EXPERIENCIAS
En los cuentos clásicos, el casamiento aparece como la última imagen antes de una duradera felicidad. Y aunque la tradicional foto de bodas parecería emular esa promesa, cierta rígida impostura no permite saborear aquellas perdices. Sobre este rito de hombres de negro y mujeres de blanco trabajaron Mariana Sosnowski y Verónica Vitullo, diseñadoras de imagen y sonido de la UBA.
› Por Maria Mansilla
Te vestimos de boda. Posás para la foto y te llevás tu recuerdo de casamiento”, decía la invitación firmada por Imposturas. Instalación performática. El marco autorizaba a sospechar algo atrevido: el sexto encuentro organizado por el Instituto Hemisférico de Performance y Política de la Universidad de Nueva York que se realizó entre el 8 y el 17 de junio en el Centro Cultural Recoleta. Un encuentro itinerante que a través del trabajo de artistas de distintas regiones del continente manifiesta, dicho en criollo, sobre poner el cuerpo como instrumento político.
Imposturas interroga a ese género que es la fotografía familiar, una postal que, como diría Susan Sontag, construye un estuche de imágenes portátiles que testimonia la firmeza de sus lazos. La instalación fue organizada por Mariana Sosnowski y Verónica Vitullo, diseñadoras de imagen y sonido de la UBA.
La curiosidad llegó observando el ritual en directo: Sosnowski trabaja, entre otras cosas, como “socialera”, hace videos de bodas, y todavía no puede salir de su asombro desde que le tocó filmar a una pareja en una casona íntegramente preparada para alquilarse en estas ocasiones. Afuera, recién casados y quinceañeras esperaban su turno. La mayoría de los rincones de la casona están pensados para que ellas se vean como reinas y desplieguen su cola, a lo pavo real. Mientras, los pocos rincones destinados a los novios exultan la masculinidad más radical: paredes empapeladas con camisetas de fútbol, trofeos al alcance de la mano y hasta un escritorio donde él ocupa el gran sillón y ella posa como una... secretaria. “Además, a las quinceañeras los fotógrafos les piden imágenes sensuales. A las novias, en cambio, sólo poses recatadas”, cuenta Sosnowski.
“Buscamos indagar al cuerpo y su rol social representado en la fotografía de boda. La intención es experimental, explora conductas y actitudes del imaginario colectivo de un ritual arraigado. El matrimonio y su representación son símbolos de clase y género. La intención es que, fuera de contexto, se genere el ámbito para que fotografiarse pase a ser un espejo provocativo, que nos invita a la reflexión de los significantes, de los valores que sostenemos, lo que repetimos como sociedad”, explican las diseñadoras.
M. S.: No hay una sola foto ni una sola manera de representarlo. Pero sin caer en estereotipos es difícil reflejar el amor, un sentimiento tan complejo y dinámico.
V. V.: Desde mi formación profesional creo que no, veo una representación todo el tiempo. Una representación que puede denotar amor. Lo tomo como algo ambiguo, pero acepto la falsedad de la imagen. Solamente en casos puntuales, como el fotoperiodismo, podría pensar que la fotografía es documento, incluso a pesar de los márgenes que pueden dar lugar a la manipulación de la información.
Mariana Sosnowski y Verónica Vitullo pensaron la performance de modo experimental. Para comprobar cuánto se transgredían los límites, tuvieron que fijar uno: tomar (¿sólo?) la foto rigurosa, esa en la que la pareja encadena sus brazos como muñequitos de torta. Había una actriz vestida de novia y un actor, de novio, para las solas y los solos. Y fotógrafos y fotógrafas de guardia: Soledad Quiroga, Leandro Teysseire, Marcelo Chmoiz, Ariel García, Jorge Leiva y el Negro Karamanian. El altar estaba abierto a todas las almas que anduvieran por ahí, incluso para artistas que son parte de él.
Pero ya desde el primer día la mayoría se resistió a la foto tradicional. Insistieron hasta lograr fotografiarse varias amigas juntas, un joven mexicano que se vistió de novia y disfrazó a su amiga de novio, y una chica que está en plena separación tuvo la imagen que –entendía– refleja su estado civil actual: vestida de traje y con florcitas en el pelo, se casó con ella misma.
“Estamos en un momento de quiebre con este tipo de representación –analiza Vitullo–. Estamos recreando una situación que está a punto de mutar. Porque, ahora, empieza a aparecer lo fragmentario, lo posmoderno, lo dinámico. En las fiestas, toda la representación sucede casi en el momento: el souvenir es la foto del momento, se pasa por la pantalla gigante ese momento... Eso está abriendo a otro mundo, donde es más “divertido” si la novia está desprolija o si el novio se patinó... También se usa Internet: los invitados tienen una dirección de página web y pueden ver las fotos de los novios, enterarse de cómo viene todo...
