicos. Mi favorito fue el catsuit con estampa símil leopardo bordado con piedras que llevó Carolina Peleritti en el último desfile de Via Vai en el estadio Obras, cuando Charly García cerró el desfile cantando el Himno.

–Para las colecciones de moda infantil, ¿te alimentás de las imágenes que surgen de tus fotografías de objetos y muñecas?

–La colección ya tiene el aditivo de lo lúdico y de dejar lugar a la fantasía, porque la línea niños implica no tener que seguir la moda a rajatabla. La prioridad al diseñar para chicos implica que estén cómodos y no luzcan ridículos. Suelo adaptar algunas prendas de las de moda adulta, pero cuidando que no se pierdan imaginarios. Por ejemplo, en la colección de este invierno aparecieron niños príncipes y princesas (que en la campaña lucen coronitas, tocados de cintas, pájaros digitales en la cabeza y trajes de terciopelo con botas de goma y cuyo kit de imágenes que se regala en los locales trae figuritas temáticas con pájaros pintados al óleo). La campaña se armó en base a tres elementos: los pájaros, nieve y el bosque, que rescaté de los libros de cuentos del inglés Anthony Brown.

En cambio, para el próximo verano boceté en base a clásicos de los Hermanos Grimm y la trama de diseño incluye ranas, rosas e higueras.

–¿Considerás que la estética de la firma Paula Cahen D’Anvers (que en 2000 fue vendida al grupo Exxel y cuyos fundadores, la diseñadora homónima y el empresario Federico Alvarez Castillo constituyeron la marca Etiqueta Negra) sigue fiel a la coronita que llevan bordadas las prendas?

–La ideología de la marca transmite otra mirada sobre lo simple y lo noble en el uso de materiales, la combinación de nobleza de materiales y simpleza de líneas continúa, considero que el logo fue muy acertado. La marca implica no cambiar según los dictados de tendencias. Además por mis gustos por las labores y mi cuerpo redondeado en relación con la actual exigencia de delgadez, yo me siento una mujer de otra época.

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