NOTA DE TAPA
Un lagrimón podría rodar por la mejilla de quien busque aggiornar a niños y niñas en cuestiones de género. Vano lagrimón, ya que no es ésta la función de la saga más leída de los últimos tiempos. Sin embargo, Harry Potter no sería lo que es si las chicas no estuvieran ahí, aun histéricas y mandonas como son. Así es la fórmula del éxito, harina conservadora y algún huevo para romper sobre ella.
› Por Liliana Viola
La primera carta que recibió la autora de Harry Potter apenas publicó su libro en 1997 era de una niña fan y comenzaba así: “Estimado señor”. Había salido bien el viejo truco de los editores de Bloombury: si firma con su nombre completo no hay éxito. Los varones no leen libros escritos por mujeres. La autora aceptó el trato, redujo su nombre Joanne a la letra J y tal vez para compensar íntimamente la mutilación agregó una segunda inicial en homenaje a su abuela Kathleen. A juzgar por lo que ocurrió enseguida, a nadie se le ocurrió sospechar de J. K. Rowling.
El boca a boca precedió al ejercicio del marketing. Con un primer contrato de 150 mil dólares, el reaseguro de publicar los siete libros planeados desde un principio y con la Warner lista para filmar, en menos de un año ya era demasiado tarde para cualquier objeción de sexo, calidad literaria, o lo que fuese. Rowling fue presentada en sociedad.
Tarde llegaron las lágrimas de ira de Harold Bloom –“sí, ya sé que luchar ahora contra Harry Potter es emular a Hamlet peleando con sus dilemas”– aunque la catalogó como mala literatura, la dejó fuera del canon “de los niños inteligentes” y reveló que una novela realista del siglo XIX, Tom Brown’s School Days era el principal componente del panaché comercial. Tarde y lejos, la Iglesia presagia hordas de niños ganados por las garras del oscurantismo, y muy tarde José Saramago, que aclara no haber leído ni uno de los siete tomos, los acusa de copiar a Tolkien con su falso medievalismo, mera respuesta a esta necesidad tan de ahora de relacionarse con lo sobrenatural. Y sí, se confirmaría entonces que los niños y niñas de estos tiempos, tienen necesidad de historias fantasiosas e imaginarias...
Hasta hace pocos días, antes de que se develara el desenlace de Harry, la autora consultada como pitonisa respondía como dueña del circo: “Un personaje que originalmente iba a morir en el libro 7 se salvó, pero otros dos que no pensaba eliminar, murieron. Hubo que pagar un precio. Estamos hablando de maldad pura. Ellos no atacan a los extras, ¿verdad? Van tras los personajes principales, o por lo menos yo lo hago”.
El descrédito de las firmas femeninas que en el siglo XIX alcanzaba incluso a las novelas sentimentales propició una especie de travestismo autoral. A finales del XX, como se puede apreciar, el recurso se redujo a posponer la verdad. ¿Contribuirá el fenómeno Rowling a dejar en ridículo este prejuicio? Al menos lo tendría que poner en cuestión. De todos modos, es un detalle que aún hoy en las ediciones inglesas no aparezca la foto de Rowling, ni siquiera la obligada reseña biográfica de la solapa. Ahora que todos la conocen como la mujer más rica que la reina, se sigue apostando a una discreta presencia.
Cuando llegó el momento de develar quién estaba detrás de Harry Potter, ya se había delineado la figura de una escritora admisible para las exigencias del público masivo. ¿Quién es esa mujer ideal? Ni una abuela cuenta cuentos, ni una académica sabelotodo, ni una perfecta ama de casa, ni, por supuesto una alcohólica o fumadora compulsiva.
La edición argentina del primer libro, Harry Potter y la piedra filosofal, que apareció casi dos años después que la versión inglesa, nos entrega a una J. K. Rowling perfectamente lista para enfrentar a su público: “El fracaso de su matrimonio con un periodista portugués la hizo regresar a Escocia con una hija de pocos meses. Sin trabajo, sobreviviendo en una pieza de alquiler gracias al seguro de desempleo, Joanne escribió este libro en las mesas de los cafés de Edimburgo, con su hija en el cochecito por sola compañía. Incapaz de pagarse un juego de fotocopias, pasó el original varias veces a máquina y lo envió a un par de agentes literarios. Una respuesta salvadora cambió su vida”.
