Vie 27.09.2002
las12

CULTURA

La fuerza

Los libreros no saben en qué sector ubicar el libro Biografía de mi cáncer de Patricia Kolesnicov y a veces se deciden por el de autoayuda. Es un gesto inadecuado para situar un texto de no ficción que puede leerse como una novela de peripecias.

Por María Moreno

Yo odio a los que tienen cáncer. Odio a los que luchan contra el cáncer y a las fundaciones amigas. Odio a los gurúes alternativos, felices de mostrar el camino de la salvación. Odio a los que interpretan y a los que comprenden y a los que saben lo que tengo que hacer. Odio a los que me lo dicen por mi bien.” Patricia Kolesnicov decidió que ese era el comienzo de su libro, una alternativa seguramente no imaginada por Roberto Arlt para una literatura equivalente a un cross en la mandíbula. Biografía de mi cáncer es el relato de una experiencia privada –la de un cáncer de mama– y de la cura como una invención que no permite tregua. Al decidir el título, Patricia Kolesnicov, cronista gozosa de las páginas domingueras de Clarín, ponía al cáncer lejos de su autobiografía y –puesto que las mayoría de las biografías se hacen cuando se conoce el final del biografiado– le hacía la necrológica a la enfermedad. Ella se ríe de que a menudo tenga que buscar su libro entre los estantes de la sección autoayuda de las liberarías aunque no está segura de que sea una experiencia propia de “las escrituras del yo” ordenadas por la facultad de letras. El libro comenzó con una nota en la revista Latido, escrita entre una quimioterapia y otra, y –como es común en Kolesnicov– desobedeciendo.
–Daniel Ulanosvky me había pedido que hiciera una nota sobre el coming out porque el número era sobre cambios de vida. Le dije ¡Daniel: mi cambio de vida es el cáncer!
–Esa declaración de guerra inicial suena a punk .
-Al principio el libro empezaba como la nota: “La vida de todos –me dirá en un rato la doctora de los anteojos chiquitos– está en manos de Dios”. Pero después no me gustó. Un día estaba charlando con Olga, mi compañera, y Diana Bellessi. Se estaba comentando a quien le iba a servir el libro. “A los que tienen cáncer”, dijo alguien. Y yo dije “qué me importan los que tienen cáncer. Yo odio a los que tienen cáncer”. Y Diana me dijo “así empieza el libro”. Creo que ese tono es el que indica cómo debe ser leído Biografía ... Con bronca, sin autocompasión.
–Usted deja sentado en el final que no se propuso hacer un libro edificante.
–Cuando salió el adelanto en Viva una amiga mía fue a quimioterapia y vio que las mujeres discutían, cada una en su sillón, si estaban de acuerdo o no con las cosas que yo contaba. Ahora si vos me preguntás si escribí para hacerle bien a la humanidad, no. Claro que está bueno que se digan las cosas por su nombre. Que uno pueda escribir que está podrido de que le ofrezcan terapias, que es bueno ser malo, pedir que no lo ayuden tanto. Es liberador. De alguna manera se trata de un libro de aventuras.
–¿Escribir fue una manera de sitiar el cáncer, de contenerlo?
–Escribir es una vuelta de tuerca pero la rosca es infinita. Y si al libro lo escribo de nuevo va a salir otra cosa. El tema de por qué tuve cáncer, de para qué tuve cáncer, no está agotado. Creo que mi trabajo es perseguir al cáncer. No me tengo que olvidar de él ni me va a agarrar a traición.
–¿Pero no hay algo del “ya pasó”?
–Sí, pero ¿y si digo que ya pasó y Dios me castiga? ¿Y si digo que ya pasó y quiebro algún conjuro? Yo nunca me había enfermado. Entonces tuveque hacer un trabajo muy grande para pensar que estaba enferma y eso fue un requisito para poder curarme.
–Contra lo que se piensa, ¿la negación en algunos casos no puede funcionar?
–Yo trabajé mucho para no negar. Creo que la negación hace daño, no sé si da cáncer. ¿Yo negaba que me estaba muriendo? De hecho no me morí, así que a lo mejor no me estaba muriendo. Entonces tenía razón.
–¿Usted se siente a veces como si nunca hubiera tenido cáncer?
–Estoy un poco más liviana. Y hago un esfuerzo para acordarme. Me angustio por cualquier pelotudez y, al mismo tiempo, creo que voy a vivir para siempre. Y cuando me enfermo, creo que es cáncer. Tengo un granito doloroso y pienso ¿no tendré cáncer de piel? Me duele la cabeza un día, dos días y lo llamo al oncólogo por si tengo cáncer de cerebro. Entonces él me dice, ¿probaste con un Migral?
–Usted dice que al cáncer no se lo puede conjugar en pasado.
–”Yo tuve cáncer” suena como si dijera “yo me morí”. Era más cómodo conjugarlo en presente. Incluso cuando ya no se sabía si todavía lo tenía o ya no lo tenía. Ahora uso alguna fórmula de compromiso como “me estoy recuperando de un cáncer”. Que indica un presente continuo.
–En su libro habla fundamentalmente del tratamiento , como si el cáncer, al menos el suyo, fuera intangible. Incluso escribe “mi cáncer no se siente, se entiende”. ¿Sólo se puede hablar del cáncer por desplazamiento?
–Es difícil pensar el cáncer como centro. Una célula que muta, se empieza a dividir rápido e invade. ¿Cómo se ve eso? Puedo pensar en una imagen de infografía, algo que se va pintando de negro. Susan Sontag habla de un no yo que se come al yo. Es lo siniestro en el sentido clásico. El cáncer soy yo misma vuelta otra.