V. V.: Para mí, va a permanecer como paradigma. Todo lo demás va a cambiar. La otra foto típica es la de los novios rotando por las mesas de los parientes. Es muy ritual también, y tiene que ver con la familia. Esta foto, antes, era sinónimo de la fundación de una familia. Pasando por las mesas, los novios reivindican esa noción. Ahora, que se prioriza la rapidez del baile, los bloopers, los amigos, hay una dinámica que abre un nuevo canal de investigación.
M. S.: Habíamos restringido la instalación a la idea de la pareja, y ahora vemos claramente cómo la familia entera aparece detrás de la foto de boda. La foto chico-chica tiene que estar, a nivel social, para sostener todo lo que pasa después: lo bueno y lo malo.
En Sobre la fotografía, Sontag lo explica a su manera: “La conmemoración de los logros de los individuos en tanto miembros de una familia es el primer uso popular de la fotografía”. Hoy, que sacar fotos es una diversión tan cultivada como el sexo y el baile, y que en casi toda casa hay una cámara, continúa Sontag, “la fotografía se transforma en rito de la vida familiar justo cuando la institución misma de la familia, en los países industrializados de Europa y América, empieza a someterse a una operación quirúrgica radical. A medida que esa unidad claustrofóbica, el núcleo familiar, se extirpaba de un conjunto familiar mucho más vasto, la fotografía la acompañaba para conmemorar y restablecer simbólicamente la continuidad amenazada y el ocaso del carácter extendido de la vida familiar”.
La intervención de cada performer, la mirada detrás de cada toma, cada foto como obra y la obra que componen todas esas fotos juntas hacen de esta una creación colectiva. Que piensa ser usada como punta de lanza para una investigación que sigue, y que ya desde el vamos destiló cuán arraigado está el mandato del casamiento aún en las y los que lo consideran ajeno. El primer ejemplo lo citan Vitullo y Sosnowski: muy profesionales ante su objeto de estudio, cuando fueron a comprar los vestidos que servirían para la instalación no se animaron a probárselos... Todavía se preguntan por qué.
“Hicimos una convocatoria por mail pidiendo donaciones de vestidos –recuerda Sosnowski–. Tuvimos respuestas, conseguimos ocho, pero no se podían transformar, que era lo que nos interesaba, sólo nos los prestaban. Muchas respuestas fueron de mujeres separadas, y lo que marcaban era que ellas se habían casado con el vestido, como que no importaba que se hubieran separado ni era tan fuerte la imagen del novio, sino que el vestido era más importante como recuerdo, también, de la ayuda que ese día habían acercado la madre, las hermanas, las amigas.”
Las fotos lo muestran: las novias espontáneas son grandes actrices o realmente estaban cumpliendo un fin en sí mismo: tener un ramo entre manos; se las ve bien piponas, indiferentes al canoso desconocido que posa a su lado y las abraza, el novio-extra. También moviliza ver en esa foto expresiones oficialmente censuradas: novia que mira al novio con asco / novias con ojeras / prometidas de 50 y pico dignamente enfundadas en blanco.
“Son más las mujeres que se fotografiaron, la proporción es de 10 a 2 –repasa Vitullo–. La interpretación básica sería pensar que hay más mujeres solas. Pero es porque al hombre le cuesta pasar por ese ritual. Los que se prestan necesitan aclarar que lo están haciendo porque es algo lúdico, porque es una obra de arte o por el sentido que le encuentren. Hay un estereotipo del rol del novio que también juega un rol fundamental.”
Luego de cada pose, las fotos fueron siendo exhibidas en el C. C. Recoleta. ¡Descubrieron a un “novio” tratando de descolgar la suya! “Eso sugiere la ligazón con lo real. Como que esa persona no se puede ver en esa situación, como si esa foto lo estuviera comprometiendo. Otra cosa que pasó fue que más de una mujer tiró el ramo, como si estuviera en la fiesta –agrega Vitullo–. Como que esta foto enseguida remite a lo concreto. Sin embargo, además de algunos elementos decorativos típicos, acá no aparece nada que tenga que ver con el casamiento, sino solamente con su representación.”
Cada performer fue invitado a detallar la experiencia en un libro de tapa dura. Algunos comentarios:
“Fue una pequeñísima experiencia que me hizo sentir emocionada. Aunque soy casada, lo hice demasiado joven y de una forma furtiva. Fue lindo.” Marlene (colombiana feliz)
“Me casé. Me casé. Me casé. Quiero un abogado.” Anónimo.
“Realicé un sueño de mamá. Casarme con vestido de novia y tul.” Alejandra.
“Maravilloso, contribuimos a destruirle el cura a toda foto de matrimonio existente. Act Up (actuemos)! Fight Back (la lucha vuelve)!”
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