LIBROS
Tomar materiales generalmente desechados por ciertas tradiciones académicas, abordar el centro desde lo lateral y trazar otras perspectivas son algunos de los ejercicios de investigación que empiezan a ser prácticas productivas para construir algo tan huidizo y en ocasiones doloroso como la historia reciente. Las jóvenes historiadoras Florencia Levin y Mariana Franco son dos de las responsables de los primeros intentos de sistematizar eso en la Argentina.
› Por Luciana Peker
Empezar a leer el diario por las páginas de atrás es sinónimo de empezar por los chistes. Y reírse —o buscar reírse— parece ser igual a no tomarse la realidad en serio. Mucho menos, la historia, compuesta por sables de museo, documentos firmados en pluma y cartas que revelan los secretos de la guerra de la Independencia. Pero hay otra, muchas otras historias, por ejemplo la que Florencia Levin escribe leyendo desde la parte de atrás, la de los chistes, los diarios de la época de la dictadura. Y también la reconstrucción de la comunicación (o no) que mantenían los exiliados en Francia con la Argentina durante los setenta, según la investigación de Marina Franco.
Florencia Levin y Marina Franco son historiadoras que investigan sobre temáticas de historia inmediata y que, de tanto cruzarse, con el cruce entre el pasado y la realidad decidieron —cruzadas también por la complicidad, fuerza y virulencia que da la amistad entre mujeres— compilar en el libro colectivo Historia reciente, perspectivas y desafíos para un campo en construcción (Ed. Paidós) reflexiones, debates y documentos sobre esta disciplina tan nueva como la nueva historia de la historia actual.
Marina Franco tiene 34 años, es profesora e investigadora del Centro de Estudios Latinoamericanos de la Universidad Nacional de San Martín y becaria post-doctoral del Conicet. Florencia Levin tiene 37 años, es Investigadora Docente de la Universidad de General Sarmiento y cursa el doctorado en la Facultad de Filosofía y Letras de la UBA. Las dos, además, construyeron la Red Interdisciplinaria de Estudios de Género (www.riehr.com.ar), donde el libro sigue abierto.
Florencia Levin: Esa pregunta tiene múltiples respuestas y el trabajo que nos propusimos hacer con Marina fue encontrar alguna respuesta que nos resultara satisfactoria. Una posibilidad es pensar que es la parte más reciente de la historia y que, entonces, estableciendo alguna cronología pudiéramos establecer que la historia reciente empieza acá y termina acá. El problema es que lo que ahora es reciente más adelante no lo será. La principal dificultad es concordar con los demás cuál sería el inicio y cuál seria el fin de esa historia reciente. Por eso, si bien es cierto que hay algo de la cercanía del pasado no alcanza con explicarlo por el lado de la cronología. Después, está la posibilidad del régimen de la historicidad. Por ejemplo, que el historiador conviva con las personas que vivieron el objeto que describe o con la segunda generación que pueda narrarlo. También hay algo de eso que define a la historia reciente. Pero no alcanza de ninguna manera definir la historia reciente por la perdurabilidad. Si bien hay algo de cercanía y de cronología y hay algo de espontaneidad y régimen de historicidad, lo que define a la historia reciente, como campo de estudio historiográfico, tiene que ver con la memoria y con lo que una sociedad considera como un pasado traumático no terminado de clausurar. Hay algo de ese paso que interviene en el día a día de la política y en la definición de las identidades.
Marina Franco: Esto no significa traumático en el sentido psicoanalítico, sino de un pasado que sigue estando a diario y generando polémicas en el presente de la sociedad.
F. L.: Hoy no hay un debate sobre (Juan Manuel de) Rosas, hay un debate historiográfico, pero no en el día a día. (Juan) Perón es otra cosa porque, para mí, la historia reciente empieza con Perón. En cambio, con la historia reciente no hay debate entre historiadores, sino políticos y asociaciones civiles que reclaman alguna verdad sobre ese pasado.
M. F.: Las dos son formas de historia reciente. Podríamos llamar a una “memoria del olvido” y a otra una memoria que intente permanentemente recordar. También hay muchas maneras de recordar, pedir justicia y verdad, por ejemplo.
F. L.: La política del olvido la impuso, sobre todo, (Carlos) Menem, con los indultos y con lo que él llamaba la política del perdón.
M. F.: Sigue vigente ese discurso pero perdió la legitimidad que tenía antes. Salvo grupos muy acotados, hoy no se puede exigir en el espacio público una política del olvido. En el menemismo sí era posible. Hoy el discurso legítimo es el de la memoria y la justicia. Ahora, qué sentido se les da a esas palabras tiene que ver con los grupos específicos. A veces son sólo declamaciones, mientras que para el investigador que trabaja sobre el pasado reciente —no es cuestión de disciplinas— significa que ese discurso está en tensión con otro montón de discursos, que es el discurso de los actores. El gran problema del investigador es cómo darle legitimidad a su discurso en medio de la puja permanente por el sentido del pasado que tiene que ver con el campo de la política.
F. L.: Igualmente, lo que quiere consumir la ciudadanía no son los trabajos académicos de los investigadores. Hay un tema a explorar que es la diferencia entre un producto hecho por un académico y un micro de divulgación.