Tretas del débil
En la patria del cáncer el mito dice que el enfermo tiene carta franca para ejercer sus deseos, incluso sus tiranías. Patricia Kolesnicov cuenta haber encarado el cáncer con una suerte de egoística que tenía consenso entre sus amigos. Cuando la quimioterapia le hizo caer el pelo y mientras hacía cola para algún trámite, se divirtió extorsionando al empleado con sólo sacarse el gorrito y mostrar su bocha reluciente. Buena nadadora de crowl, con aspecto de fuerte muchacha, sabrá que ha sido seleccionada como tractorista ejemplar en el hause organ de un kibutz, se alegró de que por fin le entrara el talle uno y de que en la pileta le permitieran avanzar por un andarivel privado.
–Yo siempre nadaba mucho y me impacientaba con la lentitud de la gente que iba por el mismo andarivel que yo. Cuando me quedé pelada me dejaron un carril para mí sola. Durante un año me acostumbré a estar yendo y viniendo a mis aires aunque anduviera despacito. Cuando estuve recuperada me pasaron de nuevo a un andarivel compartido. Entonces avanzaba con todo atropellando a la gente. Me dijeron que no podía hacerlo. Me peleé y me fui a otra nueva pileta.
Al principio Kolesnicov pensó que nunca perdería esa cabellera de Ofelia que se le enredaba en las muñecas para hacer el amor y con la que jugaba en un erotismo que, ahora que pasó por la obligada estética skinhead, le suena demasiado hippie.
–Yo pensaba que el pelo no se me iba a caer porque estaba muy ligado a mi identidad. Cuando empezó a suceder dije “no me voy a quedar a ver cómo cae de a poco, no me voy a melancolizar “. Entonces le pedí a la peluquera que me rapara. Pero no quiso, me lo cortó al ras. Entonces llegué a casa y me lo afeité hasta que quedó una bocha brillosa.
Kolesnicov dice que el cáncer la liberó de lo que podría llamarse “males menores” como el miedo a los chorros o a estar sola de noche. Después de todo –escribió–, el cáncer le indicaba que el enemigo a veces no viene de afuera.
–Hay células cancerígenas todo el tiempo y el propio sistema inmunológico las destruye. De pronto hay una célula a la que no reconoce como agresiva. Y eso es lo que a mí me pega. Un cáncer no es un virus. No hay manera de echarle la culpa a algo de afuera. Lo más cerca que estuve de morirme fue por algo provocado por mi propio cuerpo desde adentro. Pero antes del cáncer yo era muy miedosa. Al volver del garaje a la noche tenía miedo de cualquier persona que se pusiera la mano en el bolsillo por si tenía un arma. De chica tenía miedo de atravesar el pasillo de mi casa. Yo hacía radio a las cuatro de la mañana. Entonces le tocaba el timbre a mi padre porque me daba miedo ir desde la puerta del ascensor a la del departamento. Esos miedos cedieron con el cáncer y han vuelto con el regreso de la “inmortalidad”.
Alguien dijo que los argumentos más inverosímiles están en la vida pero que si algún autor los propusiera, los editores pondrían los pies en polvorosa. Hay una parte casi cómica en Biografía de mi cáncer. Un párrafo que convierte a Patricia y a Olga, su compañera, en una mezcla de Bouvoir y Pecouchet enfrentadas a la Iglesia Católica o en dos integrantes de la armada Brancaleone quirúrgica.
–Olga se tuvo que operar de varias cosas a la vez y a eso el médico lo podía resolver en una sola operación, ¿cómo no iba a estar ahí? Fue una semana después de la quinta quimio, en el peor momento. A Olga había que acompañarla al baño, con el suero y todo. Y yo me sentía muy mal.
–Fue ahí donde usted hace ese chiste “quería que se muriera para poder irme a dormir”.
–Hasta que logré conmover a las enfermeras del Mater Dei que terminaron por darme aspirinas y dejarme dormir. Un día en que Olga estuvo mejor, me dijo “te invito al bar”. Es decir, a tomar un boldo o una manzanilla. Avanzamos por los pasillos y nos cruzamos con una especie de procesión en la que venía un cura vestido de blanco con una velita que debía ser a pila y que emitía una chispa eléctrica color naranja. Atrás, dos monjas iban saumando la entrada de las habitaciones. Yo estaba toda pelada con un pantalón bahiano y una remera que decía “Olodum”. Y Olga, moviéndose apenas, por la operación. Era patético, aunque también nos daba risa. Quince días después descubrimos que Geisha, nuestra perra collie, estaba altamente preñada. Obviamente no había condiciones para que la perra tuviera cachorros y no conseguíamos alguien que quisiera hacerle un aborto