Esta atípica y tan romántica biografía omite, como lo omitiría cualquier reality show, los estudios de lenguas extranjeras en la Universidad de Exeter, los años como profesora de inglés en París y en Lisboa, su secretariado bilingüe cursado en Londres. Prefiere encadenar, dando ilusión de causa y efecto, una serie de hechos domésticos y bastante desgraciados que culminan con el reconocimiento mágico de un agente literario. Mujer de 30 años cría sola a su hija, supera una ruptura matrimonial, mata el hambre y vence al desempleo sin necesidad de emplearse, con el trabajo de su imaginación y la confianza en el mismo. Modelo perfecto –aunque Cenicienta puede reclamar copyright– para las cada vez más numerosas madres solas, para las esposas que saben perfectamente que sus sueños pueden fracasar, para todas las familias que a esta altura del siglo cuentan con al menos una chica como una. Un dato para completar esto: en el 2001 Rowling se casó con un doctor en medicina, tuvo un bebé y cuando terminaba su sexto libro, otra nena.
J. K. Rowling, que escribió su libro no en cualquier bar, sino en el ahora famoso Nicholson que perteneció siempre a su cuñado, fomenta cada año su relación con el café humeante y ha dicho –a pesar de que ya no hay lugar donde pueda ir sin que le pidan autógrafos– que para este último libro que acaba de salir buscó en los bares, otra vez, su inspiración.
¿Por qué eligió un varón como protagonista?, le preguntaron muchas veces. Sería bastante autoritario exigirle a cualquier autor que cambiara o se arrepintiera de las decisiones que tomó al construir su historia. Además, tradicionalmente, los héroes de las novelas de aventura son varones. Si hay algo que Rowling no hace, es ir contra la tradición.
Ella misma reconoce que es más fácil atraer a chicas y chicos con un personaje masculino. Esto es más cierto que lo del sexo del autor. Si bien Mujercitas o Jane Eyre figuran entre las lecturas de infancia que se enumeran junto con obras de Verne, Salgari o Twain, Dickens, Defoe o Melville, sólo las mujeres las nombran. No se recomendó ni se recomienda una protagonista femenina a los hijos varones. Matilda de Roal Dahl, que tiene lo suyo para pasar la prueba de los sexos, ha tenido menos lectores masculinos que otras obras del mismo autor como El melocotón gigante o Charlie y la fábrica de chocolate.
Es verdad que los cuentos con hadas, princesas, caperucitas, blancanieves y bellas durmientes no sólo se admiten sino que integran el canon de la literatura para los más chicos, pero esto ocurre en el transcurso de esa “edad unisex” que podríamos fijar como previa a la escolarización. Después, afortunadamente, las chicas pueden leerlo todo, y los hombres, por desgracia, sólo una parte.
También contó muchas veces que la idea de Harry se le apareció durante un viaje en tren y que enseguida se le sumaron sus compañeros: Ron, Nearly Headless Nick, el gigante Hadgriv y el fantasma Peaves. Todos hombres y bien dotados para la aventura.
Es así, ni la inteligente y sabihonda Hermione ni la justa y bondadosa vicedirectora Minerva McGonagall estuvieron entre los pioneros. (Esto de adjetivar por demás a los personajes femeninos es una marca de fábrica de Rowling.)
Cuando Hermione aparece por primera vez, Harry y Ron ya se han hecho amigos “con esa complicidad tan espontánea y lacónica de los varones”. Hermione tiene “voz mandona”, es pedante, expone todo lo que ha leído sin que se lo pregunten y pretende imponer sus opiniones; constantemente asume desafíos imposibles –como cuando usa el reloj del tiempo para poder ir a más clases que las que caben en 24 horas– y destinados a fallar. Su inteligencia, superior a la de sus amigos, y su lealtad, la rescatan –a medida que avanzan los libros– del ridículo y del rechazo que merece.
Las causas justas y perdidas son promovidas por las mujeres. Y fallan, por errores en la implementación y por el poco interés que generan en los varones. Es Hermione, por ejemplo, quien decide fundar la asociación P.E.D.D.O (Plataforma Élfica de Defensa de los Derechos Obreros) para mejorar la situación laboral de los elfos domésticos. Harry y Ron lamentan sus roles de secretario y tesorero mientras los elfos demuestran que no tienen la menor intención de liberarse. P.E.D.D.O. (en inglés “SPREW”, que significa “vómito”) se disuelve luego de haber causado muchos problemas y ningún beneficio. ¿La autora ridiculiza a su personaje o simplemente denuncia una realidad? Depende de sus lectores y lectoras.
