Viernes, 24 de agosto de 2007 | Hoy
ARTE
Llevada por el vértigo de la extrañeza y el irresistible deseo de fotografiarlo todo, Ana Amorosino regresó de Japón cargada de fragmentos preciosos, imágenes de un Tokio tan moderno, tan urbano, que no la dejó en paz. Sorpresa: el retorno se convirtió en un re-descubrir Buenos Aires... a través del prisma japonés.
Por Veronica Gago
Tokio era como un sueño y hoy mis imágenes parecen inventadas como cuando al cabo de mucho tiempo te encontrás con un trozo de papel en el que habías escrito un sueño con las primeras luces del alba y con asombro no te suena a nada, como si fuera el sueño de otra persona.” Con estas palabras, el director de cine alemán Wim Wenders narró la extrañeza que sintió frente a las imágenes que él mismo había intentado capturar de la capital japonesa para su película Tokio Ga (1985). Sobre esa misma extrañeza, y prologada por esa misma cita, se monta la muestra fotográfica de Ana Amorosino, titulada –para prolongar la complicidad con aquel cineasta– Tokio/BA, estéticas urbanas. En estas imágenes, la perplejidad toma la forma de díptico y Buenos Aires resulta dislocada por las escenas japonesas, en un juego extraño de semejanzas imposibles.
Tokio desconcierta al viajero y a la viajera. Arrastra a la pulsión fotográfica –más propia del turista– en el afán de querer comprender algo de esa ensoñación posmoderna. Sin embargo, como reza cierta sabiduría nómada, el viaje comienza cuando se regresa al lugar propio. Un lugar corroído ya por un sentimiento de lo impropio, de lo expropiado sin retorno, de lo irreconocible a pesar de su familiaridad. “Me pasó que cuando revelé las fotos me desconcertó lo que vi: yo misma, acostumbrada a trabajar sobre un registro fotográfico que se detiene en el detalle mínimo, había quedado atrapada fotografiando las formas perfectas que las vidrieras, los lugares de tránsito y lo urbano mismo logra en Tokio. ¡Además había sacado más de mil fotos!”, relata Amorosino. Sus trabajos anteriores –fotos, fotos devenidas pinturas, y dibujos– dejaban ver texturas microscópicas, detrás de las cuales se escondían –de manera insospechada– hebras de té, claras de huevo, o gelatinas: elementos orgánicos desnaturalizados de su función que se convertían en tramas infinitesimales.
Tras el viaje a Japón –en el verano pasado–, la fotógrafa percibe una idea de lo sublime llevado a la forma y que brilla en cada detalle de aquella ciudad. “La comida-el recipiente-el envoltorio-el juego de colores-la idea de salud-la longevidad-el sexo / La distancia-la falta de contacto / La máquina de la soledad. Japonizarse / La vida estetizada al máximo”, escribe Amorosino en el texto, casi telegráfico, que acompañan sus fotos, como insistentes flashes que asisten a la percepción de las imágenes.
Psicoanalista de formación, Amorosino confiesa haber cultivado desde siempre una atracción por Japón. “Lacan ya comentaba el snobismo japonés, una suerte de obsesión por la perfección.” Algún otro filósofo, de hecho, también ha subrayado que los japoneses son capaces de regir su vida por valores completamente formalizados y que en ese sentido podría hablarse de la “japonización” de algunos países occidentales. Hay otro viajero conmovido por la experiencia del Oriente japonés que ha signado la fascinación y desesperación que destilan las imágenes de Tokio/BA. Fue Roland Barthes quien le dedicó un libro completo –El imperio de los signos– a un Japón que lo deslumbró como superficie infinita de signos, no siempre enlazados con significados: “Fijar una cita (por gestos, dibujos, nombres propios) lleva sin duda una hora, pero durante esa hora, para un mensaje que se habría resuelto en un instante si hubiera sido hablado (a la vez totalmente esencial e insignificante), lo que se conoce, se degusta, se recibe, es todo el cuerpo del otro, y es él quien ha desplegado (sin un verdadero fin) su propio relato, su propio texto”. Sin embargo, Amorosino intenta fotografiar –dice– algo de un malestar invisible, casi sordo, que se mueve entre un pasado milenario y un futurismo a la medida de la ciencia ficción: “Estando en Tokio, todo el tiempo me preguntaba quiénes son los que la sueñan futurista y técnica y quiénes son los que hacen el trabajo para que esté todo nuevo, todo limpio y todo hoy a cada momento, a cada paso. Le pregunté a un crítico de cine japonés y amigo: ‘¿Dónde están hoy los samurais?’. Y me respondió: ‘Están en las empresas –junto con los intelectuales–, y las conducen con la misma vehemencia con que defendían al imperio y al emperador’.”
Tokio, una ciudad en la que parece imposible orientarse a simple vista, es a la vez un espacio límpido y despejado para todo movimiento. Esa paradoja es la que retratan también estas fotos: “La primera impresión es que es una ciudad sin huellas. Cualquier marca parece imposible gracias a una secuencia ininterrumpida que va entre lo pulcro y lo perfecto, en espacios de brillo y de metal, que sostienen a miles y miles que se cruzan sin tocarse. Las estaciones de tren y las estaciones del año se suceden con la misma exactitud”. ¿Entre atemporal y cronometrada? Algo de esa temporalidad extrañada parece ser la que proyecta el Tokio fotografiado.
“La idea de exponer en la avenida Corrientes, en un espacio artístico no tradicional y muy significativo en términos de la ciudad, es una forma de continuar esa relación inclasificable entre las imágenes de Buenos Aires y las de Tokio.” Las dos metrópolis conviven en sus asimetrías, pero también en llamativas correspondencias visuales. Sin embargo, el contraste se impone: “Buenos Aires es un sueño del que sólo salgo cuando viajo. ¿Estuve en Tokio o soñé estar en Tokio? Estaba y soñaba, se irrealizaba”, escribe la fotógrafa.
Y es que el impacto de la vuelta hizo que su cámara registre una Buenos Aires con “imágenes de cartón”: “Los desechos, los restos a la vista; como una estética en la que todo se da a ver”. Una mezcla en la que lo distinto se amontona, incluso se atropella: “La casa italiana-el chalet-el edificio con pizarra francesa-los modernos y posmodernos en la misma cuadra”. Pero allí también aparece la desproporción como vitalidad: “En las calles, el contacto y el choque visual y sonoro, ese que produce el choque de los cuerpos”.
Tokio/BA. Estéticas urbanas, en el Foro Gandhi, Av. Corrientes 1743, piso 1º. Lunes a viernes de 13 a 22, sábados y domingos de 18 a 22. Hasta el 7 de octubre.
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