El arte de narrar
Biografía de mi cáncer puede leerse como una novela de peripecias. En el momento en que se pone en duda que la protagonista vuelva a tener su menstruación debido a los efectos de la quimioterapia, los lectores pueden ponerse tan nerviosos como cuando Pnin, el personaje de Nabocov, mete en una pileta llena de espuma el único objeto de valor que posee y escucha un crac inquietante. Cuando la menstruación baja –en el texto–, los lectores de Kolesnicov aplauden en el tablón como los de Nabocov cuando Pnin descubre que lo que se ha roto es un simple vaso. “No ficción”: Kolesnicov lo dice sin vacilar, eligiendo para su libro ese género que se define por la negativa y que cobija los textos canónicos donde la trama política se narra con las herramientas de la novela. Biografía de mi cáncer conversa con The Cancer Journals de Audre Lorde, con el clásico La enfermedad y sus metáforas, donde Susan Sontag le pone límites a la interpretación del cáncer como el efecto inconsciente de un carácter donde la represión habría hecho de las suyas. En los dos libros el eje es la urgencia de hacerse protagonista de la novela del propio cáncer, de enarbolar la espada de Highlander contra toda certeza emanada de las tablas del saber médico.
La cronista que hay en Kolesnicov exhibe en su libro los archivos sobre el cáncer: un informe de la American Cancer Society, el manual Merk, las páginas de Internet sobre terapias alternativas. La coartada es que el interés por la información es un rasgo del personaje, una atea irónica cuya principal estrategia ante la enfermedad es una acción decidida pero escéptica.
Cuando tenía cáncer los sueños de Kolesnicov eran literarios, un trabajo inconsciente donde la enfermedad se pensaba en ficciones-apuesta.
–Soñaba que había dos niños y que yo salvaba a uno apoyándolo sobre el pecho. El otro quedaba atrapado en una especie de red. En ese momento había cincuenta por ciento de posibilidades de que volviera a tener la menstruación. Como si algo tuviera que salvarse y algo tuviera que morir. Eso fue visto en análisis desde muchas posiciones. El sueño de los mellizos tenía que ver con la fertilidad. No hubiera sido lo mismo si no me volvía la menstruación. La menstruación es una manera de pensar que en la batalla –no me gusta la metáfora bélica– uno ha triunfado totalmente porque tiene lo que tenía antes. Como si dijera “Ni el cáncer ni la quimio se han llevado mi fertilidad”. En algún momento pensé que para sobrevivir yo tenía que entregar eso. Y es un azar que eso no haya ocurrido. Si me lo hubiera preguntado yo lo entregaba –de hecho lo hice, al aceptar la quimio– pero es mejor ganar 20 a 0.
–La menstruación aparece luego de un suspenso como un final feliz. Como el beso antes de the end.
–El final feliz está en la posibilidad de ir reconstruyéndose. Algo que se desarmó se vuelve a armar. Para mí era muy importante. Hay ovarios que resisten la quimio y otros que no. Siento un orgullo casi masculino de ir a la endocrinóloga y que me diga “¡eh, cómo está produciendo este ovario! “Que ese ovario tan maltratado produzca me lo hace pensar como algo muy vivo.
–Pero es el nuevo significado de la menstruación el que la hace tan importante.
–Siempre me gustó menstruar. –(.)
–Porque es muy sensual. Me gusta el espesor y el olor de la sangre. Tiene una lubricidad que me encanta. No solamente significa ser fértil. Hoy pienso en que tener hijos no implica necesariamente parir. No estoy dispuesta a coger productivamente. Igual prefiero menstruar y tener la posibilidad. Yo quiero todo.

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