M. F.: El tema no es que la ciudadanía no quiere consumir productos académicos, sino que la ciudadanía busca respuestas sobre hechos del pasado, y quienes pueden ofrecerle respuestas más accesibles son los que se ocupan de la divulgación, que es un campo en el que, recién ahora, y de manera aislada, los historiadores se están aventurando. Entonces el problema no es que la gente busca ciertos discursos en particular, sino que los historiadores, recién ahora y un poco, estamos produciendo discursos más accesibles a todo público. Una de las cosas que se le genera al historiador de historia reciente es generar investigación sobre el pasado pero que sea posible construir con una narrativa accesible a un público más amplio en cuestiones delicadas, polémicas, pero también que interesan a la sociedad. Lo interesante, pero también más complicado, es que es un trabajo que va más allá del mundo académico.
F. L.: Las naturalezas son distintas. La gente quiere muchas veces los parámetros de lo bueno, lo malo, lo cierto y lo mentiroso. ¿Dónde estaba el bien y donde estaba el mal? Y ningún historiador que se precie de tal puede contestar una pregunta de este tipo. No es nuestra función contestar dónde estaba el bien y dónde estaba el mal, sino pensar cómo y por qué ocurrieron las cosas que ocurrieron y qué sentidos y significados tuvieron y se construyen a partir de eso. También hay algo radicalmente distinto del tipo de conocimiento que construyen los historiadores y del que serviría para alimentar los debates públicos. Creo que esto pone a los historiadores en un desafío más difícil. No creo, de ninguna manera, que los historiadores se tengan que lavar las manos. Pero tampoco escribir quiénes eran los buenos y los malos. Es un límite a negociar con el abstracto del público.
M.F.: La incidencia de ciertos temas en el espacio público y en el presente de la sociedad hacen que esos temas empiecen a aparecer en las investigaciones. Los hechos recientes se consideraron para los historiadores temas calientes como objetos que no tienen una distancia suficiente como para que el historiador se dedique a ellos. En parte el libro tiene que ver con la legitimidad de los historiadores —a diferencia de los sociólogos, politólogos— para tratar esos temas. La impronta traumática de la dictadura y la violencia en general en los sesenta, setenta y comienzo de los ochenta sobre la sociedad argentina ha sido tal que, transcurrido un cierto tiempo de procesamiento del tema y un recambio generacional (son en general los jóvenes los que más se interesan por estos temas), se inicien proyectos sobre este tema.
F. L.: El interés de los de veintipico en la historia reciente es mucho más grande que en nuestra generación, los que ya tenemos más de treinta.
M. F.: No era fácil hacer historia para la gente que había vivido esa época, ni siquiera si eras adolescente. Yo hice mi tesis sobre el exilio con dos profesoras que me dijeron “qué bueno que tomás este tema, yo no podría hacerlo”. Hay un necesario procesamiento y distancia emocional sobre el trabajo...
F. L.: Relativa. Porque el pasado reciente implica una incidencia del tema.
M. F.: Sí, claro. Pero hay que tener control de ciertas variables éticas y emocionales.
F. L.: A la vez, lo mágico y maravilloso de trabajar en esto es que exista esa cercanía. Yo no podría dedicarme a investigar la etapa del rosismo, que no me motiva ni me involucra subjetivamente. Eso es lo que hace emocionante a la historia reciente. La historia reciente es sumamente valiosa porque los historiadores aportan, con mayor o menor éxito, materia prima para la construcción de estos significados. No es casual que la política de (Néstor) Kirchner en relación con los setenta, y los debates que esto ha producido con los espacios académicos, se hayan ido abriendo sobre historia reciente. Creo que es valioso para la sociedad. También habría que pensarla en políticas educativas: ¿qué historia llega a las escuelas?
M. F.: La historia reciente contribuye a la tarea de la memoria y a aportar una mirada crítica sobre esas memorias.
“El humor gráfico se me apareció sin haberlo buscado y me tiré a la pileta sin pensar si era un tema para objeto de investigación. Quería estudiar las representaciones sociales y el consenso con respecto a la dictadura en los imaginarios sociales. El espacio tenía un relativo grado de autonomía en relación con los editoriales del diario, e incluso de invisibilidad con respecto a la censura. Es un espacio donde puedo ver qué se dice, qué circula, qué se interpreta a través de un lenguaje totalmente marginal. Me impresiona haber encontrado chistes sobre la aplicación de picana en 1973, o un montón de chistes sobre tortura en 1977. Se decía, se sabía y hasta se bromeaba sobre eso. Contrarresta la idea de que nadie sabía nada... absolutamente”, relata Florencia Levin, que investiga sobre el humor gráfico en la Argentina desde 1973 hasta 1985.
“Empecé a interesarme en el exilio como un discurso marginal. Aparentemente los exiliados eran poquísimos y había un discurso estigmatizante que los trataba de subversivos o de haber pasado vacaciones doradas en el exterior. Pero los exiliados se sentían rechazados socialmente y callaban su experiencia. Sin embargo, el exilio fue una experiencia traumática al igual que la represión —sin establecer una escala de sufrimiento— y ellos fueron víctimas de terrorismo de Estado. Por otro lado, muchos de ellos, en Francia, tuvieron contacto con otras realidades y discursos como el feminismo o la tolerancia, que los hicieron repensar su propia realidad y estructuras políticas. Fueron víctimas, pero que en el exilio redefinieron sus identidades y prácticas”, sostiene Marina Franco, que se especializó en la investigación sobre los exiliados argentinos en Francia.
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