Es posible que el ingreso del grupo de las chicas se deba al mandato de la “corrección política”. Pero hay algo más: una exquisita sintonía que Rowling tiene con lo que espera, desea y está preparado a escuchar su público lector. Es así, los personajes hombres liderarán la acción hasta el último minuto y serán los menos ridiculizados, los que no lloran por cualquier cosa ni sufren ataques de nervios. La narración mantendrá hasta el final algunos tics, sobre todo esto de caracterizar a cada personaje femenino por la voz chillona, mandona, histérica, gritona, aguda o nerviosa. Pero difícilmente Harry Potter habría llegado tan lejos si, como ocurre en la literatura del género, la amplia variedad de caracteres femeninos decisivos e interesantes –como Luna Lovegood, la niña de mirada perdida capaz de creer en diez cosas imposibles antes de terminar el desayuno– no hubiera estado aquí.
Todos quisiéramos saber la fórmula –recordemos a Isabel Allende probando con La ciudad de las bestias– para tanto interés –más de 300 millones de ejemplares vendidos en todo el mundo–; por lo pronto, se puede aventurar que de algo vale esta habilidad para combinar la tradición –con todo lo conservador que esto implica– con las nuevas maneras de entender el mundo, lo que incluye, por ejemplo, un lugar más activo de la mujer. Con todo lo poco revolucionario que esto mismo implique también.
Una infidencia: en el último libro que acaba de aparecer en inglés se revela cuál de todas las chicas será el amor de Harry y se quedará con él hasta el final. Notaremos, cuando llegue la versión en español y cuando releamos en busca de las muchas pistas que la autora fue dejando como si de una telenovela se tratara, que de todas, la elegida es la que más se ha librado del descrédito y del maleficio de los estereotipos.
Es un hecho que la mayoría de las ideas que solucionan los problemas provienen de alguna mujer, pero la acción siempre es llevada a cabo por Harry y por el director del colegio, Albus Dumbledor (que aunque murió en el sexto tomo, a su manera, reaparece en el séptimo libro).
Las mujeres podrán ser terroríficas como la profesora Dolores Umbridge a quien el fanático de Steven King que hace un tiempo rogó para que Harry no muriera, la comparó con Hannibal Lecter. Pero esta mujer pequeña y modosa que a puertas cerradas disciplina a sus alumnos obligándolos a lacerarse con una pluma mágica, es como todas, instrumento de un mal mayor, ya sea la burocracia con su mayoría jerárquica masculina o la confianza en una raza superior representada por “El que ustedes ya saben”.
Gracias a Rowling, las chicas integran al equipo de quidditch –deporte equivalente al fútbol de la vida real–, tienen cargos jerárquicos en el gobierno, en el colegio, plazas en la sala de profesores.
Si se mira con atención, se verá que cuando les toque jugar serán franca minoría y por cierto bastante intrascendentes. Cuando llega el turno de la música, la banda de rock tiene cuatro integrantes masculinos y es un éxito masivo. Ellas también cantan, Celestina Warbeck entona melodías tales como “Un caldero lleno de amor fuerte y caliente” y “Has encantado mi corazón” y es escuchada para burla de muchos por la perfecta ama de casa que es la madre de Ron. Las mujeres escriben, pero hay muchos menos libros de ellas en la bibliografía y en general los títulos son del estilo “Mi vida como muggle”. Tal vez uno de los personajes más representativos de la mirada de Rowling –y del público– sea la periodista de prensa amarilla Rita Skeeter, que volverá a aparecer en el final de saga: “Me encanta este personaje, es moralmente horrible, pero admiro su fuerza”.
Podríamos decir que Harry Potter cumple con una especie de cupo literario femenino. Son menos pero están, cuando ocupan ciertos cargos son tan corruptas como ellos, tienen defectos de género pero cuando son buenas en algo, son mejores.
Nos guste o no, Harry Potter es, como ha dicho Marisa Avigliano, lo mejor que la literatura actual ha sabido dar, lo que mejor se ha escrito para niños Y niñas contemporáneos. Una obra conservadora y a la vez absolutamente novedosa en relación a sus predecesores y contemporáneos a los que roba, olvida y recicla.
Bueno, no es cierto que Rowling haya seguido al pie de la letra todas las leyes elementales del mercado editorial.
“Yo sabía perfectamente que el número adecuado para atraer al público infantil no podía sobrepasar los 40.000 caracteres. Y mi libro tenía 90.000. Lo tipeé a un solo espacio pero se dieron cuenta igual y tuve que volver a tipearlo con el interlineado correcto.”
El tamaño del libro que ha crecido de 300 páginas del primer tomo a 756 del séptimo, es una de las apuestas si no innovadoras al menos arriesgadas, que dieron buenos resultados. Por supuesto, ya existe el médico, en Washington, que advierte en una publicación de circulación científica que el peso y la cantidad de páginas de Harry Potter está causando migrañas en niños de entre ocho a diez años que leen, aparentemente sin pausa. El dolor cesa cuando el libro termina, dice él.
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